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2.8: El sistema de sexo, género, sexualidad

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    La frase “sistema sexo/género”, o “sexo/género/sistema de sexualidad” fue acuñada por Gayle Rubin (1984) para describir, “el conjunto de arreglos mediante los cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana”. Es decir, Rubin propuso que los vínculos entre el sexo biológico, el género social y la atracción sexual son productos de la cultura. El género es, en este caso, “el producto social” que le damos a las nociones de sexo biológico. En nuestra cultura heteronormativa, se supone que todos son heterosexuales (atraídos por los hombres si eres mujer; atraídos por las mujeres si eres hombre) hasta que se indique lo contrario. Las personas hacen suposiciones sobre cómo deben actuar los demás en la vida social, y hacia quién deben ser atraídos, a partir de sus percepciones de la apariencia corporal externa, que se supone representa características sexuales biológicas (cromosomas, hormonas, características sexuales secundarias y genitales). Rubin cuestionó el argumento determinista biológico que sugería que todas las personas asignadas mujeres al nacer se identificarán como mujeres y se sentirán atraídas por los hombres. Según una visión determinista biológica, donde “la biología es el destino”, esta es la manera en que la naturaleza pretendía. Sin embargo, esta visión no da cuenta de la intervención humana. Como seres humanos, tenemos un impacto en los arreglos sociales de la sociedad. Los construccionistas sociales creen que muchas cosas que solemos dejar incuestionables como formas de vida convencionales en realidad reflejan relaciones de poder históricamente y culturalmente arraigadas entre grupos de personas, que se reproducen en parte a través de procesos de socialización, donde aprendemos convencional formas de pensar y comportarse desde nuestras familias y comunidades. El hecho de que las personas asignadas por mujeres tengan hijos no significa necesariamente que siempre sean por definición los mejores cuidadores de esos niños o que tengan “instintos naturales” de los que carecen las personas asignadas por hombres.

    Por ejemplo, la disposición de las mujeres que cuidan a los niños tiene un legado histórico (que discutiremos más en la sección sobre mercados laborales de género). Vemos no solo a madres sino a otras mujeres que también cuidan a los niños: trabajadoras de guarderías, niñeras, maestros de primaria y niñeras. Lo que estos trabajos tienen en común es que todos son ocupaciones muy dominadas por mujeres Y que esta obra está económicamente infravalorada. A estas personas no se les paga muy bien. Un estudio encontró que, en la ciudad de Nueva York, los asistentes de estacionamientos, en promedio, ganan más dinero que los trabajadores de cuidado infantil (Clawson y Gerstel, 2002). Debido a que la “maternidad” no se ve como trabajo, sino como el comportamiento “natural” de una mujer, no se le compensa de una manera que refleje lo difícil que es el trabajo. Si alguna vez has babysat por un día completo, adelante y multiplica eso por dieciocho años y luego trata de hacer el argumento de que no es trabajo. Los hombres pueden hacer este trabajo igual de bien que las mujeres, pero no hay dictados culturales similares que digan que deberían. Encima de eso, algunos sugieren que si los cuidadores pagados fueran en su mayoría hombres, entonces ganarían mucho más dinero. De hecho, los hombres que trabajan en ocupaciones dominadas por mujeres en realidad ganan más y ganan promociones más rápido que las mujeres. Este fenómeno se conoce como la escalera mecánica de vidrio. Este ejemplo ilustra cómo, como argumenta la construccionista social Abby Ferber (2009), los sistemas sociales producen diferencias entre hombres y mujeres, y no lo contrario.


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