16.6: Relaciones
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Las experiencias de los niños en materia de relaciones contribuyen a ampliar su repertorio de habilidades sociales y su comprensión social. En estas relaciones, los niños desarrollan expectativas sobre determinadas personas (por ejemplo, experiencias que derivan en un apego seguro o inseguro a los padres), adquieren conocimientos sobre cómo interactuar con los adultos y los pares, y crean un autoconcepto basado en la forma en que los demás les responden. [1] Las relaciones con los padres, otros miembros de la familia y los cuidadores proporcionan un contexto crítico para el desarrollo social de los bebés. Los padres y los cuidadores son los primeros interlocutores sociales en la vida del bebé, y la calidad de esta relación temprana entre el cuidador y el bebé se ha relacionado con muchos resultados positivos diferentes. El establecimiento de relaciones estrechas con los adultos está relacionado con la seguridad emocional de los niños, el sentido de sí mismos y la comprensión evolutiva del mundo que los rodea. Las interacciones con los adultos son una parte frecuente y regular de la vida diaria de los bebés, y los bebés de tan solo 3 meses de edad han demostrado la capacidad de discriminar entre las caras de adultos desconocidos (Barrera & Maurer, 1981). A los 4 meses de edad, el poder del niño en las relaciones, junto con el impacto de estas, es evidente. Los bebés se vuelven más hábiles en la lectura del comportamiento de los demás y en la adaptación de su propio comportamiento. También adquieren habilidades para ser más atractivos y eficaces socialmente. Los niños de 4 meses envían mensajes claros, se calman con anticipación cuando alguien se les acerca a atenderlos, buscan la atención de los adultos con sonrisas y risas, participan en una interacción prolongada con los demás y realizan imitaciones sociales sencillas.[2]
Las relaciones estrechas con los adultos que proporcionan un cuidado constante refuerzan la capacidad de aprendizaje y desarrollo del niño. Estas relaciones especiales influyen en el sentido emergente del yo del niño y en su comprensión de los demás. Los bebés utilizan las relaciones con los adultos de muchas maneras: para asegurarse de que están a salvo, para que los ayuden a aliviar la angustia, para que los ayuden a regular las emociones y para que les den aprobación social o aliento. Estas relaciones desempeñan un papel crucial en el desarrollo en todos los ámbitos. Por ejemplo, las respuestas de los padres a las vocalizaciones del bebé apoyan el desarrollo del lenguaje (véase Tamis-LeMonda et al., 2014 para revisar el tema) y compartir la mirada directa entre un padre y un bebé promueve las conexiones y la comunicación (Leong et al., 2017).[3]
Comprensión social
Sorprendentemente, los niños pequeños empiezan a desarrollar la comprensión social muy temprano en la vida. Antes de cumplir el primer año, los bebés son conscientes de que otras personas tienen percepciones, sentimientos y otros estados mentales que afectan su comportamiento y que difieren de sus propios estados mentales.[1]
Los niños comienzan a comprender las respuestas, la comunicación, la expresión emocional y las acciones de otras personas durante sus primeros años de vida y su niñez. Estos desarrollos incluyen la comprensión por parte del bebé de qué esperar de los demás, cómo actuar y qué guiones sociales se utilizan para determinadas situaciones sociales. Investigaciones recientes sugieren que la comprensión social de los bebés y los niños pequeños está relacionada con la frecuencia con la que experimentan la comunicación de los adultos sobre los pensamientos y las emociones de los demás (Taumoepeau & Ruffman, 2008).[2]
“A cada edad, la comprensión cognitiva social contribuye a la competencia social, la sensibilidad interpersonal y la conciencia de cómo el yo se relaciona con otros individuos y grupos en un mundo social complejo” (Thompson, 2006, pág.26). Incluso en la primera infancia, la comprensión social es fundamental debido a la naturaleza social de los seres humanos (Wellman & Lagattuta, 2000).[2]
Cómo responder a las señales de los bebés como parte del desarrollo social mediante la atención compartida y la referencia social
Los seres humanos pueden comprometerse activamente con los estados mentales de otras personas, como cuando entran en situaciones de atención compartida (Malle, 2022). La atención compartida se describe como la capacidad de coordinar la atención visual con otra persona y luego desplazar la mirada hacia un objeto o acontecimiento (Mundy, 1998); no requiere que el que mira sea consciente de la reacción del seguidor (Emery, 2000). La definición parece más complicada de lo que es. Si señala un objeto cerca de un niño de 3 años, fíjese en cómo ambos lo exploran, asegurándose de que estén interaccionando conjuntamente con el objeto. Este compromiso compartido es fundamental para que los niños aprendan el significado de los objetos: tanto su valor (¿es seguro y gratificante acercarse?) como las palabras que se refieren a ellos (¿cómo se llama esto?). Cuando sostengo mi teclado y se lo muestro, le estamos prestando atención conjuntamente, y si digo que se llama “Tastatur” en alemán, sabe que me refiero al teclado y no a la mesa sobre la que estaba apoyado.[4]
La bibliografía presenta dos componentes principales de la atención compartida: (1) respuesta a la atención compartida e (2) iniciación de la atención compartida.
Responder a la atención compartida es la capacidad de cambiar la atención visual siguiendo las señales sociales de otra persona, como la mirada o el señalamiento, mientras que la iniciación de la atención compartida es la capacidad de dirigir la atención de otra persona mediante la mirada o los gestos con el objetivo de compartir una experiencia (Seibert & Mundy, 1982).
La respuesta a la atención compartida y la iniciación de la atención compartida se consideran aspectos interrelacionados de la atención compartida, que surgen en diferentes momentos del desarrollo (Mundy et al., 2007). La respuesta a la atención compartida suele desarrollarse entre los 6 y los 9 meses de edad, mientras que la iniciación de la atención compartida comienza aproximadamente a los 9 meses de edad, con una variabilidad significativa entre los individuos.[5]
Referencia social
Los niños pequeños empiezan a desarrollar la comprensión social desde muy temprano en la vida. Antes de cumplir el primer año, el bebé es consciente de que otras personas tienen percepciones, sentimientos y diferentes estados mentales que afectan su comportamiento.[1] La comprensión de que otros estados mentales difieren de los del propio bebé puede observarse fácilmente en el fenómeno de la referencia social. [1] La referencia social es la tendencia de un bebé a recabar información de un cuidador para regular su comportamiento en una situación ambigua (en la que el bebé no tiene suficiente información para decidir cómo reaccionar) (Fawcett & Liszkowski, 2015; Schieler et al., 2018; Stenberg, 2009; Striano et al., 2006; Walden y Kim, 2005; Zarbatany y Lamb, 1985). La referencia social surge alrededor de los 7 a 10 meses de edad y constituye una base para el aprendizaje social y la valoración social en la edad adulta (Walle et al., 2017).[1]
En la referencia social, un bebé mira la cara de un cuidador de confianza cuando se enfrenta a una persona o situación desconocida (Feinman, 1992). Si el cuidador se muestra tranquilo y transmite seguridad, el bebé responde positivamente como si la situación fuera segura. Si el cuidador se muestra temeroso o angustiado, es probable que el bebé reaccione con recelo o angustia porque la expresión del cuidador indica peligro. Los bebés muestran una perspicacia y una conciencia notables: aunque no tengan certeza sobre la situación desconocida, el cuidador sí la tiene. Al “leer” la emoción en la cara del cuidador, los bebés pueden aprender si la circunstancia es segura o peligrosa, y cómo responder. [1]
En el pasado, los científicos del desarrollo creían que los bebés eran egocéntricos, es decir, que se centraban en sus percepciones y experiencias, pero ahora las investigaciones indican lo contrario. Desde una edad temprana, los bebés son conscientes de que las personas tienen diferentes estados mentales, lo que los motiva a averiguar lo que otros sienten, pretenden, quieren y piensan, y cómo estos estados mentales afectan su comportamiento. Los bebés están empezando a desarrollar una teoría de la mente, y aunque su comprensión de los estados mentales comienza de forma muy simple, se expande rápidamente (Wellman, 2011) La comprensión social crece significativamente a medida que se desarrolla la teoría de la mente de los niños.[1]
¿Cómo se producen estos logros en la comprensión social? Los niños pequeños son observadores sumamente sensibles de otras personas. Hacen conexiones entre sus expresiones emocionales, sus palabras y su comportamiento para derivar inferencias simples sobre los estados mentales (por ejemplo, concluir que lo que mamá está mirando está en su mente) (Gopnik, Meltzoff & Kuhl, 2001). Esta conexión es especialmente probable que se produzca en las relaciones con personas que el niño conoce bien, de acuerdo con las ideas de la teoría del apego. Las crecientes habilidades lingüísticas proporcionan a los niños pequeños palabras con las que representar estos estados mentales (por ejemplo, “enojado”, “quiere”) y hablar de ellos con los demás. A través de las conversaciones con sus cuidadores sobre las experiencias cotidianas, los niños aprenden mucho sobre los estados mentales de las personas por la forma en que los adultos hablan de ellos (“Tu hermana estaba triste porque pensaba que papá iba a volver a casa”). (Thompson, 2006). El desarrollo de la comprensión social depende en gran medida de las interacciones cotidianas de los niños con los demás y de sus interpretaciones cuidadosas de lo que ven y oyen.[1]
Alteraciones en las relaciones entre el bebé y el cuidador: Depresión materna y desarrollo social del bebé y del niño pequeño
Los bebés participan repetidamente en rutinas diarias e interactivas con sus cuidadores principales, que suelen ser sus madres. Un bebé suele estar en sintonía con las señales emocionales de la voz, los gestos, los movimientos y las expresiones faciales de sus cuidadores. La depresión materna compromete la capacidad del bebé y de la madre para regular mutuamente la interacción. Lo más habitual es que la depresión afecte la relación a través de dos patrones interactivos observados en las madres deprimidas:
la intrusividad o el retraimiento. Las madres intrusivas muestran un afecto negativo y perturban la actividad del bebé. El bebé experimenta ira, se aleja de la madre para limitar su intrusión e interioriza un estilo de afrontamiento de enfado y protección. Las madres retraídas se desentienden, no responden, son neutras afectivamente y hacen poco para apoyar la actividad del bebé. Los bebés no pueden afrontar o autorregular este estado negativo y desarrollan pasividad, retraimiento y conductas de autorregulación (por ejemplo, mirar hacia otro lado o chuparse el dedo) (Hart et al., 1998; Tronick, 1989).
Los bebés y los niños pequeños de madres deprimidas pueden desarrollar graves trastornos emocionales, como la depresión infantil y los trastornos de apego (Luby, 2000). Los trastornos mentales tempranos pueden reflejarse en un retraso en el desarrollo, llanto inconsolable o problemas de sueño. Los niños mayores pueden mostrar un comportamiento agresivo o impulsivo. En los entornos de cuidado y educación infantil, los niños con problemas sociales y emocionales suelen tener dificultades para relacionarse con los demás, confiar en los adultos, estar motivados para aprender y calmarse para sintonizar con la enseñanza, todas ellas habilidades necesarias para beneficiarse de las experiencias educativas tempranas. Los estudios revelan los efectos duraderos de la depresión materna. Los hijos mayores de madres deprimidas durante la infancia muestran poca capacidad de autocontrol, agresividad, malas relaciones con los pares y dificultades en la escuela (Embry & Dawson, 2002). Estos problemas aumentan la probabilidad de que el niño reciba educación especial, se retrase y deba repetir un curso o abandone la escuela. Cada uno de estos problemas puede impedir que el niño alcance un desarrollo óptimo, lo que supone la pérdida de oportunidades de éxito a lo largo de su vida y un mayor coste para la sociedad (Onunaku, 2005).
Cuando las relaciones causan daños: abuso y negligencia
Es difícil saber cuántos abusos infantiles se producen. Los bebés no pueden hablar y los niños pequeños y aquellos de más edad que sufren abusos no suelen contárselo a nadie. Quizás no lo definan como abuso, tengan miedo de contárselo a un adulto de confianza, se culpen a sí mismos por haber sido abusados o no sepan con quién podrían hablar de su abuso. Sea cual sea el motivo, los niños suelen guardar silencio, lo que dificulta mucho saber cuántos abusos se producen. Las estadísticas actualizadas sobre los diferentes tipos de abuso infantil en Estados Unidos pueden encontrarse en el sitio web de la Oficina de Niños de EE. UU. U.S. Children's Bureau[7]
Todos los tipos de abuso son cuestiones complejas, especialmente si ocurren dentro de las familias. Hay muchas razones por las que las personas pueden convertirse en abusadores. La pobreza, el estrés y el abuso de sustancias son características comunes que comparten los abusadores, aunque el abuso puede darse en cualquier familia.
Los niños que experimentan cualquier tipo de abuso pueden actuar o responder de maneras poco saludables; por ejemplo, actos de autodestrucción, retraimiento, agresividad o problemas de depresión, ansiedad y rendimiento académico. Los investigadores han descubierto que los cerebros de los niños que han sufrido abuso pueden producir niveles más altos de hormonas del estrés. Estas hormonas pueden provocar una disminución del desarrollo del cerebro, una reducción de los umbrales de estrés, una supresión de las respuestas inmunitarias y dificultades de aprendizaje y memoria durante toda la vida (Middlebrooks & Audage, 2008).
Los niños que han sufrido abuso tienen muchas más probabilidades que aquellos que nunca lo padecieron de acabar con problemas de desarrollo, psicológicos y de comportamiento a lo largo de su vida.[8]
Los niños que sufren abuso o negligencia corren el riesgo de desarrollar problemas sociales, emocionales y de salud a lo largo de toda su vida, sobre todo si son abandonados antes de los dos años. Sin embargo, es esencial tener en cuenta que no todos los niños que han sido víctimas de abuso y negligencia sufrirán las mismas consecuencias. Hay muchas maneras de fomentar un cuidado estable, permanente, seguro, nutritivo y cariñoso para los niños afectados por experiencias adversas en la infancia.
Atención informada sobre el trauma
Las experiencias traumáticas pueden alterar significativamente la percepción que una persona tiene de sí misma, de su entorno y de las personas que la rodean. A medida que se acumulan las experiencias traumáticas, las respuestas se vuelven más intensas y tienen un mayor impacto en el funcionamiento. La exposición continua al estrés traumático puede afectar todos los ámbitos de la vida de las personas, incluido el funcionamiento biológico, cognitivo y emocional, así como las interacciones sociales, las relaciones y la formación de la identidad. Dado que las personas que han sufrido múltiples traumas no se relacionan con el mundo de la misma manera que las que no han tenido estas experiencias, las primeras requieren servicios y respuestas que sean sensibles a sus experiencias y necesidades únicas.[9]
Las tensiones tóxicas, como el abuso y la negligencia, están fuertemente vinculadas a una mala salud a lo largo de la vida, y la atención informada sobre el trauma es un enfoque para el cuidado basado en estos efectos. Los cuidadores en la atención informada sobre el trauma se esfuerzan por comprender el comportamiento de los niños en el contexto de los traumas previos que han experimentado. La atención sobre el trauma para los bebés y los niños pequeños comienza por reconocer primero la prevalencia y el impacto potencial que pueden tener estas tensiones durante los primeros tres años. Los cuidadores también proporcionan cuidados de apoyo, aumentando los sentimientos de seguridad y protección de los niños, para evitar que vuelvan a traumatizarse en una situación actual que posiblemente supere sus habilidades de afrontamiento.[10]
Referencias y Fuente de Figuras
[1] Thompson, R. (2022). Social and personality development in childhood se comparte bajo una licencia CC BY-NC-SA
[2] California Infant/Toddler Learning and Development Foundations, 2009 por el Departamento de Educación de California se utiliza con permiso
[3] Zosh J.M. et. al., (2018) Accessing the Inaccessible: Redefining Play as a Spectrum Se comparte bajo una licencia (CC BY)
[4] Malle, B. (2022). Theory of mind. Se comparte bajo una licencia CC BY-NC-SA
[5] Billeci, L., Narzisi, A., Campatelli, G. et al. Disentangling the initiation from the response in joint attention: an eye-tracking study in toddlers with autism spectrum disorders. Se comparte bajo una licencia CC BY
[6] Ehli S, Wolf J, Newen A, Schneider S y Voigt B (2020) Determining the Function of Social Referencing: The Role of Familiarity and Situational Threat. (CC BY).
[7] Child Abuse, Neglect, and Foster Care se comparte bajo una licencia no declarada y fue escrito, combinado o conservado por Diana Lang
[8] Child, Family, and Community (Laff y Ruiz) se comparte bajo una licencia CC BY y fue escrito, combinado o conservado por Rebecca Laff y Wendy Ruiz
[9] Ayre, K., & Krishnamoorthy, G. (2020). Understand and empathise se comparte bajo una licencia CC BY-SA.
[10] Sanders & Hall (2018). Trauma-informed care in the newborn intensive care unit: Promoting safety, security and connectedness. CC por NC SA 4.0
[11] Imagen de Joy Poeng se comparte bajo una licencia CC BY-NC
[12] Imagen de Rachel Klippenstein-Gutierrez se comparte bajo una licencia CC BY-NC