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2.1: Preludio al aprendizaje social y la cognición social

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    Pruebas de ADN liberan a otro preso erróneamente identificado

    El 12 de julio de 1982, una mujer del noroeste de Luisiana fue detenida a punta de pistola y violada. Durante las cuatro horas que el violador se quedó en su casa, se identificó como Marcus Johnson de Leesville, Luisiana.

    Cuando la víctima reportó el ataque, la policía no pudo encontrar información sobre un Marcus Johnson, pero sí encontraron a un Rickie Johnson que una vez había sido detenido por un cargo menor de tránsito. El señor Johnson se convirtió en el único sospechoso en el caso.

    A la víctima se le mostró una alineación fotográfica de tres hombres que figuraban como posibles perpetradores, aunque la imagen de Johnson tenía ocho años de edad. La víctima identificó a Johnson como el perpetrador, a pesar de que se parecía muy poco a la descripción que le había dado del atacante después de la violación.

    Johnson fue acusado de agresión sexual agravada y fue juzgado en Sabine Parish, Louisiana. Durante el juicio la víctima le dijo al jurado que ella estaba “positiva” de que él era el perpetrador y que “no había duda en [su] mente”.

    En 2007, sin embargo, la inocencia de Johnson se determinó con pruebas forenses de ADN, una tecnología que no estaba disponible en el momento del crimen.

    El caso de Rickie Johnson es solo una de las muchas exoneraciones recientes de ADN, la mayoría de las cuales provienen de identificaciones erróneas de testigos oculares. De hecho, la identificación errónea de testigos presenciales es la causa más grande de condenas injustas. En los últimos 10 años, casi 400 personas han sido liberadas de prisión cuando pruebas de ADN confirmaron que no pudieron haber cometido el delito por el que habían sido condenadas. Y en más de tres cuartas partes de estos casos, la causa de que las personas inocentes fueran condenadas falsamente fue el testimonio erróneo de testigos oculares (Wells, Memon, & Penrod, 2006).

    Según el Proyecto Inocencia (http://www.innocenceproject.org), “La mente humana no es como una grabadora; ni grabamos eventos exactamente como los vemos, ni los recordamos como una cinta que ha sido rebobinada”.

    En octubre de 1999, el Departamento de Justicia de Estados Unidos dio a conocer los primeros lineamientos nacionales para recolectar y preservar las pruebas de testigos oculares. La guía fue encargada por la Fiscal General de los Estados Unidos Janet Reno (http://www.wic.org/bio/jreno.htm) y consistió en un panel de expertos, entre ellos el psicólogo social Gary Wells (www.psychology.iastate.edu/~glwells/bio2001.html), la autoridad más importante del mundo en el psicología de la identificación de testigos presenciales.

    Fuentes: www.innocenceproject.org/content/rickie_johnson.php.

    Si bien poder identificar correctamente al autor de un delito que hemos observado afortunadamente no forma parte de nuestras actividades sociales cotidianas, sí necesitamos poder conocer con precisión las personas con las que interactuamos todos los días. Nuestras notables habilidades para dimensionar y recordar a otras personas se ven potenciadas por nuestras capacidades afectivas y cognitivas. En este capítulo, nuestro enfoque estará en la cognición, y consideraremos cómo aprendemos, recordamos información y juzgamos a otros (Fiske & Taylor, 2007; Macrae & Quadflieg, 2010). Entonces, en el Capítulo 3 “Afecto Social”, pasaremos a un enfoque sobre el papel del afecto en estos mismos procesos.

    En general, este capítulo trata sobre la cognición social, la actividad mental que se relaciona con las actividades sociales y nos ayuda a alcanzar el objetivo de comprender y predecir el comportamiento de nosotros mismos y de los demás. Una parte fundamental de la cognición social implica el aprendizaje, el cambio relativamente permanente en el conocimiento que se adquiere a través de la experiencia. Veremos que buena parte de nuestro aprendizaje y nuestros juicios de otras personas opera a partir de nuestra conciencia —estamos profundamente afectados por cosas que no sabemos que nos están influyendo. Pero también pensamos y analizamos conscientemente nuestras vidas y nuestras relaciones con los demás, buscando las mejores formas de cumplir con nuestras metas y aspiraciones.

    A medida que investigamos el papel de la cognición en la vida cotidiana, consideraremos las formas en que las personas utilizan sus habilidades cognitivas para tomar buenas decisiones e informar su comportamiento de manera útil y precisa. También consideraremos el potencial de errores y sesgos en el juicio humano. Veremos que aunque generalmente somos bastante buenos para dimensionar a otras personas y crear interacciones sociales efectivas, no somos perfectos. Y veremos que los errores que cometemos con frecuencia ocurren por nuestra dependencia de nuestros esquemas y actitudes y una tendencia general a tomar atajos a través del uso de la heurística cognitiva: reglas de procesamiento de información que nos permiten pensar de formas rápidas y fáciles pero que a veces puede llevar al error. En definitiva, aunque nuestras habilidades cognitivas son “lo suficientemente buenas”, definitivamente hay algunas cosas que podríamos hacer mejor.


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