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8.2: “Sobre la vacunación contra la viruela” de Edward Anthony Jenner

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    —publicado por primera vez 1798

    La desviación del hombre de la etapa en la que fue colocado originalmente por la naturaleza parece haberle demostrado una prolífica fuente de enfermedades. Desde el amor al esplendor, desde las indulgencias del lujo, y desde su afición por la diversión se ha familiarizado con un gran número de animales, que quizás no originalmente fueron destinados a sus asociados.

    El lobo, desarmado de ferocidad, ahora está almohadillado en el regazo de la señora. [1] El gato, el pequeño tigre de nuestra isla, cuyo hogar natural es el bosque, es igualmente domesticado y acariciado. La vaca, el cerdo, la oveja y el caballo, son todos, para una variedad de propósitos, puestos bajo su cuidado y dominio.

    Existe una enfermedad a la que frecuentemente está sujeto el caballo, desde su estado de domesticación. Los hechores lo han llamado la grasa. Se trata de una inflamación e hinchazón en el talón, de la que cuestiones importan poseyendo propiedades de un tipo muy peculiar, que parece capaz de generar una enfermedad en el cuerpo humano (después de que haya sufrido la modificación de la que voy a hablar actualmente), que tiene un parecido tan fuerte con la viruela que Creo que es muy probable que pueda ser la fuente de la enfermedad.

    En este país lechero se mantiene un gran número de vacas, y la oficina de ordeño es realizada indiscriminadamente por hombres y sirvientas. Uno de los primeros al haber sido designado para aplicar apósitos a los talones de un caballo afectado con la grasa, y al no prestar la debida atención a la limpieza, lleva incautiosamente su parte en el ordeño de las vacas, con algunas partículas de la materia infecciosa adheridas a sus dedos. Cuando este es el caso, comúnmente sucede que una enfermedad se comunica a las vacas, y de las vacas a las lecheras, que se propaga por la granja hasta que la mayoría del ganado y los domésticos sienten sus desagradables consecuencias. Esta enfermedad ha obtenido el nombre de la viruela de la vaca. Aparece en los pezones de las vacas en forma de pústulas irregulares. En su primera aparición suelen ser de color azul palish, o más bien de un color algo parecido a lívido, y están rodeados de una inflamación erisipelatosa. Estas pústulas, a menos que se aplique un remedio oportuno, frecuentemente degeneran en úlceras fagénicas, las cuales resultan sumamente problemáticas. [2]. Los animales se vuelven indispuestos, y la secreción de leche disminuye mucho. Ahora comienzan a aparecer manchas inflamadas en diferentes partes de las manos de los domésticos empleados en el ordeño, y a veces en las muñecas, que rápidamente pasan a supuración, asumiendo primero la aparición de las pequeñas vesicaciones producidas por una quemadura. Más comúnmente aparecen alrededor de las articulaciones de los dedos y en sus extremidades; pero cualesquiera que sean las partes afectadas, si la situación lo admitirá, estas supuraciones superficiales se ponen de forma circular, con sus bordes más elevados que su centro, y de un color que se aproxima distantemente al azul. Se produce la absorción y aparecen tumores en cada axila. El sistema se ve afectado —se acelera el pulso; y aparecen escalofríos, sucedidos por el calor, con lassitudes generales y dolores alrededor de los lomos y extremidades, con vómitos. La cabeza es dolorosa, y el paciente se ve afectado de vez en cuando incluso con delirio. Estos síntomas, que varían en sus grados de violencia, generalmente continúan de un día a tres o cuatro, dejando llagas ulceradas alrededor de las manos, las cuales, por la sensibilidad de las partes, son muy problemáticas, y comúnmente curan lentamente, con frecuencia volviéndose fagénicas, como las de donde brotaron. Los labios, las fosas nasales, los párpados y otras partes del cuerpo a veces se ven afectados con llagas; pero éstas evidentemente surgen de ser frotadas o rascadas sin atención con los dedos infectados del paciente. Ninguna erupción en la piel ha seguido el declive de los síntomas febriles en ningún caso que haya sido sometido a mi inspección, uno solo exceptuado, y en este caso aparecieron muy pocos en los brazos: eran muy diminutos, de un color rojo vivo, y pronto murieron sin avanzar a la maduración; así que no puedo determinar si tenían alguna conexión con los síntomas anteriores.

    Así la enfermedad avanza del caballo [3] al pezón de la vaca, y de la vaca al sujeto humano.

    La materia mórbida de diversos tipos, cuando se absorbe en el sistema, puede producir efectos en cierto grado similares; pero lo que hace que el virus de la viruela vacuno sea tan singular es que la persona que ha sido así afectada está segura para siempre de la infección de la viruela; ni la exposición a los efluvios variolos, ni la inserción de la materia en la piel, produciendo este moquillo.

    En apoyo de un hecho tan extraordinario, pondré ante mi lector un gran número de instancias. [4]

    Caso I: Joseph Merret, ahora jardinero menor del conde de Berkeley, vivió como sirviente con un granjero cerca de este lugar en el año 1770, y ocasionalmente ayudaba a ordeñar las vacas de su amo. Varios caballos pertenecientes a la granja comenzaron a tener dolor en los talones, a los que Merret acudió con frecuencia. Las vacas pronto se vieron afectadas con la viruela de la vaca, y poco después aparecieron varias llagas en sus manos. Siguieron hinchazones y rigidez en cada axila, y estuvo tan indispuesto durante varios días como para ser incapaz de perseguir su empleo ordinario. Anteriormente a la aparición del moquillo entre las vacas no había ninguna vaca fresca traída a la granja, ni ningún sirviente empleado que se viera afectado con la viruela de la vaca.

    En abril de 1795, aquí se realizó una inoculación general, Merret fue inoculado con su familia; de manera que había transcurrido un periodo de veinticinco años desde que tuviera la viruela de la vaca hasta este momento. Sin embargo, aunque la materia variola se le insertó repetidamente en el brazo, me pareció impracticable infectarlo con él; una eflorescencia solamente, adquiriendo una mirada erisipelatosa por el centro, apareciendo en la piel cerca de las partes perforadas. Durante todo el tiempo que su familia tuvo la viruela, una de las cuales la tenía muy llena, permaneció en la casa con ellos, pero no recibió ninguna lesión por exposición al contagio.

    Es necesario observar que se tuvo el máximo cuidado para constatar, con la más escrupulosa precisión, que nadie cuyo caso aquí se aduce había pasado por la viruela previa a estos intentos de producir esa enfermedad.

    Si estos experimentos se hubieran llevado a cabo en una gran ciudad, o en un barrio poblado, podrían haberse entretenido algunas dudas; pero aquí, donde la población es delgada, y donde siempre se registra fielmente un evento como el hecho de que una persona haya tenido la viruela, ya que puede surgir el riesgo de inexactitud en este particular.

    Caso II. —Sarah Portlock, de este lugar, se infectó con la viruela de la vaca cuando una criada en un granjero del barrio, hace veintisiete años atrás. [5].

    En el año 1792, concebiéndose, a partir de esta circunstancia, segura de la infección de la viruela, cuidó a uno de sus propios hijos que accidentalmente había cogido la enfermedad, pero no se produjo ninguna indisposición. Durante el tiempo que permaneció en la habitación infectada, se le insertó materia variada en ambos brazos, pero sin ningún efecto adicional que en el caso anterior.

    Caso III. —John Phillips, un comerciante de esta localidad, tuvo la viruela de la vaca en un periodo tan temprano como a los nueve años de edad. A los sesenta y dos años lo inoculé, y fui muy cuidadoso al seleccionar la materia en su estado más activo. Fue tomada del brazo de un niño justo antes del inicio de la fiebre eruptiva, e instantáneamente se insertó. Muy rápidamente produjo una sensación de picadura en la parte. Apareció una eflorescencia, que al cuarto día fue bastante extensa, y se sintió cierto grado de dolor y rigidez alrededor del hombro; pero al quinto día estos síntomas comenzaron a desaparecer, y en uno o dos días después se apagaron por completo, sin producir ningún efecto sobre el sistema.

    Caso IV. —Mary Barge, de Woodford, en esta parroquia, fue inoculada con materia variada en el año 1791. Pronto apareció una eflorescencia de color rojo palish sobre las partes donde se insertó la materia, y se extendió bastante extensamente, pero murió en pocos días sin producir ningún síntoma variado. [6] Desde entonces ha sido empleada repetidamente como enfermera para pacientes con viruela, sin experimentar ninguna mala consecuencia. Esta mujer tenía la viruela de la vaca cuando vivía al servicio de un agricultor en esta parroquia treinta y un años antes.

    Caso V.—La señora H——, una respetable gentil de este pueblo, tenía la viruela de vaca cuando era muy joven. Recibió la infección de una manera poco común: se le dio por medio de su manejo de algunos de los mismos utensilios [7] que estaban en uso entre los sirvientes de la familia, quienes tenían la enfermedad por ordeñar vacas infectadas. Sus manos tenían muchas de las llagas de la viruela de la vaca sobre ellas, y se comunicaron a su nariz, que se inflamó y se hinchó mucho. Poco después de este suceso la señora H—— estuvo expuesta al contagio de la viruela, donde apenas le fue posible haber escapado, de haber sido susceptible de ello, ya que atendió regularmente a un familiar que presentaba la enfermedad en un grado tan violento que le resultó fatal.

    En el año 1778 la viruela prevaleció mucho en Berkeley, y la señora H——, no sintiéndose perfectamente satisfecha respetando su seguridad (ninguna indisposición habiendo seguido su exposición a la viruela), la inoculé con materia variolosa activa. Siguió la misma apariencia que en los casos anteriores, una eflorescencia en el brazo sin ningún efecto sobre la constitución.

    Caso VI. —Es un hecho tan conocido entre nuestros productores lecheros que quienes han tenido la viruela escapan de la viruela o están dispuestos a tenerla ligeramente, que tan pronto como la denuncia se manifiesta entre el ganado, se procuran asistentes, si es posible, quienes de esta manera se vuelven menos susceptibles de ello, de lo contrario los el negocio de la finca apenas podría seguir adelante.

    En el mes de mayo de 1796, la viruela de la vaca estalló en Mr. Baker's, un granjero que vive cerca de este lugar. La enfermedad se comunicó por medio de una vaca que fue comprada en estado infectado en una feria vecina, y ninguna de las vacas del granjero (que constaba de treinta) que en ese momento estaban ordeñadas escapó del contagio. La familia estaba conformada por un hombre criado, dos lecheras y un criado, que junto con el propio agricultor, estaban dos veces al día empleados en el ordeño del ganado. Toda esta familia, excepto Sarah Wynne, una de las lecheras, había pasado por la viruela. La consecuencia fue que el granjero y el criado escaparon por completo de la infección de la viruela de la vaca, y el criado y una de las criadas tenían a cada uno de ellos nada más que una llaga en uno de sus dedos, lo que no produjo desorden en el sistema. Pero la otra lechera, Sarah Wynne, que nunca tuvo la viruela, no escapó de una manera tan fácil. Ella captó la denuncia de las vacas, y se vio afectada con los síntomas descritos en la página 154 en un grado tan violento que quedó confinada en su cama, y quedó incapacitada durante varios días de perseguir sus vocaciones ordinarias en la granja.

    El 28 de marzo de 1797, inoculé a esta niña y froté cuidadosamente la materia variada en dos ligeras incisiones hechas sobre el brazo izquierdo. Un poco de inflamación apareció de la manera habitual alrededor de las partes donde se insertó la materia, pero tan pronto como el quinto día desapareció por completo sin producir ningún efecto sobre el sistema.

    Caso VII. —Aunque la historia precedente demuestra claramente que la constitución es mucho menos susceptible al contagio de la viruela después de haber sentido la de la viruela, y aunque en general, como he observado, los que han tenido la viruela, y se emplean en vacas ordeñadoras que están infectadas con la vaca -viruela, ya sea escapar del trastorno, o tener llagas en las manos sin sentir ninguna indisposición general, sin embargo la economía animal está sujeta a alguna variación al respecto, lo que señalará la siguiente relación:

    En el verano del año 1796 la viruela de la vaca apareció en la granja del señor Andrews, una considerable lechería contigua a la ciudad de Berkeley. Fue comunicado, como en la instancia anterior, por una vaca infectada comprada en una feria del barrio. La familia estaba integrada por el agricultor, su esposa, dos hijos, un hombre y una criada; todos los cuales, excepto el granjero (que temía las consecuencias), llevaban parte en el ordeño de las vacas. Todos ellos, exclusivos del hombre sirviente, habían pasado regularmente por la viruela; pero en este caso nadie que ordeñaba las vacas escapó del contagio. Todos ellos tenían llagas en las manos, y cierto grado de indisposición general, precedida de dolores y tumores en las axilas: pero no hubo comparación en la gravedad de la enfermedad como la sintió el siervo, que había escapado de la viruela, y por los de la familia que no lo habían hecho, pues, mientras estaba confinados a su cama, pudieron, sin mucho inconveniente, seguir sus asuntos ordinarios.

    El 13 de febrero de 1797, aproveché la oportunidad de inocular a William Rodway, al que se aludió el sirviente de arriba. Se insertó materia variolosa en ambos brazos: en el derecho, por medio de incisiones superficiales, y en el izquierdo por leves pinchazos en la cutis. Ambos se inflamaron perceptiblemente al tercer día. Después de esto la inflamación alrededor de las punciones pronto desapareció, pero una pequeña aparición de erisipela se manifestó alrededor de los bordes de las incisiones hasta el octavo día, cuando se sintió un poco de inquietud por el espacio de media hora en la axila derecha. La inflamación entonces desapareció apresuradamente sin producir la marca más distante de afecto del sistema.

    Caso VIII. —Elizabeth Wynne, de cincuenta y siete años, vivió como sirvienta con un agricultor vecino hace treinta y ocho años. Ella era entonces lechera, y la viruela de vaca estalló entre las vacas. Ella contrajo la enfermedad con el resto de la familia, pero, comparada con ellos, la tenía en un grado muy leve, una llaga muy pequeña que sólo le brotaba en el dedo meñique de su mano izquierda, y apenas una indisposición perceptible, siguiéndola.

    Como la enfermedad se había mostrado de manera tan leve, y como se había producido en un período tan lejano de su vida, me sentí feliz con la oportunidad de probar los efectos de la materia variola sobre su constitución, y el 28 de marzo de 1797, la inoculé haciendo dos incisiones superficiales en el brazo izquierdo , sobre la que se frotó con cautela el asunto. Pronto apareció un poco de eflorescencia, y se sintió una sensación de hormigueo en las partes donde se insertó la materia hasta el tercer día, cuando ambas comenzaron a disminuir, y tan pronto como al quinto día se evidenció que no seguiría ninguna indisposición.

    Caso IX. —Aunque la viruela de la vaca protege la constitución de la viruela, y la viruela demuestra una protección contra su propio veneno futuro, sin embargo, parece que el cuerpo humano es una y otra vez susceptible de la materia infecciosa de la viruela de la vaca, como lo demostrará la siguiente historia.

    William Smith, de Pyrton en esta parroquia, contrajo esta enfermedad cuando vivía con un agricultor vecino en el año 1780. Uno de los caballos pertenecientes a la granja tenía dolor de talones, y le cayó a su suerte atenderlo. Por estos medios la infección se llevó a las vacas, y de las vacas se comunicó a Smith. En una de sus manos había varias llagas ulceradas, y se vio afectado con tales síntomas como se han descrito anteriormente.

    En el año 1791 la viruela de la vaca estalló en otra finca donde luego vivió como sirviente, y se vio afectado con ella por segunda vez; y en el año 1794 fue tan lamentable como para volver a atraparla. La enfermedad fue igual de grave la segunda y tercera vez que en la primera. [8]

    En la primavera del año 1795 fue inoculado dos veces, pero no se pudo producir ningún afecto del sistema a partir de la materia variola; y desde entonces se ha asociado con quienes tenían la viruela en su estado más contagioso sin sentir ningún efecto de ella.

    Caso X.—Simon Nichols vivió como sirviente con el señor Bromedge, un caballero que reside en su propia granja en esta parroquia, en el año 1782. Fue empleado en la aplicación de apósitos a los talones doloridos de uno de los caballos de su amo, y al mismo tiempo ayudó en el ordeño de las vacas. Las vacas se vieron afectadas en consecuencia, pero la enfermedad no se mostró en sus pezones hasta varias semanas después de haber comenzado a vestir al caballo. Dejó el servicio del señor Bromedge, y fue a otra granja sin ninguna llaga sobre él; pero aquí pronto sus manos comenzaron a verse afectadas de la manera común, y estaba muy indispuesto con los síntomas habituales. Ocultando la naturaleza de la enfermedad al señor Cole, su nuevo maestro, y estando allí también empleado en el ordeño, la viruela se comunicó a las vacas.

    Algunos años después Nichols estaba empleado en una granja donde estalló la viruela, cuando le inoculé con varios otros pacientes, con los que continuó durante todo el tiempo de su encierro. Su brazo se inflamó, pero ni la inflamación ni su asociación con la familia inoculada produjeron el menor efecto sobre su constitución.

    Caso XI. —William Stinchcomb era un compañero de servicio con Nichols en la granja del señor Bromedge en el momento en que el ganado tenía la viruela de la vaca, y estaba, desafortunadamente, infectado por ellos. Su mano izquierda se vio muy severamente afectada con varias úlceras corrosivas, y un tumor de considerable tamaño apareció en la axila de ese lado. Su mano derecha tenía solo un pequeño tumor sobre ella, y ninguna llaga se descubrió en la axila correspondiente.

    En el año 1792 Stinchcomb fue inoculado con materia variolosa, pero no se produjeron consecuencias más allá de una pequeña inflamación en el brazo durante unos días. Al mismo tiempo se inoculó a una gran parte, algunos de los cuales presentaban la enfermedad en un grado más violento de lo que comúnmente se ve en la inoculación. Se asoció a propósito con ellos, pero no pudo recibir la viruela.

    Durante el repugnante de algunos de sus compañeros sus síntomas le recordaban tan fuertemente a su mente su propio estado al enfermarse con la viruela de vaca que de manera muy pertinente remarcó su sorprendente similitud.

    Caso XII. —Los pobres del pueblo de Tortworth, en este condado, fueron inoculados por el señor Henry Jenner, Cirujano, de Berkeley, en el año 1795. Entre ellos, se presentaron ocho pacientes que tuvieron en diferentes periodos de su vida la viruela de la vaca. Una de ellas, Hester Walkley, asistí con esa enfermedad cuando vivía al servicio de un agricultor en el mismo pueblo en el año 1782; pero ni esta mujer, ni ninguna otra de las pacientes que habían pasado por la viruela de la vaca, recibían la infección variolosa ya sea del brazo o de mezclarse en la sociedad de los demás pacientes que fueron inoculados al mismo tiempo. Este estado de seguridad resultó ser una circunstancia afortunada, ya que muchas de las mujeres pobres se encontraban al mismo tiempo en estado de embarazo.

    Caso XIII. —Se me ha ocurrido una instancia de que el sistema se ve afectado por la materia que sale de los talones de los caballos, y de su permanencia después insusceptible del contagio variolous; otro, donde la viruela apareció de manera oscura; y un tercero, en el que se constató positivamente su existencia completa.

    Primero, Thomas Pearce es hijo de un herrero y herrador cercano a este lugar. Nunca tuvo la viruela de la vaca; pero, como consecuencia de vestir caballos con dolor en los talones a lo de su padre, cuando era un muchacho, tenía llagas en los dedos que supuraban, y que ocasionaban una indisposición bastante severa. Seis años después le inserté materia variola en su brazo repetidamente, sin poder producir nada más que una ligera inflamación, que apareció muy poco después de que se le aplicara la materia, y posteriormente lo expuse al contagio de la viruela con tan poco efecto. [9]

    Caso XIV. —En segundo lugar, el señor James Cole, agricultor de esta parroquia, tenía una enfermedad de la misma fuente que la relacionada en el caso anterior, y algunos años después fue inoculado con materia variola. Tenía un poco de dolor en la axila y sintió una ligera indisposición durante tres o cuatro horas. Algunas erupciones se mostraron en la frente, pero muy pronto desaparecieron sin avanzar a la maduración.

    Caso XV. —Aunque en los primeros casos el sistema parecía estar asegurado, o casi así, de una infección variolosa, por la absorción de materia de las llagas producidas por los talones enfermos de los caballos, sin embargo, el siguiente caso demuestra decisivamente que no se puede confiar en ello del todo hasta que una enfermedad haya sido generada por la materia mórbida del caballo sobre el pezón de la vaca, y pasó por ese medio al sujeto humano.

    El señor Abraham Riddiford, agricultor de Stone en esta parroquia, como consecuencia de vestir a una yegua que tenía dolores de talones, se vio afectado con llagas muy dolorosas en ambas manos, tumores en cada axila, e indisposición severa y general. Le atendió un cirujano del barrio, quien conociendo la similitud entre la aparición de las llagas en sus manos y las producidas por la viruela de la vaca, y al conocer también los efectos de esa enfermedad en la constitución humana, le aseguró que nunca necesita temer la infección de la viruela; pero esta afirmación resultó falaz, pues, al estar expuesto a la infección más de veinte años después, cogió la enfermedad, la cual tomó su curso regular de manera muy leve. Ciertamente hubo una diferencia perceptible, aunque no es fácil describirla, en la apariencia general de las pústulas a partir de lo que comúnmente vemos. Otros practicantes que visitaron al paciente a petición mía coincidieron conmigo en este punto, aunque no quedaba lugar a sospechas en cuanto a la realidad de la enfermedad, ya que inoculé a algunos de su familia de las pústulas, quienes tenían la viruela, con sus apariciones habituales, en consecuencia.

    Caso XVI. —Sarah Nelmes, lechera de un granjero cerca de este lugar, fue infectada con la viruela de las vacas de su amo en mayo de 1796. Recibió la infección en una parte de su mano que previamente había sido lesionada en un leve grado por un rasguño de una espina. En consecuencia, se produjo una gran llaga pústulosa y los síntomas habituales que acompañan a la enfermedad. La pústula era tan expresiva del verdadero carácter de la viruela de la vaca, como aparece comúnmente en la mano, que he dado una representación de la misma en la placa anexa. Las dos pústulas pequeñas en las muñecas surgieron también de la aplicación del virus a algunas abrasiones diminutas de la cutícula, pero el tinte lívido, si alguna vez tuvieron alguno, no fue conspicuo en el momento en que vi al paciente. La pústula en el dedo índice muestra la enfermedad en una etapa más temprana. En realidad no apareció en la mano de esta joven, sino que fue tomada de la de otra, y se anexa con el propósito de representar la enfermedad después de que haya aparecido de nuevo.

    Caso XVII. —Con mayor precisión para observar el avance de la infección seleccioné a un niño sano, de unos ocho años de edad, para fines de inoculación para la viruela de la vaca. El asunto fue tomado de una llaga en la mano de una lechera [10], quien fue infectada por las vacas de su amo, y se insertó, el 14 de mayo de 1796, en el brazo del niño por medio de dos incisiones superficiales, apenas penetrando el cutis, cada una de aproximadamente media pulgada de largo.

    Al séptimo día se quejó de malestar en la axila, y al noveno se puso un poco de frío, perdió el apetito, y tuvo un ligero dolor de cabeza. Durante todo este día estuvo perceptiblemente indispuesto, y pasó la noche con cierto grado de inquietud, pero al día siguiente se encontraba perfectamente bien.

    La aparición de las incisiones en su avance a un estado de maduración fue muy similar a cuando se producían de manera similar por materia variolosa. La única diferencia que percibí fue en el estado del líquido límpido derivado de la acción del virus, que asumió más bien un matiz más oscuro, y en el de la eflorescencia que se extiende alrededor de las incisiones, que tenían un aspecto más erisipelatoso de lo que comúnmente percibimos cuando se ha hecho materia variolosa uso de la misma manera; pero el conjunto se extinguió (dejando en las partes inoculadas costras y posteriores escharas) sin darme a mí ni a mi paciente el menor problema.

    Para determinar si el niño, después de sentir tan leve afecto del sistema por el virus vaca-viruela, estaba seguro del contagio de la viruela, fue inoculado el 1 de julio siguiente con materia variola, inmediatamente tomada de una pústula. Se le hicieron varios pinchazos e incisiones leves en ambos brazos, y el asunto se le insertó cuidadosamente, pero no le siguió ninguna enfermedad. Las mismas apariencias fueron observables en los brazos que comúnmente vemos cuando a un paciente se le ha aplicado materia variada, después de haber tenido viruela vaca-viruela o viruela. Varios meses después fue nuevamente inoculado con materia variolosa, pero no se produjo ningún efecto sensible en la constitución.

    Aquí mis investigaciones se interrumpieron hasta la primavera del año 1798, cuando, desde la humedad de la primera parte de la temporada, muchos de los caballos de agricultores de este barrio se vieron afectados de dolor en los talones, como consecuencia de lo cual la viruela vacuno estalló entre varias de nuestras lecherías, lo que me permitió un oportunidad de hacer más observaciones sobre esta curiosa enfermedad.

    Una yegua, propiedad de una persona que mantiene una lechería en una parroquia vecina, comenzó a tener dolores de tacón este último a fines del mes de febrero de 1798, que ocasionalmente fueron lavados por los sirvientes de la granja, Thomas Virgoe, William Wherret, y William Haynes, quienes en consecuencia se vieron afectados de llagas en sus manos, seguidas de glándulas linfáticas inflamadas en brazos y axilas, escalofríos sucedidos por el calor, lassitude y dolores generales en las extremidades. Un solo paroxismo terminó la enfermedad; pues dentro de las veinticuatro horas estuvieron libres de indisposición general, quedando nada más que las llagas en sus manos. Haynes y Virgoe, que habían pasado por la viruela desde la inoculación, describieron sus sentimientos como muy similares a los que los afectaban al enfermarse con esa enfermedad. Wherret nunca había tenido la viruela. Haynes estaba empleado diariamente como uno de los ordeñadores de la granja, y la enfermedad comenzó a manifestarse entre las vacas unos diez días después de que él ayudara por primera vez a lavar los talones de la yegua. Sus pezones se pusieron doloridos de la manera habitual, con pústulas azuladas; pero como los remedios se aplicaron tempranamente, no ulceraron en ningún grado.

    Caso XVIII. —John Baker, un niño de cinco años, fue inoculado el 16 de marzo de 1798, con materia sacada de una pústula de la mano de Thomas Virgoe, uno de los sirvientes que había sido infectado por los talones de la yegua. Se enfermó al sexto día con síntomas similares a los excitados por la materia vaca-viruela. Al octavo día quedó libre de indisposición.

    Hubo alguna variación en la apariencia de la pústula en el brazo. Si bien se parecía algo a una pústula de viruela, sin embargo su similitud no era tan llamativa como cuando se excitaba por la materia del pezón de la vaca, o cuando la materia ha pasado de allí por el medio del sujeto humano.

    Este experimento se realizó para determinar el progreso y los efectos posteriores de la enfermedad cuando así se propagó. Hemos visto que el virus de la horge, cuando resulta infeccioso para el sujeto humano, no se debe confiar en que el sistema esté seguro de infecciones variolas, sino que la materia que produce sobre el pezón de la vaca es perfectamente así. Queda por decidir si su paso del caballo por la constitución humana, como en la presente instancia, producirá un efecto similar. Esto se habría visto afectado, pero al niño se le hizo unidad de inoculación por haber sentido los efectos de una fiebre contagiosa en una casa de trabajo poco después de que se realizara este experimento.

    Caso XIX. —William Summers, niño de cinco años y medio de edad, fue inoculado el mismo día con Baker, con materia extraída de los pezones de una de las vacas infectadas, en la granja aludida. Quedó indispuesto al sexto día, vomitó una vez y sintió los leves síntomas habituales hasta el octavo día, cuando apareció perfectamente bien. El avance de la pústula, formada por la infección del virus, fue similar al observado en el Caso XVII, con esta excepción, estando libre del tinte lívido observado en esa instancia.

    Caso XX. -De William Summers la enfermedad fue trasladada a William Pead, un niño de ocho años de edad, quien fue inoculado el 28 de marzo. Al sexto día se quejó de dolor en la axila, y el séptimo se vio afectado con los síntomas comunes de un paciente enfermizo con la viruela por inoculación, que no terminó hasta el tercer día después de la convulsión. Tan perfecta fue la similitud con la fiebre variolosa que me indujeron a examinar la piel, concebiendo que podría haber habido algunas erupciones, pero ninguna apareció. El rubor eflorante alrededor de la parte perforada en el brazo del niño era tan verdaderamente característico de lo que aparece en la inoculación variada que he dado una representación del mismo. El dibujo se hizo cuando la pústula comenzaba a morir y la areola se retiraba del centro.

    Caso XXI. -5 de abril: Varios niños y adultos fueron inoculados del brazo de William Pead. La mayor parte de ellos enfermaron al sexto día, y estaban bien el séptimo, pero en tres del número surgió una indisposición secundaria como consecuencia de una extensa inflamación erisipelatosa que apareció en los brazos inoculados. Parecía surgir del estado de la pústula, que se extendió, acompañada de algún grado de dolor, hasta aproximadamente la mitad del diámetro de seis peniques. Uno de estos pacientes era un lactante de medio año de edad. Por la aplicación de ungüento mercurial a las partes inflamadas (un tratamiento recomendado en circunstancias similares en la viruela inoculada) la queja disminuyó sin dar mucha molestia.

    Hannah Excell, una niña sana de siete años, y una de las pacientes antes mencionadas, recibió la infección por la inserción del virus debajo de la cutícula del brazo en tres puntos distintos. Las pústulas que surgieron en consecuencia se asemejaban tanto, al día duodécimo, a las que aparecían por la infección de materia variola, que un inoculador experimentado apenas habría descubierto un matiz de diferencia en ese periodo. La experiencia ahora me dice que casi la única variación que sigue consiste en que los fluidos pústulos permanezcan límpidos casi hasta el momento de su desaparición total; y no, como en la viruela directa, volviéndose purulentos.

    Caso XXII. —Del brazo de esta niña se tomó el asunto y se insertó el 12 de abril en los brazos de John Macklove, de un año y medio, Robert F. Jenner, de once meses, Mary Pead, de cinco años, y Mary James, de seis años. [11]. Entre estos, Robert F. Jenner no recibió la infección. Los brazos de los otros tres se inflamaron adecuadamente y comenzaron a afectar el sistema de la manera habitual; pero estando bajo algunas aprensiones de los casos anteriores de que pudiera surgir una erisipela problemática, determiné al hacer un experimento con miras a cortar su fuente. En consecuencia, después de que los pacientes hubieran sentido una indisposición de aproximadamente doce horas, apliqué en dos de estos casos de los tres, sobre la vesícula formada por el virus, un poco cáustico suave, compuesto por partes iguales de cal viva y jabón, y la sufrí para permanecer en la parte seis horas. [12] Parecía dar a los niños pero poco malestar, y efectivamente respondió a mi intención de prevenir la aparición de erisipela. En efecto, parecía hacer más, pues en media hora después de su aplicación cesó la indisposición de los niños. Estas precauciones fueron quizás innecesarias, ya que el brazo de la tercera hija, Mary Pead, que se sufrió para tomar su curso común, se costró rápidamente, sin erisipela alguna.

    Caso XXIII. —Del brazo de este niño se le tomó materia y se transfirió a la de J. Barge, un niño de siete años de edad. Se enfermó al octavo día, atravesó la enfermedad con los síntomas leves habituales, y sin ninguna inflamación en el brazo más allá de la eflorescencia común que rodeaba a la pústula, aspecto tan frecuentemente visto en la viruela inoculada.

    Después de los muchos intentos infructuosos de darle la viruela a quienes habían tenido la viruela de la vaca, no me pareció necesario, ni me resultó conveniente, inocular a la totalidad de los que habían sido sujetos de estos juicios tardíos; sin embargo, me pareció correcto ver los efectos de la materia variola en algunos de ellos, particularmente William Summers, el primero de estos pacientes que habían sido infectados con materia extraída de la vaca. Fue, por lo tanto, inoculado con materia variola de una pústula fresca; pero, como en los casos anteriores, el sistema no sintió los efectos de la misma en el menor grado. También tuve la oportunidad de que este chico y William Pead fueran inoculados por mi sobrino, el señor Henry Jenner, cuyo informe para mí es el siguiente: “He inoculado a Pead y Barge, dos de los chicos a los que últimamente contagiaste con la viruela de la vaca. Al segundo día se inflamaron las incisiones y hubo una mancha inflamatoria pálida a su alrededor. Al tercer día estas apariciones seguían aumentando y sus brazos picaban considerablemente. Al cuarto día la inflamación fue evidentemente decreciente, y al sexto día fue escasamente perceptible. No siguió ningún síntoma de indisposición.

    “Para convencerme de que la materia variada que se utilizó estaba en perfecto estado, al mismo tiempo inoculé a un paciente con algo de ella que nunca había pasado por la viruela vacuno, y producía la viruela de la manera habitual habitual”.

    Estos experimentos me brindaron mucha satisfacción; demostraron que el asunto, al pasar de un sujeto humano a otro, a través de cinco gradaciones, no perdió ninguna de sus propiedades originales, siendo J. Barge el quinto que recibió la infección sucesivamente de William Summers, el niño al que se le comunicó la vaca.

    Ahora concluiré esta indagación con algunas observaciones generales sobre el tema, y sobre algunas otras que se entretejen con ella.

    Aunque supongo que puede ser innecesario producir más testimonios en apoyo de mi aseveración “de que la viruela vaca-protege la constitución humana de la infección de la viruela”, sin embargo, me brinda una considerable satisfacción decir que Lord Somerville, el Presidente de la Junta de Agricultura, a quien esta papel fue exhibido por Sir Joseph Banks, ha encontrado a indagación que las declaraciones fueron confirmadas por el testimonio concurrente del señor Dolland, cirujano, quien reside en un país lechero alejado de éste, en el que se hicieron estas observaciones. Con respecto al dictamen aducido “que la fuente de la infección es una materia mórbida peculiar que surge en el caballo”, aunque no he podido demostrarlo a partir de experimentos reales realizados inmediatamente bajo mi propio ojo, sin embargo, la evidencia que he aducido parece suficiente para establecerla.

    Aquellos que no tienen la costumbre de realizar experimentos pueden no ser conscientes de la coincidencia de circunstancias necesarias para que sean manejados de manera que resulten perfectamente decisivas; ni la frecuencia con la que los hombres que realizan actividades profesionales son susceptibles de sufrir interrupciones que los decepcionan casi en el instante de su siendo lograda: sin embargo, no siento lugar para dudar respecto al origen común de la enfermedad, estando bien convencida de que nunca aparece entre las vacas (excepto que se puede rastrear a una vaca introducida entre el rebaño general que ha sido previamente infectada, o a un sirviente infectado) a menos que hayan sido ordeñada por alguien que, a la vez, tiene el cuidado de un caballo afectado de talones enfermos.

    La primavera del año 1797, que pretendía particularmente haber dedicado a la conclusión de esta investigación, demostró, a partir de su sequedad, notablemente adversa a mis deseos; pues sucede con frecuencia, mientras los caballos de los agricultores están expuestos a las frías lluvias que caen en esa época, que sus talones se convierten enfermó, y no apareció entonces viruela de vaca en el barrio.

    La calidad activa del virus de los talones de los caballos aumenta mucho después de que ha actuado sobre los pezones de la vaca, ya que rara vez sucede que el caballo afecte a su cómoda con llagas, y como pocas veces que una lechera escapa de la infección cuando ordeña vacas infectadas. Es más activa al inicio de la enfermedad, incluso antes de que haya adquirido una apariencia similar a pus; en efecto, no estoy seguro de si esta propiedad en la materia no cesa por completo en cuanto se secreta en forma de pus. Me induce a pensar que sí cesa [13], y que es el fluido delgado y de aspecto oscuro únicamente, que rezuma de las grietas recién formadas en los talones, similar a lo que a veces aparece de las ampollas erisipelatosas, lo que da la enfermedad. Tampoco estoy seguro de que los pezones de las vacas estén en todo momento en un estado para recibir la infección. La aparición de la enfermedad en la primavera y la primera parte del verano, cuando están dispuestos a verse afectados con erupciones espontáneas con mucha más frecuencia que en otras estaciones, me induce a pensar que el virus del caballo debe ser recibido sobre ellos cuando se encuentran en este estado, con el fin de producir efectos: los experimentos, sin embargo, deben determinar estos puntos. Pero es claro que cuando alguna vez se genera el virus de la viruela vacuno, las vacas no pueden resistir el contagio, en cualquier estado que sus pezones puedan tener la oportunidad de estar, si son ordeñadas con una mano infectada.

    Si el asunto, ya sea de la vaca o del caballo, afectará el sonido de la piel del cuerpo humano, no puedo determinar positivamente; probablemente no lo hará, a menos que en aquellas partes donde la cutícula sea extremadamente delgada, como en los labios, por ejemplo. He conocido un ejemplo de una niña pobre que le producía una ulceración en el labio al sujetarse frecuentemente su dedo a la boca para enfriar la rabia de una llaga de viruela de vaca soplando sobre ella. Las manos de los sirvientes de los agricultores aquí, por la naturaleza de sus empleos, están constantemente expuestas a aquellas lesiones que ocasionan abrasiones de la cutícula, a pinchazos de espinas, y tales como accidentes; de manera que siempre están en un estado de sentir la consecuencia de la exposición a materia infecciosa.

    Es singular observar que el virus de la viruela vaca, aunque hace insusceptible la constitución de la variedad, no obstante, debe dejarla inalterada con respecto a su propia acción. Ya he producido una instancia [14] para señalar esto, y ahora la corroboraré con otra.

    Elizabeth Wynne, quien tuvo la viruela de la vaca en el año 1759, fue inoculada con materia variolosa, sin efecto, en el año 1797, y nuevamente cogió la viruela de la vaca en el año 1798. Cuando la vi, que fue al octavo día después de recibir la infección, la encontré afectada de lassitude general, escalofríos, alternando con calor, frialdad de las extremidades, y pulso rápido e irregular. Estos síntomas fueron precedidos por un dolor en la axila. En su mano había una gran llaga pústulosa, que se asemejaba a la delineada en la Placa No. I. (La placa aparece en original.)

    También es curioso observar que el virus, que con respecto a sus efectos es indeterminado e incierto previamente a su paso del caballo a través del medio de la vaca, no sólo debe hacerse más activo, sino que debe poseer invariablemente y completamente aquellas propiedades específicas que inducen en el síntomas de constitución humana similares a los de la fiebre variolosa, y afectan en ella ese peculiar cambio que para siempre la vuelve insusceptible del contagio variolous.

    Que no se conjeture entonces razonablemente que la fuente de la viruela es materia mórbida de un tipo peculiar, generada por una enfermedad en el caballo, y que las circunstancias accidentales pueden haber surgido una y otra vez, aún trabajando nuevos cambios sobre ella hasta que haya adquirido la forma contagiosa y maligna bajo que ahora comúnmente lo vemos haciendo sus devastaciones entre nosotros? Y, a partir de una consideración del cambio que sufre la materia infecciosa por producir una enfermedad en la vaca, ¿no podemos concebir que muchas enfermedades contagiosas, hoy prevalentes entre nosotros, puedan deber su aspecto actual no a un origen simple, sino a un compuesto? Por ejemplo, ¿es difícil imaginar que el sarampión, la escarlatina y el dolor de garganta ulceroso con piel manchada hayan brotado de la misma fuente, asumiendo alguna variedad en sus formas según la naturaleza de sus nuevas combinaciones? La misma pregunta se aplicará respetando el origen de muchas otras enfermedades contagiosas que llevan una fuerte analogía entre sí.

    Ciertamente hay más formas que una, sin considerar la variación común entre lo confluente y lo distinto, en el que la viruela aparece en lo que se llama la forma natural. Hace unos siete años una especie de viruela se extendió por muchos de los pueblos y pueblos de esta parte de Gloucestershire: era de una naturaleza tan leve que apenas se supo de una instancia fatal, y en consecuencia tan poco temida por los órdenes inferiores de la comunidad que se escruzaron para no sostener lo mismo relaciones sexuales entre ellos como si no hubiera habido ninguna enfermedad infecciosa entre ellos. Nunca vi ni oí de una instancia de su confluencia. La manera más certera, quizás, en la que puedo transmitir una idea de ello es diciendo que si cincuenta individuos hubieran sido tomados promiscuamente e infectados por exposición a este contagio, habrían tenido una enfermedad tan leve y leve como si hubieran sido inoculados con materia variola de la manera habitual. La manera inofensiva en la que se mostraba no podía surgir de ninguna peculiaridad ni en la temporada ni en el clima, pues observé su avance a más de un año sin percibir variación alguna en su apariencia general. Lo considero entonces como una variedad de la viruela. [15].

    En algunos de los casos anteriores me he dado cuenta de la atención que se le prestó al estado de la materia variola anterior al experimento de insertarla en los brazos de quienes habían pasado por la viruela vacuno. Esto lo concibí para ser de gran importancia en la realización de estos experimentos, y, si siempre estuviera debidamente atendido por quienes inoculan para la viruela, podría evitar muchas travesuras y confusión posteriores. Con miras a hacer cumplir una precaución tan necesaria me tomaré la libertad de digredir hasta el punto de señalar algunos hechos desagradables relativos a la mala gestión en este particular, que han caído bajo mi propia observación.

    Un caballero médico (ahora ya no más), que durante muchos años inoculó en este barrio, frecuentemente conservó la materia variada destinada a su uso sobre un trozo de pelusa o algodón, que en su estado fluido se metió en un vial, se tapó y se transportó en un bolsillo cálido; situación ciertamente favorable para produciendo rápidamente putrefacción en él. En este estado (no pocas veces después de haber sido tomado varios días de las pústulas) se insertó en los brazos de sus pacientes, y provocó inflamación de las partes incisas, hinchazones de las glándulas axilares, fiebre, y en ocasiones erupciones. Pero, ¿qué era esta enfermedad? Desde luego no la viruela; por el hecho de haber perdido por putrefacción o sufrido un descarrilamiento en sus propiedades específicas, ya no era capaz de producir esa enfermedad, estando los que habían sido inoculados de esta manera tanto sujetos al contagio de la viruela como si nunca hubieran estado bajo el influencia de esta enfermedad artificial; y muchos, desgraciadamente, cayeron víctimas de ella, quienes se pensaban en perfecta seguridad. La misma lamentable circunstancia de dar una enfermedad, que se supone es la viruela, con materia variola ineficaz, habiendo ocurrido bajo la dirección de algunos otros practicantes de mi conocimiento, y probablemente del mismo método incauto de asegurar la materia variola, me aprovecho de esto oportunidad de mencionar lo que concibo que es de gran importancia; y, como un indicio de precaución adicional, volveré a divagar hasta el punto de añadir otra observación sobre el tema de la inoculación.

    Ya sea que se determine todavía por experimento que la cantidad de materia variolosa insertada en la piel hace alguna diferencia con respecto a la subsecuente suavidad o violencia de la enfermedad, no lo sé; pero tengo la razón más fuerte para suponer que si las perforaciones o incisiones se hacen tan profundas como para atravesarlo y herir la membrana adiposa, que el riesgo de provocar una enfermedad violenta se incrementa mucho. He conocido a un inoculador cuya práctica era “cortar lo suficientemente profundo (para usar su propia expresión) para ver un poco de grasa”. y ahí para alojar el asunto. El gran número de casos malos, independientes de inflamaciones y abscesos en los brazos, y la fatalidad que acudía a esta práctica, fue casi inconcebible; y no puedo dar cuenta de ello por ningún otro principio que no sea el de la materia que se coloca en esta situación en lugar de la piel.

    Era la práctica de otro, a quien bien recuerdo, pellizcar una pequeña porción de la piel en los brazos de sus pacientes y pasar por ella una aguja, con un hilo adherido a ella previamente sumergido en materia variola. El hilo se alojó en la parte perforada y, en consecuencia, se dejó en contacto con la membrana celular. A esta práctica se asistió con el mismo mal éxito que el primero. Si bien es muy improbable que alguien inoculara ahora de esta manera grosera por diseño, sin embargo, estas observaciones pueden tender a colocar una doble guardia sobre la lanceta, cuando los infantes, cuyas pieles son comparativamente tan delgadas, caen bajo el cuidado del inoculador.

    Un amigo mío muy respetable, el doctor Hardwicke, de Sodbury, en este condado, inoculó un gran número de pacientes previo a la introducción del método más moderno por parte de Sutton, y con tal éxito que una instancia fatal ocurrió tan raramente como desde que se adoptó ese método. Era práctica del médico hacer una incisión lo más leve posible sobre la piel, y allí alojar un hilo saturado con la materia variola. Cuando sus pacientes quedaron indispuestos, amablemente a la costumbre que entonces prevalecía, se les indicó que se acostaran y se mantuvieron moderadamente calientes. ¿No es probable entonces que el éxito de la práctica moderna dependa más del método de depositar invariablemente el virus en o sobre la piel, que del tratamiento posterior de la enfermedad?

    No me refiero a insinuar que la exposición al aire frío, y sufrir que el paciente tome agua fría cuando esté caliente y sediento, no pueda moderar los síntomas eruptivos y disminuir el número de pústulas; sin embargo, para repetir mi observación anterior, no puedo dar cuenta del éxito ininterrumpido, o casi así, de una practicante, y el lamentable estado de los pacientes bajo el cuidado de otro, donde, en ambos casos, el tratamiento general no difirió esencialmente, sin concebir que surgiera de las distintas modalidades de inserción de la materia con el propósito de producir la enfermedad. Como no es la materia idéntica insertada la que se absorbe en la constitución, sino aquella que es, por algún proceso peculiar en la economía animal, generada por ella, ¿no es probable que diferentes partes del cuerpo humano puedan preparar o modificar el virus de manera diferente? Aunque la piel, por ejemplo, la membrana adiposa, o las membranas mucosas son todas capaces de producir el virus variolous por el estímulo dado por las partículas originalmente depositadas sobre ellas, sin embargo, me induce a concebir que cada una de estas partes es capaz de producir alguna variación en las cualidades de la materia previo a que afecte a la constitución. ¿Qué más puede constituir la diferencia entre la viruela cuando se comunica casualmente o en lo que se ha denominado la manera natural, o cuando se produce artificialmente a través del medio de la piel?

    Después de todo, ¿las partículas variolas, que poseen sus verdaderos principios específicos y contagiosos, son absorbidas y transportadas alguna vez por los linfáticos sin cambios en los vasos sanguíneos? Me imagino que no. Si este fuera el caso, ¿no deberíamos encontrar la sangre suficientemente cargada con ellos en algunas etapas de la viruela para comunicar la enfermedad insertándola debajo de la cutícula, o extendiéndola en la superficie de una úlcera? Sin embargo, los experimentos han determinado la impracticabilidad de que se dé de esta manera; aunque se ha demostrado que la materia variolosa, cuando se diluye mucho con agua y se aplica a la piel de la manera habitual, producirá la enfermedad. Pero sería digresivo más allá de un límite adecuado entrar minuciosamente en este tema aquí.

    En qué periodo aquí se notó por primera vez la viruela vacuno no está registrado. Nuestros agricultores más antiguos no estaban desfamiliarizados con él en sus primeros días, cuando apareció entre sus fincas sin ninguna desviación de la faenomena que ahora exhibe. Su conexión con la viruela parece haber sido desconocida para ellos. Probablemente la introducción general de la inoculación provocó por primera vez el descubrimiento.

    Su ascenso en este país puede no haber sido de fecha muy remota, ya que la práctica de ordeñar vacas podría haber estado anteriormente en manos únicamente de mujeres; lo que creo que es el caso ahora en algunos otros países lecheros, y, en consecuencia, que las vacas tal vez no hayan estado expuestas en tiempos pasados a la materia contagiosa traído por los hombres sirvientes de los talones de los caballos. [16] En efecto, el conocimiento de la fuente de la infección es nuevo en la mente de la mayoría de los agricultores de este barrio, pero ha producido largamente buenas consecuencias; y parece probable, por las precauciones que ahora están dispuestos a adoptar, que la aparición de la viruela vacuno aquí puede ser extinguido por completo o llegar a ser extremadamente raro.

    En caso de preguntarse si esta investigación es cuestión de mera curiosidad, o si tiende a algún propósito benéfico, debo responder que, a pesar de los felices efectos de la inoculación, con todas las mejoras que la práctica ha recibido desde su primera introducción en este país, no muy con poca frecuencia produce deformidad de la piel, y en ocasiones, bajo el mejor manejo, resulta fatal.

    Estas circunstancias deben crear naturalmente en cada instancia algún grado de dolorosa solicitud por sus consecuencias. Pero como nunca he sabido, los efectos fatales surgen de la viruela de la vaca, incluso cuando se impresiona de la manera más desfavorable, produciendo extensas inflamaciones y supuraciones en las manos; y como parece claro que esta enfermedad deja la constitución en un estado de perfecta seguridad ante la infección del viruela, ¿no podemos inferir que se puede introducir un modo de inoculación preferible al adoptado actualmente, especialmente entre aquellas familias que, por circunstancias anteriores, podemos juzgar que están predispuestas a padecer la enfermedad de manera desfavorable? Es un exceso en el número de pústulas que tememos principalmente en la viruela; pero en la viruela de la vaca no aparecen pústulas, ni parece posible que la materia contagiosa produzca la enfermedad a partir de efluvios, o por cualquier otro medio que no sea el contacto, y que probablemente no simplemente entre el virus y la cutícula; entonces que un solo individuo de una familia pueda recibirlo en cualquier momento sin el riesgo de infectar al resto o de propagar un moquillo que llene de terror a un país.

    Varias instancias han sido objeto de mi observación que justifican la afirmación de que la enfermedad no puede ser propagada por efluvios. El primer niño al que inoculé con el asunto de la viruela vacuno dormía en una cama, mientras el experimento avanzaba, con dos niños que nunca habían pasado ni por esa enfermedad ni por la viruela, sin infectar a ninguno de ellos.

    Una joven que presentaba en gran medida la viruela de la vaca, varias llagas que maduraron habiendo aparecido en manos y muñecas, dormía en la misma cama con una compañera lechera que nunca había sido infectada ni con la viruela de la vaca ni con la viruela, pero no le siguió indisposición.

    Otra instancia ha ocurrido de una joven en cuyas manos se encontraban varias supuraciones grandes de la viruela de la vaca, que a la vez era enfermera diaria a un lactante, pero la denuncia no se le comunicó al niño.

    En algunos otros puntos de vista la inoculación de esta enfermedad parece preferible a la inoculación variolosa.

    En las constituciones predispuestas a la escrofula, ¡con qué frecuencia vemos que la viruela inoculada despierta en actividad esa dolorida enfermedad! Esta circunstancia no parece depender de la manera en que el moquillo se haya mostrado, pues ha ocurrido con tanta frecuencia entre quienes lo han tenido levemente como cuando ha aparecido de la manera contraria.

    Son muchos los que, desde alguna peculiaridad en el hábito, resisten los efectos comunes de la materia variolosa insertada en la piel, y que en consecuencia están perseguidos a lo largo de la vida con la angustiosa idea de estar inseguros ante una infección posterior. Ahora debe parecer obvio un modo listo de disipar la ansiedad que se origina en tal causa. Y, como hemos visto que la constitución puede hacerse sentir en cualquier momento el ataque febril de la viruela de la vaca, ¿no podría, en muchas enfermedades crónicas, introducirse en el sistema, con la probabilidad de dar alivio, sobre principios fisiológicos bien conocidos?

    Si bien digo que el sistema puede hacerse sentir en cualquier momento el ataque febril de la viruela vacuno, sin embargo tengo ante mí una sola instancia donde el virus actuó solo localmente, pero no es en lo menos probable que la misma persona resista la acción tanto del virus de la viruela de la vaca como del variolo.

    Elizabeth Sarfenet vivía como lechera en la granja Newpark, en esta parroquia. Todas las vacas y los sirvientes empleados en el ordeño tenían la viruela; pero esta mujer, aunque tenía varias llagas en los dedos, no sintió tumores en las axilas, ni ninguna indisposición general. Al ser posteriormente expuesta casualmente a una infección variolosa, presentaba la viruela de manera leve. Hannah Pick, otra de las lecheras que era compañera de servicio de Elizabeth Sarfenet cuando estalló el moquillo en la granja, estaba, a la vez, infectada; pero esta joven no sólo tenía llagas en las manos, sino que se sentía también muy indispuesta durante uno o dos días. Después de esto, hice varios intentos para darle la viruela por inoculación, pero todos resultaron infructuosos. Del primer caso entonces vemos que la economía animal está sujeta a las mismas leyes en una enfermedad que en la otra.

    El siguiente caso, que ha ocurrido muy últimamente, hace muy probable que no sólo los talones del caballo, sino otras partes del cuerpo de ese animal, sean capaces de generar el virus que produce la viruela de la vaca.

    Una inflamación extensa del tipo erisipelatoso apareció sin ninguna causa aparente en la parte superior del muslo de un potro chupador, propiedad del señor Millet, un granjero de Rockhampton, un pueblo cercano a Berkeley. La inflamación continuó varias semanas, y en longitud terminó en la formación de tres o cuatro pequeños abscesos. Se fomentaron las partes inflamadas y se aplicaron apósitos por algunas de las mismas personas que fueron empleadas en el ordeño de las vacas. El número de vacas ordeñadas era de veinticuatro, y todas ellas tenían la viruela de la vaca. Los ordeñadores, constituidos por la esposa del granjero, un hombre y una criada, fueron infectados por las vacas. El criado había pasado previamente por la viruela, y sintió poco de la viruela de la vaca. La criada había sido infectada algunos años antes con la viruela de la vaca, y también la sentía ahora en un ligero grado; pero la esposa del granjero, que nunca había pasado por ninguna de las enfermedades, sintió muy severamente sus efectos.

    Que la enfermedad producida sobre las vacas por el potro y de allí transportada a quienes las ordeñaban era la verdadera y no la espuria viruela de la vaca, apenas puede haber lugar para sospechar; sin embargo, habría sido más completamente satisfactoria si se hubieran averiguado los efectos de la materia variolosa en el agricultor esposa, pero había una peculiaridad en su situación que me impidió hacer el experimento.

    Hasta el momento he procedido en una indagación fundada, como debe aparecer, a partir del experimento; en la que, sin embargo, en ocasiones se ha admitido conjeturas para presentar a personas bien situadas para tales discusiones objetos para una investigación más minuciosa. Entretanto, yo mismo seguiré procesando esta indagación, alentado por la esperanza de que sea esencialmente beneficiosa para la humanidad.


    1. El difunto señor John Hunter demostró, mediante experimentos, que el perro es el lobo en estado degenerado.
    2. Quienes atienden ganado enfermo en este país encuentran un remedio rápido para detener el avance de esta denuncia en aquellas solicitudes que actúan químicamente sobre la materia mórbida, como las soluciones del vitriolum zinci y del vitriolo cupri, etc..
    3. La conclusión de Jenner de que la “grasa” y la viruela de la vaca eran la misma enfermedad se ha demostrado desde entonces errónea; pero este error no ha invalidado su conclusión principal en cuanto a la relación de la viruela de la vaca y la viruela. —Editor.
    4. Es necesario observar que las llagas pústulas frecuentemente aparecen espontáneamente en los pezones de las vacas, y se han dado casos, aunque muy raramente, de las manos de los sirvientes empleados en el ordeño siendo afectadas con llagas en consecuencia, e incluso de sentir una indisposición por absorción. Estas pústulas son de naturaleza mucho más suave que las que surgen de ese contagio que constituye la verdadera viruela de la vaca. Siempre están libres del tinte azulado o lívido tan llamativo en las pústulas de esa enfermedad. Ninguna erisipela los atiende, ni muestran ninguna disposición fagénica como en el otro caso, sino que rápidamente terminan en una costra sin crear ningún desorden aparente en la vaca. Esta queja aparece en diversas estaciones del año, pero más comúnmente en la primavera, cuando las vacas son tomadas por primera vez de su comida de invierno y alimentadas con pasto. Es muy apto para aparecer también cuando están amamantando a sus crías. Pero esta enfermedad no debe ser considerada como similar en ningún aspecto a la que estoy tratando, ya que es incapaz de producir algún efecto específico sobre la constitución humana. No obstante, es de la mayor consecuencia señalarlo aquí, para que la falta de discriminación no ocasione una idea de seguridad frente a la infección de la viruela, que podría resultar engañosa.
    5. He seleccionado a propósito varios casos en los que la enfermedad había aparecido en un periodo muy lejano previo a los experimentos realizados con materia variola, para mostrar que el cambio producido en la constitución no se ve afectado por el tiempo.
    6. Es destacable que la materia variolosa, cuando el sistema está dispuesto a rechazarlo, debe excitar la inflamación en la parte a la que se aplica con mayor rapidez que cuando produce la viruela. En efecto, se convierte casi en un criterio mediante el cual podemos determinar si la infección se va a recibir o no. Parece como si un cambio, que perdura a lo largo de la vida, se hubiera producido en la acción, o disposición a la acción, en los vasos de la piel; y es notable, también, que si este cambio ha sido afectado por la viruela o la viruela de la vaca que la disposición a la inflamación cuticular repentina es la misma en el aplicación de materia variolosa.
    7. Cuando la viruela de la vaca ha prevalecido en la lechería, muchas veces se ha comunicado a quienes no han ordeñado las vacas, por el mango del cubo de leche.
    8. Este no es el caso en general —el segundo ataque suele ser muy leve, y así, me informan, es entre las vacas.
    9. Es un hecho notable, y bien conocido por muchos, que frecuentemente nos vemos frustrados en nuestros esfuerzos por comunicar la viruela por inoculación a los herreros, que en el país son herreros. A menudo, como en la instancia anterior, o resisten completamente el contagio, o tienen la enfermedad de manera anómala. ¿No seremos capaces de dar cuenta de esto sobre un principio racional?
    10. De la llaga en la mano de Sarah Nelmes. Ver el caso anterior.
    11. Quizás algunos toques con el lapis septicus hubieran demostrado ser igualmente eficaces
    12. ¿Qué efecto produciría un tratamiento similar en la inoculación de la viruela?
    13. Es muy fácil conseguir pus de llagas viejas en los talones de los caballos. Esto a menudo me he insertado en rasguños hechos con una lanceta, en los pezones sonoros de las vacas, y no he visto otros efectos de ella que la simple inflamación.
    14. Ver Caso IX.
    15. Mi amigo, el doctor Hicks, de Bristol, quien, durante la prevalencia de este moquillo, residía en Gloucester, y médico del hospital ahí (donde fue poco después de su primera aparición en este país), tuvo oportunidades de hacer numerosas observaciones sobre el mismo, lo que es su intención comunicar al publico
    16. Me han informado desde una autoridad respetable que en Irlanda, aunque abundan las lecherías en muchas partes de la isla, la enfermedad es completamente desconocida. El motivo parece obvio. El negocio de la lechería lo llevan a cabo únicamente mujeres. Si fuera el vasallo más malo entre los hombres empleados allí como ordeñador en una lechería, sentiría su situación desagradable más allá de toda resistencia.

    8.2: “Sobre la vacunación contra la viruela” de Edward Anthony Jenner is shared under a not declared license and was authored, remixed, and/or curated by LibreTexts.