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5.10: La arquitectura de la lectura de la mente

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    Las interacciones sociales implican coordinar las actividades de dos o más agentes. Incluso algo tan básico como una conversación entre dos personas está altamente coordinado, con voces, gestos y expresiones faciales utilizadas para orquestar acciones conjuntas (Clark, 1996). Fundamental para coordinar tales interacciones sociales es nuestra capacidad de predecir las acciones, el interés y las emociones de los demás. De manera genérica, el estudio de la capacidad de hacer tales predicciones se llama el estudio de la teoría de la mente, porque muchos teóricos argumentan que estas predicciones están enraizadas en nuestra suposición de que otros, como nosotros, tienen mentes o estados mentales. Como resultado, los investigadores llaman a nuestra capacidad de predecir las acciones de los demás, leer o mentalizar la mente (Goldman, 2006). “Tener un estado mental y representar a otro individuo como tener tal estado son asuntos completamente diferentes. Esta última actividad, la mentalización o la lectura de la mente, es una actividad de segundo orden: Es la mente pensando en las mentes” (p. 3).

    Hay tres teorías generales que compiten sobre cómo los humanos realizan la lectura de la mente (Goldman, 2006). El primero es la teoría de la racionalidad, una versión de la cual se introdujo en el Capítulo 3 bajo la forma de la postura intencional (Dennett, 1987). Según la teoría de la racionalidad, la lectura de la mente se realiza a través de la atribución de contenidos a los supuestos estados mentales de los demás. Además, asumimos que otros agentes son racionales. Como resultado, los comportamientos futuros se predicen al inferir qué comportamientos futuros siguen racionalmente a partir de los contenidos atribuidos. Por ejemplo, si le atribuimos a alguien la creencia de que tocar el piano solo se puede mejorar practicando a diario, y también le atribuimos el deseo de mejorar en el piano, entonces según la teoría de la racionalidad sería natural predecir que practicarían piano a diario.

    Un segundo relato de la mentalización se llama teoría-teoría (Goldman, 2006). La teoría-teoría surgió de estudios sobre el desarrollo de la teoría de la mente (Gopnik & Wellman, 1992; Wellman, 1990) así como de la investigación sobre el desarrollo cognitivo en general (Gopnik & Meltzoff, 1997; Gopnik, Meltzoff, & Kuhl, 1999). Teoría-teoría es la posición de que nuestra comprensión del mundo, incluyendo nuestra comprensión de otras personas en él, está guiada por teorías ingenuas (Goldman, 2006). Estas teorías son similares en forma a las teorías empleadas por los científicos, porque una teoría ingenua del mundo, eventualmente, será revisada a la luz de pruebas contradictorias.

    Bebés y científicos comparten la misma maquinaria cognitiva básica. Tienen programas similares, y se reprograman de la misma manera. Formulan teorías, hacen y prueban predicciones, buscan explicaciones, hacen experimentos y revisan lo que saben a la luz de nuevas evidencias. (Gopnik, Meltzoff, & Kuhl, 1999, p. 161)

    No hay un papel especial para un principio de racionalidad en la teoría-teoría, que lo distingue de la teoría de la racionalidad (Goldman, 2006). Sin embargo, es claro que ambos enfoques para la mentalización son sorprendentemente clásicos por naturaleza. Esto se debe a que ambos se basan en representaciones. Uno percibe el entorno social, luego piensa (aplicando la racionalidad o usando una teoría ingenua), y luego finalmente predice acciones futuras de los demás. Una tercera teoría de la lectura mental, la teoría de la simulación, ha surgido como rival a la teoría-teoría, y algunas de sus versiones postulan un relato encarnado de la mentalización.

    La teoría de la simulación es la visión que la mente de la gente lee replicando o emulando los estados de los demás (Goldman, 2006). En la teoría de la simulación, “el aprendizaje mental incluye un papel crucial para ponerse en los zapatos de los demás. Incluso puede ser parte del diseño del cerebro generar estados mentales que coincidan, o resuenen con, estados de personas que uno está observando” (p. 4).

    Los orígenes modernos de la teoría de la simulación descansan en dos artículos filosóficos de la década de 1980, uno de Gordon (1986) y otro de Heal (1986). Gordon (1986) señaló que el punto de partida para explicar cómo predecimos el comportamiento de los demás debería ser investigar nuestra capacidad para predecir nuestras propias acciones. Podemos hacerlo con una precisión extremadamente alta porque “nuestras declaraciones de intención inmediata están causalmente ligadas a algún precursor real de la conducta: quizás aprovechando los 'planes' de comportamiento actualizados del cerebro o en los 'mandamientos ejecutivos' que están a punto de guiar las secuencias motoras relevantes” (p. 159).

    Para Gordon (1986), nuestra capacidad para predecir con precisión nuestro propio comportamiento fue una especie de razonamiento práctico. Procedió a argumentar que ese razonamiento también podría utilizarse en intentos de predecir otros. Podríamos predecir otros, o predecir nuestro propio comportamiento futuro en situaciones hipotéticas, simulando razonamientos prácticos.

    Para simular el razonamiento práctico apropiado puedo dedicarme a una especie de juego simulado: pretender que las condiciones indicadas realmente obtienen, quedando todas las demás condiciones (en la medida en que sea lógicamente posible y físicamente probable) tal como están actualmente; luego continuando el imaginario tratar de 'tomar una decisión' qué hacer dadas estas condiciones (modificadas). (Gordon, 1986, p. 160)

    Un elemento clave de tal “juego de simulación” es que la salida conductual se toma fuera de línea.

    La propuesta de Gordon hace que la teoría de la simulación se aparte de las otras dos teorías de la lectura mental al reducir su dependencia de los contenidos mentales atribuidos. Para Gordon (1986, p. 162), cuando alguien simula razonamientos prácticos para hacer predicciones sobre otra persona, “están 'poniéndose en los zapatos del otro' en un sentido de esa expresión: es decir, se proyectan en la situación del otro, pero sin ningún intento de proyectarse, como nosotros decir, la 'mente' del otro”. Heal (1986) propuso un enfoque similar, al que llamó replicación.

    Han surgido diversas variaciones de la teoría de la simulación (Davies & Stone, 1995a, 1995b), haciendo problemática una declaración definitiva de sus características fundamentales (Heal, 1996). Algunas versiones de la teoría de la simulación siguen siendo de naturaleza muy clásica. Por ejemplo, la simulación podría proceder estableciendo los valores de una serie de variables para definir una situación de interés. Estos valores podrían entonces ser proporcionados a un sistema de razonamiento clásico, que utilizaría estos valores representados para hacer predicciones plausibles.

    Supongamos que me interesa predecir la acción de alguien... Me coloco en lo que tomo para ser su estado inicial imaginando el mundo como aparecería desde su punto de vista y luego deliberé, razono y reflexiono para ver qué decisión surge. (Heal, 1996, p. 137)

    Algunos críticos de la teoría de la simulación argumentan que es tan cartesiana como otras teorías de lectura mental (Gallagher, 2005). Por ejemplo, la noción de replicación de Heal (1986) explota habilidades mentales compartidas. Para ella, la lectura de la mente solo requiere la suposición de que otros “son como yo en ser pensadores, que poseen las mismas capacidades cognitivas fundamentales y propensiones que yo” (p. 137).

    Sin embargo, otras versiones de la teoría de la simulación son mucho menos cartesianas o clásicas por naturaleza. Gordon (1986, pp. 17—18) ilustró tal teoría con un ejemplo de The Purloined Letter de Edgar Allen Poe:

    Cuando deseo saber qué tan sabio, o cuán estúpido, o qué tan bueno, o cuán malvado es alguien, o cuáles son sus pensamientos en este momento, modelo la expresión de mi rostro, con la mayor precisión posible, de acuerdo con la expresión de su, y luego espero a ver qué pensamientos o sentimientos surgen en mi mente o corazón, como si coincidiera o correspondiera con la expresión. (Gordon, 1986, págs. 17—18)

    En el ejemplo de Poe, la lectura de la mente ocurre no usando nuestros mecanismos de razonamiento para tomar el lugar de otro, sino explotando el hecho de que compartimos cuerpos similares. El compositor David Byrne (1980) toma una posición relacionada en Seen and Not Seen, en la que imagina las implicaciones de que las personas puedan moldear su apariencia de acuerdo con algún ideal: “imaginaban que su personalidad se vería obligada a cambiar para adaptarse a la nueva apariencia.Es por eso que primero las impresiones suelen ser correctas”. La neurociencia cognitiva social transforma tales puntos de vista del arte en la teoría científica.

    En última instancia, la experiencia subjetiva es un formato de datos biológicos, un modo muy específico de presentación sobre el mundo, y el Ego es simplemente un evento físico complejo, un patrón de activación en su sistema nervioso central. (Metzinger, 208, p. 208)

    La versión del filósofo Robert Gordon de la teoría de la simulación (Gordon, 1986, 1992, 1995, 1999, 2005a, 2005b, 2007, 2008) proporciona un ejemplo de una teoría radicalmente encarnada de la lectura mental. Gordon (2008, p. 220) pudo “no ver ninguna razón para aferrarse a la suposición de que nuestra competencia psicológica depende principalmente de la aplicación de conceptos de estados mentales”. Esto se debe a que su teoría de simulación explotó el cuerpo exactamente de la misma manera que los robots basados en el comportamiento de Brook (1999) explotaron el mundo: como reemplazo de la representación (Gordon, 1999). “El propio sistema de control de comportamiento se emplea como modelo manipulable de otros sistemas similares.. Debido a que un sistema de control del comportamiento humano se está utilizando para modelar a otros, la información general sobre dichos sistemas es innecesaria” (p. 765).

    ¿Qué tipo de evidencia existe para apoyar una teoría de simulación más encarnada o menos cartesiana? Los investigadores han argumentado que la teoría de la simulación se apoya en el descubrimiento de los mecanismos cerebrales de interés para la neurociencia cognitiva social (Lieberman, 2007). En particular, se ha argumentado que las neuronas espejo proporcionan el sustrato neural que instancia la teoría de la simulación (Gallese & Goldman, 1998): “La actividad [neurona espejo] parece ser la forma de la naturaleza de meter al observador en los mismos 'zapatos mentales' que el objetivo, exactamente lo que la simulación conjeturada heurística pretende hacer” (p. 497—498).

    Es importante destacar que la combinación del sistema espejo y la teoría de la simulación implica que los “zapatos mentales” involucrados en la lectura de la mente no son representaciones simbólicas. En cambio, son representaciones motoras; son acciones sobre objetos como las instancias del sistema espejo. Esto tiene enormes implicaciones para las teorías de las interacciones sociales, las mentes y los seres:

    Pocos grandes filósofos sociales del pasado habrían pensado que la comprensión social tenía algo que ver con la corteza premotora, y que las 'ideas motoras' jugarían un papel tan central en el surgimiento de la comprensión social. ¿Quién podría haber esperado que el pensamiento compartido dependiera de 'representaciones motoras' compartidas? (Metzinger, 2009, p. 171)

    Si las representaciones motoras son la base de las interacciones sociales, entonces la teoría de la simulación se convierte en un relato de lectura mental que se erige como una reacción contra las teorías representacionales clásicas. Las explicaciones de neuronas espejo de la teoría de simulación reemplazan los ciclos de sentido-pensamiento-acto con reflejos de acto sensorial de la misma manera que en el caso de la robótica basada en el comportamiento. Tal posición revolucionaria se está convirtiendo en algo común para los neurocientíficos que estudian el sistema espejo (Metzinger, 2009).

    El neurocientífico Vittorio Gallese, uno de los descubridores de las neuronas espejo, proporciona un ejemplo de esta posición radical:

    La cognición social no es sólo metacognición social, es decir, pensar explícitamente en los contenidos de la mente de algún otro por medio de representaciones abstractas. Ciertamente podemos explicar el comportamiento de los demás utilizando nuestra compleja y sofisticada habilidad mentalizadora. Mi punto es que la mayor parte del tiempo en nuestras interacciones sociales diarias, no necesitamos hacer esto. Tenemos un acceso mucho más directo al mundo experiencial del otro. Esta dimensión de la cognición social se encarna, en el sentido de que media entre nuestro conocimiento experiencial multimodal de nuestro propio cuerpo vivido y la forma en que experimentamos a los demás. (Metzinger, 2009, p. 177)

    La filosofía cartesiana se basó en un extraordinario acto de escepticismo (Descartes, 1996). En su búsqueda de la verdad, Descartes creía que no podía confiar en su conocimiento del mundo, ni siquiera de su propio cuerpo, porque tal conocimiento podría ser ilusorio.

    Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las formas, los sonidos y todas las cosas externas son meramente los delirios de los sueños que él [un demonio maligno] ha ideado para atrapar mi juicio. Me consideraré como no tener manos ni ojos, ni carne, ni sangre o sentidos, sino como creer falsamente que tengo todas estas cosas. (Descartes, 1996, p. 23)

    La mente cartesiana incorpórea se funda en el mito del mundo externo.

    Las teorías encarnadas de la mente revierten el escepticismo cartesiano El cuerpo y el mundo son tomados como fundamentales; es la mente o el yo holístico lo que se ha convertido en el mito. Sin embargo, algunos han argumentado que nuestra noción de un yo interno holístico es ilusoria (Clark, 2003; Dennett, 1991, 2005; Metzinger, 2009; Minsky, 1985, 2006; Varela, Thompson, & Rosch, 1991). “Estamos, en definitiva, en las garras de una ilusión seductora pero bastante insostenible: la ilusión de que los mecanismos de la mente y del yo pueden desarrollarse en última instancia sólo en alguna etapa privilegiada marcada por la buena bolsa de piel anticuada” (Clark, 2003, p. 27).


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