16.7: Un pensamiento final

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Una de las distinciones culturales más reconocidas en la psicología hoy en día es la diferencia entre culturas individualistas, occidentales y colectivistas, culturas orientales. En sociedades occidentales, como los Estados Unidos de América, el individuo no sólo tiene la libertad de buscar el avance puramente personal, se espera de ellos. En contraste, se espera que el individuo en países como China subordine sus propios deseos y ambiciones por el bien de la familia y su comunidad. Con respecto a una visión amplia de la personalidad africana, encontramos un término medio. Existe una libertad individual significativa, pero se espera que los individuos sirvan a su familia y comunidad. Como resultado, el individuo también se beneficia del éxito general de la familia y la comunidad. Así, existe una interacción permanente entre el valor del individuo y los valores de familia y comunidad.

Cuando este sistema funciona a su mejor potencial, los resultados son personas que florecen y pueden estar orgullosas de sí mismas. En palabras del Dr. J. A. Sofola:

... la filosofía, la visión del mundo, los valores y los patrones de pensamiento que forman los ingredientes o los bloques de construcción de la Personalidad Africana son vivir-y-dejar-vivir; el énfasis en las relaciones humanas sanas; la creencia de la universalidad del hombre y la comunalidad de las personas en la comunidad; el sentido histórico de la unidad de la sociedad humana como compuesta por los antepasados, las generaciones vivientes y futuras aún por nacer; actitud espiritual a la vida y apego a la vida comunitaria con responsabilidades comunales; un agudo sentido del ritmo; la concepción del hombre como un espíritu itinerante en la cadena de espíritus en el universo... Esto es la personalidad que en su expresión de una paz interior y quietud mantiene una compostura externa y una marcha, la cabeza y el mentón elevados, y con pasos deliberados y calculados dignos proclama al mundo: “El negro es hermoso” y “soy negro y orgulloso de serlo”. (págs. 143 a 144; Sofola, 1973)