Sputnik: mentalidad de miedo a la guerra fría
Los titulares del 4 de octubre de 1957 revelaron que la Unión Soviética había lanzado con éxito el Sputnik 1, el primer satélite artificial. Este evento, por sí solo, lanzó a Estados Unidos a un esfuerzo de décadas de duración por no sólo competir en el programa espacial, sino por evaluar y lanzar un nuevo y supuestamente mejorado sistema educativo que permitiera a sus alumnos un plan de estudios de rigor, especialmente en los ámbitos de las matemáticas y las ciencias. Presumiblemente, prepararía a los estudiantes estadounidenses para competir con otras naciones.
Este evento también marcó una inversión fundamental de la filosofía educativa progresiva que prevaleció durante la década de 1950; algunos defensores de un plan de estudios más riguroso sostenían que la educación estadounidense era “suave”, que dependían demasiado de la formación profesional y que los maestros no estaban capacitados de manera efectiva. (Watters, 2015)
Life, una revista semanal en ese momento, conocida por sus historias de interés general y fotografías de calidad publicó un ensayo de cinco partes titulado La crisis en la educación estadounidense”. La foto de portada pretendía yuxtaponer la seriedad del estudiante soviético con la despreocupada imagen del estudiante estadunidense. En el interior de los artículos contrastaban al primero como estudiante de física y química con el segundo que en broma se refirió a su incapacidad para resolver problemas de geografía simples.
Los críticos del sistema educativo estadounidense incluyeron a Arthur Bester (Educational Wastelands 1953 y Restoration of Learning 1956). Bestor, profesor de historia de la Universidad de Illinois escribió un artículo de la revista Life, “¿Qué salió mal con las escuelas estadounidenses?” Hizo comparaciones agudas con las escuelas y el satélite Sputnik; alegando que los estudiantes estadounidenses simplemente no estaban preparados. (Bestor, 1953)
Esta serie de eventos sentó las bases para las medidas de reforma educativa de las próximas décadas; un periodo marcado por la necesidad de rigor, rendición de cuentas y ventaja competitiva dentro del ámbito global.
Casi dos décadas después, el informe histórico, Una nación en riesgo (abril de 1983), catapultaría a una nación hacia una mayor urgencia de rigor y competencia. Como declararon los enmarcadores:
Informamos al pueblo estadounidense que si bien podemos enorgullecernos justificadamente de lo que nuestras escuelas y colegios han logrado históricamente y contribuido a Estados Unidos y al bienestar de su gente, las bases educativas de nuestra sociedad están siendo erosionadas actualmente por una marea creciente de mediocridad que amenaza nuestro propio futuro como Nación y pueblo. Lo que era inimaginable hace una generación ha comenzado a ocurrir —otros están igualando y superando nuestros logros educativos. hacia las bases educativas de nuestra sociedad están siendo erosionados actualmente por una marea creciente de mediocridad que amenaza nuestro propio futuro como Nación y pueblo. (Comisión Nacional de Excelencia en Educación, 1983)
En una era de rendición de cuentas y currículo impulsado por datos, los formuladores de políticas han apoyado medidas estandarizadas y otras medidas de prueba; sin embargo, algunas organizaciones han destacado la importancia de un equilibrio entre la enseñanza y las pruebas. La campaña “Aprender es más que un puntaje de prueba” ha sacado a la luz las omisiones curriculares a favor de un mayor tiempo para las pruebas y preparación de las pruebas [1] Los estudios revelan que los estudiantes pasan de 20 a 50 horas cada año tomando exámenes mientras que los de calificaciones fuertemente evaluadas gastan de 60 a más de 110 horas por año. Estas cifras se traducen en gastos adicionales de alumnos de $700 a tiempo, más de $1,000 anuales y representan de 20 a 40 minutos de tiempo de instrucción perdido cada día (ver nota 1).
Continúa el debate sobre la pérdida de tiempo académico y dólares gastados en relación con los beneficios de la preparación de exámenes.
