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LibreTexts Español

1.21: Libro XXI

  • Page ID
    92614
    • Homer (translated by Samuel Butler)
    • Ancient Greece

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    La pelea entre Aquiles y el río Scamander—Los dioses pelean entre sí— Aquiles impulsa a los troyanos dentro de sus puertas.

    Ahora, cuando llegaron al vado del río que fluye a pleno Xanto, engendrado de la inmortal Jove, Aquiles cortó sus fuerzas en dos: la mitad persiguió la llanura hacia la ciudad de la misma manera que los aqueos habían tomado al volar asolados por el pánico el día anterior con Héctor en pleno triunfo; así lo hizo vuelan pell-mell, y Juno arrojó una espesa niebla frente a ellos para que los quedaran. La otra mitad estaba rodeada por el profundo arroyo que se metía en plata, y cayó en él con un gran alboroto. Las aguas resonaron, y las orillas volvieron a sonar, mientras nadaban de acá y allá con fuertes gritos en medio de los remolinos giratorios. Como langostas volando a un río antes del estallido de un fuego de pasto —la llama se enciende y enciende hasta que por fin los alcanza y se acurrucan en el agua— aun así se llenó el arroyo de Xantus con el alboroto de hombres y caballos, todos luchando en confusión ante Aquiles.

    Enseguida el héroe dejó su lanza sobre la orilla, apoyándola contra un arbusto tamarisco, y se sumergió en el río como un dios, armado solo con su espada. Fell era su propósito mientras cortaba a los troyanos por todos lados. Sus gemidos moribundos se levantaron espantosos mientras la espada los hirió, y el río corría rojo de sangre. Como cuando los peces vuelan asustados ante un enorme delfín, y llenan cada rincón y rincón de algún paraíso justo, porque seguramente se comerá todo lo que pueda atrapar, aun así los troyanos se acobardaron bajo las orillas del poderoso río, y cuando los brazos de Aquiles se cansaron de matarlos, sacó vivos del agua a doce jóvenes, para sacrificio en venganza por Patroclo hijo de Menoecio. Los sacó como cervatillos aturdidos, les ató las manos detrás de ellos con las fajas de sus propias camisas, y las entregó a sus hombres para que las llevaran de vuelta a las naves. Entonces saltó al río, sediento de más sangre.

    Ahí encontró a Licaón, hijo de Príamo semilla de Dardano, mientras escapaba del agua; era a quien una vez había hecho prisionero cuando estaba en la viña de su padre, habiéndose puesto sobre él de noche, ya que cortaba brotes jóvenes de una higuera silvestre para hacer los lados de mimbre de un carro. Aquiles entonces lo atrapó hasta su pena desprevenido, y lo envió por mar a Lemnos, donde le compró el hijo de Jason. Pero un amigo invitado, Eetion de Imbros, lo liberó con una gran suma, y lo envió a Arisbe, de donde había escapado y regresó a la casa de su padre. Había pasado once días felizmente con sus amigos después de haber venido de Lemnos, pero en el duodécimo cielo volvió a entregarlo en manos de Aquiles, quien iba a enviarlo a la casa del Hades duramente contra su voluntad. Estaba desarmado cuando Aquiles lo vio, y no tenía casco ni escudo; ni siquiera tenía lanza alguna, pues había arrojado toda su armadura de él a la orilla, y sudaba con sus luchas para salir del río, de manera que ahora le fallaba su fuerza.

    Entonces Aquiles se dijo en su sorpresa: “¿Qué maravilla veo aquí? Si este hombre puede volver con vida después de haber sido vendido a Lemnos, tendré también a los troyanos a los que he matado levantándose del mundo de abajo. ¿No podrían ni siquiera las aguas del mar gris encarcelarlo, como lo hacen muchos otros si lo hará o no? Esta vez déjale probar mi lanza, para que sepa con certeza si la madre tierra que puede mantener hasta a un hombre fuerte abajo, podrá sujetarlo, o si de allí también volverá”.

    Así hizo una pausa y reflexionó. Pero Lycaon se le acercó aturdido y esforzándose por abrazar sus rodillas, pues se desmayaría vivo, no moriría. Aquiles lo empujó con su lanza, lo que significa matarlo, pero Lycaón corrió agachado hacia él y le agarró las rodillas, por lo que la lanza pasó por encima de su espalda, y se quedó atrapada en el suelo, hambriento aunque era de sangre. Con una mano cogió las rodillas de Aquiles mientras le rogaba, y con la otra agarró la lanza y no la soltó. Entonces dijo: “Aquiles, ten piedad de mí y perdóname, porque yo soy tu proveedor. Fue en tus tiendas donde primero partí el pan el día en que me tomaste prisionero en la viña; después de lo cual me vendiste a Lemnos lejos de mi padre y de mis amigos, y te traje el precio de cien bueyes. He pagado tres veces más para ganar mi libertad; son solo doce días que he venido a Ilio después de mucho sufrimiento, y ahora el destino cruel me ha vuelto a arrojar en tus manos. Seguramente el padre Jove debe odiarme, que me ha entregado a ti por segunda vez. En efecto, mi madre Laothoe me dio a luz, hija de Altes envejecidos, de Altes que reina sobre la guerrera Lelegae y sostiene el empinado Pedasus en el río Satnioeis. Príamo se casó con su hija junto con muchas otras mujeres y de ella nacieron dos hijos, a los que ambos habrás asesinado. Tu lanza mató al noble Polidor mientras luchaba en las primeras filas, y ahora el mal aquí me sobrevendrá, porque temo que no voy a escapar de ti ya que el cielo me ha entregado a ti. Además digo, y pon mi dicho en tu corazón, perdóname, porque no soy del mismo vientre que Héctor quien mató a tu valiente y noble camarada”.

    Con tales palabras el principesco hijo de Príamo suplicó a Aquiles; pero Aquiles le respondió severamente. “Idiota”, dijo, “no me hables de rescate. Hasta que cayera Patroclo preferí dar cuarto a los troyanos, y vendí más allá del mar a muchos de los que había tomado con vida; pero ahora no vivirá un hombre de los que el cielo entrega en mis manos ante la ciudad de Ilius y de todos los troyanos les irá más duro con los hijos de Príamo. Por lo tanto, amigo mío, tú también morirás. ¿Por qué deberías quejarte de esta manera? Patroclo cayó, y él era mejor hombre que tú. Yo también... ¿no te veo cómo soy genial y bien? Soy hijo de un padre noble, y tengo una diosa para mi madre, pero las manos de la fatalidad y la muerte me eclipsan a todos con tanta seguridad. Llegará el día, ya sea al amanecer o al anochecer, o al mediodía, cuando uno me quitará la vida también en batalla, ya sea con su lanza, o con una flecha acelerada desde su arco”.

    Así habló, y el corazón de Licaón se hundió dentro de él. Él soltó el asimiento de la lanza, y extendió ambas manos delante de él; pero Aquiles sacó su afilada espada, y lo golpeó por la clavícula que tenía en el cuello; hundió su espada de dos filos en él hasta la misma empuñadura, sobre la cual yacía completamente en el suelo, con la sangre oscura brotando de él hasta que la tierra estuvo empapado. Entonces Aquiles lo atrapó a los pies y lo arrojó al río para bajar por el arroyo, alardeando sobre él el rato, y diciendo: “Acuéstate allí entre los peces, que lamerán la sangre de tu herida y se regodearán de ella; tu madre no te pondrá en ningún féretro para llorar, sino los remolinos de Scamander te llevarán en el amplio seno del mar. Allí los peces se alimentarán de la grasa de Licaón mientras se lanzan bajo la oscura ondulación de las aguas —así que perezcan todos ustedes hasta que lleguemos a la ciudadela del fuerte Ilio— ustedes en vuelo, y yo siguiendo después para destruirlos. El río con su amplio arroyo de plata no te servirá en ningún caso, porque todos los toros que le ofreciste y todos los caballos que arrojaste viviendo en sus aguas. No obstante, miserablemente perecerás hasta que no haya un hombre tuyo sino que haya pagado en su totalidad por la muerte de Patroclo y los estragos que hiciste entre los aqueos a los que has matado mientras yo me mantenía alejado de la batalla”.

    Así habló Aquiles, pero el río se enojó cada vez más, y reflexionó dentro de sí mismo cómo debía quedarse de la mano de Aquiles y salvar a los troyanos del desastre. En tanto el hijo de Peleo, lanza en mano, saltó sobre Asterófeo hijo de Pelegón para matarlo. Era hijo del amplio río Axio y Peribea hija mayor de Acesameno; porque el río había permanecido con ella. Asterófeo se levantó del agua para enfrentarlo con una lanza en cualquiera de las dos manos, y Xanto lo llenó de coraje, enfureciéndose por la muerte de los jóvenes a quienes Aquiles estaba matando despiadadamente dentro de sus aguas. Cuando estaban de cerca el uno con el otro Aquiles fue el primero en hablar. “Quién y de dónde eres”, dijo él, “¿quién se atreve a enfrentarme? ¡Ay de los padres cuyo hijo se enfrenta a mí!” Y el hijo de Pelegón respondió: —Gran hijo de Peleo, ¿por qué deberías preguntar a mi linaje? Yo soy de la tierra fértil de la lejana Paeonia, capitán de los peonios, y ya son once días que estoy en Ilio. Yo soy de la sangre del río Axius —de Axius que es el más justo de todos los ríos que corren. Él engendró al famoso guerrero Pelegon, cuyo hijo los hombres me llaman. Ahora peleemos, Aquiles”.

    Así lo desafió, y Aquiles levantó su lanza de ceniza de Pelian. Asterófeo falló con ambas lanzas, pues podía usar ambas manos por igual; con una lanza golpeó el escudo de Aquiles, pero no lo perforó, pues la capa de oro, don del dios, se quedó la punta; con la otra lanza rozó el codo del brazo derecho de Aquiles sacando sangre oscura, pero la lanza misma fue por él y se fijó en el suelo, frustrado de su banquete sangriento. Entonces Aquiles, muerto para matarlo, arrojó su lanza contra Asterófeo, pero no logró golpearlo y golpeó la empinada orilla del río, conduciendo la lanza a la mitad de su longitud hacia la tierra. El hijo de Peleo desenvainó entonces su espada y brotó furiosamente sobre él. Asterófeo intentó en vanamente sacar la lanza de Aquiles de la orilla con fuerza principal; tres veces la tiró de ella, intentando con todas sus fuerzas sacarla, y tres veces tuvo que dejar de intentarlo; la cuarta vez intentó doblarla y romperla, pero antes de que pudiera hacerlo Aquiles lo golpeó con su espada y lo mató. Lo golpeó en el vientre cerca del ombligo, de manera que todas sus entrañas salieron brotando al suelo, y la oscuridad de la muerte se apoderó de él mientras yacía jadeando. Entonces Aquiles puso su pie sobre su pecho y le echó a perder su armadura, burlándose de él y diciendo: “Acuéstese ahí, engendrado de un río aunque seas, te cuesta esforzarte con la descendencia del hijo de Saturno. Te declaras brotado de la sangre de un río ancho, pero yo soy de la simiente de la poderosa Jove. Mi padre es Peleo, hijo de Eaco gobernante sobre los muchos mirmidones, y Eacus era hijo de Jove. Por lo tanto, como Jove es más poderoso que cualquier río que desemboca en el mar, así son sus hijos más fuertes que los de cualquier río. Además tienes un gran río duro por si te puede ser de alguna utilidad, pero no hay lucha contra Jove el hijo de Saturno, con quien ni siquiera el rey Achelous puede compararse, ni la poderosa corriente de Oceanus que fluye profundamente, de quien proceden todos los ríos y mares con todos los manantiales y pozos profundos; incluso Oceanus teme los relámpagos del gran Jove, y su trueno que viene estrellándose del cielo”.

    Con esto sacó su lanza de bronce de la orilla, y ahora que había matado a Asteropaeus, lo dejó tumbar donde estaba sobre la arena, con el agua oscura fluyendo sobre él y las anguilas y peces ocupados mordisqueando y royendo la grasa que estaba alrededor de sus riñones. Después fue en persecución de los peonios, quienes volaban por la orilla del río en pánico al ver a su líder asesinado por manos del hijo de Peleo. Allí mató a Tersiloco, a Midon, a Astipilo, a Mneso, a Trasio, a Eeno y a Ohelestes, y habría matado a otros más, si el río no hubiera tomado forma humana, y le hubiera hablado desde las profundidades de las aguas diciendo: Aquiles, si te superas a todos en fuerza, también tú también en maldad, porque los dioses son siempre contigo para protegerte: si, entonces, el hijo de Saturno te lo ha garantizado para destruir a todos los troyanos, en cualquier caso sacarlos de mi arroyo, y haz tu sombrío trabajo en tierra. Mis aguas limpias ahora están llenas de cadáveres, ni puedo encontrar ningún canal por el que pueda verterme en el mar porque estoy ahogado de muertos, y sin embargo sigues matando sin piedad. Estoy en la desesperación, por lo tanto, ¡oh capitán de su anfitrión, no me moleste más!”

    Aquiles respondió: “Así sea, Scamander, Jove-descendió; pero nunca dejaré de repartir la muerte entre los troyanos, hasta que los haya reprimido en su ciudad, e hice juicio a Héctor cara a cara, para que pueda aprender si él va a vencerme a mí, o a mí a él”.

    Mientras hablaba se puso sobre los troyanos con una furia como la de los dioses. Pero el río le dijo a Apolo: “Seguramente, hijo de Jove, señor del arco de plata, no estás obedeciendo las órdenes de Jove que te mandó con fuerza que estuvieras al lado de los troyanos y los defiendas, hasta que el crepúsculo se desvanezca, y las tinieblas estén sobre la tierra”.

    En tanto Aquiles brotó de la orilla a mitad de arroyo, sobre lo cual el río levantó una ola alta y lo atacó. Infló su arroyo en un torrente, y barrió a los muchos muertos a los que Aquiles había asesinado y dejado dentro de sus aguas. Estos los arrojó a la tierra, bramando como un toro mientras tanto, pero los vivos los salvó vivos, escondiéndolos en sus poderosos remolinos. La gran y terrible ola se juntó alrededor de Aquiles, cayendo sobre él y golpeando su escudo, para que no pudiera mantener los pies; agarró un gran olmo, pero subió por las raíces, y arrancó la orilla, embestiendo el arroyo con sus gruesas ramas y puenteándolo por todas partes; por lo cual Aquiles salió del arroyo, y huyó a toda velocidad sobre la llanura, pues tenía miedo.

    Pero el dios poderoso no cesó en su persecución, y saltó sobre él con una ola de cresta oscura, para quedarse con sus manos y salvar a los troyanos de la destrucción. El hijo de Peleo se alejó a tiro de lanza de él; rápido como el golpe de un cazador-águila negra que es la más fuerte y floja de todas las aves, aun así saltó hacia adelante, y la armadura sonó fuerte alrededor de su pecho. Se dio a la fuga delante, pero el río con un fuerte rugido vino desgarrando después. Como quien regaría su jardín conduce un arroyo de alguna fuente sobre sus plantas, y todo su suelo —pala en mano, despeja las presas para liberar los canales, y las pequeñas piedras corren dando vueltas y vueltas con el agua mientras va alegremente por la orilla más rápido de lo que el hombre puede seguir— aun así lo hizo el río seguir poniéndose al día con Aquiles aunque fuera un corredor de flota, porque los dioses son más fuertes que los hombres. Tan a menudo como se esforzaba por mantenerse firme, y ver si todos los dioses del cielo estaban ligados contra él o no, tantas veces la poderosa ola vendría golpeando sobre sus hombros, y tendría que seguir volando una y otra vez con gran consternación; porque el diluvio furioso lo cansaba mientras fluía junto a él y comió el suelo de debajo de sus pies.

    Entonces el hijo de Peleo alzó su voz al cielo diciendo: “Padre Jove, ¿no hay ninguno de los dioses que se apiade de mí y me salve del río? No me importa lo que me pueda pasar después. No culpo a ninguno de los otros moradores al Olimpo tan severamente como a mi querida madre, que me ha engañado y engañado. Ella me dijo que iba a caer bajo los muros de Troya por las flechas voladoras de Apolo; ¿ese Héctor, el mejor hombre entre los troyanos, podría matarme allí; entonces debería caer un héroe de la mano de un héroe; mientras que ahora parece que voy a llegar a un final lamentable, atrapado en este río como si fuera alguna El niño de porcino, que es arrastrado por un torrente mientras intenta cruzarlo durante una tormenta”.

    Tan pronto como había hablado así, Neptuno y Minerva se le acercaron a semejanza de dos hombres, y lo tomaron de la mano para tranquilizarlo. Neptuno habló primero. “Hijo de Peleo -dijo-, no seas tan temeroso; somos dos dioses, venid con la sanción de Jove para asistirte, yo, y Pallas Minerva. No es tu destino perecer en este río; él disminuirá actualmente como verás; además te aconsejamos encarecidamente, si te guiamos por nosotros, que no dejes de pelear hasta que hayas reprimido al anfitrión troyano dentro de los famosos muros de Ilus, tantos de ellos como puedan escapar. Entonces mata a Héctor y vuelve a las naves, porque te daremos un triunfo sobre él.”

    Cuando lo habían dicho volvieron a ver a los otros inmortales, pero Aquiles se esforzó hacia adelante sobre la llanura, alentado por la acusación que los dioses le habían impuesto. Todo estaba ahora cubierto con el diluvio de aguas, y muy bien la armadura de los jóvenes que habían sido asesinados se burlaba, como también muchos cadáveres, pero se abrió paso contra el arroyo, acelerando justo en adelante, ni las amplias aguas le podían quedar, pues Minerva lo había dotado de grandes fuerzas. Sin embargo Scamander no aflojó en su persecución, sino que aún estaba más furioso con el hijo de Peleo. Levantó sus aguas en una cresta alta y clamó en voz alta a Simois diciendo: “Querido hermano, que nos unamos los dos para salvar a este hombre, o saqueará la poderosa ciudad del rey Príamo, y los troyanos no aguantarán contra él. Ayúdame de inmediato; llena tus arroyos de agua de sus fuentes, despierta todos tus torrentes a una furia; levanta tu ola en lo alto, y deja que los enganches y las piedras te caigan tronando para que podamos acabar con esta criatura salvaje que ahora la está señoreando como si fuera un dios. Nada le servirá más tiempo, ni fuerza ni cortesía, ni su fina armadura, que por pronto estará tumbada en las aguas profundas cubiertas de barro. Lo envolveré en arena, y verteré toneladas de tejas alrededor de él, para que los aqueos no sepan recoger sus huesos para el limo en el que lo he escondido, y cuando celebren su funeral no necesitan construir ningún túmulo”.

    Sobre esto elevó su tumultuosa inundación alta contra Aquiles, hirviente como estaba con espuma y sangre y los cuerpos de los muertos. Las oscuras aguas del río estaban erguidas y habrían abrumado al hijo de Peleo, pero Juno, temblando para que Aquiles no fuera arrastrado por el poderoso torrente, alzó la voz en alto y llamó a Vulcano a su hijo. “Pie torpe”, exclamó, “hija mía, levántate y haz, porque considero que es contigo que Xanthus está muerto para luchar; ayúdanos de inmediato, enciende un fuego feroz; entonces traeré el oeste y el viento blanco del sur en un poderoso huracán del mar, que llevará las llamas contra las cabezas y armaduras de los troyanos y consumirlos, mientras vas por las orillas del Xanto quemando sus árboles y envolviéndolo alrededor con fuego. Que no te haga retroceder ni con palabras justas ni porqueroso, y no se afloje hasta que te grito y te diga. Entonces puedes quedarte con tus llamas”.

    En este Vulcano encendió un fuego feroz, que estalló primero sobre la llanura y quemó a los muchos muertos a los que Aquiles había matado y cuyos cuerpos yacían en gran número; por este medio la llanura se secó y el diluvio se quedó. A medida que el viento del norte, que sopla sobre un huerto empapado de lluvia otoñal, pronto lo seca, y el corazón del dueño está contento, aun así toda la llanura se secó y se consumieron los cadáveres. Después giró lenguas de fuego al río. Quemó los olmos, los sauces y los tamariscos, también el loto, con los juncos y el forraje pantanoso que crecía abundantemente a orillas del río. Las anguilas y peces que se lanzan por todas partes en el agua, estos, también, fueron duramente acosados por las llamas que el astuto Vulcano había encendido, y el propio río estaba escaldado, de manera que habló diciendo: “Vulcano, no hay dios que pueda sostenerse contra ti. No puedo combatirte cuando haces estallar tus llamas de esta manera; ya no te esfuerces conmigo. Que Aquiles saque inmediatamente a los troyanos de su ciudad. ¿Qué tengo que ver con pelear y ayudar a la gente?”

    Estaba hirviendo mientras hablaba, y todas sus aguas estaban hirviendo. Como un caldero sobre un gran fuego hierve cuando se derrite la manteca de cerdo gordo, y la manteca de cerdo sigue burbujeando por todas partes cuando los faggots secos arden debajo de ella, aun así fueron las buenas aguas de Xanthus calentadas con el fuego hasta que estaban hirviendo. Ya no podía fluir sino que se quedó con su arroyo, tan afligido estaba él por las ráfagas de fuego que el astuto Vulcano había levantado. Entonces le oró a Juno y le rogó diciendo: “Juno, ¿por qué su hijo debería irritar mi arroyo con una furia tan especial? No tengo tanto la culpa como todos los demás son los que han estado ayudando a los troyanos. Yo lo dejaré, ya que tanto lo deseas, y dejaré que tu hijo se vaya también. Además juro que nunca más haré nada para salvar a los troyanos de la destrucción, ni siquiera cuando toda Troya esté ardiendo en las llamas que encenderán los aqueos”.

    Tan pronto como Juno escuchó esto, le dijo a su hijo Vulcano: “Hijo Vulcano, mantén ahora tus llamas; no debemos usar tanta violencia contra un dios por el bien de los mortales”.

    Cuando ella había hablado así Vulcano apagó sus llamas, y el río volvió una vez más a su propio lecho justo.

    Ahora le golpearon a Xantus, así que estos dos dejaron de pelear, pues Juno se los quedó aunque todavía estaba enojada; pero estalló una riña furiosa entre los otros dioses, pues eran de consejos divididos. Cayeron el uno sobre el otro con un poderoso alboroto: la tierra gimió, y el amplio firmamento sonó como con un sonido de trompetas. Jove escuchó mientras estaba sentado en el Olimpo, y se rió de alegría cuando vio a los dioses llegar a golpes entre ellos. No tardaron en comenzar, y Marte perforador de escudos abrió la batalla. Espada en mano saltó enseguida sobre Minerva y la viliminó. “¿Por qué, zorra”, dijo él, “¿has vuelto a poner a los dioses por los oídos en el orgullo y la soberbia de tu corazón? ¿Olvidaste cómo fijaste a Diomed hijo de Tydeo para que me hiriera, y tú mismo tomaste la lanza visible y la clavaste en mí hasta el daño de mi bello cuerpo? Ahora sufrirás por lo que entonces me hiciste”.

    Mientras hablaba la golpeó en el terrible aegis borla —tan terrible que ni siquiera puede atravesarlo un rayo de Jove. Aquí el asesino Marte la golpeó con su gran lanza. Ella retrocedió y con su mano fuerte agarró una piedra que yacía sobre la llanura —grande y agreste y negra— que hombres de antaño habían puesto para el límite de un campo. Con esto golpeó a Marte en el cuello, y lo derribó. Nueve roods cubrió en su caída, y su cabello estaba todo sucio en el polvo, mientras su armadura sonaba traqueteo a su alrededor. Pero Minerva se rió y se jactaba de él diciendo: “Idiota, ¿no has aprendido lo mucho más fuerte que soy que tú, pero aún debes enfrentarte a mí? Así pues, las maldiciones de tu madre se acoplan ahora sobre ti, porque ella está enojada y te haría travesuras porque has abandonado a los aqueos y estás ayudando a los troyanos”.

    Luego giró sus dos ojos penetrantes en otra parte, con lo cual la hija de Jove, Venus, tomó de la mano a Marte y lo llevó gimiendo todo el tiempo, pues era sólo con gran dificultad que había vuelto a sí mismo. Cuando la vio la reina Juno, le dijo a Minerva: “Mira, hija de Jove que lleva aegis, incansable, esa zorra Venus vuelve a sacar de la batalla a Marte entre la multitud; ve tras ella de inmediato”.

    Así habló. Minerva aceleró tras Venus con un testamento, y la hizo, golpeándola en el seno con su mano fuerte para que cayera desmayándose al suelo, y ahí ambos yacían estirados a todo lo largo. Entonces Minerva se jactaba de ella diciendo: “Que todos los que ayudan a los troyanos contra los arregos resulten tan cuestionables e incondicionales como lo hizo Venus cuando se encontró conmigo mientras ayudaba a Marte. Si esto hubiera sido así, hace mucho que deberíamos haber terminado la guerra al saquear la fuerte ciudad de Ilio”.

    Juno sonrió mientras escuchaba. En tanto, el rey Neptuno se volvió hacia Apolo diciendo: “Febo, ¿por qué deberíamos mantenernos el uno al otro a distancia? no está bien, ahora que los demás han comenzado a pelear; nos va a ser vergonzoso si volvemos a la mansión de Jove con piso de bronce en el Olimpo sin haber luchado entre nosotros; por lo tanto, vamos, tú eres el más joven de los dos, y no debería atacarte, porque soy mayor y he tenido más experiencia. Idiota, no tienes sentido, y olvídate de cómo a nosotros dos solos de todos los dioses nos fue apenas alrededor de Ilio cuando venimos de la casa de Jove y trabajamos para Laomedon todo un año con un salario declarado y él nos dio sus órdenes. Yo construí a los troyanos la muralla alrededor de su ciudad, tan amplia y justa que podría ser inexpugnable, mientras tú, Febo, hacías ganado para él en los valles de muchos valles de Ida. Cuando, sin embargo, las horas alegres traídas alrededor del momento del pago, el poderoso Laomedon nos robó toda nuestra contratación y nos despidió con nada más que abuso. Amenazó con atarnos de pies y manos y vendernos a alguna isla lejana. Trató, además, de cortarnos los oídos a los dos, así que nos fuimos furiosos, furiosos por el pago que nos había prometido, y sin embargo retenido; a pesar de todo esto, ahora estás mostrando favor a su pueblo, y no nos unirás para compasificar la ruina total de los orgullosos troyanos con sus esposas e hijos”.

    Y el rey Apolo respondió: “Señor del sismo, no me respetarías si te peleara por una manada de mortales miserables, que salen como hojas en verano y comen el fruto del campo, y actualmente caen sin vida al suelo. Sigamos esta lucha de inmediato y dejemos que la arreglen entre ellos”.

    Se dio la vuelta mientras hablaba, pues no pondría mano sobre el hermano de su propio padre. Pero su hermana la cazadora Diana, patrona de las bestias salvajes, estaba muy enojada con él y le dijo: “Entonces volarías, Far-Darter, y entregarías la victoria sobre Neptuno con una cacareada barata para arrancar. Nena, ¿por qué mantener tu arco así inactivo? No me dejes volver a oírte presumir en la casa de mi padre, como has hecho muchas veces en presencia de los inmortales, de que te pondrías de pie y pelearías con Neptuno”.

    Apolo no le dio respuesta, pero la augusto reina de Jove estaba enojada y la reprendió amargamente. “zorra atrevida”, gritó, “¿cómo te atreves a cruzarme así? Por toda tu reverencia te resultará difícil sostener la tuya contra mí. Jove te hizo como león entre mujeres, y te permite matarlas cuando quieras. Te resultará mejor perseguir bestias salvajes y ciervos sobre las montañas que luchar contra los que son más fuertes que tú. Si intentaras la guerra, hazlo, y averiguarlo enfrentándote a mí, qué tan fuerte soy que tú”.

    Atrapó ambas muñecas de Diana con su mano izquierda mientras hablaba, y con su derecha tomó el arco de sus hombros, y se rió mientras la golpeaba con él sobre las orejas mientras Diana se retorcía y se retorcía bajo sus golpes. Sus veloces flechas fueron arrojadas sobre el suelo, y ella huyó llorando de debajo de la mano de Juno como una paloma que vuela ante un halcón a la hendidura de alguna roca hueca, cuando es su buena fortuna escapar. Aun así voló llorando, dejando su arco y flechas detrás de ella.

    Entonces el asesino de Argus, guía y guardián, le dijo a Leto: —Leto, no voy a pelear contigo; es malo llegar a golpes con alguna de las esposas de Jove. Por lo tanto, presume como quieras entre los inmortales que me peinaste en justa lucha”.

    Entonces Leto recogió el arco y las flechas de Diana que habían caído en medio del polvo que giraba, y cuando las había conseguido se apresuró a perseguir a su hija. Diana ya había llegado a la mansión de Jove con piso de bronces en el Olimpo, y se sentó con muchas lágrimas en las rodillas de su padre, mientras su vestido ambrosial temblaba por completo a su alrededor. El hijo de Saturno la atrajo hacia él, y riendo gratamente al rato comenzó a cuestionarla diciendo: “¿Cuál de los seres celestiales, mi querida hija, te ha estado tratando de esta manera cruel, como si te hubieras estado desdirigiendo de cara a todos?” y la diosa justa coronada de la persecución contestó: —Fue tu esposa Juno, padre, quien me ha estado golpeando; siempre lo está haciendo ella cuando hay alguna disputa entre los inmortales”.

    Así conversaron, y mientras tanto Febo Apolo entró en la fuerte ciudad de Ilio, pues estaba inquieto para que no se aguantara la muralla y los daneses tomaran la ciudad entonces y allá, antes de que llegara su hora; pero el resto de los dioses siempre vivientes volvieron, algunos enojados y otros triunfantes al Olimpo, donde tomaron sus asientos junto a Jove señor de la nube de tormenta, mientras que Aquiles seguía repartiendo la muerte por igual en los troyanos y en sus caballos. Como cuando el humo de alguna ciudad en llamas asciende al cielo cuando la ira de los dioses la ha encendido —entonces hay trabajo para todos y pena por no pocos— aun así Aquiles trajo trabajo y dolor a los troyanos.

    El viejo rey Príamo se paró sobre una torre alta de la muralla mirando hacia abajo sobre el enorme Aquiles mientras los troyanos huían asolados por el pánico ante él, y no había ninguno que los ayudara. Actualmente bajó de la torre y con muchos gemidos se fue por la muralla para dar órdenes a los valientes guardianes de la puerta. “Mantengan las puertas —dijo él— abiertas de par en par hasta que la gente venga volando a la ciudad, porque Aquiles está duro y los está conduciendo en la derrota ante él. Veo que estamos en gran peligro. Tan pronto como nuestra gente esté dentro y a salvo, cerrar las puertas fuertes porque me temo que ese hombre terrible no venga delimitando dentro junto con los demás”.

    Al hablar ellos retiraron los cerrojos y abrieron las puertas, y cuando éstas se abrieron había un refugio de refugio para los troyanos. Entonces Apolo salió a toda velocidad de la ciudad para conocerlos y protegerlos. Justo para la ciudad y la muralla alta, reseca de sed y mugrientos de polvo, todavía estaban encendidos, con Aquiles empuñando su lanza furiosamente detrás de ellos. Porque él era como uno poseído, y tenía sed de gloria.

    Entonces los hijos de los aqueos habían tomado las elevadas puertas de Troya si Apolo no hubiera estimulado a Agenor, valiente y noble hijo a Antenor. Puso valor en su corazón, y se paró a su lado para protegerlo, apoyado contra un árbol de haya y envuelto en espesas tinieblas. Cuando Agenor vio a Aquiles se quedó quieto y su corazón se nubló de esmero. “Ay”, se dijo para sí mismo en su consternación, “si vuelo ante el poderoso Aquiles, y voy a donde todos los demás están siendo conducidos en derrota, no obstante, él me atrapará y me matará por un cobarde. ¿Cómo sería si dejara que Aquiles condujera a los demás antes que él, y luego volara de la pared a la llanura que está detrás de Ilio hasta que llegue a las espuelas de Ida y pueda esconderme en el sotobosque que está encima? Entonces podría lavarme el sudor en el río y por la noche regresar a Ilio. Pero, ¿por qué comulgar conmigo mismo de esta manera? Como suficiente, me vería mientras me apresuro desde la ciudad sobre la llanura, y aceleraría detrás de mí hasta que me hubiera atrapado; no debería tener ninguna posibilidad contra él, porque es el más poderoso de toda la humanidad. ¿Qué, entonces, si salgo a encontrarme con él frente a la ciudad? Su carne también, lo tomo, puede ser perforada por bronce puntiagudo. La vida es la misma en todos y cada uno, y los hombres dicen que no es más que mortal a pesar del triunfo que Jove hijo de Saturno le garantiza”.

    Entonces diciendo que se puso de guardia y esperaba a Aquiles, pues ahora estaba fain para luchar contra él. Como una leoparda que limita desde fuera un espeso encubierto para atacar a un cazador—ella no conoce el miedo y no está consternada por el murmullo de los perros; aunque el hombre sea demasiado rápido para ella y la hiera ya sea con empuje o lanza, aún así, aunque la lanza la haya atravesado ella no cederá hasta que ella lo haya atrapado en sus garras o fue asesinada rotundamente —aun así el noble Agenor hijo de Antenor se negó a volar hasta que hubiera hecho juicio a Aquiles, y lo apuntó con su lanza, sosteniendo su escudo redondo ante él y llorando a gran voz. “De verdad -dijo-, noble Aquiles, consideras que hoy vas a saquear la ciudad de los orgullosos troyanos a la ciudad. Tonto, ya habrá bastantes problemas antes de ello, pues hay muchos hombres valientes de nosotros todavía dentro que se parará frente a nuestros queridos padres con nuestras esposas e hijos, para defender a Ilio. Aquí pues, enorme y poderoso guerrero aunque seas, aquí morirás”.

    Mientras hablaba su mano fuerte arrojó su jabalina de él, y la lanza golpeó a Aquiles en la pierna debajo de la rodilla; la chicharra de hojalata recién labrada sonó fuerte, pero la lanza retrocedió del cuerpo de aquel a quien había golpeado, y no la perforó, porque el don del dios la quedó. Aquiles a su vez atacó al noble Agenor, pero Apolo no le daría garantía de gloria, pues arrebató a Agenor y lo escondió en una espesa niebla, enviándolo fuera de la batalla sin ser molestado. Entonces astutamente apartó al hijo de Peleo de ir tras la hostia, pues se puso la apariencia de Agenor y se paró frente a Aquiles, quien corrió hacia él para darle persecución y lo persiguió por las tierras de maíz de la llanura, volviéndolo hacia las aguas profundas del río Scamander. Apolo corrió pero un poco antes que él y engañó a Aquiles haciéndole pensar todo el tiempo que estaba a punto de adelantarlo. En tanto, la chusma de troyanos derrotados se mostró agradecida de amontonarse dentro de la ciudad hasta que sus números la abarrotaron; ya no se atrevieron a esperarse el uno al otro afuera de las murallas de la ciudad, a saber quién había escapado y quiénes se habían caído en pelea, pero todos cuyos pies y rodillas aún podían llevarlos vertieron pell-mell en el pueblo.


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