Saltar al contenido principal
LibreTexts Español

1.6: Diálogo de Sócrates con Eutifro

  • Page ID
    98329
  • \( \newcommand{\vecs}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vecd}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash {#1}}} \)

    \( \newcommand{\id}{\mathrm{id}}\) \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    ( \newcommand{\kernel}{\mathrm{null}\,}\) \( \newcommand{\range}{\mathrm{range}\,}\)

    \( \newcommand{\RealPart}{\mathrm{Re}}\) \( \newcommand{\ImaginaryPart}{\mathrm{Im}}\)

    \( \newcommand{\Argument}{\mathrm{Arg}}\) \( \newcommand{\norm}[1]{\| #1 \|}\)

    \( \newcommand{\inner}[2]{\langle #1, #2 \rangle}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    \( \newcommand{\id}{\mathrm{id}}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    \( \newcommand{\kernel}{\mathrm{null}\,}\)

    \( \newcommand{\range}{\mathrm{range}\,}\)

    \( \newcommand{\RealPart}{\mathrm{Re}}\)

    \( \newcommand{\ImaginaryPart}{\mathrm{Im}}\)

    \( \newcommand{\Argument}{\mathrm{Arg}}\)

    \( \newcommand{\norm}[1]{\| #1 \|}\)

    \( \newcommand{\inner}[2]{\langle #1, #2 \rangle}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\) \( \newcommand{\AA}{\unicode[.8,0]{x212B}}\)

    \( \newcommand{\vectorA}[1]{\vec{#1}}      % arrow\)

    \( \newcommand{\vectorAt}[1]{\vec{\text{#1}}}      % arrow\)

    \( \newcommand{\vectorB}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vectorC}[1]{\textbf{#1}} \)

    \( \newcommand{\vectorD}[1]{\overrightarrow{#1}} \)

    \( \newcommand{\vectorDt}[1]{\overrightarrow{\text{#1}}} \)

    \( \newcommand{\vectE}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash{\mathbf {#1}}}} \)

    \( \newcommand{\vecs}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vecd}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash {#1}}} \)

    En este diálogo de Platón, tenemos a Sócrates en diálogo con Eutifro al intentar establecer un significado definitivo para la palabra piedad (virtud). Es un excelente ejemplo de obras de enseñanza de estilo “socrático”, ya que Sócrates sigue haciendo preguntas y obliga a Eutifro a tratar de aclarar su pensamiento.

    En este caso, Eutifro ha llegado a presentar cargos de asesinato en contra de su propio padre, quien había permitido que uno de sus trabajadores muriera por exposición a los elementos sin el debido cuidado. El trabajador muerto había matado a un esclavo de su patrimonio familiar. Mientras el padre de Eutifro esperaba escuchar desde la ley cómo lidiar con esta situación, el trabajador atado y amordazado murió en una zanja. Sócrates dice que le asombra la confianza de Eutifro en poder procesar a su propio padre por el grave cargo de homicidio involuntario. Eutifro insiste en que su persecución se realiza a modo de piedad, virtud. Al ser presionado por Sócrates, Eutifro descarta el profeso asombro de Sócrates, lo que confirma al lector su exceso de confianza en su propio juicio crítico de todas las cuestiones religiosas y éticas.

    Escena

    El Porche del Rey Arconte.

    Eutifro. ¿Por qué dejaste el Liceo, Sócrates? ¿Y qué haces en el Porche del Rey Arconte? Seguramente no te puedes preocupar en un traje ante el Rey, como yo?

    Sócrates. No en traje, Eutifro; juicio político es la palabra que usan los atenienses.

    Euthyphr o. ¡Qué! Supongo que alguien te ha estado procesando, pues no puedo creer que seas fiscal de otro.

    Sócrates. Desde luego que no.

    Eutifro. Entonces, ¿alguien más te ha estado procesando?

    Socrate s. si.

    Eutifro. ¿Y quién es él?

    Sócrates. Un joven que es poco conocido, Eutifro; y apenas lo conozco: su nombre es Meleto, y es del deme de Pitthis. Quizás recuerdes su apariencia; tiene pico, y pelo largo y liso, y una barba que está mal crecida.

    Eutifro. No, no lo recuerdo, Sócrates. Pero, ¿cuál es el cargo que trae en su contra?

    Sócrates. ¿Cuál es el cargo? Bueno, una acusación muy seria, que muestra mucho carácter en el joven, y por la que desde luego no debe ser despreciado. Dice que sabe cómo se corrompe a los jóvenes y quiénes son sus corruptores. Me imagino que debe ser un hombre sabio, y viendo que yo soy lo contrario de un sabio, me ha descubierto, y me va a acusar de corromper a sus jóvenes amigos. Y de esto nuestra madre el estado va a ser el juez. De todos nuestros hombres políticos es el único que me parece comenzar de la manera correcta, con el cultivo de la virtud en la juventud; como un buen marido, hace que el joven dispara su primer cuidado, y nos despeja a los que somos los destructores de ellos. Este es sólo el primer paso; posteriormente atenderá a las ramas mayores; y si continúa como ha comenzado, será un gran benefactor público.

    Eutifro. Espero que pueda; pero más bien temo, Sócrates, que lo contrario resulte ser la verdad. Mi opinión es que al atacarte simplemente está apuntando un golpe a la fundación del estado. Pero, ¿de qué manera dice que corrompes a los jóvenes?

    Sócrates. Trae una acusación maravillosa en mi contra, que al principio escuchar excita sorpresa: dice que soy poeta o hacedor de dioses, y que invento nuevos dioses y niego la existencia de los viejos; este es el fundamento de su acusación.

    Eutifro. Entiendo, Sócrates; quiere decir atacarte por el signo familiar que ocasionalmente, como dices, viene a ti. Cree que usted es un neólogo, y él va a tenerte arriba ante la corte para esto. Sabe que ese cargo es fácilmente recibido por el mundo, como yo mismo conozco muy bien; porque cuando hablo en la asamblea de cosas divinas, y les predigo el futuro, se ríen de mí y me piensan como un loco. Sin embargo, cada palabra que digo es verdad. Pero están celosos de todos nosotros; y debemos ser valientes e ir a ellos.

    Sócrates. Su risa, amigo Eutifro, no es cuestión de mucha consecuencia. Porque un hombre puede pensarse sabio; pero los atenienses, sospecho, no se molestan mucho por él hasta que comienza a impartir su sabiduría a los demás, y luego por alguna razón u otra, quizás, como usted dice, de los celos, están enojados.

    Eutifro. Nunca es probable que pruebe su temperamento de esta manera.

    Sócrates. Me atrevo a decir que no, porque estás reservado en tu comportamiento, y rara vez impartes tu sabiduría. Pero tengo la costumbre benevolente de derramarme a todos, e incluso pagaría por un oyente, y me temo que los atenienses puedan pensar que soy demasiado hablador. Ahora bien, si como estaba diciendo, sólo se reirían de mí, como dices que se ríen de ti, el tiempo podría pasar lo suficientemente alegremente en la cancha; pero quizá puedan ser serios, y entonces cuál será el final ustedes adivinos sólo pueden predecir.

    Eutifro. Me atrevo a decir que el asunto acabará en nada, Sócrates, y que ganarás tu causa; y creo que voy a ganar la mía.

    Sócrates. ¿Y cuál es tu traje, Eutifro? ¿Eres el perseguidor o el demandado?

    Eutifro. Yo soy el perseguidor.

    Sócrates. ¿De quién?

    Eutifro. Pensarás que me enoja cuando te lo diga.

    Sócrates. ¿Por qué, tiene alas fugitivas?

    Eutifro. No, no es muy volátil en su momento de la vida.

    Sócrates. ¿Quién es él?

    Eutifro. Mi padre.

    Sócrates. ¡Tu padre! mi buen hombre?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. ¿Y de qué se le acusa?

    Eutifro. De asesinato, Sócrates.

    Sócrates. ¡Por los poderes, Eutifro! qué poco sabe el rebaño común de la naturaleza del derecho y de la verdad. Un hombre debe ser un hombre extraordinario, y haber hecho grandes avances en sabiduría, antes de que pudiera haber visto su manera de llevar tal acción.

    Eutifro. En efecto, Sócrates, debe hacerlo.

    Sócrates. Supongo que el hombre al que asesinó tu padre era uno de tus familiares -claramente lo era; pues si hubiera sido un extraño nunca habrías pensado en procesarlo.

    Eutifro. Me divierte, Sócrates, que hagas una distinción entre alguien que es una relación y otro que no es relación; porque seguramente la contaminación es la misma en cualquier caso, si a sabiendas te asocias con el asesino cuando debes limpiarte a ti mismo y a él procediendo en su contra. La verdadera pregunta es si el hombre asesinado ha sido justamente asesinado. Si justamente, entonces tu deber es dejar el asunto solo; pero si injustamente, entonces aunque el asesino viva bajo el mismo techo que tú y coma en la misma mesa, proceda en su contra. Ahora el hombre que está muerto era un pobre dependiente mío que trabajaba para nosotros como obrero de campo en nuestra granja en Naxos, y un día en un ataque de pasión borracha se metió en una riña con uno de nuestros sirvientes domésticos y lo mató. Mi padre lo ató de pies y manos y lo tiró a una zanja, para luego mandar a Atenas a preguntarle a un adivino qué debía hacer con él. En tanto nunca le atendió y no se preocupó por él, pues lo consideraba como un asesino; y pensó que no se haría ningún gran daño aunque muriera. Ahora esto fue justo lo que pasó. Porque tal fue el efecto del frío y el hambre y las cadenas sobre él, que antes de que el mensajero regresara del adivino, estaba muerto. Y mi padre y mi familia están enojados conmigo por tomar el papel del asesino y procesar a mi padre. Dicen que no lo mató, y que si lo hacía, el hombre muerto no era más que un asesino, y no debería tomar nota alguna, porque eso es impío un hijo que procesa a un padre. Lo que demuestra, Sócrates, lo poco que saben lo que piensan los dioses sobre la piedad y la impiedad.

    Sócrates. ¡Cielos, Eutifro! y ¿es tan exacto tu conocimiento de la religión y de las cosas piadosas e impías, que, suponiendo que las circunstancias sean como las declaras, no tienes miedo de que tú también estés haciendo algo impío al entablar una acción contra tu padre?

    Eutifro. Lo mejor de Eutifro, y lo que lo distingue, Sócrates, de otros hombres, es su conocimiento exacto de todas esas materias. ¿Para qué debería ser bueno sin ella?

    Sócrates. ¡Amigo raro! Creo que no puedo hacerlo mejor que ser tu discípulo. Entonces antes de que comience el juicio con Meleto lo desafiaré, y diré que siempre he tenido un gran interés por las cuestiones religiosas, y ahora, como me acusa de imaginaciones precipitadas e innovaciones en la religión, me he convertido en tu discípulo. Tú, Meleto, como le diré, reconoces a Eutifro como un gran teólogo, y suenas en sus opiniones; y si lo apruebas, deberías aprobarme a mí, y no tenerme en la corte; pero si desapruebas, deberías comenzar por acusar al que es mi maestro, y quien será la ruina, no de los jóvenes, sino de lo viejo; es decir, de mí a quien instruye, y de su viejo padre a quien amonesta y castiga. Y si Meleto se niega a escucharme, pero va a continuar, y no va a cambiar la acusación de mí a usted, no puedo hacer mejor que repetir esta impugnación en la cancha.

    Eutifro. Sí, en efecto, Sócrates; y si intenta acusarme me equivoco si no encuentro un defecto en él; el tribunal tendrá mucho más que decirle que a mí.

    Sócrates. Y yo, mi querido amigo, sabiendo esto, estoy deseoso de convertirme en tu discípulo. Porque observo que nadie parece notarte- ni siquiera a este Meleto; pero sus ojos agudos me han descubierto de inmediato, y me ha inculpado por impiedad. Y por tanto, te conjuro que me digas la naturaleza de la piedad y la impiedad, que dijiste que conocías tan bien, y de asesinato, y de otras ofensas contra los dioses. ¿Qué son? ¿No es siempre la misma la piedad en cada acción? e impiedad, de nuevo- ¿no es siempre lo contrario de la piedad, y también lo mismo consigo mismo, teniendo, como impiedad, una noción que incluye lo que es impío?

    Eutifro. Para estar seguro, Sócrates.

    Sócrates. ¿Y qué es la piedad, y qué es la impiedad?

    Eutifro. La piedad es hacer lo que yo hago; es decir, perseguir a cualquiera que sea culpable de asesinato, sacrilegio, o de algún delito similar, ya sea tu padre o madre, o quien sea que sea, eso no hace ninguna diferencia; y no procesarlos es impiedad. Y por favor considere, Sócrates, qué prueba notable le daré de la verdad de mis palabras, una prueba que ya he dado a los demás: -del principio, quiero decir, que el impío, quienquiera que sea, no debe quedar impune. Porque ¿no consideran los hombres a Zeus como el mejor y más justo de los dioses? -y sin embargo admiten que ató a su padre (Cronos) porque devoró perversamente a sus hijos, y que él también había castigado a su propio padre (Urano) por una razón similar, de manera sin nombre. Y sin embargo, cuando procedo contra mi padre, ellos están enojados conmigo. Tan inconsistentes son ellos en su forma de hablar cuando los dioses están preocupados, y cuando a mí me preocupa.

    Sócrates. ¿No puede ser esta la razón, Eutifro, por qué me acusan de impiedad, que no puedo alejarme de estas historias sobre los dioses? Y por lo tanto supongo que la gente me piensa mal. Pero, como ustedes que están bien informados sobre ellos los aprueban, no puedo hacer mejor que asentir a su sabiduría superior. ¿Qué más puedo decir, confesando como hago, que no sé nada de ellos? Dime, por el amor de Zeus, si realmente crees que son verdad.

    Eutifro. Sí, Sócrates; y cosas aún más maravillosas, de las cuales el mundo está en ignorancia.

    Sócrates. Y ¿realmente crees que los dioses, pelearon entre sí, y tuvieron riñas, batallas y cosas por el estilo, como dicen los poetas, y como veis representados en las obras de grandes artistas? Los templos están llenos de ellos; y notablemente la túnica de Atenea, que se lleva hasta la Acrópolis en la gran Panatenea, está bordada con ellos. ¿Son ciertos todos estos cuentos de los dioses, Eutifro?

    Eutifro. Sí, Sócrates; y, como decía, te puedo decir, si quieres escucharlos, muchas otras cosas sobre los dioses que te sorprenderían bastante.

    Sócrates. Me atrevo a decir; y me lo dirás en algún otro momento cuando tenga tiempo libre. Pero justo en la actualidad prefiero escuchar de usted una respuesta más precisa, que aún no ha dado, amigo mío, a la pregunta, ¿Qué es “piedad”? Cuando se le preguntó, sólo respondiste, Haciendo lo que haces, acusando a tu padre de asesinato.

    Eutifro. Y lo que dije era verdad, Sócrates.

    Sócrates. Sin duda, Eutifro; pero ¿admitirías que hay muchos otros actos piadosos?

    Eutifro. Los hay.

    Sócrates. Recuerden que no les pedí que me dieran dos o tres ejemplos de piedad, sino que explicaran la idea general que hace que todas las cosas piadosas sean piadosas. ¿No recuerdas que había una idea que hacía al impío impío, y al piadoso piadoso?

    Eutifro. Yo lo recuerdo.

    Sócrates. Dime cuál es la naturaleza de esta idea, y entonces tendré un estándar al que pueda mirar, y por el cual puedo medir acciones, ya sean tuyas o las de cualquier otra, y entonces podré decir que tal y tal acción es piadosa, tal otra impía.

    Eutifro. Te lo diré, si quieres.

    Sócrates. Me debería gustar mucho.

    Eutifro. La piedad, entonces, es lo que es querido para los dioses, y la impiedad es lo que no les es querido.

    Sócrates. Muy bien, Eutifro; ahora me has dado el tipo de respuesta que quería. Pero si lo que dices es verdad o no, todavía no puedo decirlo, aunque no dudo que probarás la verdad de tus palabras.

    Eutifro. Por supuesto.

    Sócrates. Ven, pues, y examinemos lo que estamos diciendo. Esa cosa o persona que es querida por los dioses es piadosa, y esa cosa o persona que es odiosa para los dioses es impía, siendo estos dos los extremos opuestos entre sí. ¿No se dijo eso?

    Eutifro. Lo fue.

    Sócrates. ¿Y bien dicho?

    Eutifro. Sí, Sócrates, yo pensaba que sí; sin duda se dijo.

    Sócrates. Y además, Eutifro, ¿se admitió que los dioses tenían enemistades y odios y diferencias?

    Eutifro. Sí, eso también se dijo.

    Sócrates. ¿Y qué tipo de diferencia crea enemistad e ira? Supongamos por ejemplo que tú y yo, mi buen amigo, difiéramos en un número; ¿diferencias de este tipo nos hacen enemigos y nos ponen en desacuerdo entre sí? ¿No vamos de inmediato a la aritmética, y les ponemos fin por una suma?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. O supongamos que diferimos en cuanto a magnitudes, ¿no terminamos rápidamente las diferencias midiendo?

    Eutifro. Muy cierto.

    Sócrates. Y terminamos una polémica sobre lo pesado y lo ligero recurriendo a una pesadora?

    Eutifro. Para estar seguro.

    Sócrates. Pero, ¿qué diferencias hay que no se puedan decidir así, y que por lo tanto nos enfurecen y nos ponen en enemistad unos con otros? Me atrevo a decir que la respuesta no se le ocurre en este momento, y por lo tanto sugeriré que estas enemistades surgen cuando las cuestiones de diferencia son las justas e injustas, las buenas y las malas, honorables y deshonrosas. ¿No son estos los puntos sobre los que difieren los hombres, y sobre cuáles cuando somos incapaces de decidir satisfactoriamente nuestras diferencias, tú y yo y todos nosotros nos peleamos, cuando peleamos?

    Eutifro. Sí, Sócrates, la naturaleza de las diferencias sobre las que nos peleamos es tal como usted describe.

    Sócrates. Y las riñas de los dioses, noble Eutifro, cuando ocurren, ¿son de naturaleza parecida?

    Eutifro. Ciertamente lo son.

    Sócrates. Tienen diferencias de opinión, como usted dice, sobre el bien y el mal, justo e injusto, honorable y deshonroso: no habría habido peleas entre ellos, si no hubiera habido tales diferencias, ¿habría ahora?

    Eutifro. Tienes toda la razón.

    Sócrates. ¿No todo hombre ama lo que considera noble y justo y bueno, y odia lo contrario de ellos?

    Eutifro. Muy cierto.

    Sócrates. Pero, como usted dice, la gente considera las mismas cosas, algunas como justas y otras como injustas, -sobre estas disputan; y así surgen guerras y peleas entre ellas.

    Eutifro. Muy cierto.

    Sócrates. Entonces las mismas cosas son odiadas por los dioses y amadas por los dioses, ¿y tanto son odiosas y queridas para ellos?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Y sobre este punto de vista las mismas cosas, Eutifro, ¿serán piadosas y también impías?

    Eutifro. Entonces debería suponer.

    Sócrates. Entonces, amigo mío, comento con sorpresa que no has respondido a la pregunta que te hice. Porque desde luego no te pedí que me dijeras qué acción es a la vez piadosa e impía: pero ahora parecería que lo que aman los dioses también es odiado por ellos. Y por lo tanto, Eutifro, al castigar así a tu padre es muy probable que estés haciendo lo que es agradable para Zeus pero desagradable para Cronos o Urano, y lo que es aceptable para Hefesto pero inaceptable para Aquí, y puede haber otros dioses que tengan diferencias de opinión similares.

    Eutifro. Pero yo creo, Sócrates, que todos los dioses estarían de acuerdo en cuanto a la propiedad de castigar a un asesino: no habría diferencia de opinión al respecto.

    Sócrates. Bueno, pero hablando de hombres, Eutifro, ¿alguna vez escuchaste a alguien argumentar que un asesino o algún tipo de malhechor debería ser despedido?

    Eutifro. Más bien debo decir que estas son las cuestiones que siempre están discutiendo, sobre todo en los tribunales de justicia: cometen todo tipo de delitos, y no hay nada que no hagan o digan en su propia defensa.

    Sócrates. Pero, ¿admiten su culpabilidad, Eutifro, y sin embargo dicen que no deben ser castigados?

    Eutifro. No; no lo hacen.

    Sócrates. Entonces hay algunas cosas que no se atreven a decir y a hacer: porque no se aventuran a argumentar que los culpables deben quedar impunes, sino que niegan su culpabilidad, ¿no?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Entonces no argumentan que el malhechor no debe ser castigado, sino que discuten sobre el hecho de quién es el malhechor, ¿y qué hizo y cuándo?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Y los dioses están en el mismo caso, si como afirmas se pelean por lo justo e injusto, y algunos dicen mientras otros niegan que entre ellos se haga injusticia. Porque seguramente ni Dios ni el hombre se aventurarán jamás a decir que el hacedor de injusticia no es para ser castigado?

    Eutifro. Eso es cierto, Sócrates, en lo principal.

    Sócrates. Pero se unen a tema sobre los particulares-dioses y hombres por igual; y, si se disputan en absoluto, disputan sobre algún acto que se pone en duda, y que por algunos se afirma que es justo, por otros como injusto. ¿No es eso cierto?

    Eutifro. Bastante cierto.

    Sócrates. Pues bien, mi querido amigo Eutifro, dime, para mi mejor instrucción e información, qué prueba tienes de que a juicio de todos los dioses un sirviente que es culpable de asesinato, y es puesto en cadenas por el amo del muerto, y muere porque es puesto en cadenas antes de que el que lo ató pueda aprender de la intérpretes de los dioses lo que debe hacer con él, muere injustamente; y que en nombre de tal un hijo debe proceder contra su padre y acusarlo de asesinato. ¿Cómo demostrarías que todos los dioses están absolutamente de acuerdo en aprobar su acto? Demuéstrame que lo hacen, y voy a aplaudir tu sabiduría mientras viva.

    Eutifro. Va a ser una tarea difícil; pero podría hacer que el asunto sea muy querido en verdad para usted.

    Sócrates. Entiendo; quieres decir que no soy tan rápido de aprehensión como los jueces: porque a ellos estarás seguro de probar que el acto es injusto, y odioso para los dioses.

    Eutifro. Sí, en verdad, Sócrates; al menos si me van a escuchar.

    Sócrates. Pero van a estar seguros de escuchar si encuentran que usted es un buen orador. Había una noción que me vino a la mente mientras hablabas; me dije: “Bueno, y si Eutifro me demuestra que todos los dioses consideraban injusta la muerte del siervo, ¿cómo sé algo más de la naturaleza de la piedad y la impiedad? Por conceder que esta acción pueda ser odiosa para los dioses, aún así la piedad y la impiedad no están adecuadamente definidas por estas distinciones, pues lo que es odioso para los dioses se ha demostrado que también es agradable y querido para ellos”. Y por tanto, Eutifro, no te pido que lo pruebes; voy a suponer, si quieres, que todos los dioses condenan y abominan tal acción. Pero voy a modificar la definición hasta el punto de decir que lo que todos los dioses odian es impío, y lo que aman piadoso o santo; y lo que algunos aman y otros odian es ambos o ninguno. ¿Será esta nuestra definición de piedad e impiedad?

    Eutifro. ¿Por qué no, Sócrates?

    Sócrates. ¡Por qué no! desde luego, en lo que a mí respecta, Eutifro, no hay razón para que no. Pero si esta admisión te va a ayudar mucho en la tarea de instruirme como prometiste, es un asunto que debes considerar.

    Eutifro. Sí, debo decir que lo que todos los dioses aman es piadoso y santo, y lo contrario que todos odian, impío.

    Sócrates. ¿Deberíamos indagar la verdad de esto, Eutifro, o simplemente aceptar la mera afirmación por nuestra propia autoridad y la de los demás? ¿Qué dices?

    Eutifro. Debemos indagar; y creo que la declaración va a soportar la prueba de indagación.

    Sócrates. Lo sabremos mejor, mi buen amigo, en poco tiempo. El punto que primero debo desear entender es si lo piadoso o santo es amado por los dioses porque es santo, o santo porque es amado de los dioses.

    Eutifro. No entiendo tu significado, Sócrates.

    Sócrates. Voy a tratar de explicar: nosotros, hablamos de llevar y hablamos de ser llevados, de liderar y ser guiados, ver y ser vistos. ¿Sabes que en todos esos casos hay una diferencia, y sabes también en qué radica la diferencia?

    Eutifro. Creo que entiendo.

    Sócrates. ¿Y no es lo que es amado distinto de lo que ama?

    Eutifro. Ciertamente.

    Sócrates. Bueno; y ahora dígame, ¿es lo que se lleva en este estado de llevar porque se lleva, o por alguna otra razón?

    Eutifro. No; esa es la razón.

    Sócrates. Y lo mismo es cierto de lo que se lleva y de lo que se ve?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Y una cosa no se ve porque es visible, sino a la inversa, visible porque se ve; ni es una cosa conducida porque está en el estado de ser conducida, o llevada porque está en el estado de ser llevada, sino lo contrario de esto. Y ahora pienso, Eutifro, que mi significado será inteligible; y mi significado es, que cualquier estado de acción o pasión implica acción o pasión previa. No se vuelve porque se está convirtiendo, sino que está en un estado de devenir porque se vuelve; tampoco sufre porque está en un estado de sufrimiento, sino que está en un estado de sufrimiento porque sufre. ¿No estás de acuerdo?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. ¿No es lo que se ama en algún estado ya sea de devenir o de sufrir?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Y lo mismo sostiene que en las instancias anteriores; el estado de ser amado sigue el acto de ser amado, y no el acto el estado.

    Eutifro. Ciertamente.

    Sócrates. Y qué dices de la piedad, Eutifro: ¿no es la piedad, según tu definición, amada por todos los dioses?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. ¿Porque es piadoso o santo, o por alguna otra razón?

    Eutifro. No, esa es la razón.

    Sócrates. Es amado porque es santo, no santo porque es amado?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Y lo que es querido por los dioses es amado por ellos, y está en un estado para ser amado de ellos porque es amado de ellos?

    Eutifro. Ciertamente.

    Sócrates. Entonces lo que es querido por los dioses, Eutifro, no es santo, ni lo que es santo amado de Dios, como afirmas; pero son dos cosas distintas.

    Eutifro. ¿Qué quieres decir, Sócrates?

    Sócrates. Quiero decir que lo santo ha sido reconocido por nosotros como amado de Dios porque es santo, no ser santo porque es amado.

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Pero lo que es querido por los dioses les es querido porque es amado por ellos, no amado por ellos porque es querido para ellos.

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Pero, amigo Eutifro, si lo que es santo es lo mismo con lo que es querido por Dios, y es amado porque es santo, entonces lo que es querido por Dios habría sido amado como ser querido por Dios; pero si lo que es querido a Dios le es querido porque es amado por él, entonces lo que es santo habría sido santo porque amaba por él. Pero ahora se ve que lo contrario es el caso, y que son bastante diferentes entre sí. Para uno (los teófilos) es de un tipo ser amado porque es amado, y el otro (osion) es amado porque es de un tipo para ser amado. Así me apareces, Eutifro, cuando te pregunto cuál es la esencia de la santidad, para ofrecer solo un atributo, y no la esencia-el atributo de ser amado por todos los dioses. Pero todavía te niegas a explicarme la naturaleza de la santidad. Y por tanto, por favor, te voy a pedir que no escondas tu tesoro, sino que me digas una vez más qué es realmente la santidad o la piedad, sea querida por los dioses o no (porque eso es un asunto sobre el que no discutiremos) y ¿qué es la impiedad?

    Eutifro. Realmente no sé, Sócrates, cómo expresar lo que quiero decir. Porque de alguna u otra manera nuestros argumentos, en cualquier terreno que los descansemos, parecen dar la vuelta y alejarse de nosotros.

    Sócrates. Tus palabras, Eutifro, son como la obra de mis ancesto Dédalo; y si yo fuera el sayer o proponente de ellos, podrías decir que mis argumentos se alejan y no quedarán fijos donde se colocan porque soy descendiente de los suyos. Pero ahora, como estas nociones son suyas, debes encontrar algún otro gibe, pues ciertamente, como tú mismo lo permites, muestran una inclinación a estar en movimiento.

    Eutifro. No, Sócrates, seguiré diciendo que tú eres el Dédalo quien pone argumentos en movimiento; no yo, desde luego, sino que tú los haces mover o dar vueltas, porque nunca se habrían movido, en lo que a mí respecta.

    Sócrates. Entonces debo ser un mayor que Dédalo: porque mientras él solo hizo sus propios inventos para moverse, yo también muevo los de otras personas. Y lo bello de ello es, que preferiría no. Porque yo daría la sabiduría de Dédalo, y la riqueza de Tántalo, para poder detenerlos y mantenerlos fijos. Pero basta de esto. Al percibir que eres perezoso, yo mismo me esforzaré por mostrarte cómo me podrías instruir en la naturaleza de la piedad; y espero que no guardes rencor a tu trabajo. Dime, entonces ¿no es lo que es piadoso necesariamente justo?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Y es, entonces, ¿todo lo que es simplemente piadoso? o, ¿es lo que es piadoso todo justo, pero lo que es justo, solo en parte y no todo, piadoso?

    Eutifro. No te entiendo, Sócrates.

    Sócrates. Y sin embargo sé que eres tanto más sabio que yo, como eres más joven. Pero, como decía, amigo venerado, la abundancia de tu sabiduría te hace perezoso. Por favor, esfuérzate, pues no hay ninguna dificultad real para entenderme. A lo que me refiero puedo explicar con una ilustración de lo que no quiero decir. El poeta (Stasinus) canta-

    De Zeus, autor y creador de todas estas cosas,

    No vas a decir: porque donde hay miedo también hay reverencia.

    Ahora no estoy de acuerdo con este poeta. ¿Te diré en qué sentido?

    Eutifro. Por todos los medios.

    Sócrates. No debo decir que donde hay miedo también hay reverencia; porque estoy seguro que muchas personas temen la pobreza y la enfermedad, y los males similares, pero no percibo que reverencien a los objetos de su miedo.

    Eutifro. Muy cierto.

    Sócrates. Pero donde está la reverencia, hay miedo; porque el que tiene un sentimiento de reverencia y vergüenza por la comisión de cualquier acción, teme y teme una mala reputación.

    Eutifro. Sin duda.

    Sócrates. Entonces nos equivocamos al decir que donde hay miedo también hay reverencia; y debemos decir, donde hay reverencia también hay miedo. Pero no siempre hay reverencia donde hay miedo; porque el miedo es una noción más extendida, y la reverencia es parte del miedo, así como lo impar es parte del número, y el número es una noción más extendida que la impar. Supongo que ahora me sigues?

    Eutifro. Bastante bien.

    Sócrates. Ese era el tipo de pregunta que quise plantear cuando pregunté si lo justo es siempre lo piadoso, o lo piadoso siempre lo justo; y si puede que no haya justicia donde no haya piedad; porque la justicia es la noción más extendida de la que la piedad es sólo una parte. ¿Disensas?

    Eutifro. No, creo que tienes toda la razón.

    Sócrates. Entonces, si la piedad es parte de la justicia, supongo que deberíamos preguntar ¿qué parte? Si hubieras seguido la indagación en los casos anteriores; por ejemplo, si me hubieras preguntado qué es un número par, y qué parte del número es el par, no debería haber tenido dificultad para responder, un número que representa una cifra que tiene dos lados iguales. ¿No estás de acuerdo?

    Eutifro. Sí, estoy bastante de acuerdo.

    Sócrates. De igual manera, quiero que me digas qué parte de la justicia es la piedad o la santidad, para que pueda decirle a Meleto que no me haga injusticia, o que me acuse por impiedad, como ahora me instruyes adecuadamente en la naturaleza de la piedad o santidad, y sus opuestos.

    Eutifro. La piedad o la santidad, Sócrates, me parece que es esa parte de la justicia que atiende a los dioses, como existe la otra parte de la justicia que atiende a los hombres.

    Sócrates. Eso es bueno, Eutifro; sin embargo todavía hay un pequeño punto sobre el que me gustaría tener más información, ¿Cuál es el significado de “atención”? Para la atención difícilmente se puede utilizar en el mismo sentido cuando se aplica a los dioses que cuando se aplica a otras cosas. Por ejemplo, se dice que los caballos requieren atención, y no todas las personas son capaces de atenderlos, sino sólo una persona experta en la caballería. ¿No es así?

    Eutifro. Ciertamente.

    Sócrates. Debo suponer que el arte de la caballería es el arte de atender a los caballos?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Tampoco todos están calificados para atender perros, sino solo el cazador?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Y también debería concebir que el arte del cazador es el arte de atender a los perros?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Como el arte de la manada de bueyes es el arte de atender bueyes?

    Eutifro. Muy cierto.

    Sócrates. De igual manera la santidad o la piedad es el arte de atender a los dioses? -ese sería tu significado, Eutifro?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. ¿Y la atención no siempre está pensada para el bien o beneficio de aquello a lo que se le da la atención? Al igual que en el caso de los caballos, se puede observar que al ser atendidos por el arte del jinete son beneficiados y mejorados, ¿no?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Como los perros son beneficiados por el arte del cazador, y los bueyes por el arte de la manada de bueyes, y todas las demás cosas son atendidas o atendidas para su bien y no por su daño?

    Eutifro. Desde luego, no por su daño.

    Sócrates. ¿Pero para su bien?

    Eutifro. Por supuesto.

    Sócrates. Y ¿la piedad o santidad, que se ha definido como el arte de atender a los dioses, los beneficia o mejora? ¿Dirías que cuando haces un acto sagrado haces mejor a alguno de los dioses?

    Eutifro. No, no; eso ciertamente no era a lo que me refería.

    Sócrates. Y yo, Eutifro, nunca supuse que lo hicieras. Yo te hice la pregunta sobre la naturaleza de la atención, porque pensé que no lo hiciste.

    Eutifro. Tú me haces justicia, Sócrates; ese no es el tipo de atención que quiero decir.

    Sócrates. Bueno: pero aún debo preguntar ¿cuál es esta atención a los dioses que se llama piedad?

    Eutifro. Es tal, Sócrates, como muestran los sirvientes a sus amos.

    Sócrates. Entiendo, una especie de ministerio a los dioses.

    Eutifro. Exactamente.

    Sócrates. La medicina es también una especie de ministración o servicio, teniendo en cuenta la consecución de algún objeto, ¿no dirías de salud?

    Eutifro. Yo debería.

    Sócrates. De nuevo, ¿hay un arte que ministre al constructor de la nave con miras a lograr algún resultado?

    Eutifro. Sí, Sócrates, con miras a la construcción de una nave.

    Sócrates. Como hay un arte que ministre al constructor de casas con miras a la construcción de una casa?

    Eutifro. Sí.

    Sócrates. Y ahora cuéntame, mi buen amigo, sobre el arte que ministra a los dioses: ¿qué trabajo ayuda eso a lograr? Porque seguramente debes saber si, como dices, eres de todos los hombres que viven el que mejor se instruye en la religión.

    Eutifro. Y digo la verdad, Sócrates.

    Sócrates. Dime entonces, oh dime ¿qué es ese trabajo justo que hacen los dioses con la ayuda de nuestras ministraciones?

    Eutifro. Muchas y justas, Sócrates, son las obras que hacen. Sócrates. Por qué, amigo mío, y también lo son los de un general. Pero al jefe de ellos se le dice fácilmente. ¿No dirías que la victoria en la guerra es el jefe de ellos?

    Sócrates. Ciertamente. Muchas y justas, también, son las obras del labrador, si no me equivoco; pero su obra principal es la producción de alimentos de la tierra?
    Eutifro. Exactamente.

    Sócrates. Y de las muchas y justas cosas que hacen los dioses, ¿cuál es la principal o principal?

    Eutifro. Ya le he dicho, Sócrates, que aprender todas estas cosas con precisión va a ser muy tedioso. Permítanme decir simplemente que la piedad o la santidad es aprender, cómo complacer a los dioses en palabra y obra, mediante oraciones y sacrificios. Tal piedad, es la salvación de familias y estados, así como los impíos, que no agradan a los dioses, es su ruina y destrucción.

    Sócrates. Creo que podrías haber respondido en muchas menos palabras a la pregunta principal que hice, Eutifro, si hubieras elegido. Pero veo claro que no estás dispuesto a instruirme caro no: de lo contrario, ¿por qué, cuando llegamos al punto, te volviste, a un lado? Si solo me hubieras respondido, realmente debería haber aprendido de ti en este momento la naturaleza de la piedad. Ahora bien, como el que hace una pregunta depende necesariamente del respondedor, a dónde lleva, debo seguir; y sólo puedo volver a preguntar, ¿qué es lo piadoso, y qué es la piedad? ¿Quieres decir que son una especie de ciencia de orar y sacrificar?

    Eutifro. Sí, lo hago.

    Sócrates. Y sacrificar es dar a los dioses, y la oración es pedir a los dioses?

    Eutifro. Sí, Sócrates.

    Sócrates. Sobre este punto de vista, ¿entonces la piedad es una ciencia de pedir y dar?

    Eutifro. Me entiendes capitalmente, Sócrates.

    Sócrates. Sí, amigo mío; la razón es que soy un votario de tu ciencia, y dale mi mente a ella, y por lo tanto nada de lo que digas me será tirado sobre mí. Por favor, entonces para decirme, ¿cuál es la naturaleza de este servicio a los dioses? ¿Quieres decir que preferimos las solicitudes y les damos regalos?

    Eutifro. Sí, lo hago.

    Sócrates. ¿No es la forma correcta de pedirles qué queremos?

    Eutifro. Ciertamente.

    Sócrates. Y la forma correcta de dar es darles a cambio lo que quieran de nosotros. No habría, en un arte que le da a cualquiera aquello que no quiere.

    Eutifo o. muy cierto, Sócrates.

    Sócrates. Entonces la piedad, Eutifro, ¿es un arte que dioses y hombres tienen de hacer negocios unos con otros?

    Eutifro. Esa es una expresión que puedes usar, si quieres.

    Sócrates. Pero no me gusta nada más que por la verdad. Desearía, sin embargo, que me dijeras qué beneficio devengan a los dioses de nuestros dones. No hay duda de lo que nos dan; porque no hay nada bueno que no dan; pero cómo podemos darles algo bueno a cambio está lejos de ser igualmente claro. Si dan todo y nosotros no damos nada, ese debe ser un asunto de negocios en el que tengamos muy grandemente la ventaja de ellos.

    Eutifro. Y ¿imaginas, Sócrates, que algún beneficio le devenga a los dioses de nuestros dones?

    Sócrates. Pero si no, Eutifro, ¿cuál es el significado de los dones que nosotros confieren a los dioses?

    Eutifro. ¿Qué más, sino homenajes de honor; y, como acababa de decir, qué les agrada?

    Sócrates. La piedad, entonces, ¿es agradable a los dioses, pero no beneficiosa o querida para ellos?

    Eutifro. Debo decir que nada podría ser más querido.

    Sócrates. Entonces una vez más se repite la afirmación de que la piedad es querida por los dioses?

    Eutifro. Ciertamente.

    Sócrates. Y cuando dices esto, ¿puedes preguntarte de que tus palabras no se mantengan firmes, sino que se vayan? ¿Me acusarás de ser el Dédalo que los hace alejarse, no percibir que hay otro y mucho mayor artista que Dédalo que los hace dar vueltas en círculo, y él es tú mismo; pues el argumento, como percibirás, llega al mismo punto. ¿No estábamos diciendo que lo santo o piadoso no era lo mismo con lo que es amado por los dioses? ¿Te has olvidado?

    Eutifro. Lo recuerdo bastante.

    Sócrates. Y no estás diciendo que lo que es amado de los dioses es santo; y no es esto lo mismo que lo que les es querido, ¿ves?

    Eutifro. Cierto.

    Sócrates. Entonces o nos equivocamos en la afirmación anterior; o bien, si teníamos razón entonces, ahora nos equivocamos.

    Eutifro. Uno de los dos debe ser cierto.

    Sócrates. Entonces debemos comenzar de nuevo y preguntar, ¿Qué es la piedad? Esa es una indagación que nunca me cansaré de perseguir en cuanto a mí mentiras; y le ruego que no me desprecie, sino que aplique su mente al máximo, y me diga la verdad. Porque, si alguno sabe, tú eres él; y por lo tanto debo detenerte, como Proteus, hasta que lo digas. Si no hubiera sabido con certeza la naturaleza de la piedad y la impiedad, confío en que nunca, en nombre de un siervo, habría acusado de asesinato a su anciano padre. No habrías corrido tal riesgo de hacer mal a la vista de los dioses, y habrías tenido demasiado respeto por las opiniones de los hombres. Estoy seguro, pues, de que conoces la naturaleza de la piedad y de la impiedad. Habla entonces, mi querido Eutifro, y no escondas tus conocimientos.

    Eutifro. En otro momento, Sócrates; porque tengo prisa, y debo irme ya.

    Sócrates. ¡Ay! mi compañero, y ¿me dejarás en la desesperación? Tenía la esperanza de que me instruyeras en la naturaleza de la piedad y la impiedad; y entonces podría haberme aclarado de Meleto y su acusación. Yo le habría dicho que había sido iluminado por Eutifro, y que había renunciado a innovaciones y especulaciones precipitadas, en las que me entregué sólo a través de la ignorancia, y que ahora estoy a punto de llevar una vida mejor.

    EL FINAL

    El libro electrónico Proyecto Gutenberg de Euthyphro, de Platón

    Este eBook es para el uso de cualquier persona en cualquier lugar sin costo y casi sin restricciones de ningún tipo. Puedes copiarlo, regalarlo o reutilizarlo bajo los términos de la Licencia Project Gutenberg incluida con este libro electrónico o en línea en www.gutenberg.org

    Título: Eutiphro

    Autor: Plato

    Traductor: Benjamin Jowett

    Fecha de Lanzamiento: 23 de noviembre de 2008 [eBook #1642]

    Última actualización: 15 Enero, 2013

    Idioma: inglés


    This page titled 1.6: Diálogo de Sócrates con Eutifro is shared under a CC BY-NC-SA license and was authored, remixed, and/or curated by Jody Ondich.