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LibreTexts Español

1.22: Libro XXII

  • Homer (translated by Samuel Butler)
  • Ancient Greece

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EL ASESINATO DE LOS PRETENDIENTES —LAS DONCELLAS QUE SE HAN EQUIVOCADO DE CONDUCTA SON HECHAS PARA LIMPIAR LOS CLAUSTROS Y LUEGO SON AHORCADAS.

Entonces Ulises se arrancó los trapos, y saltó sobre el amplio pavimento con su arco y su carcaj lleno de flechas. Arrojó las flechas al suelo a sus pies y dijo: “La poderosa contienda está en su fin. Ahora voy a ver si Apolo me lo va a asegurar para dar con otra marca a la que ningún hombre ha dado todavía”.

Sobre esto apuntó una flecha mortal a Antinoo, quien estaba a punto de tomar una copa de oro de dos mangos para beber su vino y ya lo tenía en sus manos. No había pensado en la muerte, ¿quién entre todos los juerguistas pensaría que un hombre, por valiente que fuera, se quedaría solo entre tantos y lo mataría? La flecha golpeó a Antinoo en la garganta, y la punta se limpió por el cuello, de manera que se cayó y la copa cayó de su mano, mientras que un grueso torrente de sangre brotaba de sus fosas nasales. Le pateó la mesa y trastornó las cosas que tenía sobre ella, de manera que el pan y las carnes asadas quedaron todos sucios al caer al suelo. 166 Los pretendientes estaban alborotados al ver que un hombre había sido golpeado; saltaron consternados uno y todos ellos desde sus asientos y miraron por todas partes hacia las paredes, pero no había ni escudo ni lanza, y reprendieron muy enojados a Ulises. “Extraño”, dijeron ellos, “pagarás por disparar a la gente de esta manera: no verás otra competencia; eres un hombre condenado; el a quien has matado fue el joven más importante de Ítaca, y los buitres te devorarán por haberle matado”.

Así hablaron, pues pensaban que había matado a Antinoo por error, y no percibieron que la muerte colgaba sobre la cabeza de cada uno de ellos. Pero Ulises los miró con la vista y dijo:

“Perros, ¿pensaron que no debería volver de Troya? Has desperdiciado mi sustancia, 167 han obligado a mis sirvientas a mentir contigo, y han cortejado a mi esposa mientras yo aún vivía. No has temido ni a Dios ni al hombre, y ahora morirás”.

Se pusieron pálidos de miedo mientras hablaba, y cada hombre miraba a su alrededor para ver a dónde podía volar por seguridad, pero solo Eurymachus hablaba.

“Si eres Ulises”, dijo él, “entonces lo que has dicho es justo. Hemos hecho mucho mal en sus tierras y en su casa. Pero Antinoo quien era la cabeza y el frente de la ofensa ya se encuentra bajo. Todo fue su obra. No era que quisiera casarse con Penélope; no le importaba tanto eso; lo que quería era algo bastante diferente, y Jove no se lo ha dado a él; quería matar a tu hijo y ser el jefe en Ítaca. Ahora, pues, que se haya encontrado con la muerte que le correspondía, sobra la vida de su pueblo. Haremos que todo sea bueno entre nosotros, y te pagaremos en su totalidad por todo lo que hemos comido y bebido. Cada uno de nosotros te pagará una multa por valor de veinte bueyes, y seguiremos dándote oro y bronce hasta que tu corazón se ablande. Hasta que no hayamos hecho esto nadie puede quejarse de que estás enfurecido contra nosotros”.

Ulises volvió a mirarlo con la mirada y le dijo: “Aunque me des todo lo que tienes en el mundo tanto ahora como todo lo que jamás tendrás, no me quedaré mi mano hasta que te haya pagado a todos en su totalidad. Deben luchar, o volar por sus vidas; y volar, no un hombre de ustedes lo hará”.

Sus corazones se hundieron al escucharlo, pero Eurymachus volvió a hablar diciendo:

“Amigos míos, este hombre no nos dará cuarto. Se parará donde está y nos derribará hasta que haya matado a todos los hombres entre nosotros. Entonces mostremos lucha; dibuje sus espadas, y sostenga las mesas para protegerse de sus flechas. Tengámosle con prisa, para conducirlo desde el pavimento y la puerta: entonces podremos entrar en el pueblo, y dar una alarma tal como pronto se quedará su tiroteo”.

Al hablar sacó su afilada hoja de bronce, afilada por ambos lados, y con un fuerte grito brotó hacia Ulises, pero Ulises instantáneamente le disparó una flecha en el pecho que lo atrapó por el pezón y se fijó en su hígado. Dejó caer su espada y cayó doblado sobre su mesa. La copa y todas las carnes pasaron al suelo mientras golpeaba la tierra con la frente en las agonías de la muerte, y pateaba el taburete con los pies hasta cerrar los ojos en la oscuridad.

Entonces Amphinomus sacó su espada e hizo derecho a Ulises para tratar de sacarlo de la puerta; pero Telémaco fue demasiado rápido para él, y lo golpeó por detrás; la lanza lo atrapó entre los hombros y le atravesó el pecho, de manera que cayó pesadamente al suelo y golpeó la tierra con su frente. Entonces Telémaco se alejó de él, dejando su lanza aún en el cuerpo, pues temía que si se quedaba a sacarla, algún de los aqueos pudiera subir y hackearle con su espada, o derribarlo, por lo que partió a correr, e inmediatamente se quedó al lado de su padre. Entonces dijo:

“Padre, déjame traerte un escudo, dos lanzas, y un casco de bronce para tus sienes. Yo también me armaré, y traeré otra armadura para el porcino y el ganadero, porque es mejor que estemos armados”.

—Corre y tráelos —contestó Ulises—, mientras mis flechas aguantan, o cuando estoy solo pueden sacarme de la puerta.

Telémaco hizo lo que decía su padre, y se fue al almacén donde se guardaba la armadura. Escogió cuatro escudos, ocho lanzas y cuatro cascos de latón con plumas de pelo de caballo. Los trajo con toda velocidad a su padre, y se armó primero, mientras que el ganadero y el porcino también se pusieron sus armaduras, y tomaron sus lugares cerca de Ulises. En tanto Ulises, mientras duraban sus flechas, había estado disparando a los pretendientes uno por uno, y caían gruesos uno sobre el otro: cuando sus flechas se rindieron, puso el arco para pararse contra la pared final de la casa junto al poste de la puerta, y colgó un escudo cuatro cueros gruesos alrededor de sus hombros; sobre su hermosa cabeza puso su casco, bien labrado con una cresta de pelo de caballo que asintió amenazadoramente por encima de él, 168 y agarró dos indudables lanzas calzadas de bronce.

Ahora había una trampilla 169 en la pared, mientras que en un extremo del pavimento 170 había una salida que conducía a un paso estrecho, y esta salida estaba cerrada por una puerta bien hecha. Ulises le dijo a Filoecio que se parara junto a esta puerta y la custodiara, pues sólo una persona podía atacarla a la vez. Pero Agelao gritó: “¿No puede alguien subir a la trampilla y decirle a la gente qué está pasando? La ayuda llegaría de inmediato, y pronto deberíamos acabar con este hombre y su tiroteo”.

—Puede que esto no sea, Agelao —contestó Melanthius—, la boca del estrecho pasaje está peligrosamente cerca de la entrada del patio exterior. Un hombre valiente podría evitar que algún número entre. Pero sé lo que voy a hacer, te traeré las armas de la tienda, porque estoy seguro de que es ahí donde Ulises y su hijo los han puesto”.

Sobre esto el cabrero Melanthius pasó por pasajes traseros al almacén de la casa de Ulises. Ahí escogió doce escudos, con tantos cascos y lanzas, y los trajo de vuelta lo más rápido que pudo para dárselos a los pretendientes. El corazón de Ulises comenzó a fallarle cuando vio a los pretendientes 171 ponerse su armadura y blandir sus lanzas. Vio la grandeza del peligro, y le dijo a Telémaco: “Alguna de las mujeres que hay dentro está ayudando a los pretendientes contra nosotros, o puede ser Melanthius”.

Telemachus contestó: —La culpa, padre, es mía, y sólo mía; dejé abierta la puerta del almacén, y han mantenido una mirada más aguda que yo. Ve, Eumeo, pon la puerta a, y mira si es una de las mujeres la que está haciendo esto, o si, como sospecho, es Melanthius el hijo de Dolio”.

Así conversaron. En tanto Melanthius volvía a ir al almacén a buscar más armaduras, pero el porcino lo vio y le dijo a Ulises que estaba a su lado: “Ulises, noble hijo de Laertes, es ese sinvergüenza Melanthius, tal como sospechábamos, quien va al almacén. Di: ¿lo voy a matar, si puedo sacarle lo mejor, o lo traeré aquí para que te vengues por todos los muchos males que ha hecho en tu casa?”

Ulises contestó: —Telemaco y yo vamos a mantener a estos pretendientes bajo control, no importa lo que hagan; retrocedan a los dos y atarán las manos y los pies de Melanthius detrás de él. Tíralo al almacén y haz la puerta rápida detrás de ti; luego abróchate una soga alrededor de su cuerpo, y ensártalo de cerca a las vigas desde un poste de apoyo alto, 172 para que pueda quedarse en una agonía”.

Así habló él, e hicieron incluso como él había dicho; fueron al almacén, al que entraron antes de que Melanthius los viera, pues él estaba ocupado buscando armas en la parte más interior de la habitación, así que los dos tomaron su posición a ambos lados de la puerta y esperaron. Por y por Melanthius salió con un casco en una mano, y un viejo escudo seco podrido en la otra, que había sido llevado por Laertes cuando era joven, pero que hacía tiempo que se había tirado a un lado, y las correas se habían quedado sin coser; en esto los dos lo agarraron, lo arrastraron hacia atrás por el pelo, y lo arrojaron luchando por el suelo. Doblaron sus manos y pies bien detrás de su espalda, y los ataron apretados con un vínculo doloroso como Ulises les había dicho; luego le sujetaron una soga alrededor de su cuerpo y lo colgaron de un pilar alto hasta que estuvo cerca de las vigas, y sobre él entonces te jactaste, ¡oh porquería Eumeo diciendo: “Melancio, tú pasará la noche en una cama suave como te mereces. Lo sabrás muy bien cuando venga la mañana de los arroyos de Oceanus, y es hora de que estés conduciendo en tus cabras para que los pretendientes se den un festín”.

Ahí, entonces, lo dejaron en cautiverio muy cruel, y habiéndose puesto su armadura cerraron la puerta detrás de ellos y volvieron a ocupar sus lugares al lado de Ulises; sobre lo cual los cuatro hombres se pararon en el claustro, feroces y llenos de furia; sin embargo, los que estaban en el cuerpo de la corte seguían siendo ambos valientes y muchos. Entonces, la hija de Jove, Minerva, se les acercó, habiendo asumido la voz y la forma de Mentor. Ulises se alegró cuando la vio y le dijo: —Mentor, preste su ayuda, y no olvide a su viejo camarada, ni los muchos buenos giros que le ha dado. Además, eres mi compañero de edad”.

Pero todo el tiempo se sentía seguro de que era Minerva, y los pretendientes del otro lado levantaron alboroto cuando la vieron. Agelao fue el primero en reprocharla. “Mentor”, exclamó, “no dejes que Ulises te engañe para que te ponga del lado de él y luche contra los pretendientes. Esto es lo que vamos a hacer: cuando hayamos matado a estas personas, padre e hijo, nosotros también te mataremos a ti. Lo pagarás con tu cabeza, y cuando te hayamos matado, tomaremos todo lo que tengas, en puertas o afuera, y lo llevaremos a un fogón con propiedad de Ulises; no dejaremos que tus hijos vivan en tu casa, ni tus hijas, ni tu viuda seguirá viviendo en la ciudad de Ítaca”.

Esto enfureció aún más a Minerva, por lo que regañó muy enojada a Ulises. 173 “Ulises”, dijo ella, “tu fuerza y destreza ya no son lo que eran cuando peleaste durante nueve largos años entre los troyanos por la noble dama Helen. Mataste a muchos hombres en esos días, y fue a través de tu estratagema que la ciudad de Priam fue tomada. ¿Cómo es que eres tan lamentablemente menos valiente ahora que estás en tu propio terreno, cara a cara con los pretendientes en tu propia casa? Vamos, buen amigo, quédese a mi lado y vea cómo Mentor, hijo de Alcimus, peleará contra tus enemigos y recobrará las bondades que se le confieren”.

Pero ella todavía no le daría la victoria completa, pues deseaba aún más demostrar su propia destreza y la de su valiente hijo, por lo que voló hasta una de las vigas del techo del claustro y se sentó sobre ella en forma de golondrina.

En tanto Agelao hijo de Damastor, Eurinomo, Anfímedon, Demoptolemus, Pisander, y Polibus hijo de Polictor llevaron la peor parte de la pelea sobre el lado de los pretendientes; de todos los que seguían luchando por sus vidas eran con mucho los más valientes, pues los demás ya habían caído bajo las flechas de Ulises. Agelao les gritó y les dijo: “Amigos míos, pronto tendrá que dejarlo, porque Mentor se ha ido después de no haber hecho nada por él más que presumir. Están parados en las puertas sin apoyo. No lo apuntes todo a la vez, sino seis de ustedes lanzan primero sus lanzas, y vean si no pueden cubrirse de gloria matándolo. Cuando ha caído no necesitamos estar intranquilos con los demás”.

Tiraron sus lanzas mientras él les mandó, pero Minerva las hizo todas sin ningún efecto. Uno golpeó el poste de la puerta; otro fue contra la puerta; el eje puntiagudo de otro golpeó la pared; y en cuanto habían evitado todas las lanzas de los pretendientes, Ulises dijo a sus propios hombres: “Amigos míos, debería decir que nosotros también mejor dejamos conducir en medio de ellos, o coronarán todo el daño que tienen nos hizo matándonos de plano”.

Por lo tanto, apuntaron directamente frente a ellos y lanzaron sus lanzas. Ulises mató a Demoptolemus, Telemachus Euryades, Eumaeus Elatus, mientras que el ganadero mató a Pisander. Todos estos mordieron el polvo, y mientras los demás se acercaban a una esquina, Ulises y sus hombres corrieron hacia adelante y recuperaron sus lanzas sacándolas de los cuerpos de los muertos.

Los pretendientes ahora apuntaron por segunda vez, pero nuevamente Minerva hizo sus armas en su mayor parte sin efecto. Uno se impactó contra un poste de apoyo del claustro; otro fue contra la puerta; mientras que el eje puntiagudo de otro impactó contra la pared. Aún así, Anfímedon acaba de sacar un trozo de la piel superior de la muñeca de Telemaco, y Ctesipo logró pastar el hombro de Eumeo por encima de su escudo; pero la lanza continuó y cayó al suelo. Entonces Ulises y sus hombres dejaron entrar en la multitud de pretendientes. Ulises golpearon a Eurydamas, Telemachus Amphimedon y Eumeo Polibus. Después de esto el ganadero golpeó a Ctesipo en el pecho, y se burló de él diciendo: “Hijo malhablado de Politherses, no seas tan tonto como para hablar perverso en otro momento, sino que el cielo dirija tu discurso, porque los dioses son mucho más fuertes que los hombres. Te hago un regalo de este consejo para que te pagues por el pie que le diste a Ulises cuando estaba rogando en su propia casa”.

Así habló el ganadero, y Ulises golpeó al hijo de Damastor con una lanza en pelea cerrada, mientras que Telemaco golpeó en el vientre a Leocrito hijo de Evenor, y el dardo se limpió a través de él, de manera que cayó hacia adelante lleno de rostro sobre el suelo. Entonces Minerva desde su asiento en la vigas sostenía su mortífera égida, y los corazones de los pretendientes codoraron. Huyeron al otro extremo de la cancha como un rebaño de ganado enloquecido por el tábano a principios del verano cuando los días son más largos. Mientras los buitres de pico de águila, los buitres de las montañas se abalanzan sobre los pájaros más pequeños que se acobardan en bandadas sobre el suelo, y los matan, porque no pueden ni pelear ni volar, y los miradores disfrutan del deporte, aun así Ulises y sus hombres cayeron sobre los pretendientes y los hirieron por todos lados. Hicieron un gemido horrible mientras sus cerebros estaban siendo maltratados, y el suelo se llenaba de sangre.

Entonces Leiodos agarró las rodillas de Ulises y dijo: “Ulises te ruego que tengas piedad de mí y me perdones. Nunca hice daño a ninguna de las mujeres de tu casa ni de palabra ni de hecho, e intenté detener a las demás. Yo los vi, pero no me escucharían, y ahora están pagando por su locura. Yo era su sacerdote sacrificado; si me matas, moriré sin haber hecho nada para merecerlo, y no tendré gracias por todo el bien que hice”.

Ulises lo miró con severidad y respondió: “Si fueras su sacerdote sacrificado, debiste haber rezado muchas veces para que pudiera pasar mucho tiempo antes de que yo volviera a casa, y que pudieras casarte con mi esposa y tener hijos junto a ella. Por lo tanto morirás”.

Con estas palabras cogió la espada que Agelao había dejado caer cuando lo mataban, y que yacía en el suelo. Después golpeó a Leiodos en la nuca, de manera que su cabeza cayó rodando en el polvo mientras aún hablaba.

El juglar Femio hijo de Terpes —aquel que había sido obligado por los pretendientes a cantarles— ahora trató de salvarle la vida. Estaba parado cerca de la trampilla, 174 y sostenía su lira en la mano. No sabía si volar fuera del claustro y sentarse junto al altar de Jove que estaba en la cancha exterior, y en el que tanto Laertes como Ulises habían ofrecido hasta los muslos de muchos bueyes, o si ir directo hasta Ulises y abrazar sus rodillas, pero al final consideró que lo mejor era abrazar a Ulises” rodillas. Entonces puso su lira en el suelo entre el tazón 175 para mezclar y el asiento tachonado de plata; luego subiendo a Ulises se agarró de las rodillas y dijo: —Ulises, te ruego que tengas piedad de mí y me perdones. Lo lamentarás después si matas a un bardo que pueda cantar tanto para dioses como para hombres como yo. Yo mismo hago todas mis puestas, y el cielo me visita con todo tipo de inspiración. Te cantaría como si fueras un dios, por lo tanto no tengas tanta prisa por cortarme la cabeza. Tu propio hijo Telemachus te dirá que no quería frecuentar tu casa y cantar a los pretendientes después de sus comidas, pero eran demasiados y demasiado fuertes para mí, así que me hicieron”.

Telémaco lo escuchó, y de inmediato se acercó a su padre. “¡Aguanta!” exclamó, “el hombre es inocente, no le hagas daño; y nosotros también perdonaremos a Medón, que siempre me fue bueno cuando era niño, a menos que Filoecio o Eumeo ya lo hayan matado, o se haya caído en tu camino cuando estabas furioso por la corte”.

Medon captó estas palabras de Telemachus, pues se encontraba agazapado bajo un asiento bajo el cual había escondido al cubrirse con una piel de novilla recién desollada, así que se tiró de la piel, subió a Telemachus, y se agarró de rodillas.

“Aquí estoy, mi querido señor -dijo-, quédese la mano, pues, y díselo a su padre, o me matará en su furia contra los pretendientes por haber desperdiciado su sustancia y haber sido tan tontamente irrespetuoso consigo mismo”.

Ulises le sonrió y respondió: —No temas; Telemachus te ha salvado la vida, para que puedas conocer en el futuro, y decirle a otras personas, cuán mucho mejores prosperan las buenas obras que las malas. Ve, pues, fuera de los claustros hacia el patio exterior, y aléjate del camino del matadero —tú y del bardo— mientras termino mi trabajo aquí adentro”.

La pareja entró a la cancha exterior lo más rápido que pudieron, y se sentaron junto al altar mayor de Jove, mirando temerosamente alrededor, y aún esperando que los mataran. Entonces Ulises revisó cuidadosamente toda la cancha, para ver si alguien había logrado esconderse y seguía viviendo, pero los encontró a todos tirados en el polvo y soldando en su sangre. Eran como peces que los pescadores han sacado del mar, y arrojados sobre la playa para mentir jadeando por agua hasta que el calor del sol los acabe. Aun así estaban los pretendientes acostados todos acurrucados uno contra otro.

Entonces Ulises le dijo a Telémaco: “Llama a la enfermera Euryclea; tengo algo que decirle”.

Telémaco fue y llamó a la puerta del cuarto de mujeres. “Date prisa —dijo él—, anciana que se ha puesto sobre todas las demás mujeres de la casa. Ven afuera; mi padre quiere hablarte”.

Cuando Euryclea escuchó esto desabrochó la puerta del cuarto de mujeres y salió, siguiendo a Telemachus. Encontró a Ulises entre los cadáveres salpicados de sangre y inmundicia como un león que acaba de devorar a un buey, y su pecho y sus dos mejillas están todos ensangrentados, de manera que es un espectáculo temeroso; aun así fue Ulises manchado de pies a cabeza de sangre. Al ver todos los cadáveres y tanta cantidad de sangre, empezaba a gritar de alegría, pues vio que se había hecho una gran acción; pero Ulises la comprobó, “anciana”, dijo él, “regocíjate en silencio; conténtate y no hagas ruido al respecto; es cosa impía jactarse de hombres muertos. La fatalidad del cielo y sus propias malas obras han llevado a estos hombres a la destrucción, porque no respetaron a ningún hombre en todo el mundo, ni rico ni pobre, que se acercaron a ellos, y han llegado a un mal final como castigo por su maldad e insensatez. Ahora, sin embargo, dime cuáles de las mujeres de la casa se han equivocado de conducta, y quiénes son inocentes”. 176

“Te diré la verdad, hijo mío”, contestó Euryclea. “Hay cincuenta mujeres en la casa a las que enseñamos a hacer cosas, como cardar lana, y todo tipo de labores domésticas. De estos, doce de los 177 se han portado mal, y han estado queriendo respecto a mí, y también a Penélope. No le mostraron faltarle el respeto a Telémaco, pues él sólo ha crecido últimamente y su madre nunca le permitió dar órdenes a las sirvientas; pero déjame subir las escaleras y decirle a tu esposa todo lo que ha pasado, pues algún dios la ha estado mandando a dormir”.

“No la despiertes todavía”, contestó Ulises, “pero diles a las mujeres que se han equivocado de conducta que vengan a mí”.

Euryclea salió del claustro para decírselo a las mujeres, y hacerlas llegar a Ulises; mientras tanto llamó a Telemachus, al ganadero, y al porquero. “Comenzar”, dijo, “a sacar a los muertos, y hacer que las mujeres te ayuden. Después, consigue esponjas y agua limpia para que baje las mesas y los asientos. Cuando hayas limpiado a fondo todos los claustros, lleva a las mujeres al espacio entre la habitación abovedada y la pared del patio exterior, y corre a través de ellas con tus espadas hasta que estén bastante muertas, y te hayas olvidado por completo del amor y la forma en que solían mentir en secreto con los pretendientes”.

Sobre esto las mujeres bajaron en un cuerpo, llorando y llorando amargamente. Primero sacaron los cadáveres, y los apuntalaron uno contra el otro en la puerta de entrada. Ulises les ordenó acercarse y les obligó a hacer su trabajo rápidamente, por lo que tuvieron que llevar a cabo los cuerpos. Cuando lo habían hecho, limpiaban todas las mesas y asientos con esponjas y agua, mientras Telemachus y los otros dos sacaban la sangre y la suciedad del suelo, y las mujeres se lo llevaban todo y lo sacaban por la puerta. Entonces, cuando habían hecho todo el lugar bastante limpio y ordenado, sacaron a las mujeres y las doblaron en el estrecho espacio entre la pared de la habitación abovedada y la del patio, para que no pudieran escapar: y Telemachus dijo a los otros dos: “No dejaré que estas mujeres mueran de muerte limpia, porque estaban insolente conmigo y mi madre, y solía acostarme con los pretendientes”.

Diciendo así que hizo un cable de barco rápido a uno de los postes de apoyo que sostenían el techo de la habitación abovedada, y lo aseguró alrededor del edificio, a buena altura, para que ninguno de los pies de las mujeres tocara el suelo; y como zorzales o palomas golpeaban contra una red que se les ha fijado en un matorral al igual que estaban llegando a su nido, y les espera un destino terrible, aun así las mujeres tuvieron que meter la cabeza en sogas una tras otra y morir de la manera más miserable. 178 Sus pies se movieron convulsivamente por un tiempo, pero no por mucho tiempo.

En cuanto a Melanthius, lo llevaron por el claustro hasta el patio interior. Ahí le cortaron la nariz y las orejas; sacaron sus vitales y se los dieron a los perros crudos, y luego en su furia le cortaron las manos y los pies.

Cuando hicieron esto, se lavaron las manos y los pies y volvieron a la casa, porque todo ya había terminado; y Ulises le dijo a la querida y vieja enfermera Euryclea: “Tráeme azufre, que limpia toda contaminación, y trae fuego también para que lo queme, y purifique los claustros. Ve, además, y dile a Penélope que venga aquí con sus asistentes, y también con todas las sirvientas que hay en la casa”.

—Todo lo que has dicho es verdad —contestó Euryclea—, pero déjame traerte algo de ropa limpia, una camisa y una capa. No mantengas estos trapos en la espalda por más tiempo. No está bien”.

“Primero enciéndeme un fuego”, respondió Ulises.

Ella trajo el fuego y el azufre, como él le había pedido, y Ulises purificó a fondo los claustros y tanto los tribunales interior como exterior. Entonces ella entró a llamar a las mujeres y contarles lo que había pasado; de donde salieron de su departamento con antorchas en las manos, y presionaron alrededor de Ulises para abrazarlo, besándole la cabeza y los hombros y agarrándose de las manos. Le hacía sentir como si quisiera llorar, pues recordaba a cada una de ellas. 179


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