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LibreTexts Español

1.11: Libro XI

  • Page ID
    92655
    • Homer (translated by Samuel Butler)
    • Ancient Greece

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    En la madrugada la lucha es igual, pero Agamenón vuelve la fortuna del día hacia los aqueos hasta que resulta herido y abandona el Campo—Héctor luego conduce todo delante de él hasta que es herido por Diomed—París hiere a Diomed—Ulises, Néstor e Idomeno realizan prodigios de valor— Machaon está herido— Néstor lo expulsa en su carro —Aquiles ve a la pareja conduciendo hacia el campamento y envía a Patroclo a preguntar quién es el que está herido— Este es el comienzo del mal para Patroclo— Néstor hace un largo discurso.

    Y ahora cuando Dawn se levantó de su sofá junto a Tithonus, presagio de luz por igual a mortales e inmortales, Jove envió a la feroz Discordia con la bandera de la guerra en sus manos a las naves de los aqueos. Ella tomó su posición junto al enorme casco negro del barco de Ulises que era el más medio de todos, para que su voz pudiera llevar más lejos a ambos lados, por un lado hacia las carpas del Ajax hijo de Telamón, y por el otro hacia las de Aquiles, pues estos dos héroes, bien asegurados de su propia fuerza, tenían valientemente elaboraron sus naves en los dos extremos de la línea. Allí tomó su posición, y levantó un grito a la vez fuerte y estridente que llenó de coraje a los aqueos, dándoles corazón para luchar resueltamente y con todas sus fuerzas, para que prefirieran quedarse ahí y hacer batalla que volver a casa en sus naves.

    El hijo de Atreo gritó en voz alta y ordenó a los arregos ceñirse para la batalla mientras se ponía la armadura. Primero ceñía sus buenas chicharrones alrededor de sus piernas, haciéndolas rápidas con broches de plata en los tobillos; y alrededor de su pecho puso el peto que Cinyras le había regalado una vez como regalo invitado. Se había ruiado en el extranjero hasta Chipre que los aqueos estaban a punto de navegar hacia Troya, y por lo tanto se lo dio al rey. Tenía diez cursos de ciano oscuro, doce de oro y diez de estaño. Había serpientes de ciano que se levantaban hacia el cuello, tres a cada lado, como los arcoíris que el hijo de Saturno ha puesto en el cielo como señal para los hombres mortales. Sobre sus hombros arrojó su espada, tachonada de jefes de oro; y la vaina era de plata con una cadena de oro con la que colgarla. Además, se llevó el escudo ricamente dight que cubría su cuerpo cuando estaba en batalla, justo de ver, con diez círculos de bronce corriendo a su alrededor. En el cuerpo del escudo había veinte jefes de hojalata blanca, con otro de ciano oscuro en el medio: este último fue hecho para mostrar la cabeza de una Gorgona, feroz y sombría, con Rout y Pánico a ambos lados. La banda para que atravesara el brazo era de plata, en la que había una serpiente retorcida de ciano con tres cabezas que salía de un solo cuello, y entraba y salía entre sí. En su cabeza Agamenón puso un casco, con un pico antes y detrás, y cuatro penachos de pelo de caballo que asintieron de manera peligrosa por encima de él; luego agarró dos indudables lanzas calzadas de bronce, y el destello de su armadura le disparó como una llama hacia el firmamento, mientras Juno y Minerva tronaban en honor al rey de miceno rico.

    Cada hombre dejaba ahora sus caballos a cargo de su auriga para mantenerlos preparados junto a la trinchera, mientras entraba en batalla a pie vestido con plena armadura, y un poderoso alboroto se elevó en lo alto hasta el amanecer. Los jefes estaban armados y en la trinchera antes de que llegaran los caballos, pero estos surgieron actualmente. El hijo de Saturno envió un presagio de sonido maligno alrededor de su anfitrión, y el rocío se puso rojo de sangre, pues estaba a punto de enviar a muchos hombres valientes que bajaban corriendo al Hades.

    Los troyanos, al otro lado sobre la vertiente ascendente de la llanura, se reunieron alrededor del gran Héctor, las nobles Polidamas, Eneas que fue honrado por los troyanos como un inmortal, y los tres hijos de Antenor, Polibus, Agenor, y el joven Acamas bellísimo como un dios. El escudo redondo de Héctor se mostró en el rango frontal, y como alguna estrella tonta que brilla por un momento a través de una renta en las nubes y vuelve a estar escondida debajo de ellas; aun así se veía ahora Héctor en las primeras filas y ahora otra vez en lo más obstaculizado, y su armadura de bronce brillaba como el relámpago de la Jove portadora de aegis.

    Y ahora como una banda de segadores cortan franjas de trigo o cebada sobre la tierra de un hombre rico, y las gavillas caen densas delante de ellas, aun así cayeron los troyanos y los aqueos unos sobre otros; no estaban de humor para ceder sino que lucharon como lobos, y ninguno de los bandos se apoderó del otro. La discordia se alegró mientras los veía, pues ella era el único dios que iba entre ellos; los demás no estaban allí, sino que se quedaban tranquilos cada uno en su propia casa entre los dells y valles del Olimpo. Todos ellos culparon al hijo de Saturno por querer dar la victoria a los troyanos, pero el padre Jove no los hizo caso: se mantuvo alejado de todos, y se sentó aparte en su gloriosa majestad, mirando hacia abajo la ciudad de los troyanos, las naves de los aqueos, el destello de bronce, y por igual sobre los asesinos y sobre los asesinado.

    Ahora, mientras el día se acababa y todavía era de mañana, sus dardos llovieron espesos unos sobre otros y la gente pereció, pero a medida que se acercaba la hora en que un leñador que trabajaba en algún bosque montañoso obtendrá su comida del mediodía —pues ha talado hasta que sus manos están cansadas; está cansado, y ahora debe tener comida— entonces el Danaans con un grito que sonó a través de todas sus filas, rompieron los batallones del enemigo. Agamenón los condujo, y mató primero a Bienor, un líder de su pueblo, y después a su compañero y auriga Oleo, quien saltó de su carro y se llenaba hacia él; pero Agamenón lo golpeó en la frente con su lanza; su visera de bronce no sirvió de nada contra el arma, que atravesó ambos bronce y hueso, de manera que le golpearon el cerebro y lo mataron en plena pelea.

    Agamenón les quitó las camisas y los dejó con los pechos desnudos para mentir donde habían caído. Luego pasó a matar a Isus y Antifus dos hijos de Príamo, el uno un bastardo, el otro nacido en matrimonio; estaban en el mismo carro —el cabrón manejando, mientras que el noble Antifus luchaba a su lado. Aquiles había llevado una vez a los dos prisioneros en los claros de Ida, y los había atado con víveres frescos mientras pastoreaban, pero él había tomado un rescate por ellos; ahora, sin embargo, Agamenón hijo de Atreo hirió a Isus en el pecho por encima del pezón con su lanza, mientras golpeaba con fuerza a Antifo por la oreja y tiraba él de su carro. Enseguida les quitó su buena armadura y los reconoció, pues ya los había visto en los barcos cuando Aquiles los trajo de Ida. Como un león se sujeta a los cervatillos de una trasera y los aplasta en sus grandes mandíbulas, robándoles su tierna vida mientras él regresaba a su guarida—la trasera no puede hacer nada por ellos aunque esté cerca, porque ella está en agonía de miedo, y vuela por el espeso bosque, sudando, y a su máxima velocidad ante el poderoso monstruo, entonces, ningún hombre de los troyanos pudo ayudar a Isus y a Antifus, porque ellos mismos estaban volando en pánico ante los arregas.

    Entonces el rey Agamenón se llevó a los dos hijos de Antimaco, Pisandro y valiente Hipóloco. Era Antimaco quien había sido el principal en impedir que Helen fuera restaurada a Menelao, pues en gran parte fue sobornado por Alejandro; y ahora Agamenón se llevó a sus dos hijos, ambos en el mismo carro, tratando de llevar a sus caballos a una posición, pues habían perdido las riendas y los caballos estaban locos de miedo. El hijo de Atreo brotó sobre ellos como un león, y la pareja le rogó desde su carro. “Llévanos vivos”, exclamaron, “hijo de Atreo, y recibirás un gran rescate por nosotros. Nuestro padre Antimachus tiene gran reserva de oro, bronce y hierro forjado, y de esto te satisfará con un rescate muy grande si se entera de que estamos vivos en las naves de los aqueos”.

    Con tan lamentables palabras y lágrimas suplicaron al rey, pero no escucharon a cambio ninguna respuesta lastimosa. “Si —dijo Agamenón— sois hijos de Antimaco, que una vez en un concilio de troyanos propusieron que Menelao y Ulises, que habían venido a vosotros como enviados, fueran asesinados y no sufridos para regresar, ahora pagarás por la maldad de tu padre”.

    Mientras hablaba derribó a Pisandro de su carro a la tierra, golpeándolo en el pecho con su lanza, para que recostara la cara más elevada sobre el suelo. Hipóloco huyó, pero él también hirió a Agamenón; le cortó las manos y la cabeza, a la que mandó rodar entre la multitud como si se tratara de una pelota. Ahí los dejó mentir a ambos, y dondequiera que las filas fueran más gruesas allá volaba, mientras los otros aqueos lo seguían. Soldados de infantería condujeron a los soldados de a pie del enemigo en derrota ante ellos, y los mataron; los jinetes hicieron lo mismo por jinetes, y el tramp tronador de los caballos levantó una nube de polvo de la llanura. Después siguió el rey Agamenón, matándolos y animando a los aqueos. Como cuando algún bosque poderoso está en llamas —las ráfagas ondulantes hacen que el fuego arda en todas direcciones hasta que los matorrales se marchitan y se consumen antes del estallido de la llama— aun así cayeron las cabezas de los troyanos voladores ante Agamenón hijo de Atreo, y muchos nobles corceles dibujaron un carro vacío a lo largo de las carreteras de guerra, por falta de conductores que estaban tirados en la llanura, más útiles ahora para los buitres que para sus esposas.

    Jove alejó a Héctor de los dardos y el polvo, con la carnicería y el estruendo de la batalla; pero el hijo de Atreo aceleró hacia adelante, gritando lujuriosamente a los daneses. Volaron junto a la tumba del viejo Ilus, hijo de Dardano, en medio de la llanura, y más allá del lugar de la higuera salvaje que hacía siempre para la ciudad —el hijo de Atreo seguía gritando, y con las manos todo bedrabed de sangre; pero cuando habían llegado a las puertas escaea y al encino, allí se detuvieron y esperaron para que los demás se acerquen. Mientras tanto los troyanos continuaban volando sobre la mitad de la llanura como una manada de vacas enloquecidas de susto cuando un león los atacó en la oscuridad de la noche —brota sobre una de ellas, se apodera de su cuello en las garras de sus fuertes dientes y luego le regala la sangre y se agarra sobre sus entrañas— aun así lo hizo Rey Agamenón hijo de Atreo persiguen al enemigo, masacrando siempre lo más atrás mientras huían pell-mell ante él. Muchos hombres fueron arrojados de cabeza de su carro por la mano del hijo de Atreo, pues empuñó su lanza con furia.

    Pero cuando estaba a punto de llegar a la muralla alta y a la ciudad, el padre de dioses y hombres bajó del cielo y tomó su asiento, rayo en mano, sobre la cresta de Ida de muchas fuentes. Luego le dijo a Iris de las alas doradas que llevara un mensaje para él. “Ve”, dijo él, “flota Iris, y háblale así a Hector—di que mientras vea a Agamenón encabezando a sus hombres y haciendo estragos en las filas troyanas, va a mantenerse distante y hacer que los demás soporten la peor parte de la batalla, pero cuando Agamenón sea herido ya sea por lanza o flecha, y se lleve a su carro, entonces voy a avale fuerza para matar hasta que llegue a los barcos y caiga la noche al caer el sol”.

    Iris escuchaba y obedeció. Abajo se fue a Ilio fuerte desde las crestas de Ida, y encontró a Héctor hijo de Príamo parado junto a su carro y caballos. Entonces ella dijo: “Héctor hijo de Príamo, par de dioses en consejo, el padre Jove me ha enviado a llevarte este mensaje, siempre y cuando veas a Agamenón encabezando a sus hombres y haciendo estragos en las filas troyanas, debes mantenerte distante y hacer que los demás lleven la peor parte de la batalla, pero cuando Agamenón es herido ya sea por lanza o flecha, y lleva a su carro, entonces Jove te dará la fuerza para matar hasta que llegues a las naves, y hasta que caiga la noche al caer el sol”.

    Cuando ella había hablado así Iris lo dejó, y Héctor saltó completamente armado de su carro al suelo, blandiendo su lanza mientras recorría por todas partes entre el anfitrión, animando a sus hombres a pelear, y agitando la temida lucha de la batalla. Entonces los troyanos rodaron alrededor, y nuevamente se encontraron con los aqueos, mientras que los Argives de su parte fortalecieron sus batallones. La batalla estaba ahora en conjunto y se pararon cara a cara el uno con el otro, Agamenón siempre presionando hacia adelante en su afán de estar por delante de todos los demás.

    Dime ahora las Musas que habitan en las mansiones del Olimpo, ¿quién, ya sea de los troyanos o de sus aliados, fue el primero en enfrentar a Agamenón? Se trataba de Iphidamas hijo de Antenor, un hombre a la vez valiente y de gran estatura, quien fue criado en Tracia fértil, madre de ovejas. Cisses, el padre de su madre, lo crió en su propia casa cuando era niño —Cisses, padre de bello Theano. Al llegar a la hombría, Cisses lo habría mantenido ahí, y era por darle a su hija en matrimonio, pero en cuanto se casó se dispuso a luchar contra los aqueos con doce barcos que le seguían: estos los había dejado en Percote y había llegado por tierra a Ilio. Fue el que ahora conoció a Agamenón hijo de Atreo. Cuando estaban de cerca el uno con el otro, el hijo de Atreo falló su puntería, y Iphidamas lo golpeó en la faja debajo de la coraza y luego se arrojó sobre él, confiando en su fuerza de brazo; la faja, sin embargo, no fue perforada, ni casi así, porque la punta de la lanza golpeó contra la plata y estaba se apartó como si hubiera sido plomo: el rey Agamenón la cogió de la mano, y la atrajo hacia él con la furia de un león; luego sacó su espada, y mató a Ifidamas golpeándolo en el cuello. Así que allí se acostó el pobre compañero, durmiendo como si fuera de bronce, asesinado en defensa de sus conciudadanos, lejos de su esposa casada, de la cual no había tenido alegría aunque hubiera dado mucho por ella: había dado cien cabezas de ganado abajo, y había prometido más tarde dar mil ovejas y cabras mezcladas, de las innumerables bandadas de las que estaba poseído. Agamenón hijo de Atreo lo despojó entonces, y se llevó su armadura al hueste de los aqueos.

    Cuando el noble Coon, el hijo mayor de Antenor, vio esto, doloridos de hecho estaban sus ojos al ver a su hermano caído. Invisto por Agamenón se metió a su lado, lanza en mano, y lo hirió en medio de su brazo debajo del codo, pasando la punta de la lanza justo por el brazo. Agamenón estaba convulsionado de dolor, pero aún así ni siquiera por esto dejó de luchar y pelear, sino que agarró su lanza que volaba como flota como el viento, y saltó sobre Coon que intentaba arrastrar el cuerpo de su hermano, el hijo de su padre, por el pie, y lloraba pidiendo ayuda a todos los más valientes de sus compañeros; pero Agamenón lo golpeó con una lanza calzada de bronce y lo mató mientras arrastraba el cadáver a través de la prensa de hombres al amparo de su escudo: luego le cortó la cabeza, de pie sobre el cuerpo de Ifidamas. Así los hijos de Antenor encontraron su suerte a manos del hijo de Atreo, y bajaron a la casa del Hades.

    Mientras la sangre todavía brotaba caliente de su herida Agamenón iba atacando las filas del enemigo con lanza y espada y con grandes puñados de piedra, pero cuando la sangre había dejado de fluir y la herida se secaba, el dolor se hizo grande. Como los punzantes punzantes que los Eilituiae, las diosas del parto, las hijas de Juno y los dispensadores de dolor cruel, mandan sobre una mujer cuando está en trabajo de parto, aún tan afilados fueron los dolores del hijo de Atreo. Se subió a su carro, y le pidió a su auriga que condujera a los barcos, porque estaba en gran agonía. Con voz fuerte y clara gritó a los daneses: “Mis amigos, príncipes y consejeros de los Argives, defiendan ustedes mismos las naves, porque Jove no me ha sufrido para luchar todo el día contra los troyanos”.

    Con esto el auriga giró sus caballos hacia las naves, y volaron hacia adelante nada loth. Sus pechos eran blancos con espuma y sus vientres con polvo, ya que sacaban de la batalla al rey herido.

    Cuando Héctor vio a Agamenón abandonar el campo, gritó a los troyanos y licios diciendo: “Troyanos, licios y guerreros dardanos, sean hombres, amigos míos, y absuelven valientemente en la batalla; su padrino los ha dejado, y Jove me ha dado un gran triunfo; carga al enemigo con tus carros para que puedas ganar aún mayor gloria”.

    Con estas palabras puso corazón y alma en todas ellas, y como un cazador persigue a sus perros contra un león o jabalí, aun así lo hizo Héctor, par de Marte, acosaba a los orgullosos troyanos contra los aqueos. Lleno de esperanza se sumergió entre los más importantes, y cayó en la pelea como una tempestad feroz que se abunda sobre el mar, y azota sus profundas aguas azules en furia.

    ¿Qué, entonces, es la historia completa de aquellos a quienes Héctor hijo de Príamo mató en la hora del triunfo que Jove le aseguró entonces? Primero Aseo, Autonous y Opitas; Dolops hijo de Clicio, Ophelcio y Agelao; Esymnus, Orus e Hipónico firmes en la batalla; estos caciques de los aqueos mataron a Héctor, y luego cayó sobre las bases. Como cuando el viento del oeste acurruca las nubes del blanco sur y las golpea con la fiereza de su furia —las olas del mar ruedan alto, y el espray es arrojado en alto en la ira del viento errante— aún tan gruesas fueron las cabezas de ellos que cayeron de la mano de Héctor.

    Todo se había perdido entonces y no había ayuda para ello, y los aqueos habrían huido pell-mell a sus naves, no si Ulises no le hubiera gritado a Diomed: “Hijo de Tideo, ¿qué nos ha pasado para olvidar así nuestra destreza? Ven, buen amigo, quédate a mi lado y ayúdame, seremos avergonzados para siempre si Héctor toma las naves”.

    Y Diomed respondió: “Vengan lo que pase, yo me mantendré firme; pero tendremos escasa alegría de ello, porque Jove tiene la mente de dar la victoria a los troyanos en lugar de a nosotros”.

    Con estas palabras golpeó a Thimbreo desde su carro hasta el suelo, golpeándolo en el pecho izquierdo con su lanza, mientras que Ulises mató a Molion que era su escudero. Estos los dejaron mentir, ahora que habían detenido sus combates; los dos héroes luego continuaron haciendo estragos con el enemigo, como dos jabalíes que se vuelven furiosos y desgarran a los sabuesos que los cazan. Así se volvieron contra los troyanos y los mataron, y los aqueos estaban agradecidos de tener tiempo para respirar en su huida de Héctor.

    Luego se llevaron con su carro a dos príncipes, los dos hijos de Merops de Percote, quienes sobresalieron a todos los demás en las artes de la adivinación. Había prohibido a sus hijos ir a la guerra, pero no le obedecían, pues el destino los atrajo a su caída. Diomed hijo de Tideo los mató a ambos y los despojó de su armadura, mientras que Ulises mató a Hipódamo e Hipeiroco.

    Y ahora el hijo de Saturno mientras miraba hacia abajo de Ida ordenó que ninguna de las partes tuviera la ventaja, y siguieron matándose unos a otros. El hijo de Tideo lanzó a Agastrofo hijo de Paeón en la articulación de la cadera con su lanza. Su carro no estaba a la mano para que volara con él, tan ciegamente confiado había estado. Su escudero se encargó de ello a cierta distancia y estuvo peleando a pie entre los más importantes hasta que perdió la vida. Héctor pronto marcó los estragos que estaban haciendo Diomed y Ulises, y los abalanzó con un fuerte grito, seguido de las filas troyanas; el valiente Diomed se consternó al verlos, y dijo a Ulises que estaba a su lado: “El gran Héctor nos está derribando y nos desharemos; mantengámonos firmes y esperemos su inicio .”

    Encoló su lanza mientras hablaba y la tiró, ni perdió su marca. Había apuntado a la cabeza de Héctor cerca de la parte superior de su casco, pero el bronce estaba girado por el bronce, y Héctor estaba intacto, pues la lanza se quedó por el timón visurado hecho con tres placas de metal, que Febo Apolo le había dado. Héctor saltó de nuevo con una gran atadura al amparo de las filas; cayó de rodillas y se apuntaló con su mano mocosa apoyada en el suelo, pues la oscuridad había caído sobre sus ojos. El hijo de Tideo habiendo arrojado su lanza se precipitó entre los luchadores más destacados, al lugar donde la había visto golpear el suelo; mientras tanto Héctor se recuperó y saltando de nuevo a su carro mezclado con la multitud, por lo que le salvó la vida. Pero Diomed le hizo con su lanza y le dijo: “Perro, otra vez te has escapado aunque la muerte estuvo cerca de tus talones. Febo Apolo, a quien entre tú rezo antes de que entres a la batalla, te ha vuelto a salvar, sin embargo te encontraré y te pondré fin en lo sucesivo, si hay algún dios que también me apoyará y será mi ayudante. Por el momento debo perseguir a aquellos a los que pueda poner las manos”.

    Mientras hablaba comenzó a despojar el botín al hijo de Paeón, pero Alejandro esposo de la encantadora Helen le apuntó una flecha, apoyándose contra un pilar del monumento que los hombres habían elevado a Ilus hijo de Dardano, gobernante en días de antaño. Diomed había quitado la coraza del pecho de Agastrofo, también su pesado casco, y el escudo de sus hombros, cuando París sacó su arco y dejó volar una flecha que no aceleró de su mano en vano, sino que atravesó el plano del pie derecho de Diomed, atravesándolo derecho y fijándose en el suelo. Al respecto París con una risa abundante saltó hacia adelante de su escondite, y se burló de él diciendo: “Estás herido — mi flecha no ha sido disparada en vano; sería que te hubiera golpeado en el vientre y te hubiera matado, porque así los troyanos, que te temen como cabras temen a un león, habrían tenido una tregua del mal”.

    Diomed todo impávido respondió: —Arquero, tú que sin tu arco no eres nada, calumniador y seductor, si fueras a ser juzgado en combate único luchando con plena armadura, tu arco y tus flechas te servirían en poco lugar. Vano es tu jactancia en que has arañado la planta de mi pie. No me importa más que si una chica o algún chico tonto me hubiera pegado. Un cobarde sin valor puede infligir sino una herida ligera; cuando hiero a un hombre aunque pero le rozo la piel es otra cosa, porque mi arma lo pondrá bajo. Su esposa le arrancará las mejillas por dolor y sus hijos quedarán huérfanos: allí se pudrirá, enrojeciendo la tierra con su sangre, y buitres, no mujeres, se reunirán alrededor de él”.

    Así habló, pero Ulises se acercó y se paró sobre él. Bajo esta cubierta se sentó a sacar la flecha de su pie, y agudo fue el dolor que sufrió al hacerlo. Entonces saltó a su carro y le ordenó al auriga que lo llevara a las naves, pues estaba enfermo de corazón.

    Ulises estaba ahora solo; ninguno de los Argives estaba a su lado, porque todos estaban aterrorizados. “¡Ay!”, se dijo para sí mismo en su consternación, “¿qué será de mí? Está enfermo si giro y vuelo antes de estas probabilidades, pero será peor si me dejan solo y me hacen prisionero, pues el hijo de Saturno ha golpeado de pánico al resto de los daneses. Pero, ¿por qué hablarme de esta manera? Bueno, sé que aunque los cobardes abandonen el campo, un héroe, ya sea que hiera o resultara herido, debe mantenerse firme y mantenerse firme”.

    Si bien estaba así en dos mentes, las filas de los troyanos avanzaron y lo encerraron, y amargamente llegaron a lamentarlo. Mientras sabuesos y jóvenes lujuriosos se metían sobre un jabalí que sallies de su guarida abrillantando sus colmillos blancos —lo atacan por todos lados y pueden escuchar el crujir de sus mandíbulas, pero a pesar de toda su fiereza aún mantienen su tierra— aun así furiosamente los troyanos atacaron a Ulises. Primero lanzó lanza en mano sobre Deiopitas y lo hirió en el hombro con un golpe descendente; después mató a Thoon y a Ennomus. Después de estos golpeó a Quersidamas en los lomos bajo su escudo ya que acababa de saltar de su carro; así cayó en el polvo y agarró la tierra en el hueco de su mano. Estos los dejó mentir, y pasó a herir a Charops hijo de Hipaso propio hermano al noble Socus. Socus, héroe que era, hizo toda velocidad para ayudarlo, y cuando estuvo cerca de Ulises dijo: “Ulíses muy famoso, insaciable de oficio y trabajo, este día o te jactarás de haber matado a ambos hijos de Hipaso y despojarlos de su armadura, o caerás ante mi lanza”.

    Con estas palabras golpeó el escudo de Ulises. La lanza atravesó el escudo y pasó por su coraza ricamente labrada, arrancando la carne de su costado, pero Pallas Minerva no la sufrió para perforar las entrañas del héroe. Ulises sabía que aún no había llegado su hora, pero cedió tierra y le dijo a Socus: “Desgraciado, ahora seguramente morirás. Me has impedido pelear más con los troyanos, pero ahora caerás por mi lanza, cediendo gloria a mí mismo, y tu alma al Hades de los nobles corceles”.

    Socus se había volado en vuelo, pero al hacerlo, la lanza lo golpeó en la espalda a mitad de camino entre los hombros, y le atravesó el pecho. Cayó pesadamente al suelo y Ulises se burló de él diciendo: “Oh Socus, hijo de Hipaso domador de caballos, la muerte ha sido demasiado rápida para ti y no te has escapado de él: pobre desgraciado, ni siquiera en la muerte tu padre y tu madre cerrarán tus ojos, pero los buitres rapaces te cubrirán con el aleteo de sus alas oscuras y te devoran. Mientras que a pesar de que caigo los aqueos me darán mis debidos ritos de entierro”.

    Diciendo así que sacó la pesada lanza de Socus de su carne y de su escudo, y la sangre brotó cuando se retiró la lanza para que se sintiera muy consternado. Cuando los troyanos vieron que Ulises estaba sangrando levantaron un gran grito y se encendieron en un cuerpo hacia él; por lo tanto, cedió terreno, y llamó a sus compañeros para que vinieran a ayudarlo. Tres veces lloró tan fuerte como el hombre puede llorar, y tres veces lo oyó valiente Menelao; se volvió, por lo tanto, hacia Ajax que estaba cerca de él y dijo: “Ajax, noble hijo de Telamón, capitán de tu pueblo, el grito de Ulises suena en mis oídos, como si los troyanos lo hubieran cortado y lo estuvieran empeorando mientras está con una sola mano. Abrámonos paso a través de la multitud; va a estar bien que lo defendamos; me temo que pueda llegar a hacer daño por todo su valor si se queda sin apoyo, y los daneses lo extrañarían profundamente”.

    Él lideró el camino y el poderoso Ajax se fue con él. Los troyanos se habían reunido alrededor de Ulises como chacales de montaña voraces alrededor de la canal de algún ciervo cornudo que ha sido golpeado con una flecha—el ciervo ha huido a toda velocidad mientras su sangre estaba caliente y su fuerza ha durado, pero cuando la flecha lo ha vencido, los chacales salvajes lo devoran en la sombra claros del bosque. Entonces el cielo envía allí a un feroz león, sobre el cual los chacales vuelan aterrorizados y el león les roba su presa; aun así los troyanos muchos y valientes se reunieron alrededor de Ulises astutos, pero el héroe se quedó a raya y los mantuvo alejados con su lanza. Entonces el Ajax se le acercó con su escudo como una pared, y se quedó con fuerza, sobre lo cual los troyanos huyeron en todas direcciones. Menelao tomó de la mano a Ulises, y lo sacó de la prensa mientras su escudero levantaba su carro, pero Ajax se precipitó furiosamente sobre los troyanos y mató a Doryclus, un bastardo hijo de Príamo; luego hirió a Pandocus, Lisandro, Piraso, y Pylartes; como algún torrente hinchado viene corriendo corriendo en plena inundación del montañas en la llanura, grandes con la lluvia de los cielos —muchos robles secos y muchos pinos lo engullen, y mucho barro lo derriba y arroja al mar— aun así el valiente Ajax persiguió furiosamente al enemigo por la llanura, matando tanto a hombres como a caballos.

    Héctor aún no sabía lo que hacía el Ajax, pues estaba peleando en el extremo izquierdo de la batalla por las orillas del río Scamander, donde la carnicería era más gruesa y el grito de guerra más fuerte alrededor de Néstor y el valiente Idomeno. Entre estos Héctor estaba haciendo gran matanza con su lanza y furioso manejo, y estaba destruyendo las filas que se oponían a él; aún así los aqueos no habrían cedido terreno, de no haber Alejandro marido de la encantadora Helen se quedó la destreza de Macaón, pastor de su pueblo, al herirlo en la derecha hombro con una flecha de triple púa. Los aqueos temían mucho que como la lucha se había vuelto contra ellos los troyanos pudieran tomarlo prisionero, e Idomeneo le dijo a Néstor: —Néstor hijo de Neleus, honra al nombre aqueo, monta tu carro de inmediato; lleva a Macaón contigo y conduce tus caballos a las naves lo más rápido que puedas. Un médico vale más que varios otros hombres juntos, pues puede cortar flechas y esparcir hierbas curativas”.

    Néstor caballero de Gerene hizo lo que Idomeneo había asesorado; de inmediato montó su carro, y Macaón hijo del afamado médico Esculapio, fue con él. Él amarró sus caballos y ellos volaron hacia adelante nada loth hacia las naves, como si por su propia voluntad.

    Entonces Cebriones viendo confundidos a los troyanos le dijo a Héctor desde su lugar a su lado: “Héctor, aquí estamos los dos peleando en el ala extrema de la batalla, mientras que los otros troyanos están en derrota pell-mell, ellos y sus caballos. Ajax hijo de Telamón los está conduciendo antes que él; lo conozco por la amplitud de su escudo: volvamos nuestro carro y caballos allá, donde el caballo y el pie pelean más desesperadamente, y donde el grito de batalla es más fuerte”.

    Con esto azotó sus corceles buenos, y al sentir el látigo sacaron el carro a toda velocidad entre los aqueos y troyanos, sobre los cuerpos y escudos de los que habían caído: el eje estaba salpicado de sangre, y el riel alrededor del carro estaba cubierto de salpicaduras tanto de los cascos de los caballos como de los neumáticos de las ruedas. Héctor se abrió paso y se arrojó al meollo de la pelea, y su presencia arrojó a los daneses a la confusión, pues su lanza no estuvo largamente ociosa; sin embargo aunque se fue entre las filas con espada y lanza, y lanzando grandes piedras, evitó al Ajax hijo de Telamón, porque Jove se habría enfadado con él si hubiera peleado a un hombre mejor que él mismo.

    Entonces el padre Jove desde su alto trono metió miedo en el corazón del Ajax, de manera que se quedó allí aturdido y arrojó su escudo detrás de él, mirando temerosamente a la multitud de sus enemigos como si fuera una bestia salvaje, y volviéndose de aquí y allá pero agachándose lentamente hacia atrás. Mientras campesinos con sus sabuesos persiguen a un león de su corral, y observan de noche para evitar que se lleve la púa de su rebaño, hace que su codicioso manantial, pero en vano, porque los dardos de muchos mano fuerte caen gruesos a su alrededor, con marcas ardientes que lo asustan por toda su furia, y cuando llega la mañana se escabulle frustrado y enojado; aun así lo hizo Ajax, muy en contra de su voluntad, se retiró enojado ante los troyanos, temiendo por las naves de los aqueos. O como algún culo perezoso al que le han roto muchos garrotes sobre su espalda, cuando entra a un campo empieza a comerse el maíz —los chicos lo golpean pero es demasiado para ellos, y aunque se acuestan con sus palos no pueden hacerle daño; aún cuando se ha llenado por fin lo sacan del campo— aun así lo hicieron los Los troyanos y sus aliados persiguen al gran Ajax, golpeando siempre la mitad de su escudo con sus dardos. De vez en cuando volteaba y mostraba pelea, reteniendo los batallones de los troyanos, y luego volvería a retirarse; pero impidió que alguno de ellos se dirigiera a las naves. Con una sola mano se paró a medio camino entre los troyanos y los aqueos: las lanzas que salían de sus manos clavaron a algunas de ellas en su poderoso escudo, mientras que muchas, aunque sedientas de su sangre, cayeron al suelo antes de que pudieran alcanzarlo hasta herir a su bella carne.

    Ahora, cuando Euripylus el valiente hijo de Euaemon vio que Ajax estaba siendo vencido por la lluvia de flechas, se le acercó y arrojó su lanza. Golpeó a Apisaón hijo de Phausio en el hígado debajo del abdomen, y lo puso bajo. Euripylus se precipitó sobre él, y le quitó la armadura de los hombros; pero cuando Alexandro lo vio, le apuntó una flecha que le golpeó en el muslo derecho; la flecha se rompió, pero el punto que quedó en la herida se arrastró en el muslo; retrocedió, por lo tanto, al amparo de sus compañeros para salvar su vida, gritando mientras lo hacía a los daneses: “Mis amigos, príncipes y consejeros de los Argives, se unen a la defensa del Ajax que está siendo vencido, y dudo que salga vivo de la lucha. Aquí, entonces, al rescate del gran Ajax hijo de Telamón”.

    Aun así lloró cuando resultó herido; sobre él se acercaron los demás, y se reunieron a su alrededor, sosteniendo sus escudos hacia arriba de sus hombros para darle cobertura. El Ajax luego hizo hacia ellos, y se dio la vuelta para pararse a raya tan pronto como había llegado a sus hombres.

    Así entonces pelearon por tratarse de un fuego llameante. En tanto las yeguas de Neleus, todas en espuma de sudor, sacaban de la pelea a Néstor, y con él Macaón pastor de su pueblo. Aquiles vio y tomó nota, pues estaba parado en la popa de su nave observando el duro estrés y la lucha de la pelea. Llamó desde el barco a su camarada Patroclus, quien lo escuchó en la tienda y salió luciendo como el mismo Marte —aquí efectivamente estaba el comienzo de los males que actualmente le sucedieron. “Por qué”, dijo, “Aquiles, ¿me llamas? ¿Qué quieres conmigo?” Y Aquiles respondió: “Noble hijo de Menoecio, hombre según mi propio corazón, entiendo que ahora tendré a los aqueos orando de rodillas, porque están muy estrechos; ve, Patroclo, y pregúntale a Néstor quién es el que está llevando heridos del campo; de su espalda debo decir que fue Machaon hijo de Esculapio, pero no pude ver su cara porque los caballos pasaban por mí a toda velocidad”.

    Patroclo hizo como su querido camarada le había pedido, y partió corriendo por los barcos y tiendas de campaña de los aqueos.

    Cuando Néstor y Macaón habían llegado a las tiendas del hijo de Neleus, desmontaron, y un esquire, Eurimedón, tomó los caballos del carro. La pareja se paró entonces en la brisa junto al mar para secar el sudor de sus camisas, y cuando lo habían hecho entraron y tomaron sus asientos. Fair Hecamedes, a quien Néstor le había concedido de Tenedos cuando Aquiles se lo llevó, les mezcló un lío; ella era hija de sabia Arsinoso, y los aqueos se la habían dado a Néstor porque él los sobresalió a todos en consejo. Primero les puso una mesa justa y bien hecha que tenía pies de ciano; sobre ella había un recipiente de bronce y una cebolla para darle gusto a la bebida, con miel y pasteles de harina de ceba. También había una taza de rara mano de obra que el anciano había traído consigo de su casa, tachonada de jefes de oro; tenía cuatro asas, en cada una de las cuales había dos palomas doradas alimentándose, y tenía dos pies para pararse. Nadie más difícilmente lo habría podido levantar de la mesa cuando estaba llena, pero Néstor pudo hacerlo con bastante facilidad. En esto la mujer, tan justa como una diosa, los mezcló un lío con vino Pramniano; ralló queso de leche de cabra en él con un rallador de bronce, arrojó un puñado de harina de cebada blanca, y habiendo preparado así el desastre les ordenó que lo bebieran. Cuando lo habían hecho y así habían saciado su sed, cayeron platicando unos con otros, y en este momento Patroclo apareció en la puerta.

    Cuando el viejo lo vio, saltó de su asiento, tomó su mano, lo llevó a la tienda, y le mandó tomar su lugar entre ellos; pero Patroclo se paró donde estaba y dijo: “Señor noble, no puedo quedarme, no puede persuadirme de que entre; el que me envió no es de quien ser engañado, y me mandó preguntar quién es el hombre herido era a quien llevabas lejos del campo. Ahora puedo ver por mí mismo que es Macaón, pastor de su pueblo. Debo regresar y decírselo a Aquiles. Usted, señor, sabe lo terrible que es, y lo dispuesto a culpar incluso donde no debe mentir la culpa”.

    Y Néstor respondió: “¿Por qué debería importarle a Aquiles saber cuántos de los aqueos pueden ser heridos? No se cuenta de la consternación que reina en nuestro anfitrión; nuestros caciques más valientes mienten discapacitados, valiente Diomed, hijo de Tideo, está herido; también lo son Ulises y Agamenón; Eurypylus ha sido golpeado con una flecha en el muslo, y acabo de traer a este hombre del campo —él también herido con una flecha. Sin embargo, a Aquiles, por muy valiente que sea, no le importa y no conoce ruth. ¿Esperará a los barcos, hará lo que podamos, estamos en llamas y perecemos uno sobre otro? En cuanto a mí, no tengo fuerzas ni me quedo más tiempo en mí; sería que todavía fuera joven y fuerte como en los días en que había una pelea entre nosotros y los hombres de Elis por alguna incursión de ganado. Entonces maté a Itimoneus, el valiente hijo de Hipeíroco, habitante en Elis, mientras conducía en el botín; fue alcanzado por un dardo lanzado por mi mano mientras luchaba en el primer rango en defensa de sus vacas, por lo que cayó y la gente del campo a su alrededor tenía mucho miedo. Sacamos de la llanura una gran cantidad de botín, cincuenta rebaños de ganado vacuno y tantos rebaños de ovejas; cincuenta manadas también de cerdos, y tantos rebaños de cabras extendidos. De caballos, además, nos apoderamos de ciento cincuenta, todas ellas yeguas, y muchos tenían potros corriendo con ellos. Todo esto lo hicimos conducimos de noche a Pilo, la ciudad de Neleus, llevándolos dentro de la ciudad; y el corazón de Neleus se alegró de que me hubiera llevado tanto, aunque era la primera vez que había estado en el campo. Al amanecer los heraldos dieron vueltas llorando que todo en Elis a quien había una deuda adeudada debía venir; y los pilianos principales se reunieron para dividir el botín. Había muchos a los que los epeanos debían bienes muebles, porque los hombres de Pilo éramos pocos y habíamos sido oprimidos con el mal; en años anteriores había venido Hércules, y nos había puesto la mano pesada, de manera que todos nuestros mejores hombres habían perecido. Neleus había tenido doce hijos, pero solo yo me quedé; todos los demás habían sido asesinados. Los epeanos que suponían todo esto nos habían despreciado y nos habían hecho mucho mal. Mi padre escogió un rebaño de ganado y un gran rebaño de ovejas —trescientos en total— y se llevó consigo a sus pastores, pues había una gran deuda con él en Elis, a saber, cuatro caballos, ganadores de premios. Ellos y sus carros con ellos habían ido a los juegos y iban a correr por un trípode, pero el rey Augeas se los llevó, y envió de vuelta a su chofer afligido por la pérdida de sus caballos. Neleus se enfureció por lo que tanto había dicho como hecho, y tomó gran valor a cambio, pero dividió el resto, para que ningún hombre pudiera tener menos de su parte total.

    “Así ordenamos todas las cosas, y ofrecimos sacrificios a los dioses en toda la ciudad; pero tres días después los epeanos llegaron en un cuerpo, muchos en número, ellos y sus carros, en conjunto completo, y con ellos los dos Moliones en su armadura, aunque todavía eran muchachos y no acostumbrados a la lucha. Ahora hay cierto pueblo, Thryoessa, encaramado sobre una roca en el río Alfeo, la ciudad fronteriza de Pilo. Esto lo destruirían, y lanzaron su campamento al respecto, pero cuando habían cruzado toda su llanura, Minerva bajó de noche desde el Olimpo y nos pidió que nos pusiéramos en conjunto; y encontró soldados dispuestos en Pylos, porque los hombres significaban pelear. Neleus no me dejaba armar, y escondió mis caballos, pues dijo que hasta ahora no podía saber nada de guerra; sin embargo Minerva así ordenó la pelea que, todo a pie como estaba, luché entre nuestras fuerzas montadas y compitió con las más importantes de ellas. Hay un río Minyeius que cae al mar cerca de Arene, y ahí los que se montaron (y yo con ellos) esperaron hasta la mañana, cuando las compañías de soldados a pie se nos acercaron con fuerza. De allí en plena panoplia y equipo llegamos hacia el mediodía a las aguas sagradas del Alfeo, y ahí ofrecimos víctimas al todopoderoso Jove, con un toro a Alfeo, otro a Neptuno, y una ganadería a Minerva. Después de esto cenamos en nuestras compañías, y nos acostamos a descansar cada uno en su armadura junto al río.

    “Los epeanos estaban asediando la ciudad y estaban decididos a tomarla, pero antes de que esto pudiera ser, les esperaba una pelea desesperada. Cuando los rayos del sol comenzaron a caer sobre la tierra nos unimos a la batalla, rezando a Jove y a Minerva, y cuando la pelea había comenzado, fui el primero en matar a mi hombre y tomar sus caballos, para saber, el guerrero Mulius. Era yerno de Augeas, habiéndose casado con su hija mayor, Agamede de pelo dorado, que conocía las virtudes de toda hierba que crece sobre la faz de la tierra. Le lancé mientras venía hacia mí, y cuando cayó de cabeza en el polvo, salté sobre su carro y tomé mi lugar en las primeras filas. Los epeanos huyeron en todas direcciones cuando vieron al capitán de sus jinetes (el padrino que tenían) acostado bajo, y yo los arrastré como un torbellino, tomando cincuenta carros —y en cada uno de ellos dos hombres mordieron el polvo, muertos por mi lanza. Incluso debería haber matado a los dos Moliones, hijos de Actor, a menos que su verdadero padre, Neptuno señor del terremoto, los hubiera escondido en una espesa niebla y los hubiera sacado de la pelea. Sobre él Jove les dio una gran victoria a los pilianos, pues los perseguimos muy lejos por la llanura, matando a los hombres y trayendo sus armaduras, hasta que habíamos traído nuestros caballos a Buprasio, ricos en trigo, y a la roca oleniense, con el cerro que se llama Alision, momento en el que Minerva volvió atrás al pueblo. Ahí maté al último hombre y lo dejé; luego los aqueos condujeron sus caballos de regreso de Buprasio a Pylos y dieron gracias a Jove entre los dioses, y entre hombres mortales a Néstor.

    “Tal era yo entre mis compañeros, como seguramente lo fue siempre, pero Aquiles es para guardarse todo su valor para sí mismo; amargamente lo lamentará en lo sucesivo cuando el anfitrión esté siendo cortado en pedazos. Mi buen amigo, ¿no te cobró así Menoecio, el día en que te envió de Ftia a Agamenón? Ulises y yo estuvimos en la casa, adentro, y escuchamos todo lo que te dijo; porque vinimos a la bella casa de Peleo mientras golpeábamos a reclutas por toda Acea, y cuando llegamos allí encontramos a Menoecio y a ti mismo, y a Aquiles contigo. El viejo caballero Peleo estaba en el patio exterior, asando los gordos muslos de una novilla para Jove el señor del trueno; y sostenía en la mano un cáliz de oro del que derramaba bebidas de vino sobre el sacrificio ardiente. Ustedes dos estaban ocupados cortando la novilla, y en ese momento nos paramos a las puertas, sobre las cuales Aquiles saltó a sus pies, nos condujo de la mano a la casa, nos colocamos en la mesa, y pusimos ante nosotros entretenimiento tan hospitalario como esperan los huéspedes. Cuando nos habíamos satisfecho con la carne y la bebida, dije mi opinión e insté a los dos a unirse a nosotros. Estabas lo suficientemente listo para hacerlo, y los dos viejos te cobraron mucho y de manera estricta. El viejo Peleo le mandó a su hijo Aquiles pelear siempre entre los más importantes y superar a sus compañeros, mientras Menoecio hijo de Actor te habló así: 'Mi hijo, 'dijo él, 'Aquiles es de nacimiento más noble que tú, pero tú eres mayor que él, aunque él es mucho el mejor hombre de los dos. Aconsejarlo sabiamente, guiarlo de la manera correcta, y él te seguirá para su propio beneficio”. Así te cobró tu padre, pero te has olvidado; sin embargo, incluso ahora, dile todo esto a Aquiles si te va a escuchar. Quién sabe pero con la ayuda del cielo puedes platicarlo, pues es bueno tomar el consejo de un amigo. Si, sin embargo, tiene miedo de algún oráculo, o si su madre le ha dicho algo de Jove, entonces deja que te envíe, y deja que el resto de los mirmidones te sigan, si acaso puedes traer luz y ahorro a los daneses. Y deja que te envíe a la batalla vestido con su propia armadura, para que los troyanos te confundan con él y dejen de pelear; los hijos de los aqueos pueden así tener tiempo de respirar, porque están muy presionados y hay poco tiempo para respirar en la batalla. Tú, que eres fresco, podrías llevar fácilmente a un enemigo cansado de regreso a sus muros y lejos de las tiendas y barcos”.

    Con estas palabras conmovió el corazón de Patroclo, quien partió corriendo por la línea de los barcos hacia Aquiles, descendiente de Eacus. Cuando había llegado hasta las naves de Ulises, donde estaba su lugar de reunión y corte de justicia, con sus altares dedicados a los dioses, Euripylus hijo de Euaemon, lo encontró, herido en el muslo con una flecha, y cojeando fuera de la pelea. El sudor llovió de su cabeza y hombros, y sangre negra brotó de su cruel herida, pero su mente no vagó. El hijo de Menoecio cuando lo vio tuvo compasión de él y habló con lástima diciendo: “Oh, príncipes infelices y consejeros de los daneses, ¿estás entonces condenado a alimentar a los perros de Troya con tu grasa, lejos de tus amigos y de tu tierra natal? Digamos, noble Euripilo, ¿podrán los aqueos mantener bajo jaque al gran Héctor, o caerán ahora ante su lanza?”

    El herido Euripylus respondió: “Noble Patróclus, no queda esperanza para los aqueos pero perecerán en sus naves. Todos los que eran príncipes entre nosotros están tumbados abatidos y heridos a manos de los troyanos, que cada vez son más fuertes cada vez más fuertes. Pero sálvame y llévame a tu barco; corta la flecha de mi muslo; lava la sangre negra de ella con agua tibia, y pon sobre ella esas hierbas graciosas que, así dicen, te han sido mostradas por Aquiles, quien él mismo las mostró Quirón, el más justo de todos los centauros. Porque de los médicos Podalirio y Macaón, oigo que el uno está acostado herido en su tienda y él mismo está necesitado de curación, mientras que el otro está luchando contra los troyanos sobre la llanura”.

    —Héroe Euripylus —contestó el valiente hijo de Menoecio—, ¿cómo pueden ser estas cosas? ¿Qué puedo hacer? Estoy en camino de llevar un mensaje al noble Aquiles de Nestor de Gerene, baluarte de los aqueos, pero aun así no voy a dejar de tener en cuenta tu angustia”.

    Con esto lo agarró alrededor de la mitad y lo llevó a la tienda, y un criado, al verlo, extendió pieles de becerro en el suelo para que se acostara. Lo puso a todo lo largo y le cortó la flecha afilada de su muslo; lavó la sangre negra de la herida con agua tibia; luego aplastó una hierba amarga, frotándola entre sus manos, y la extendió sobre la herida; esta era una hierba virtuosa que mató todo dolor; entonces la herida se secó actualmente y la sangre dejó fluyendo.


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