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1.1: Ontología del Concepto de Seguridad Humana — Temas transversales

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    Ontología del Concepto de Seguridad Humana — Temas transversales

    En un mundo que cambia rápidamente, un cuarto de siglo significa mucho tiempo para el desarrollo de una idea. Durante ese tiempo la seguridad humana se ha convertido en lo que consideramos una narrativa orientadora en todo el mundo. A principios del decenio de 1990 se hizo cada vez más claro que el fin de la guerra fría no iría acompañado de un fin de conflicto armado sino que, en cambio, la naturaleza de los conflictos violentos estaba cambiando, alejándose de las guerras interestatales tradicionales de los últimos cuatro siglos hacia conflictos dentro de los Estados, alimentados por etnias, religiosas o ideológicas. Los Estados ya no parecían ser las únicas entidades cuya seguridad importaba. Regiones, comunidades, familias e individuos sólo pueden sentirse seguros si tienen razones para creer que su funcionamiento continuado no va a ser amenazado en todo momento, y el estado parecía ya no capaz de garantizarlo. Además, los gobiernos reconocieron cada vez más que la seguridad del Estado depende en gran medida de la seguridad de sus regiones, comunidades, familias e individuos, aunque no casi todos estos últimos de manera equitativa; y que los ingresos financieros por sí mismos constituyen una medida inadecuada de esa seguridad. [1]

    Si bien esas nociones parecían poco convencionales en su momento, quedaron evidenciadas por los esporádicos ejemplos de estados incumpliendo con sus obligaciones como garantes de seguridad, hasta el punto en que amenazaron la seguridad de sus propios ciudadanos. Los casos más espantosos se acumularon en genocidio como ejemplifican el Holocausto, los campos de exterminio camboyanos, Ruanda, Siria y una triste larga lista de otros a lo largo de la historia, que datan mucho antes de que tuviéramos una palabra para ello. En el otro extremo del espectro del poder estatal se encuentran ejemplos de estados que perdieron la capacidad de asegurar la seguridad de sus ciudadanos, como se ve en la actual Somalia, Irak, Myanmar y otra triste lista larga. En el medio vemos ejemplos cotidianos de brutalidad policial, corrupción gubernamental, censura mediática y acaparamiento sin escrúpulos de recursos. Quedó claro que un requisito primordial para la seguridad de los seres humanos no era simplemente la ausencia de guerra sino la ausencia de violencia estructural, cultural y personal (Galtung, 1969), y que la disciplina de las relaciones internacionales como campo de empeño no puede por sí sola entregar esos retos. Esto por supuesto no fue una idea nueva; pero de alguna manera la transición fuera de la Guerra Fría parecía el momento adecuado para expresarla en forma de un nuevo modelo de seguridad.

    La idea de la seguridad humana surgió hace siglos en los escritos de Hobbes, Locke, Hume y Rousseau que proporcionaron una razón de ser para el estado moderno como su principal garante. Así, desde el nacimiento del Estado-nación con la Paz de Westfalia en 1648 la seguridad humana ha sido considerada implícitamente como la razón principal para tener un estado en primer lugar (Pitsuwan, 2007). En 1968 el primer ministro canadiense Lester Pearson (1969, p. 43) propuso “... que la paz y la seguridad de las personas tengan prioridad sobre la soberanía de los estados...” Los desarrollos históricos, como se aludieron anteriormente, también favorecieron ese cambio de paradigma. Además del colapso del imperio soviético, la globalización en sus múltiples manifestaciones alejó la atención de la gente de la seguridad del Estado y de las amenazas y defensas militares, hacia una perspectiva más cosmopolita centrada en las personas, respaldada por la ONU.

    La seguridad humana como concepto comenzó a ganar reconocimiento cuando se dio a conocer como tema del Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU en 1994 (PNUD, 1994). Desde entonces ha atraído cada vez más la atención entre teóricos, formuladores de políticas y, en cierta medida (como en Canadá durante la década de 1990), votantes. El Marco de Seguridad Humana del PNUD (Jolly & Ray, 2006) y un informe para el Centro de Desarrollo Regional de la ONU (Mani, 2002) resumen la influencia de la seguridad humana en la política de la ONU. Esta influencia tomó tres formas: la idea de que la primacía de los derechos humanos de los ciudadanos no sólo obliga al Estado a protegerlos sino que a veces se les protege de la autoridad estatal; la noción de que la situación de indigencia de muchas personas alrededor del mundo requiere decisivas los esfuerzos de desarrollo por parte de los estados (Thakur, 2010); y la comprensión de que la seguridad humana es una obligación demasiado importante y demasiado compleja para dejarla en manos de los gobiernos nacionales de manera aislada sin el apoyo de la sociedad civil.

    En 2003 la Comisión de Seguridad Humana de la ONU, presidida por Sadako Ogata y Amartya Sen, informó que el mundo necesitaba “un nuevo marco de seguridad que se centre directamente en las personas” y que se centre en “proteger a las personas de amenazas agudas y empoderar a las personas para que se hagan cargo de sus propias vidas” (Comisión de Derechos Humanos Seguridad, 2003, p. iv). Este objetivo de empoderamiento individual parece un largo camino alejado de las prioridades tradicionales de la seguridad del Estado.

    La Red de Seguridad Humana, fundada en 1998, al momento de redactarse este artículo incluye a doce países desarrollados y en desarrollo de todo el mundo (más un observador), quienes contribuyeron al marco de seguridad humana del PNUD. Su énfasis relativo varía entre el enfoque de los derechos humanos (por ejemplo, Noruega, y el establecimiento de la Corte Penal Internacional en La Haya) y el enfoque de desarrollo (por ejemplo, Suiza y anteriormente Japón). En los últimos años la Red ha retrocedido un poco fuera de la atención pública, pero sus países miembros continúan enfatizando las prioridades de seguridad humana en el escenario internacional.

    Lo que parecía nuevo sobre el concepto fue su perspectiva desplazada, del estado como sujeto y objeto de la política de seguridad al individuo humano como centro de consideraciones de seguridad —de la seguridad del Estado a la seguridad humana (Hampson et al. , 2002; Tadjbakhsh y Chenoy, 2006). Y dado que los seres humanos, a diferencia de los estados, son capaces de sensaciones y emociones, la seguridad humana se reconoció como en parte contingente de esos estados particulares de ánimo que tendemos a asociar con el bienestar humano. Las diversas definiciones de la ONU desde 1994 giran en torno a los tres principios: a) la libertad del miedo, b) la libertad de la miseria y c) la libertad de vivir con dignidad (Unidad de Seguridad Humana de las Naciones Unidas, 2016; Annan, 2005). Una definición de trabajo de seguridad humana, basada en esos principios y acreditada a David Hastings (2011), sería el logro de la paz/seguridad física, mental y espiritual de individuos y comunidades en el hogar y en el mundo, en un contexto local/global equilibrado. El aspecto subjetivo plasmado en los tres principios se remonta a las Cuatro Libertades de Franklin D. Roosevelt (detalles en el capítulo 2).

    Esos tres principios están enraizados en las necesidades humanas básicas, expresadas, por ejemplo, en la taxonomía de Abraham Maslow (1943) y en las diez capacidades centrales de Martha Nussbaum (2011, pp. 33-34). Dependen de variables que se extienden más allá de lo que tradicionalmente se ha considerado como la arena política. Esta extensión y ampliación también marca la dirección en la que se ha desarrollado el concepto de seguridad humana. Además de la ausencia de amenazas violentas, algunos analistas comenzaron a incluir entre las condiciones para la seguridad humana una relativa seguridad frente a la miseria económica, de enfermedades infecciosas agudas, complementos mínimos de agua dulce segura, nutrición adecuada y protección contra la degradación ambiental y los desastres.

    Para atender esas preocupaciones, una interpretación útil de la seguridad humana debe abarcar las diversas dimensiones o direcciones de las que pueden surgir las amenazas, como se mencionó anteriormente. Para atender ese requisito, se propuso el modelo de cuatro pilares de seguridad humana (Lautensach 2006). El primer pilar consiste en el área tradicional de seguridad militar/estratégica del Estado y su estado de derecho; el segundo es la seguridad económica, particularmente como ahora se conceptualiza a través de modelos heterodoxos de economías circulares sustentables o de crecimiento cero; el tercero es la salud pública como lo describe la epidemiología y los determinantes de las prioridades de salud y atención de la salud de la comunidad; el cuarto pilar es la seguridad ambiental, determinada principalmente por las complejas interacciones entre las poblaciones humanas y las funciones de origen y sumidero de sus ecosistemas anfitriones. Los cuatro pilares abordan adecuadamente diversas fuentes de amenazas, cubriendo el mismo terreno que las siete dimensiones del Informe sobre Desarrollo Humano 1994 (PNUD, 1994) (económica, alimentaria, salud, ambiental, personal, comunitaria y seguridad política). Esos pilares o dimensiones interactúan entre sí en una compleja red de relaciones que a veces conducen a efectos inesperados y repentinos.

    Otros estaban menos preparados para extender la seguridad humana a tales 'amenazas suaves' y preferían una forma más “estrecha” o “delgada” del concepto. Críticos de la Escuela de Copenhague expresaron la preocupación de que el concepto corría el peligro de no dejar nada fuera, de etiquetar todos los problemas humanos temas de seguridad; que tal titulización sería de poca ayuda para abordar retos prácticos porque la heterogeneidad del concepto impediría a las personas desde el desarrollo de modelos descriptivos adecuadamente coherentes que puedan fundamentar prioridades políticas efectivas. En respuesta, los defensores de interpretaciones extendidas señalan que anualmente ocurren muchas más muertes por las llamadas amenazas 'suaves' que por cualquier amenaza a la seguridad nacional o violencia armada; el hecho de que la mayoría de esas muertes hubieran sido prevenibles se traduce en una obligación. La pandemia de 2020 ofreció un mayor apoyo a un modelo inclusivo que integre la salud, la economía, la política y el medio ambiente.

    Incluso antes de la pandemia, la disputa se vio influida hacia la visión inclusiva por dos desarrollos. Primero, se dio cuenta de que desde mediados del siglo XX el planeta había estado experimentando cambios drásticos que fueron cada vez más reconocidos como omnipresentes, acelerantes y en parte irreversibles; se expresó en nuevos modelos conceptuales bajo los nombres de 'Gran Aceleración' (Steffen et al. , 2015), 'Espacio operativo seguro para la humanidad' (Rockström et al. , 2009) y los nuevos imperativos de la era del Antropoceno (Burtynsky et al. , 2018). Esas nuevas circunstancias están afectando la seguridad de los estados así como de todos esos otros pilares y dimensiones. En segundo lugar, la ONU se involucró en sucesivas iniciativas globales encaminadas a garantizar la sustentabilidad de la seguridad humana en todos sus pilares o dimensiones. Esto comenzó con los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU (2000-2015) y continuó con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS; 2015-2030) (Naciones Unidas, 2015). Estos últimos han ganado reconocimiento como un ejemplo bien conocido de la interpretación amplia y 'centrada en las personas' de la seguridad humana que informa de un programa de desarrollo global y sustentabilidad que incluye el empoderamiento de actores no estatales, evitando el debate de titulización. [2]

    Otra dirección en la que se extendió el concepto de seguridad humana fue el futuro. Con el advenimiento de los ODM, y en mucho mayor medida con los ODS, se hizo aceptable expresar oficialmente preocupación por el bienestar futuro de los hijos de las personas, y, a partir de la mediana edad, por el bienestar de sus hijos, y así sucesivamente. Esta preocupación intergeneracional a largo plazo ha venido poco a poco a informar la agenda de las iniciativas de seguridad humana, como lo indica el surgimiento de la sustentabilidad de alguna forma u otra como piedra angular de la seguridad humana a largo plazo (Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo, 1987). La mayoría de las veces, la preocupación por la seguridad humana es ahora sinónimo de preocupación por la seguridad humana sostenible (Lautensach, 2020).

    Ninguna provisión de seguridad puede ser efectiva a menos que sea sustentable. De hecho, como vamos a argumentar a continuación, muchas prácticas y políticas contribuyen a la inseguridad de las personas por la misma razón de que no pueden sostenerse. Gran parte del calor en los debates sobre sustentabilidad proviene de las diferencias en las definiciones de sustentabilidad y de desarrollo sustentable. La definición más popularizada se originó en un informe de 1987 de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU, el llamado informe Brundtland (WCED, 1987, p. 24): El desarrollo sostenible es un desarrollo que “satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Desafortunadamente no da detalles sobre cuáles podrían ser las necesidades actuales, dónde trazar la línea entre necesidades y deseos, cómo cumplir con los límites físicos al crecimiento (Meadows et al., 2004), ni cómo abordar el conflicto intergeneracional implícito. Debido a esas deficiencias, las definiciones basadas más explícitamente en el contexto ecológico parecen preferibles. Wackernagel y Rees (1996, p. 55) definieron la sustentabilidad como “vivir de los ingresos generados por las existencias de capital natural restantes”. Estas definiciones se refieren a la sustentabilidad ecológica; otras formas de sustentabilidad que han sido reconocidas en la literatura incluyen la sustentabilidad económica, cultural y social (Lautensach & Lautensach, 2012; Raworth, 2017). En otra parte, uno de nosotros (Lautensach, 2020, p. 2) definió la sustentabilidad como “vivir dentro de los límites establecidos por los procesos geofísicos globales, por las estructuras de apoyo ecológico y sus capacidades, por los grupos sociales y las interacciones, y por las necesidades básicas de todos los organismos vivos, incluido el Homo sapiens”. Independientemente de la definición que se favorezca, parece claro que la sustentabilidad no puede omitirse de ningún plan de seguridad a largo plazo como requisito necesario (aunque no suficiente). Los ODS y la Agenda 2030 (ONU, 2015) representan una clara evidencia de que la sustentabilidad, el desarrollo y la seguridad humana son parte integrante de la agenda de la ONU. Las oleadas de protestas públicas en 2019/20 contra las políticas climáticas irresponsables indican una creciente demanda popular de una gobernanza más proactiva y con visión de futuro.

    Los modelos extendidos fortalecen el concepto de seguridad humana, ya que cubren de manera integral las fuentes interdependientes de inseguridad que tradicionalmente se consideraban bajo el ámbito de diferentes especialidades académicas y que fueron (y siguen siendo) estudiadas en gran medida aisladas unas de otras. La fuerza del enfoque integral radica en su capacidad para detectar y caracterizar efectos sinérgicos e interacciones entre múltiples causas. Además, el enfoque integral permitió a los analistas desarrollar métodos para evaluar y verificar diversos aspectos de la seguridad humana como lo ejemplifica el índice de seguridad humana (Hastings, 2011).

    A pesar de esas fortalezas analíticas, la seguridad humana representa una construcción intelectual, informada por diversas nociones idiosincrásicas de bienestar, y sólo en una pequeña parte está informada por verdades objetivas. [3] Pero ese aspecto normativo también puede considerarse como otra fortaleza, a saber, que las prioridades de valor que informan sus diversos componentes son ampliamente compartidas, prioridades que se centran en la seguridad y el bienestar continuos de los individuos humanos (Thakur, 2010). Parece indiscutible que nuestras decisiones y acciones están influenciadas en gran medida por nuestros valores, aspiraciones, ideales, actitudes y suposiciones incuestionables, todas ellas culturalmente contingentes. [4] Esto es igualmente cierto para las personas a las que se hace referencia como idealistas como lo es para los llamados 'realistas'. Las personas se preocupan por la seguridad humana porque se identifican con sus valores e ideales subyacentes: el bienestar humano, los derechos humanos y la dignidad, la justicia, la no violencia y el aborrecimiento del sufrimiento (Kaldor y Beebe, 2010). Esta reconceptualización como conjunto de normas morales es evidente en varios documentos clave de política de las Naciones Unidas. Discusiones más detalladas sobre las bases epistemológicas de la seguridad humana, su ética y sus interpretaciones interculturales se dan en los capítulos 2 y 4.

     

    1.1: Ontología del Concepto de Seguridad Humana — Temas transversales is shared under a CC BY-NC-SA license and was authored, remixed, and/or curated by LibreTexts.