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5.2: Salud Mental en la Infancia y la Infancia

  • Page ID
    149909
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    Salud Mental

    Si bien es ampliamente aceptado que estamos en medio de una crisis de salud mental para los jóvenes, lo que a menudo se pasa por alto es que los precursores de los desafíos de salud mental pueden comenzar ya en el periodo perinatal y también en la primera infancia (Robinson et al., 2008). Esto hace del periodo lactante y de la primera infancia una ventana crucial para la intervención, con el objetivo de promover una buena salud mental para infantes y niños pequeños (Robinson et al., 2008). [1]

    La buena salud mental en la infancia y la infancia se refiere al desarrollo social y emocional saludable. Incluye la capacidad de un niño para experimentar, regular y expresar emociones, para desarrollar relaciones interpersonales cercanas y seguras, y para explorar el ambiente y aprender (Clinton, Feller & Williams, 2016). Todas estas capacidades se desarrollan mejor en el contexto de un ambiente de cuidado que incluye expectativas familiares, comunitarias y culturales para los niños pequeños (Parlakian & Seibel, 2002). [1]

    Niños pequeños dándose un abrazo.
    Figura\(\PageIndex{1}\): Abrazos felices. ([2])

    La investigación ha establecido que los bebés y niños pequeños pueden sufrir trastornos de salud mental que requieren tratamiento por derecho propio (Warner & Pottick, 2006; Zero to Three, 2012). Las dificultades en la infancia incluyen alteraciones regulatorias como llanto excesivo, dificultades para dormir o alimentarse y dificultades de apego (Postert et al., 2012; Zero to Three, 2016). Los problemas de salud mental de la primera infancia incluyen conductas externalizantes como la agresión y el desafío oposicional (Egger & Angold, 2006; Loeber et al., 2009), e internalizar problemas como la ansiedad y la depresión (Bayer et al., 2011; Costello, Egger & Angold, 2005; Rapee, Schniering & Hudson, 2009). [1]

    Diversos estudios epidemiológicos han determinado la prevalencia de trastornos de salud mental en lactantes y niños pequeños, indicando una prevalencia de 16 a 18% de trastornos de salud mental entre niños de 1 a 5 años de edad, con aproximadamente la mitad de estos niños severamente afectados (von Klitzing, Döhnert, Kroll & Grube, 2015). Un estudio encontró que casi 35% de los niños entre 12 y 18 meses de edad obtuvieron una puntuación alta en la Escala de Problemas de la Evaluación Social Emocional Breve del Niño Infantil (BITSEA) (Horwitz et al., 2013), mientras que otro estudio encontró que a los 18 meses de edad, 16% a 18% de los niños cumplían criterios para uno o más diagnósticos de un trastorno de salud mental o del desarrollo (Skovgaard et al., 2007). Resultados similares fueron reportados por un estudio australiano, que encontró que a los 2 años de edad, 12% de los niños tenían problemas emocionales, conductuales o sociales clínicamente significativos en el contexto de alteración de la relación cuidador-hijo (Bayer et al., 2011). Además de esto, un estudio australiano diferente encontró que a los cinco años, 20% de los niños estudiados tenían problemas de comportamiento clínicamente significativos (Robinson et al., 2008). Es importante reconocer que los estudios epidemiológicos más recientes se han realizado en países desarrollados, económicamente estables y pacíficos (Lyons-Ruth et al., 2017). La evidencia sugiere que las tasas de dificultades de salud mental pueden ser mucho mayores en países donde existen pobreza extrema, guerra, desplazamiento familiar y trauma (Tomlinson et al., 2014). [1]

    Niño frunciendo el ceño
    Figura:Niño pequeño\(\PageIndex{2}\) experimentando emoción ([1])
    Niño haciendo muecas de ira o tristeza con las manos en alto
    Figura\(\PageIndex{3}\): Niño pequeño experimentando una emoción negativa. ([4])

    Si no se tratan, las dificultades de salud mental que comienzan temprano en la vida pueden volverse más graves con el tiempo (Briggs-Gowan et al., 2006; Clinton et al., 2016; Lavigne et al., 1998; Shaw, Gilliom Ingoldsby & Nagin, 2003; Slemming et al., 2010; Suveg, Southam-Gerow, Goodman & Kendall, 2007), y pueden persistir en adolescencia y adultez (Bayer et al., 2011; Bor, McGee & Fagan, 2004; Consejo Científico Nacional sobre el Niño en Desarrollo, 2008). Los niños con problemas de salud mental tienen mayor riesgo de dificultades posteriores en la escuela, dificultades con sus compañeros, dificultad para participar en el empleo, problemas de drogas y alcohol, ruptura de relaciones, violencia familiar, actividad delictiva, delincuencia juvenil y suicidio (Bayer et al., 2008; Nacional Consejo Científico del Niño en Desarrollo, 2008). [1]

    Factores de riesgo para problemas de salud mental en bebés y niños pequeños

    Existe consenso internacional de que los primeros mil días de vida—el periodo de desarrollo desde la concepción hasta los dos años¨ representan un periodo crucial de rápido crecimiento físico, psicológico y neurológico (Darling, Bamidis, Burberry & Rudolf, 2020; Moore et al., 2017). Durante este tiempo existe una mayor probabilidad de que experiencias perjudiciales como traumas tempranos o privaciones sean especialmente dañinas e impacten mucho en el desarrollo futuro, con efectos adversos potencialmente convirtiéndose en consecuencias de por vida (Lyons-Ruth et al., 2017; Moore et al., 2017; Shonkoff et al., 2012). [1]

    Los investigadores han identificado varios factores de riesgo de mala salud mental en infantes, tomando en cuenta la interacción entre la genética, el temperamento y el ambiente del niño individual (McLuckie et al., 2019). Los riesgos en el niño incluyen la presencia de dificultades de salud física, un temperamento difícil y patrones de apego inseguros y desorganizados (Bosquet & Egeland, 2006; Edwards et al., 2010; Miner & Clarke-Stewart, 2008; Van Zeijl et al., 2006; Wlodarczyk et al., 2017). Los factores de riesgo basados en la familia incluyen interacciones parentales que son insensibles, carecen de calidez o son controladoras, así como interacciones con el cuidador que están sobreinvolucradas o sobreprotectoras. Otros factores incluyen disciplina excesivamente dura, dificultades o estrés de salud mental del cuidador, abuso de sustancias de los padres, violencia familiar, educación parental limitada y conflicto o separación/divorcio de los padres (Ashford et al., 2008; Bayer et al., 2011; Bayer, Sanson & Hemphill, 2006; Dwyer et al., 2003; Edwards et al., 2010; McCarty, Zimmerman, Digiuseppe & Christakis, 2005; Miner & Clarke-Stewart, 2008; Pike et al., 2006; Van Zeijl et al., 2006; Wlodarczyk et al., 2017). [1]

    Salud mental para bebés y niños pequeños: factores protectores

    La teoría del apego afirma que la relación entre el lactante y sus cuidadores primarios tiene una influencia importante en el desarrollo de la capacidad de regulación emocional y conductual (Ainsworth et al., 1978; Bowlby, 1969). Un gran cuerpo de evidencia ha identificado que el cerebro en desarrollo de un bebé está moldeado por la calidad del entorno de cuidado proporcionado por sus cuidadores primarios (Kerns & Brumariu, 2014; Lally & Mangione, 2017). Las relaciones de apego primario seguras, aunque no son una garantía contra futuras dificultades de salud mental, son factores de protección influyentes para la salud mental del lactante y de los niños pequeños. Una relación de apego segura permite que el cerebro en desarrollo del lactante desarrolle capacidades para construir y mantener relaciones, regulación emocional, atención y autocontrol y establece una base sólida para el posterior desarrollo de la resiliencia, la confianza y la adaptabilidad (Balbernie, 2013; Benoit, 2004). Los investigadores han encontrado consistentemente que los niños con apego seguro experimentan relaciones más sólidas con sus cuidadores, así como habilidades mejoradas de resolución de problemas, mejores relaciones con los compañeros y amistades más duraderas (Abraham & Kerns, 2013; Guild et al., 2017; Schneider, Atkinson & Tardif, 2001). Estos niños también pueden tener mejores relaciones entre hermanos, una autoestima más positiva, un mayor sentido de esperanza, una mayor confianza en las personas y las relaciones, y un mayor optimismo sobre su futuro en comparación con los niños con estilos de apego inseguros. En contraste, los estilos de apego inseguros y desorganizados en la infancia se han asociado con tasas elevadas de alteraciones emocionales, sociales y conductuales en la infancia, la infancia, el preescolar y más allá (Berlín, 2008; Fearon et al., 2010; Granot & Mayseless, 2001; Madigan, Atkinson, Laurin & Benoit, 2013 ; Sroufe, 2005; Van Ijzendoorn, Schuengel & Bakermans—Kranenburg, 1999). Un estudio prospectivo de 30 años de niños con estilos de apego inseguro a los 8 meses de edad, encontró que el apego inseguro se asoció con un mayor riesgo de problemas de salud mental más adelante en la edad adulta a los 30 años de edad (Fan et al., 2014). El apego desorganizado en la infancia se asocia con el mayor riesgo de dificultades sociales y cognitivas posteriores y psicopatología con una asociación que se encuentra entre el apego infantil desorganizado y los problemas de conducta infantil (Van Ijzendoorn et al., 1999), problemas externalizantes e internalizantes en los primeros años escolares, agresión y trastorno desafiante de oposición (Fearon et al., 2010; Green & Goldwyn, 2002) y trastorno de personalidad (Steele & Siever, 2010). Los estudios han encontrado que el apego desorganizado se correlaciona significativamente con la psicopatología en la adolescencia (Carlson et al., 1998), los síntomas del trastorno límite de la personalidad en la edad adulta (Carlson et al., 2009), la disociación (Lyons-Ruth, 2003); y el trastorno de estrés postraumático (TEPT) (Macdonald et al., 2008). [1]

    El bebé mira con curiosidad la figura apuntando a la cámara mientras el cuidador sostiene al bebé.
    Figura\(\PageIndex{4}\): Cuidador que sostiene a un lactante. [5]

    Idealmente, los cuidadores son capaces de sintonizar las señales de su bebé, interpretar su significado y responderles de una manera contingente, consistente y competente, lo que se ha denominado crianza sensible (Enlink et al., 2016; Petch et al., 2012). Los cuidadores que brindan atención de esta manera permiten a su bebé desarrollar habilidades socioemocionales tempranas óptimas, asegurar las relaciones infante-cuidador y la capacidad cognitiva (The National Health and Medical Research Council, 2017).

    Salud mental para bebés y niños pequeños: prevención e intervención temprana

    La investigación destaca la importancia de las experiencias infantiles a lo largo de la vida, comenzando en la infancia y la infancia, enfatizando la importancia de abordar los factores de riesgo temprano en la vida (Felitti et al., 1998; Jones, Nurius, Song & Fleming, 2018). El costo de los trastornos de salud mental en individuos y sociedad exige una respuesta que se centre en la inversión temprana, la promoción de la salud y la intervención temprana en un esfuerzo por impactar positivamente la salud futura (Jenkins et al., 2002). La Organización Mundial de la Salud ha afirmado que la prevención es el único enfoque sustentable para reducir la carga de salud asociada a los trastornos de salud mental (Organización Mundial de la Salud, 2004). Está bien establecido que la detección temprana, evaluación e intervención de problemas de salud mental en la infancia y la primera infancia es más exitosa y rentable que el tratamiento cuando los síntomas se vuelven más severos (Davis et al., 2010; Huberty, 2012; The National Health and Medical Research Council, 2017). [1]

    Este cambio de enfoque hacia la prevención de enfermedades mentales significa que debemos considerar la salud mental y el bienestar de los infantes, niños pequeños y sus padres (Guy, Furber, Leach & Segal, 2016). Si bien el período de la infancia y la primera infancia es un momento en el que pueden desarrollarse dificultades de salud mental, también es una etapa de desarrollo enormemente influyente con el potencial de modificar o prevenir estas mismas dificultades (Karevold, Røysamb, Ystrom & Mathiesen, 2009; Lewis et al., 2014; Moore et al., 2017). Dado que muchos trastornos se pueden prevenir a través de programas y servicios apropiados para el desarrollo y de alta calidad, se reconoce cada vez más que no es suficiente simplemente tratar los trastornos de salud mental a medida que surgen (Andrews & Wilkinson, 2002; Waddell et al., 2007). En cambio, la investigación sugiere que los esfuerzos deben enfocarse en la prevención de las dificultades de salud mental antes de que surjan, particularmente durante las primeras etapas de la vida cuando existe la mayor capacidad de efectuar cambios (Bayer et al., 2010; Maldonado-Duran, Lartigue & Feintuch, 2000; The National Health y Consejo de Investigaciones Médicas, 2017). [1]

    Para apoyar una salud mental óptima en bebés y niños pequeños, los cuidadores pueden:

    • Continuar aprendiendo y manteniéndose informados sobre la epidemiología (incidencia y posibles causas) de la salud mental en niños menores de tres años de edad.
    • Establecer relaciones seguras con bebés y niños pequeños, con un enfoque en los niños que muestran signos tempranos de un apego inseguro.
    • Participar en el cuidado sensible sintonizando las señales únicas de un niño, interpretando su significado y respondiendo a ellos de una manera contingente, consistente y competente.
    • Crear entornos físicos y sociales seguros donde los niños puedan practicar la regulación y expresión de sus emociones.
    • Compartir conocimientos sobre prácticas positivas de cuidado y conciencia sobre la salud mental de bebés y niños pequeños con las familias.

    [1] Izett et al., (2021). Prevención de dificultades de salud mental en niños de 0 a 3 años: Una revisión. Fronteras en Psicología, 2794. CC por 4.0

    [2] Imagen de Nina Hill en Unsplash.

    [3] Imagen de Alexander Dummer en Unsplash.

    [4] Imagen de Zachary Kadolph en Unsplash.

    [5] Imagen de Katie Emslie en Unsplash.


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