7.2: Idioma
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Componentes del lenguaje
El lenguaje, ya sea hablado, firmado o escrito, tiene componentes específicos: un léxico y una gramática. El léxico se refiere a las palabras de un idioma determinado. Así, el léxico es el vocabulario de un idioma. La gramática se refiere al conjunto de reglas que se utilizan para transmitir significado a través del uso del léxico (Fernández & Cairns, 2011). Por ejemplo, la gramática inglesa dicta que la mayoría de los verbos reciben un “-ed” al final para indicar tiempo pasado.
Las palabras se forman combinando los diversos fonemas que conforman el lenguaje. Un fonema (por ejemplo, los sonidos “ah” vs. “eh”) es una unidad sonora básica de un idioma determinado, y los diferentes idiomas tienen diferentes conjuntos de fonemas. Los fonemas se combinan para formar morfemas, que son las unidades más pequeñas del lenguaje que transmiten algún tipo de significado (por ejemplo, “I” es tanto un fonema como un morfema). Utilizamos semántica y sintaxis para construir el lenguaje. La semántica y la sintaxis forman parte de la gramática de un idioma. La semántica se refiere al proceso por el cual derivamos el significado de los morfemas y las palabras. La sintaxis se refiere a la forma en que las palabras se organizan en oraciones (Chomsky, 1965; Fernández & Cairns, 2011).
Aplicamos las reglas de la gramática para organizar el léxico de formas novedosas y creativas, que nos permiten comunicar información sobre conceptos tanto concretos como abstractos. Podemos hablar de nuestro entorno inmediato y observable, así como de la superficie de planetas no vistos. Podemos compartir nuestros pensamientos más íntimos, nuestros planes para el futuro y debatir sobre el valor de una educación universitaria. Podemos proporcionar instrucciones detalladas para cocinar una comida, arreglar un automóvil o construir un incendio. A través de nuestro uso de palabras y lenguaje, somos capaces de formar, organizar y expresar ideas, esquemas y conceptos artificiales.
Desarrollo del Lenguaje
Dada la notable complejidad de un idioma, cabría esperar que dominar un idioma sería una tarea especialmente ardua; de hecho, para aquellos de nosotros que intentamos aprender un segundo idioma como adultos, esto podría parecer cierto. Sin embargo, los niños pequeños dominan el lenguaje muy rápidamente con relativa facilidad. B. F. Skinner (1957) propuso que el lenguaje se aprende a través del refuerzo. Noam Chomsky (1965) criticó este enfoque conductista, afirmando en cambio que los mecanismos subyacentes a la adquisición del lenguaje están determinados biológicamente. El uso del lenguaje se desarrolla en ausencia de instrucción formal y parece seguir un patrón muy similar en niños de culturas y orígenes muy diferentes. Parecería, pues, que nacemos con una predisposición biológica a adquirir un idioma (Chomsky, 1965; Fernández & Cairns, 2011). Además, parece que existe un periodo crítico para la adquisición del lenguaje, tal que esta competencia para adquirir el idioma es máxima temprana en la vida; generalmente, a medida que las personas envejecen, disminuye la facilidad con la que adquieren y dominan nuevos idiomas (Johnson & Newport, 1989; Lenneberg, 1967; Singleton, 1995).
Los niños comienzan a aprender sobre el lenguaje desde una edad muy temprana (Cuadro 7.1). De hecho, parece que esto está ocurriendo incluso antes de que nacamos. Los recién nacidos muestran preferencia por la voz de su madre y parecen ser capaces de discriminar entre el idioma que habla su madre y otros idiomas. Los bebés también están en sintonía con los idiomas que se utilizan a su alrededor y muestran preferencias por videos de rostros que se mueven en sincronía con el audio del lenguaje hablado versus videos que no se sincronizan con el audio (Blossom & Morgan, 2006; Pickens, 1994; Spelke & Cortelyou, 1981).
Etapas del Desarrollo del Lenguaje y la Comunicación | ||
---|---|---|
Escenario | Edad | Lenguaje y Comunicación del Desarrollo |
1 | 0-3 meses | Comunicación reflexiva |
2 | 3—8 meses | Comunicación reflexiva; interés en los demás |
3 | 8—13 meses | Comunicación intencional; sociabilidad |
4 | 12—18 meses | Primeras palabras |
5 | 18—24 meses | Frases simples de dos palabras |
6 | 2—3 años | Oraciones de tres o más palabras |
7 | 3-5 años | Oraciones complejas; tiene conversaciones |
En el otoño de 1970, una trabajadora social del área de Los Ángeles encontró a una niña de 13 años que se criaba en condiciones extremadamente negligentes y abusivas. La niña, que llegó a conocerse como Genie, había vivido la mayor parte de su vida atada a un orinal o confinada a una cuna en una pequeña habitación que se mantenía cerrada con las cortinas dibujadas. Durante poco más de una década, Genie prácticamente no tuvo interacción social y ningún acceso al mundo exterior. Como resultado de estas condiciones, Genie no pudo ponerse de pie, masticar alimentos sólidos o hablar (Fromkin, Krashen, Curtiss, Rigler, & Rigler, 1974; Rymer, 1993). El policía tomó a Genie bajo custodia protectora.
Las habilidades de Genie mejoraron dramáticamente después de su eliminación de su entorno abusivo, y desde el principio, parecía que estaba adquiriendo lenguaje, mucho más tarde de lo que predecían las hipótesis del período crítico que se habían postulado en ese momento (Fromkin et al., 1974). Genie logró amasar un vocabulario impresionante en un período de tiempo relativamente corto. Sin embargo, nunca desarrolló un dominio de los aspectos gramaticales del lenguaje (Curtiss, 1981). Quizás ser privado de la oportunidad de aprender el idioma durante un período crítico impidió la capacidad de Genie para adquirir y usar completamente el lenguaje.
Después de los primeros meses de vida, los bebés entran en lo que se conoce como la etapa de balbuceo, tiempo durante el cual tienden a producir sílabas únicas que se repiten una y otra vez. A medida que pasa el tiempo, aparecen más variaciones en las sílabas que producen. Durante este tiempo, es poco probable que los bebés estén tratando de comunicarse; es igual de probable que balbuceen cuando están solos como cuando están con sus cuidadores (Fernández & Cairns, 2011). Curiosamente, los bebés que son criados en ambientes en los que se usa el lenguaje de señas también comenzarán a mostrar balbuceo en los gestos de sus manos durante esta etapa (Petitto, Holowka, Sergio, Levy, & Ostry, 2004).
Generalmente, la primera palabra de un niño se pronuncia en algún momento entre las edades de 1 año a 18 meses, y durante los próximos meses, el niño permanecerá en la etapa de “una palabra” del desarrollo del lenguaje. Durante este tiempo, los niños conocen varias palabras, pero solo producen expresiones de una sola palabra. El vocabulario temprano del niño se limita a objetos o eventos familiares, a menudo sustantivos. Aunque los niños en esta etapa solo hacen enunciados de una sola palabra, estas palabras suelen tener un significado mayor (Fernández & Cairns, 2011). Entonces, por ejemplo, un niño que diga “cookie” podría estar identificando una cookie o pidiendo una cookie.
A medida que crece el léxico de una niña, comienza a pronunciar oraciones simples y a adquirir nuevo vocabulario a un ritmo muy rápido. Además, los niños comienzan a demostrar una comprensión clara de las reglas específicas que se aplican a su (s) idioma (s). Incluso los errores que a veces cometen los niños proporcionan evidencia de lo mucho que entienden sobre esas reglas. Esto a veces se ve en forma de sobregeneralización. En este contexto, la sobregeneralización se refiere a una extensión de una regla lingüística a una excepción a la regla. Por ejemplo, en inglés, suele darse el caso de que se agregue una “s” al final de una palabra para indicar pluralidad. Por ejemplo, hablamos de un perro versus dos perros. Los niños pequeños sobregeneralizarán esta regla a casos que son excepciones a la regla de “agregar una s al final de la palabra” y decir cosas como “esos dos gooses” o “tres ratones”. Claramente, se entienden las reglas de la lengua, aunque todavía se estén aprendiendo las excepciones a las reglas (Moskowitz, 1978).
Lenguaje y Pensamiento
Cuando hablamos un idioma, coincidimos en que las palabras son representaciones de ideas, personas, lugares y eventos. El idioma dado que aprenden los niños está conectado con su cultura y entorno. Pero, ¿pueden las propias palabras dar forma a la manera de pensar de las cosas? Los psicólogos han investigado durante mucho tiempo la cuestión de si el lenguaje da forma a pensamientos y acciones, o si nuestros pensamientos y creencias dan forma a nuestro lenguaje. Dos investigadores, Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, iniciaron esta investigación en la década de 1940. Querían entender cómo los hábitos lingüísticos de una comunidad animan a los miembros de esa comunidad a interpretar el lenguaje de una manera particular (Sapir, 1941/1964). Sapir y Whorf propusieron que el lenguaje determina el pensamiento. Por ejemplo, en algunos idiomas hay muchas palabras diferentes para el amor. No obstante, en inglés usamos la palabra amor para todo tipo de amor. ¿Afecta esto cómo pensamos sobre el amor dependiendo del idioma que hablemos (Whorf, 1956)? Desde entonces, los investigadores han identificado esta visión como demasiado absoluta, señalando una falta de empirismo detrás de lo que plantearon Sapir y Whorf (Abler, 2013; Boroditsky, 2011; van Troyer, 1994). Hoy en día, los psicólogos continúan estudiando y debatiendo la relación entre el lenguaje y el pensamiento.
De hecho, el lenguaje puede influir en la forma en que pensamos, una idea conocida como determinismo lingüístico. Una demostración reciente de este fenómeno involucró diferencias en la forma en que los hablantes de inglés y chino mandarín hablan y piensan sobre el tiempo. Los angloparlantes tienden a hablar del tiempo usando términos que describen cambios a lo largo de una dimensión horizontal, por ejemplo, diciendo algo como “Estoy retrasado” o “No te adelantes”. Si bien los hablantes de chino mandarín también describen el tiempo en términos horizontales, no es raro usar también términos asociados a una disposición vertical. Por ejemplo, el pasado podría describirse como “arriba” y el futuro como “abajo”. Resulta que estas diferencias en el lenguaje se traducen en diferencias de rendimiento en pruebas cognitivas diseñadas para medir la rapidez con la que un individuo puede reconocer las relaciones temporales. Específicamente, cuando se les daba una serie de tareas con cebado vertical, los hablantes de chino mandarín fueron más rápidos en reconocer las relaciones temporales entre meses. En efecto, Boroditsky (2001) considera que estos resultados sugieren que “los hábitos en el lenguaje fomentan hábitos en el pensamiento” (p. 12).
Un grupo de investigadores que quiso investigar cómo influye el lenguaje en el pensamiento comparó cómo los angloparlantes y los Dani de Papúa Nueva Guinea piensan y hablan sobre el color. Los Dani tienen dos palabras para color: una palabra para luz y una palabra para oscuridad. En contraste, el idioma inglés tiene 11 palabras de color. Los investigadores plantearon la hipótesis de que el número de términos de color podría limitar las formas en que la gente Dani conceptualizó el color. No obstante, los Dani pudieron distinguir colores con la misma habilidad que los angloparlantes, a pesar de tener menos palabras a su disposición (Berlin & Kay, 1969). Una revisión reciente de una investigación dirigida a determinar cómo el lenguaje podría afectar algo así como la percepción del color sugiere que el lenguaje puede influir en fenómenos perceptuales, especialmente en el hemisferio izquierdo del cerebro. Tal vez recuerdes de capítulos anteriores que el hemisferio izquierdo está asociado con el lenguaje para la mayoría de las personas. Sin embargo, el hemisferio derecho (menos lingüístico) del cerebro se ve menos afectado por las influencias lingüísticas en la percepción (Regier & Kay, 2009)