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18.8: Conclusión

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    Los esfuerzos internacionales para reducir los niveles de violencia entre los estados y entre las personas se basan en la redacción de tratados internacionales y la creación de instituciones facultadas para hacerlos cumplir. La soberanía del Estado moderno obstaculiza los esfuerzos para frenar el comportamiento destructivo de los Estados, lo que hace que el derecho internacional sea consensual y no obligatorio. A falta de un gobierno mundial con la capacidad de limitar las acciones de los Estados, el sistema se basa en gran medida ya sea en la autocontención de los Estados o en la acción colectiva de los Estados-nación a través de las instituciones internacionales.

    Si bien es muy difícil proyectar en el futuro el probable éxito de las leyes e instituciones internacionales en sus esfuerzos por promover un sistema internacional más armónico y menos destructivo, se pueden hacer algunas observaciones con cierto grado de confianza. En materia de derechos humanos, es claro que el impulso que llevó a la redacción de una veintena de documentos importantes sobre derechos humanos desde 1945 no ha disminuido. El interés público en la protección de la vida humana y de las libertades individuales sigue siendo extraordinariamente elevado y, parece cierto, conducirá a aún más tratados de derechos humanos. Además, la inmunidad tradicionalmente reservada a los jefes de Estado, como presidentes o primeros ministros, es menos aplicable ya que los tratados de derechos humanos la erosionan cada vez más. El crimen de agresión, es decir, autorizar una guerra ilegal, expone a los jefes de Estado a la persecución por un tribunal extranjero o internacional, y la Convención contra la Tortura (CAT) rechaza explícitamente la inmunidad de jefe de Estado. Como tal, no sólo podemos anticipar que se lograrán mayores avances en el desarrollo de más disposiciones en materia de derechos humanos, sino que también va en aumento la capacidad de responsabilizar a los infractores.

    En cuanto a las leyes de la guerra, las líneas de tendencia parecen ser negativas. Desde el final de la Guerra Fría, ciertos estados poderosos han indicado una mayor disposición para ir a la guerra sin autoridad legal. Estados Unidos utilizó la fuerza militar en Bosnia en 1995, libró una extensa campaña de bombardeo aéreo en Serbia en 1999 e invadió Irak en 2003, todo ello sin invocar la legítima defensa ni obtener la autorización del Consejo de Seguridad. En 2008, Rusia invadió Georgia y en 2014 anexó Crimea de Ucrania, también sin pretexto ni autorización. Miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ampliaron una resolución del Consejo de Seguridad en 2011 que autorizaba una zona de exclusión aérea sobre Libia para justificar una campaña de bombardeos aéreos de seis meses que derrocó al gobierno de Ghaddafi.

    Las acciones de las principales potencias pueden tener un impacto sostenido en el resto de la comunidad internacional. La disposición de ciertas facultades para usar la fuerza con pocas reservas es un indicio de que la prohibición legal del uso de la fuerza puede estar debilitándose.


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