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2.4: Agricultura

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    51563
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    La conquista romana del imperio trajo consigo enormes implicancias económicas, al menos en lo que respecta a la disposición del territorio adquirido (Fulford, 1992; D. J. Mattingly, 1997, p. 18-19, 117-35). La tierra era tanto un elemento impulsor de la conquista militar como del sustentamiento de la actividad económica a lo largo del imperio. En Egipto, por ejemplo, se estima que los impuestos sobre la tierra y los productos agrícolas contribuyeron a más del 60% de los ingresos del Estado (Duncan-Jones, 1994, p. 53). La reasignación de la tierra a los pueblos sometidos fue una etapa clave en la transferencia del control militar al dominio civil y a menudo fue acompañada por catastros. Cuando la tierra era tomada para la creación de colonias, era normalmente medida y dividida detalladamente mediante la aplicación de un sistema de cuadrículas (centuriación). Las hazañas de los agrimensores romanos (agrimensores) pueden ser apreciadas tanto en los escritos existentes (Campbell, 2000) como por la evidencia física de tales sistemas en el paisaje (Dilke, 1971).

    Para la región mediterránea, lo esencial de la agricultura romana era la “tríada” de cereales (Spurr, 1986), vid (Fleming, 2001; Purcell, 1985; Tchernia y Brun, 1999) y olivo (D. J. Mattingly, 1996a). En la mayor parte de las áreas, la agricultura sobrepasó al pastoreo incluso en Italia, donde había regiones que eran conocidas por la ganadería, como los valles Apeninos (Whittaker, 1988). El relativamente árido clima mediterráneo, la tecnología mayormente sencilla y suelos variables impusieron restricciones a la productividad de la agricultura romana, pero la extensión total de tierra cultivada durante el período romano probablemente no fue superada hasta siglos recientes. Había una tradición bien desarrollada de elaboración de manuales de agricultura, aunque en realidad se trataba más de trabajos sobre la administración de propiedades que de detalles prácticos de los métodos agrícolas. Los trabajos supervivientes más influyentes eran de los aristócratas romanos M. Porcio Catón, M. Terencio Varrón y del español Columela (K. D. White, 1977). Estas fuentes trataban de manera desigual a los diversos componentes de la agricultura: la viticultura generalmente tiene el primer lugar en términos de extensión de la exposición (reflejando el interés de un viejo aristócrata en la producción de vino), después los cereales y luego los olivos. La cría de ganado aparece en forma prominente en la exposición de Varrón, al igual que el cultivo de las hortalizas, y en términos generales la finca agrícola romana “ideal” parece haber sido concebida como una unidad agrícola mixta autosuficiente. Todo los escritores describen también la gestión del trabajo esclavo (mostrando el contexto italiano de su experiencia –los esclavos rurales eran mucho menos comunes en las provincias) en la construcción de los edificios residenciales (villas). El más espectacular ejemplo arqueológico de una de estas residencias aristocráticas italianas es la villa de Settefinestre cerca de Cosa (Carandini et al., 1984).

    Sabemos por otras fuentes romanas que un resultado de la expansión romana era la creación de un gran número de pequeños propietarios, en partea través de la asignación de tierra a soldados retirados. Sin embargo, ellos no figuran en los trabajos de los agrónomos y la evidencia arqueológica sugiere que había una tendencia en muchas áreas hacia la consolidación de grandes propiedades (descritas como latifundia en Italia), en detrimento de las anteriores distribuciones más pequeñas. Muchos agricultores terminaron sirviendo como tenentes más que como propietarios y, particularmente fuera de Italia, la importancia de este tipo de trabajo dependiente como apoyo de las grandes propiedades no se puede sobrestimar (Garnsey, 1980; Kehoe, este volumen).

    En muchos aspectos, la realidad de la agricultura romana en las provincias fue bastante diferente de la descripción que obtenemos de las fuentes literarias y sus prácticas en Italia. Aunque podemos detectar la formación de grandes propiedades en muchas regiones, junto con la aparición de una “economía de villa”, hay varios casos claros de especialización de cultivos. La evidencia papirológica del archivo de Heroninos, relacionada con una propiedad en El Fayum egipcio, revela una infraestructura compleja que vinculaba a varias unidades productivas. Aunque productora de una variedad de cultivos, el principal de estos para la venta era el vino, que era producido y comercializado en una escala bastante grande (Rathbone, 1991). Especializaciones regionales similares pueden detectarse en la producción de aceite de oliva en el sur de España y en varias regiones en el norte de África (D. J. Mattingly, 1988a), y de vino en el sur de la Galia (Tchernia y Brun, 1999). Estas historias de éxito económico también eran igualadas por regiones como Grecia, donde el período romano temprano parece haber sido de contracción y subdesarrollo, en contraste con el desarrollo renovado en tiempos romanos tardíos (Alcock, 1993).

    En la Europa templada fuera de la zona mediterránea, la existencia de suelos más pesados fue compensada por lluvias más confiables y abundantes. El cultivo de cereal pasó a estar más desarrollado, y la viticultura se extendió muy al norte de los límites anteriores, llegando incluso hasta Britania y Germania. El olivo, por otro lado, quedaba restringido a la zona climática mediterránea debido a su vulnerabilidad al frío. La cría de ganado para carne y productos secundarios fue en general un elemento más importante en el noroeste de Europa, al aprovechar los abundantes pastos (A. King, 2001). La cerveza producida de la malta de cebada, y el uso de grasas animales en las comidas y para la iluminación permanecieron como marcas culturales principales del norte, a pesar de los avances parciales de los productores de vino e importaciones de aceite de oliva.

    En el norte de África, dos regiones fueron cruciales para la producción de los cereales necesarios para alimentar a la ciudad de Roma: el delta del Nilo en Egipto y el norte de Túnez. Se puede observar en ambas regiones la existencia de grandes haciendas imperiales y de una infraestructura compleja para la recolección de los granos de la annona de otros productores (D. Crawford, 1976; Kehoe, 1988a; Rickman, 1980). Las tierras menos adecuadas para los cereales en África estaban muy desarrolladas para otros cultivos, notablemente el olivo, lo que hacía del norte de África una región económicamente mucho más dinámica de lo que su agricultura moderna sugeriría (D.J. Mattingly, 1988a).

    Existe una amplia literatura sobre la gestión y la organización de la producción rural romana (ver Kehoe, este volumen). Las economías provinciales romanas pueden haber sido construidas sobre el trabajo de los lotes de los campesinos, pero fueron dominadas por la producción de los jugadores más grandes, y las haciendas grandes fueron una característica de la mayoría de las provincias del mundo romano. La conclusión más importante obtenida por la evidencia arqueológica y documental relacionada con estas grandes propiedades es que ellas podían ser extremadamente grandes en escala y también organizadas en forma racional, por lo que la rentabilidad y los costos podrían ser evaluados adecuadamente, y se ligaban en redes comerciales más amplias para disponer de sus a menudo considerables excedentes. La propiedad de Apiano en El Fayum, por ejemplo, abarca varias unidades de producción, basadas en aldeas, cada una bajo el control financiero de un phrontistês, con un sistema muy sofisticado de contabilidad mensual que podría tener en cuenta las transferencias internas de papeles de vencimiento por el préstamo de animales y el trabajo entre las diferentes unidades (Rathbone, 1991). La evidencia arqueológica sostiene la visión de que tales propiedades podrían haber generado enormes excedentes –como se demuestra en el caso de la producción de vino en los sitios en Italia y el sur de Francia, que poseían tres-cuatro prensas y bodegas de vino fermentado capaces de producir y almacenar varios, centenares de miles de litros (Amouretti y Brun, 1993; Carandini et al., 1984). En Libia, la mayor fábrica de aceite de oliva (aceiteras) descubierta hasta ahora contenía 17 enormes prensas de oliva, capaces de procesar en un año pico mucho más de 100.000 litros de aceite de oliva (D. J. Mattingly, 1988b).


    2.4: Agricultura is shared under a CC BY-NC-SA 4.0 license and was authored, remixed, and/or curated by David Mattingly, Traducción: Dr. Diego Santos, Revisión: Dr. Sergio González Sánchez.