Saltar al contenido principal
LibreTexts Español

4.1: René Descartes

  • Page ID
    98358
  • \( \newcommand{\vecs}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vecd}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash {#1}}} \)

    \( \newcommand{\id}{\mathrm{id}}\) \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    ( \newcommand{\kernel}{\mathrm{null}\,}\) \( \newcommand{\range}{\mathrm{range}\,}\)

    \( \newcommand{\RealPart}{\mathrm{Re}}\) \( \newcommand{\ImaginaryPart}{\mathrm{Im}}\)

    \( \newcommand{\Argument}{\mathrm{Arg}}\) \( \newcommand{\norm}[1]{\| #1 \|}\)

    \( \newcommand{\inner}[2]{\langle #1, #2 \rangle}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    \( \newcommand{\id}{\mathrm{id}}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    \( \newcommand{\kernel}{\mathrm{null}\,}\)

    \( \newcommand{\range}{\mathrm{range}\,}\)

    \( \newcommand{\RealPart}{\mathrm{Re}}\)

    \( \newcommand{\ImaginaryPart}{\mathrm{Im}}\)

    \( \newcommand{\Argument}{\mathrm{Arg}}\)

    \( \newcommand{\norm}[1]{\| #1 \|}\)

    \( \newcommand{\inner}[2]{\langle #1, #2 \rangle}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\) \( \newcommand{\AA}{\unicode[.8,0]{x212B}}\)

    \( \newcommand{\vectorA}[1]{\vec{#1}}      % arrow\)

    \( \newcommand{\vectorAt}[1]{\vec{\text{#1}}}      % arrow\)

    \( \newcommand{\vectorB}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vectorC}[1]{\textbf{#1}} \)

    \( \newcommand{\vectorD}[1]{\overrightarrow{#1}} \)

    \( \newcommand{\vectorDt}[1]{\overrightarrow{\text{#1}}} \)

    \( \newcommand{\vectE}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash{\mathbf {#1}}}} \)

    \( \newcommand{\vecs}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vecd}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash {#1}}} \)

    Parte I Los principios del conocimiento humano

    TRADUCIDO POR JOHN VEITCH, LL. D. PROFESOR TARDÍO DE LÓGICA Y RETÓRICA EN LA UNIVERSIDAD DE GLASGOW

    René Descartes, 1596 —1650 CE, fue un filósofo, matemático y científico francés. A veces llamado el padre de la filosofía occidental moderna, gran parte de la filosofía occidental es una respuesta, al menos en parte, a los escritos de Descartes. Su afirmación filosófica más conocida es “Cogito ergo sum” (creo, por lo tanto lo soy) Su idea era que el pensamiento no se puede separar de una persona, por lo tanto, la persona existe. Descartes construye un sistema de conocimiento, eliminando la percepción de los sentidos como poco confiable y permitiendo únicamente la deducción como método aceptable de obtención de conocimiento. El concepto del dualismo de mente y cuerpo es la doctrina distintiva de Descartes. Conocido como dualismo cartesiano, su teoría sobre la separación entre la mente y el cuerpo pasó a influir en las filosofías occidentales posteriores. Descartes intentó demostrar la diferencia entre el alma humana y el cuerpo humano. Los humanos son una unión de mente y cuerpo, por lo que el dualismo de Descartes abrazó la idea de que la mente y el cuerpo son distintos pero estrechamente unidos.

    Diviértete con el escepticismo cartesiano — Neo, ¡Conoce a Rene!

    I. QUE para buscar la verdad, es necesario una vez en el transcurso de nuestra vida, dudar, en la medida de lo posible, de todas las cosas.

    Como éramos en un momento hijos, y como formábamos diversos juicios respecto a los objetos presentados a nuestros sentidos, cuando todavía no teníamos el uso completo de nuestra razón, numerosos prejuicios se interponen en el camino de llegar al conocimiento de la verdad; y de estos nos parece imposible librarnos, a menos que nos comprometemos, una vez en nuestra vida, a dudar de todas esas cosas en las que podamos descubrir hasta la más mínima sospecha de incertidumbre.

    II. Que también debemos considerar como falso todo lo que es dudoso.

    Además, también será útil estimar como falsas las cosas de las que podremos dudar, para que podamos descubrir con mayor claridad lo que posee más certeza y es lo más fácil de conocer.

    III. Que no debemos por su parte hacer uso de la duda en la conducción de la vida.

    Mientras tanto, es de observar que estamos para aprovechar esta duda general sólo mientras nos dedicamos a la contemplación de la verdad. Porque, en lo que se refiere a la conducta de la vida, con mucha frecuencia estamos obligados a seguir opiniones meramente probables, o incluso a veces, aunque de dos cursos de acción no podemos percibir más probabilidad en el uno que en el otro, de elegir uno u otro, ver la oportunidad de actuar no pasaría infrecuentemente antes de que pudiéramos liberarnos de nuestras dudas.

    IV. Por qué podemos dudar de las cosas sensatas.

    En consecuencia, como ahora solo diseñamos aplicarnos a la investigación de la verdad, dudaremos, primero, si de todas las cosas que alguna vez han caído bajo nuestros sentidos, o que alguna vez hemos imaginado, alguna persona realmente existe; en primer lugar, porque sabemos por experiencia que los sentidos a veces erran, y sería imprudente confiar demasiado en lo que incluso alguna vez nos ha engañado; segundo, porque en los sueños perpetuamente parecemos percibir o imaginar innumerables objetos que no tienen existencia. Y a quien así se ha resuelto ante una duda general, no aparecen marcas por las que pueda distinguir con certeza el sueño del estado de vigilia.

    V. Por qué también podemos dudar de las demostraciones matemáticas.

    También dudaremos de las otras cosas que antes hemos sostenido como más ciertas, incluso de las demostraciones de las matemáticas, y de sus principios que hasta ahora hemos considerado evidentes; en primer lugar, porque en ocasiones hemos visto a hombres caer en error en tales asuntos, y admitir como absolutamente ciertos y evidente lo que a nosotros nos pareció falso, pero principalmente porque hemos aprendido que Dios que nos creó es todopoderoso; porque aún no sabemos si tal vez fue su voluntad crearnos para que siempre estemos engañados, incluso en las cosas que pensamos que mejor sabemos: ya que esto no parece más imposible que nuestro siendo ocasionalmente engañados, lo que, sin embargo, como nos enseña la observación, es el caso. Y si suponemos que un Dios todopoderoso no es el autor de nuestro ser, y que existimos de nosotros mismos o por algún otro medio, aún así, cuanto menos poderosos supongamos que es nuestro autor, mayor razón tendremos para creer que no somos tan perfectos como para que no seamos continuamente engañados.

    VI. Que poseemos un libre albedrío, mediante el cual podemos retener nuestro asentimiento de lo dudoso, y así evitar el error.

    Pero mientras tanto, quien al final sea el autor de nuestro ser, y por poderoso y engañoso que sea, somos conscientes de una libertad, por la cual podemos abstenernos de admitir en un lugar en nuestra creencia algo que no es manifiestamente cierto e indudable, y así protegernos de ser jamás engañados .

    VII. Que no podemos dudar de nuestra existencia mientras dudamos, y que este es el primer conocimiento que adquirimos cuando filosofamos en orden.

    Si bien rechazamos así todo lo cual podemos entretener la menor duda, e incluso imaginamos que es falsa, fácilmente suponemos que no hay ni Dios, ni cielo, ni cuerpos, y que nosotros mismos ni siquiera tenemos ni manos ni pies, ni, finalmente, un cuerpo; pero no podemos de la misma manera suponer que no somos mientras dudamos de la verdad de estas cosas; pues hay repugnancia en concebir que lo que piensa no existe en el mismo momento en que piensa. En consecuencia, el conocimiento, PIENSO, POR LO TANTO SOY, es el primero y más seguro que se le ocurre a quien filosofa ordenadamente.

    Claves para llevar

    En consecuencia, el conocimiento, PIENSO, POR LO TANTO SOY, es el primero y más seguro que se le ocurre a quien filosofa ordenadamente.

    VIII. Que de ahí descubramos la distinción entre la mente y el cuerpo, o entre una cosa pensante y corpórea.

    Y esta es la mejor manera de descubrir la naturaleza de la mente, y su distinción desde el cuerpo: para examinar lo que somos, suponiendo, como lo hacemos ahora, que no existe nada realmente aparte de nuestro pensamiento, percibimos claramente que ni la extensión, ni la figura, ni el movimiento local, [Nota al pie de página: En cambio de “movimiento local”, el francés tiene “existencia en cualquier lugar”.] ni nada similar que pueda atribuirse al cuerpo, pertenezca a nuestra naturaleza, y nada excepto el pensamiento solo; y, en consecuencia, que la noción que tenemos de nuestra mente precede a la de cualquier cosa corpórea, y es más segura, al ver que todavía dudamos si hay algún cuerpo en existencia, mientras ya percibimos que pensamos.

    IX. Lo que es el pensamiento (COGITATIO).

    Por la palabra pensamiento, entiendo todo lo que así ocurre en nosotros que nosotros mismos somos inmediatamente conscientes de ello; y, en consecuencia, no sólo para entender (INTELLIGERE, ENSENTRE), a la voluntad (VELLE), a imaginar (IMAGINARI), sino incluso percibir (SENTIRE, SENTIR), están aquí lo mismo que pensar (COGITARE, PENSER). Porque si digo, veo, o, camino, por lo tanto estoy; y si entiendo por visión o caminando el acto de mis ojos o de mis extremidades, que es obra del cuerpo, la conclusión no es absolutamente segura, porque, como suele ser el caso en los sueños, puedo pensar que veo o camino, aunque no abro los ojos ni me muevo de mi lugar, e incluso, tal vez, aunque no tengo cuerpo: pero, si me refiero a la sensación misma, o conciencia de ver o caminar, el conocimiento es manifiestamente cierto, porque entonces se refiere a la mente, que por sí sola percibe o es consciente de que ve o camina. [Nota al pie de página: En francés, “que por sí sola tiene el poder de percibir, o de ser consciente de cualquier otra manera lo que sea”.]

    X. Que las nociones que son más simples y evidentes, están oscurecidas por definiciones lógicas; y que tales no deben tenerse en cuenta entre las cogniciones adquiridas por el estudio, [sino como nacen con nosotros].

    Aquí no explico varios otros términos que he usado, o diseño para usar en la secuela, porque su significado me parece suficientemente evidente. Y frecuentemente remarcó que los filósofos se equivocaron al intentar explicar, por definiciones lógicas, las verdades que son más simples y evidentes; pues así solo las hacían más oscuras. Y cuando dije que la proposición, PIENSO, POR LO TANTO SOY, es de todos los demás la primera y más segura que se le ocurre a una ordenanza filosofadora, por lo tanto no negué que era necesario saber qué son el pensamiento, la existencia y la certeza, y la verdad que, para poder piensan que es necesario ser, y similares; pero, debido a que estas son las nociones más simples, y como de sí mismas ofrecen el conocimiento de nada existente, no lo juzgué propiamente ahí enumerarlas.

    XI. Cómo podemos conocer nuestra mente más claramente que nuestro cuerpo.

    Pero ahora que se puede discernir cómo el conocimiento que tenemos de la mente no sólo precede, y tiene mayor certeza, sino que es aún más claro, que el que tenemos del cuerpo, hay que remarcar, como una cuestión altamente manifestada por la luz natural, que a nada pertenecen afectos o cualidades; y, en consecuencia, que donde observamos ciertas afectaciones, hay una cosa o sustancia a la que éstas pertenecen, necesariamente se encuentra. La misma luz también nos muestra que conocemos una cosa o sustancia más claramente en proporción ya que descubrimos en ella un mayor número de cualidades. Ahora bien, es manifiesto que remarcamos en nuestra mente un mayor número de cualidades que en cualquier otra cosa; pues no hay ocasión en la que sepamos nada lo que sea cuando no estamos al mismo tiempo conducidos con mucha mayor certeza al conocimiento de nuestra propia mente. Por ejemplo, si juzgo que hay una tierra porque la toco o la veo, en el mismo terreno, y con razón aún mayor, debo persuadirme de que mi mente existe; porque puede ser, quizás, que creo que toco la tierra mientras hay una en existencia; pero no es posible que así lo juzgue, y mi mente que así juzga no existen; y lo mismo sostiene bien de cualquier objeto que se nos presente a la mente.

    XII. Cómo sucede que no todos vienen por igual a saber esto.

    Quienes no han filosofado en orden han tenido otras opiniones sobre este tema, porque nunca distinguieron con suficiente cuidado la mente del cuerpo. Porque, aunque no tuvieron dificultad en creer que ellos mismos existían, y que tenían una mayor seguridad de esto que de cualquier otra cosa, sin embargo, como no observaron que por sí mismos, deberían aquí entender sus MENTES solos [cuando la cuestión se relacionaba con la certeza metafísica]; y ya que, por el contrario, más bien se referían a sus cuerpos que veían con los ojos, tocaban con las manos, y a los que erróneamente atribuían la facultad de percepción, se les impedía aprehender claramente la naturaleza de la mente.

    XIII. En qué sentido el conocimiento de otras cosas depende del conocimiento de Dios.

    Pero cuando la mente, que así se conoce a sí misma pero aún está en duda en cuanto a todas las demás cosas, mira a su alrededor por todos lados, con miras a una mayor extensión de su conocimiento, primero que nada descubre dentro de sí las ideas de muchas cosas; y mientras simplemente las contempla, y tampoco afirma ni niega que haya algo más allá de sí mismo que les corresponda, no está en peligro de errar. La mente también descubre ciertas nociones comunes a partir de las cuales enmarca diversas manifestaciones que llevan convicción a tal grado que hacen imposible la duda de su verdad, siempre y cuando les demos atención. Por ejemplo, la mente tiene dentro de sí ideas de números y figuras, y de igual manera tiene entre sus nociones comunes el principio DE QUE SI SE SUMARAN IGUALES A IGUALES LOS TOALES SERÁN IGUALES Y similares; a partir del cual es fácil demostrar que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos ángulos rectos, etc. Ahora , siempre y cuando atendamos las premisas de las que se dedujeron esta conclusión y otras similares a ella, nos sentimos seguros de su verdad; pero, como la mente no siempre puede pensar en éstas con atención, cuando tiene el recuerdo de una conclusión sin recordar el orden de su deducción, y es incierta si el autor de su ser lo ha creado de una naturaleza susceptible de ser engañada, incluso en lo que parece más evidente, percibe que solo hay fundamento para desconfiar de la verdad de tales conclusiones, y que no puede poseer ningún conocimiento determinado hasta que no haya descubierto a su autor.

    XIV. Para que podamos inferir válidamente la existencia de Dios a partir de la existencia necesaria estando comprendida en el concepto que tenemos de él.

    Cuando después la mente revisa las diferentes ideas que hay en ella, descubre lo que es, con mucho, el principal de ellos, el de un Ser omnisciente, todopoderoso y absolutamente perfecto; y observa que en esta idea se contiene no sólo la existencia posible y contingente, como en las ideas de todas las demás cosas que claramente percibe, pero existencia absolutamente necesaria y eterna. Y así como porque, por ejemplo, la igualdad de sus tres ángulos a dos ángulos rectos está necesariamente comprendida en la idea de un triángulo, la mente está firmemente persuadida de que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos ángulos rectos; así, desde su percepción necesaria y eterna existencia para estar comprendida en el idea que tiene de un Ser todo-perfecto, debería concluir manifiestamente que este Ser todo-perfecto existe.


    Proyecto Gutenberg Los principios de la filosofía, de Rene Descartes #2 en la serie de Rene Descartes

    Este eBook es para el uso de cualquier persona en cualquier lugar sin costo y casi sin restricciones de ningún tipo. Puedes copiarlo, regalarlo o reutilizarlo en los términos del Proyecto Gutenberg. Licencia incluida con este libro electrónico o en línea en www.gutenberg.org

    Título: Los principios de la filosofía

    Autor: Rene Descartes

    Fecha de Lanzamiento: agosto de 2003 [Etext# 4391]
    [Este archivo se publicó por primera vez el 22 de enero de 2002]

    Edición: 10

    Idioma: inglés


    This page titled 4.1: René Descartes is shared under a CC BY-NC-SA license and was authored, remixed, and/or curated by Jody Ondich.