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3.9.1: Federalista 1

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    [Alexander Hamilton]

    PARA LA REVISTA INDEPENDIENTE. SÁBADO, 27 DE OCTUBRE DE 1787

    Al Pueblo del Estado de Nueva York:

    DESPUÉS de una experiencia inequívoca de la ineficacia del gobierno federal subsista, se le llama a deliberar sobre una nueva Constitución para los Estados Unidos de América. El sujeto habla de su propia importancia; comprendiendo en sus consecuencias nada menos que la existencia de la UNIÓN, la seguridad y bienestar de las partes de las que está compuesta, el destino de un imperio en muchos aspectos el más interesante del mundo. Con frecuencia se ha comentado que parece haber sido reservado a la gente de este país, por su conducta y ejemplo, decidir la importante cuestión, si las sociedades de hombres son realmente capaces o no de establecer un buen gobierno a partir de la reflexión y la elección, o si están destinadas para siempre a dependen para sus constituciones políticas del accidente y de la fuerza. Si hay alguna verdad en la observación, la crisis a la que estamos llegados puede considerarse con rectitud como la época en la que se va a tomar esa decisión; y una elección equivocada de la parte que actuaremos puede, en esta opinión, merecer ser considerada como la desgracia general de la humanidad.

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    Imagen 3.15. Alexander Hamilton

    Esta idea sumará los alicientes de la filantropía a los del patriotismo, para realzar la solicitud que todos los hombres considerados y buenos deben sentir por el evento. Feliz será si nuestra elección estuviera dirigida por una estimación juiciosa de nuestros verdaderos intereses, sin perplejos e imparciales por consideraciones no relacionadas con el bien público. Pero esto es algo más ardientemente que desear que seriamente esperarse. El plan ofrecido a nuestras deliberaciones afecta a demasiados intereses particulares, innova sobre demasiadas instituciones locales, para no involucrar en su discusión una variedad de objetos ajenos a sus méritos, y de puntos de vista, pasiones y prejuicios poco favorables para el descubrimiento de la verdad.

    Entre los más formidables de los obstáculos que tendrá que encontrar la nueva Constitución se puede distinguir fácilmente el interés evidente de una determinada clase de hombres en cada Estado por resistir todos los cambios que puedan poner en peligro una disminución del poder, emolumento y consecuencia de los cargos que ocupan bajo el los establecimientos estatales; y la ambición pervertida de otra clase de hombres, que o bien esperarán engrandecerse por las confusiones de su país, o se halagarán con perspectivas más justas de elevación de la subdivisión del imperio a varias confederaciones parciales que de su unión bajo un gobierno.

    No es, sin embargo, mi designio detenerme en observaciones de esta naturaleza. Soy muy consciente de que sería falso resolver indiscriminadamente la oposición de cualquier conjunto de hombres (el mero hecho de que sus situaciones los pudieran someter a sospechas) a opiniones interesadas o ambiciosas. La franqueza nos obligará a admitir que incluso esos hombres pueden ser accionados por intenciones justas; y no se puede dudar que gran parte de la oposición que ha hecho su aparición, o que de ahora en adelante haga su aparición, brotará de fuentes, al menos sin culpa, si no respetable—los honestos errores de mentes desviados por celos y miedos preconcebidos. Tan numerosas efectivamente y tan poderosas son las causas que sirven para dar un sesgo falso al juicio, que nosotros, en muchas ocasiones, vemos a los hombres sabios y buenos del lado equivocado así como del lado derecho de preguntas de primera magnitud a la sociedad. Esta circunstancia, de atenderse debidamente, proporcionaría una lección de moderación a quienes alguna vez están tan persuadidos de estar en la derecha en cualquier controversia. Y otra razón de cautela, en este sentido, podría extraerse de la reflexión de que no siempre estamos seguros de que quienes defienden la verdad estén influenciados por principios más puros que sus antagonistas. La ambición, la avaricia, la animosidad personal, la oposición partidaria, y muchos otros motivos no más loables que estos, son aptos para operar tan bien sobre quienes apoyan como aquellos que se oponen al lado derecho de una pregunta. Si ni siquiera existieran esos alicientes a la moderación, nada podría ser más mal juzgado que ese espíritu intolerante que ha caracterizado, en todo momento, a los partidos políticos. Porque en la política, como en la religión, es igualmente absurdo apuntar a hacer prosélitos con fuego y espada. Las herejías en cualquiera de las dos rara vez se pueden curar con la persecución.

    Y sin embargo, por muy solo que se permita que sean estos sentimientos, ya tenemos suficientes indicios de que sucederá en esto como en todos los casos anteriores de gran discusión nacional. Se soltará un torrente de pasiones enojadas y malignas. Para juzgar por la conducta de los partidos opuestos, se nos llevará a concluir que ellos esperarán mutuamente evidenciar la justicia de sus opiniones, y aumentar el número de sus conversos por la sonoridad de sus declamaciones y la amargura de sus invectivas. Un celo ilustrado por la energía y la eficiencia del gobierno será estigmatizado como la descendencia de un temperamento aficionado al poder despótico y hostil a los principios de la libertad. Un celo excesivamente escrupuloso de peligro para los derechos del pueblo, que es más comúnmente culpa de la cabeza que del corazón, se representará como mera pretensión y artificio, el anzuelo rancio para la popularidad a expensas del bien público. Se olvidará, por un lado, que los celos son el habitual concomitante del amor, y que el noble entusiasmo de la libertad es apto para contagiarse de un espíritu de desconfianza estrecha e iliberal. Por otra parte, se olvidará igualmente que el vigor del gobierno es esencial para la seguridad de la libertad; que, en la contemplación de un juicio sano y bien informado, su interés nunca se puede separar; y que una ambición peligrosa acecha más a menudo detrás de la engañosa máscara de celo por el derechos del pueblo que bajo la apariencia prohibida de celo por la firmeza y eficiencia del gobierno. La historia nos enseñará que al primero se le ha encontrado un camino mucho más seguro hacia la introducción del despotismo que el segundo, y el de aquellos hombres que han volcado las libertades de las repúblicas, el mayor número ha comenzado su carrera pagando una corte obsequiosa al pueblo; iniciando demagogos, y acabar con los tiranos.

    En el curso de las observaciones anteriores, he tenido ojo, conciudadanos míos, para ponerlos en guardia contra todos los intentos, desde cualquier trimestre, de influir en su decisión en un asunto del momento más extremo para su bienestar, por cualquier impresión que no sea la que pueda derivarse de la evidencia de verdad. Usted, sin duda, al mismo tiempo, habrá recogido del alcance general de los mismos, que proceden de una fuente no hostil a la nueva Constitución. Sí, mis paisanos, les pertenezco a ustedes que, después de haberle dado una atenta consideración, estoy claro que es su interés adoptarlo. Estoy convencido de que este es el curso más seguro para tu libertad, tu dignidad y tu felicidad. Afecto no reservas que no siento. No te voy a divertir con una apariencia de deliberación cuando haya decidido. Yo le reconozco francamente mis convicciones, y voy a exponer libremente ante ustedes las razones en las que se fundamentan. La conciencia de las buenas intenciones desdeña la ambigüedad. No voy, sin embargo, a multiplicar profesiones sobre esta cabeza. Mis motivos deben permanecer en el depósito de mi propio pecho. Mis argumentos estarán abiertos a todos, y podrán ser juzgados por todos. Se ofrecerán por lo menos en un espíritu que no deshonre a la causa de la verdad.

    Propongo, en una serie de ponencias, discutir los siguientes datos interesantes:

    LA UTILIDAD DE LA UNIÓN A SU PROSPERIDAD POLÍTICA LA INSUFICIENCIA DE LA PRESENTE CONFEDERACIÓN PARA PRESERVAR ESA UNIÓN LA NECESIDAD DE UN GOBIERNO AL MENOS IGUALMENTE ENÉRGICO CON EL PROPUESTO, PARA LA CONSECUCIÓN DE ESTE OBJETO LA CONFORMIDAD DE LA CONSTITUCIÓN PROPUESTA A LOS VERDADEROS PRINCIPIOS DE GOBIERNO REPUBLICANO SU ANALOGÍA A SU PROPIA CONSTITUCIÓN ESTATAL Y, por último, LA SEGURIDAD ADICIONAL QUE SU ADOPCIÓN PROPORCIONARÁ PARA LA CONSERVACIÓN DE

    En el avance de esta discusión me esforzaré por dar una respuesta satisfactoria a todas las objeciones que habrán hecho su aparición, que puedan parecer tener alguna reclamación a su atención.

    Quizás se considere superfluo ofrecer argumentos para probar la utilidad de la UNIÓN, punto, sin duda, profundamente grabado en los corazones del gran cuerpo del pueblo en cada Estado, y uno, que se pueda imaginar, no tiene adversarios. Pero el caso es, que ya lo escuchamos susurrar en los círculos privados de quienes se oponen a la nueva Constitución, que los trece Estados son de gran extensión para cualquier sistema general, y que debemos necesariamente recurrir a confederaciones separadas de distintas porciones del conjunto. Esta doctrina será, con toda probabilidad, poco a poco propagada, hasta que tenga suficientes votantes como para tolerar una declaración abierta de ella. Porque nada puede ser más evidente, para quienes son capaces de tomar una visión ampliada del tema, que la alternativa de una adopción de la nueva Constitución o un desmembramiento de la Unión. Por lo tanto, será útil comenzar por examinar las ventajas de esa Unión, los ciertos males, y los peligros probables, a los que todo Estado estará expuesto a partir de su disolución. Esto constituirá, en consecuencia, el tema de mi siguiente domicilio.

    PUBLIUS


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