12.4: Conclusión
- Page ID
- 102706
En muchos sentidos, tanto James Monroe como Andrew Jackson —ambos vivieron la era revolucionaria— sirvieron como símbolos para su edad. Monroe representó a la élite política de esa generación que esperaba a través de su servicio de gobierno preservar cierta semblanza de orden en Estados Unidos. Si bien los buenos sentimientos invadieron su tiempo en el cargo, su presidencia se remontaba a la ceremonia de la Era Federalista. Jackson representó al individuo común de esa generación que vio la ruptura con Gran Bretaña como una oportunidad para la movilidad social y económica para los estadounidenses promedio. Es cierto que Jackson había viajado bastante lejos de sus humildes orígenes, pero aún así logró hablar con y para aquellos estadounidenses que querían que los principios democráticos significaran algo en sus propias vidas.
De 1815 a 1840, Estados Unidos llegó a la mayoría de edad económica y políticamente. La revolución del mercado cambió la manera en que el pueblo estadounidense se relacionaba entre sí y con su gobierno, sobre todo porque ese gobierno buscaba promover el crecimiento económico. El surgimiento del segundo sistema de partidos integrado por los demócratas y los whigs ayudó al pueblo estadounidense a dar sentido a los cambios que afectan a la nación. Para 1840, habían aceptado la idea de que los partidos políticos permanentes ayudarían a definir los importantes temas políticos y económicos de la época y proporcionarían un medio para el debate público sobre esos temas. Además, veían a los partidos políticos como la mejor manera de salvaguardar los principios democráticos y las libertades personales. No obstante, los debates centrales sobre los derechos de los estados y los derechos del gobierno federal dejaron sin respuesta una pregunta —el futuro de la esclavitud—. Y sin respuesta, esa pregunta se convirtió en un elemento peligroso y venenoso en la vida estadounidense.