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3.1: Desarrollo físico en la infancia y la infancia

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    Crecimiento físico general: El recién nacido promedio en Estados Unidos pesa alrededor de 7.5 libras (entre 5 y 10 libras) y mide aproximadamente 20 pulgadas de largo. Durante los primeros días de vida, los bebés suelen perder alrededor del 5 por ciento de su peso corporal ya que eliminan los desechos y se acostumbran a la alimentación. Esto suele pasar desapercibido para la mayoría de los padres, pero puede ser motivo de preocupación para quienes tienen un bebé más pequeño. Esta pérdida de peso es temporal, sin embargo, y va seguida de un rápido periodo de crecimiento. Para cuando un lactante tiene 4 meses de edad, suele duplicar su peso y en un año ha triplicado el peso al nacer. A los 2 años, el peso se ha cuadruplicado, por lo que podemos esperar que un niño de 2 años pese entre 20 y 40 libras. La longitud promedio a un año es de aproximadamente 29.5 pulgadas y a los dos años es de alrededor de 34.4 pulgadas (Bloem, 2007).

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    Figura 3.1: Cambios en las proporciones. Fuente.

    Proporciones corporales: Otro cambio físico dramático que tiene lugar en los primeros años de vida es el cambio en las proporciones corporales. La cabeza inicialmente constituye alrededor del 50 por ciento de toda nuestra longitud cuando nos estamos desarrollando en el útero. Al nacer, la cabeza constituye alrededor del 25 por ciento de nuestra longitud, y a los 25 años comprende alrededor del 20 por ciento de nuestra longitud.

    El cerebro en los dos primeros años

    Algunos de los cambios físicos más dramáticos que se producen durante este periodo es en el cerebro. Nacemos con la mayoría de las células cerebrales que jamás tendremos; es decir, alrededor de 85 mil millones de neuronas cuya función es almacenar y transmitir información (Huttenlocher & Dabholkar, 1997). Si bien la mayoría de las neuronas del cerebro están presentes al nacer, no están completamente maduras. Durante los próximos años las dendritas, o extensiones ramificadas que recogen información de otras neuronas, sufrirán un periodo de exuberancia. Debido a esta proliferación de dendritas, a los dos años una sola neurona podría tener miles de dendritas. La sinaptogénesis, o la formación de conexiones entre neuronas, continúa desde el periodo prenatal formando miles de nuevas conexiones durante la infancia y la infancia. Este periodo de rápido crecimiento neural se conoce como Blooming Sináptico.

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    Figura 3.2: Componentes de la neurona. Fuente.

    El periodo de floración de crecimiento neural es seguido por un periodo de poda sináptica, donde se reducen las conexiones neuronales haciendo que las que se utilizan sean mucho más fuertes. Se piensa que la poda hace que el cerebro funcione de manera más eficiente, permitiendo el dominio de habilidades más complejas (Kolb & Whishaw, 2011). La experiencia dará forma a cuáles de estas conexiones se mantienen y cuáles de ellas se pierden. En última instancia, alrededor del 40 por ciento de estas conexiones se perderán (Webb, Monk y Nelson, 2001). La floración ocurre durante los primeros años de vida, y la poda continúa a través de la infancia y hasta la adolescencia en diversas áreas del cerebro.

    Otro cambio importante que ocurre en el sistema nervioso central es el desarrollo de Mielina, una capa de tejidos grasos alrededor del axón de la neurona (Carlson, 2014). La mielina ayuda a aislar la célula nerviosa y acelerar la velocidad de transmisión de impulsos de una célula a otra. Esto mejora la construcción de vías neuronales y mejora la coordinación y el control de los procesos de movimiento y pensamiento. El desarrollo de la mielina continúa hasta la adolescencia, pero es más dramático durante los primeros años de vida.

    Al nacer el cerebro es aproximadamente 25 por ciento su peso adulto y a los dos años está en 75 por ciento su peso adulto. La mayor parte de la actividad neural se produce en la Cortex o en la delgada cubierta externa del cerebro involucrada en la actividad voluntaria y el pensamiento. La corteza se divide en dos hemisferios, y cada hemisferio se divide en cuatro lóbulos, cada uno separado por pliegues conocidos como fisuras. Si observamos la corteza comenzando en la parte frontal del cerebro y moviéndose por encima de la parte superior (ver Figura 3.3), vemos primero el lóbulo frontal (detrás de la frente), que es el responsable principalmente del pensamiento, la planificación, la memoria y el juicio. Siguiendo el lóbulo frontal se encuentra el lóbulo parietal, que se extiende desde la mitad hasta la parte posterior del cráneo y que se encarga principalmente de procesar la información sobre el tacto. A continuación se encuentra el lóbulo occipital, en la parte posterior del cráneo, que procesa la información visual. Por último, frente al lóbulo occipital, entre las orejas, se encuentra el lóbulo temporal, que se encarga de la audición y del lenguaje.

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    Figura 3.3: Los dos hemisferios. El cerebro se divide en dos hemisferios (izquierdo y derecho), cada uno de los cuales tiene cuatro lóbulos (temporal, frontal, occipital y parietal). Además, existen áreas corticales específicas que controlan diferentes procesos. Fuente.

    Aunque el cerebro crece rápidamente durante la infancia, regiones específicas del cerebro no maduran al mismo ritmo. Las áreas motoras primarias se desarrollan antes que las áreas sensoriales primarias, y la corteza prefrontal, que se encuentra detrás de la frente, es la menos desarrollada. A medida que la corteza prefrontal madura, el niño es cada vez más capaz de regular o controlar las emociones, planificar actividades, elaborar estrategias y tener un mejor juicio. Esto no se logra completamente en la infancia y la infancia, sino que continúa a lo largo de la infancia, adolescencia y hasta la edad adulta.

    Lateralización es el proceso en el que diferentes funciones se localizan principalmente en un lado del cerebro. Por ejemplo, en la mayoría de los adultos el hemisferio izquierdo es más activo que el derecho durante la producción del lenguaje, mientras que el patrón inverso se observa durante tareas que involucran habilidades visuoespaciales (Springer & Deutsch, 1993). Este proceso se desarrolla con el tiempo, sin embargo, se han reportado asimetrías estructurales entre los hemisferios incluso en fetos (Chi, Dooling, & Gilles, 1997; Kasprian et al., 2011) y lactantes (Dubois et al., 2009). Por último, la Neuroplasticidad se refiere a la capacidad del cerebro para cambiar, tanto física como químicamente, para potenciar su adaptabilidad al cambio ambiental y compensar la lesión. Tanto las experiencias ambientales, como la estimulación, como los eventos dentro del cuerpo de una persona, como las hormonas y los genes, afectan la plasticidad del cerebro. También lo hace la edad. Los cerebros adultos demuestran neuroplasticidad, pero se ven influenciados de manera más lenta y menos extensiva que los de los niños (Kolb & Whishaw, 2011).


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