16.3: Teorías del desarrollo social
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Una de las teorías más conocidas del desarrollo social es la de las ocho crisis psicosociales descrita por Erik Erikson. [1] Erik Erikson (1902-1994) creía que sabemos lo que nos motiva a lo largo de la vida. Tomamos decisiones conscientes en la vida, centrándonos en satisfacer determinadas necesidades sociales y culturales más que las puramente biológicas. Por ejemplo, a los seres humanos nos mueve la necesidad de experimentar el mundo como un lugar digno de confianza, sentir que somos individuos capaces, creer que podemos contribuir a la sociedad y tener confianza en haber vivido una vida con sentido. Todos estos son problemas psicosociales. Erikson dividió la vida en ocho crisis, que suelen llamarse etapas. Cada etapa o crisis consiste en tareas psicosociales que se deben llevar a cabo. Erikson creía que la personalidad de un individuo se va formando a lo largo de su vida frente a los retos que se presentan. Según Erikson, el desarrollo exitoso implica afrontar y resolver positivamente los objetivos y las demandas de cada crisis. Si una persona no resuelve una crisis con éxito, esto puede dificultar su capacidad para afrontar crisis posteriores.
Etapas psicosociales
- Confianza frente a desconfianza (de 0 a 1 año): el bebé debe ver satisfechas sus necesidades básicas de forma constante para sentir que el mundo es un lugar de confianza.
- Autonomía frente a vergüenza y duda (de 1 a 2 años): los niños pequeños con movilidad tienen una libertad que recién descubren, y que les gusta ejercer, y aprenden una independencia esencial al permitírselo.
- Iniciativa frente a culpa (de 3 a 5 años): a los niños de preescolar les gusta iniciar actividades y hacen hincapié en hacer las cosas “yo solo”.
- Laboriosidad frente a inferioridad (de 6 a 11 años): los niños en edad escolar se centran en los logros y empiezan a hacer comparaciones entre ellos y sus compañeros.
- Identidad frente a confusión de roles (adolescencia): los adolescentes intentan obtener un sentido de identidad experimentando con varios roles, creencias e ideas.
- Intimidad frente a aislamiento (adultez temprana): a nuestros 20 y 30 años, asumimos algunos de nuestros primeros compromisos a largo plazo en relaciones íntimas.
- Generatividad frente a estancamiento (edad adulta media): de los 40 a los primeros 60 años, nos centramos en ser productivos en el trabajo y en casa, y nos motiva sentir que hemos contribuido a la sociedad.
- Integridad frente a desesperación (adultez tardía): miramos hacia atrás en nuestra vida y esperamos ver que hemos vivido bien y tenemos un sentido de integridad porque hemos vivido de acuerdo con nuestras creencias.
Las tres primeras etapas constituyen una base para los debates sobre el desarrollo emocional y social a lo largo de la vida. Estas etapas o crisis pueden producirse más de una vez: por ejemplo, una persona puede luchar contra la falta de confianza más allá de la infancia en determinadas circunstancias.
Crisis de bebés y preescolares: Confianza, autonomía e iniciativa
Desde el día en que nacen, los bebés se enfrentan a una crisis (en el paradigma de Erikson) sobre la confianza y la desconfianza. Son más felices si pueden comer, dormir y excretar según sus horarios, independientemente de que sus horarios sean convenientes para su cuidador. Lamentablemente, un bebé pequeño no está en condiciones de controlar o influir en las necesidades de programación de su cuidador, por lo que se enfrenta a un dilema sobre cuánto confiar o desconfiar de la buena voluntad del cuidador. Es como si el bebé preguntara: “Si ahora exijo comida (o dormir, o un pañal limpio, etc.), ¿podrá mi cuidador ayudarme a satisfacer esta necesidad?”. Con suerte, entre los dos, el cuidador y el niño resuelvan esta elección a favor de la confianza del bebé: el cuidador demuestra ser adecuado en cuanto a la atención, y el bebé se arriesga a confiar en la motivación y la habilidad del cuidador.[1]
Los cuidadores que responden de forma consistente y adecuada y son sensibles a las necesidades de su bebé lo ayudan a desarrollar un sentimiento de confianza, ya que el bebé verá el mundo como un lugar seguro y predecible. Los cuidadores que no responden al llamado del bebé o que son inconsistentes y no satisfacen las necesidades del niño pueden provocar sentimientos de ansiedad, miedo y desconfianza, ya que el bebé puede ver el mundo como un lugar impredecible e inseguro. Si los bebés son tratados con crueldad o no se satisfacen sus necesidades adecuadamente, es probable que crezcan con un sentimiento de desconfianza hacia las personas que habitan el mundo.[2]
Tan pronto como se resuelve la primera crisis, se desarrolla una nueva sobre la autonomía y la vergüenza. El niño (ahora un niño pequeño) puede confiar en su cuidador, pero su confianza contribuye al deseo de afirmar su autonomía ocupándose de las necesidades personales básicas, como alimentarse, ir al baño o vestirse. En esta etapa del desarrollo, a menudo oirá a los niños pequeños decir cosas como “yo lo hago” mientras ejercen su autonomía. Dada la falta de experiencia del niño en estas actividades, el autocuidado es arriesgado al principio: el niño pequeño puede alimentarse (o ir al baño, vestirse solo, etc.) de forma torpe e ineficaz.
El cuidador del niño corre el riesgo de sobreprotegerlo al criticar innecesariamente sus primeros esfuerzos, haciendo que el niño sienta vergüenza incluso por intentarlo. [1] Erikson creía que debía permitirse a los niños pequeños explorar su entorno con tanta libertad como la seguridad lo permita, fomentando su comprensión de la independencia que más tarde aumentará su autoestima, su iniciativa y la confianza general. Si se les niega la oportunidad de actuar en su entorno (dentro de las medidas apropiadas para su desarrollo), los niños pequeños pueden empezar a dudar de sus capacidades, lo que deriva en una autoestima baja y sentimientos de vergüenza (Berger, 2005). Con suerte, la nueva crisis se resuelva a favor de la autonomía mediante los esfuerzos combinados del niño para afirmar su independencia y del cuidador para apoyarlo.
Alrededor de la edad preescolar (de 3 a -5 años), la autonomía ejercida durante el periodo anterior se vuelve más elaborada, extendida y centrada en objetos y personas distintas del niño. El niño en un centro de educación temprana, por ejemplo, puede emprender ahora la construcción de la “ciudad más grande del mundo” con todos los bloques disponibles, incluso si otros niños quieran algunos de los bloques para ellos. Los proyectos y deseos del niño crean una nueva crisis de iniciativa y culpa, ya que pronto se da cuenta de que actuar según los impulsos o los deseos a veces puede afectar negativamente a los demás, por ejemplo, más bloques para un niño puede significar menos para otro. Al igual que en el caso de la crisis de autonomía, los cuidadores deben apoyar las iniciativas del niño siempre que sea posible, sin hacerle sentir culpable por desear tener o hacer algo que afecta al bienestar de los demás. Mediante la limitación del comportamiento cuando sea necesario, pero sin limitar los sentimientos internos, los cuidadores demuestran su apoyo a esta nueva capacidad de tomar la iniciativa. Expresado en términos de Erikson, la crisis se resuelve a favor de la iniciativa.[1]
Críticas a la teoría de Erickson
Las críticas a la teoría de Erikson provienen de su enfoque en las etapas y de su suposición de que completar una etapa es un prerrequisito para la siguiente crisis de desarrollo (Marcia, 1980). Su teoría también se centra en las expectativas sociales que se presentan en ciertas culturas, pero no en todas. Por ejemplo, la idea de que la adolescencia es una época de búsqueda de la identidad podría traducirse bien en la cultura de clase media de Estados Unidos, pero no del mismo modo en culturas en las que la transición a la edad adulta coincide con la pubertad a través de ritos de paso y en las que los roles de los adultos ofrecen menos opciones.[2]
Referencias
[1] Thompson, P. (2019). Foundations of Educational Technology se comparte bajo una licencia CC BY
[2] Child Abuse, Neglect, and Foster Care se comparte bajo una licencia no declarada y fue escrito, combinado o conservado por Diana Lang