5.1: El mito de Gyges y El Crito (Platón)
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Platón 87
El mito de Gyges
La República
Libro III
[Glaucon está hablando con Sócrates sobre el tema de la justicia]
... Dicen que hacer injusticia es, por naturaleza, bien; sufrir injusticia, mal; pero que el mal es mayor que el bien. Y así cuando los hombres han hecho y sufrido injusticias y han tenido experiencia de ambos, al no poder evitar el uno y obtener el otro, piensan que mejor tenían acuerdo entre ellos para no tener ninguno; de ahí surgen leyes y pactos mutuos; y lo que es ordenado por la ley es denominado por ellos lícito y justo. Esto afirman ser el origen y la naturaleza de la justicia; —es un medio o compromiso, entre lo mejor de todo, que es hacer injusticia y no ser castigado, y lo peor de todo, que es sufrir injusticias sin el poder de represalias; y la justicia, estando en un punto medio entre ambos, no se tolera como bien, pero como mal menor, y honrado por la incapacidad de los hombres para hacer injusticias. Porque ningún hombre digno de ser llamado hombre jamás se sometería a tal acuerdo si pudiera resistir; estaría loco si lo hiciera. Tal es la cuenta recibida, Sócrates, de la naturaleza y origen de la justicia.
Ahora que quienes practican la justicia lo hacen involuntariamente y porque no tienen el poder de ser injustos aparecerá mejor si imaginamos algo de este tipo: habiendo dado tanto a los justos como a los injustos el poder de hacer lo que quieran, veamos y veamos a dónde los conducirá el deseo; entonces descubriremos en el muy actuar el hombre justo e injusto para estar procediendo por el mismo camino, siguiendo su interés, que todas las naturalezas consideran su bien, y sólo son desviados al camino de la justicia por la fuerza de la ley. La libertad que suponemos se les puede dar más completamente en la forma de tal poder que se dice que fue poseída por Gyges el antepasado de Croesus el lidio. Según la tradición, Gyges era pastor al servicio del rey de Lidia; hubo una gran tormenta, y un terremoto hizo una apertura en la tierra en el lugar donde alimentaba a su rebaño. Asombrado de la vista, descendió a la abertura, donde, entre otras maravillas, contempló un caballo descarado hueco, que tenía puertas, en las que agachándose y mirando hacia adentro vio un cadáver de estatura, como se le apareció, más que humano, y no teniendo nada más que un anillo de oro; esto tomó del dedo de los muertos y reascendido. Ahora los pastores se reunían, según la costumbre, para que enviaran al rey su reporte mensual sobre los rebaños; a su asamblea vino teniendo el anillo en el dedo, y mientras estaba sentado entre ellos se dio la oportunidad de girar el collar del anillo dentro de su mano, cuando instantáneamente se hizo invisible para el resto de la compañía y empezaron a hablar de él como si ya no estuviera presente. Estaba asombrado de esto, y de nuevo tocando el anillo giró el collar hacia afuera y reapareció; hizo varias pruebas del anillo, y siempre con el mismo resultado -cuando giró el collar hacia adentro se hizo invisible, cuando hacia afuera reapareció. Con lo cual se ingenió para ser elegido uno de los mensajeros que fueron enviados a la corte; donde en cuanto llegó sedujo a la reina, y con su ayuda conspiró contra el rey y lo mató, y tomó el reino. Supongamos ahora que había dos anillos mágicos de este tipo, y el que se acaba de poner uno de ellos y el injusto el otro;, a ningún hombre se le puede imaginar que sea de una naturaleza tan férrea que se mantenga firme en la justicia. Ningún hombre apartaría las manos de lo que no era suyo cuando podía sacar del mercado de manera segura lo que le gustaba, o entrar en casas y mentir con cualquiera a su gusto, o matar o liberar de prisión a quien quisiera, y en todos los aspectos ser como un Dios entre los hombres. Entonces las acciones de los justos serían como las acciones de los injustos; ambas vendrían por fin al mismo punto. Y esto podemos afirmar verdaderamente que es una gran prueba de que un hombre es justo, no de buena gana o porque piensa que la justicia le es algo bueno individualmente, sino de necesidad, porque dondequiera que alguien piense que puede ser injusto con seguridad, ahí es injusto. Para todos los hombres creen en sus corazones que la injusticia es mucho más rentable para el individuo que la justicia, y el que argumenta como yo he estado suponiendo, dirá que tienen razón. Si pudieras imaginar a alguien obteniendo este poder de volverse invisible, y nunca hacer nada malo o tocar lo que era de otro, los miradores lo pensarían como un idiota muy desgraciado, aunque lo alaban el uno al otro, y mantendrían las apariencias entre sí de un miedo que ellos también podrían sufrir injusticias. Basta de esto.
Ahora bien, si vamos a formar un juicio real de la vida de los justos e injustos, debemos aislarlos; no hay otra manera; y ¿cómo se va a efectuar el aislamiento? Yo respondo: Que el hombre injusto sea enteramente injusto, y el hombre justo enteramente justo; nada se le va a quitar a ninguno de ellos, y ambos deben estar perfectamente amueblados para el trabajo de sus respectivas vidas. Primero, que el injusto sea como otros distinguidos maestros de la artesanía; como el hábil piloto o médico, que conoce intuitivamente sus propios poderes y se mantiene dentro de sus límites, y que, si falla en algún momento, es capaz de recuperarse. Así que dejemos que el injusto haga sus intentos injustos de la manera correcta, y se acueste oculto si quiere decir ser grande en su injusticia (el que se descubre no es nadie): porque el alcance más alto de la injusticia es: ser considerado justo cuando no lo eres. Por lo tanto digo que en el hombre perfectamente injusto debemos asumir la injusticia más perfecta; no debe haber deducción, pero debemos permitirle, mientras realiza los actos más injustos, haber adquirido la mayor reputación de justicia. Si ha dado un paso en falso debe ser capaz de recuperarse; debe ser aquel que pueda hablar con efecto, si alguna de sus obras sale a la luz, y que pueda forzar su camino donde se requiera fuerza su valentía y fuerza, y mando de dinero y amigos. Y a su lado coloquemos al hombre justo en su nobleza y sencillez, deseando, como dice Esquilo, ser y no parecer bueno. No debe haber aparentes, porque si parece ser justo, será honrado y recompensado, y entonces no sabremos si es solo por el bien de la justicia o por el bien de honores y recompensas; por lo tanto, déjelo vestido solo de justicia, y no tenga otra cobertura; y debe imaginarse en estado de vida lo contrario de lo primero. Que sea el mejor de los hombres, y que se le piense lo peor; entonces se le habrá puesto a prueba; y veremos si se verá afectado por el miedo a la infamia y sus consecuencias. Y que continúe así hasta la hora de la muerte; siendo justo y pareciendo injusto. Cuando ambos hayan llegado al extremo más extremo, el de justicia y el otro de injusticia, que se dé juicio cuál de ellos es el más feliz de los dos...