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1.7: La Pluma Mágica

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    LA PLUMA MÁGICA.

    N las profundidades del bosque en la tierra de los dacotas se encontraban un wigwam a muchas leguas distantes de cualquier otro. El anciano que se sabía que vivía en él se suponía que había muerto; pero se mantuvo escondido por el bien de su pequeño nieto, cuya madre lo había traído allí para escapar de los gigantes.

    Los dacotas habían sido una vez un pueblo valiente y poderoso. Eran corredores veloces y orgullosos de su flojedad. Se había dicho entre las naciones por muchas generaciones que un gran jefe debía brotar de esta tribu, y que debía conquistar a todos sus enemigos, incluso a los gigantes que se habían fortalecido comiendo la carne de los que tomaron en batalla y bebiendo su sangre. Este gran jefe debe llevar una pluma blanca y debe ser conocido por su nombre.

    Los gigantes creyeron la historia y buscaron evitar que se hiciera realidad. Entonces les dijeron a los dacotas: “Vamos a correr una carrera. Si ganas tendrás que hacer con ellos a nuestros hijos y a nuestras hijas lo que quieras, y si ganamos nos llevaremos los tuyos”.

    Algunos de los sabios indios sacudieron la cabeza y dijeron: “Supongamos que ganan los gigantes; matarán a nuestros hijos y les servirán como comida delicada en sus mesas”. Pero los jóvenes respondieron: “Kaw: ¿quién puede superar a los dacotas? Volveremos de la carrera con los jóvenes gigantes atados mano y pie, para ir a buscar y llevar para nosotros todos nuestros días”. Por lo que aceptaron la apuesta y corrieron con los gigantes.

    Ahora bien, no se suponía que los gigantes actuarían de manera justa. Cavaron trampas en la pradera, cubriéndolas con hojas y pasto, lo que provocó que los corredores tropezaran, y perdieran la carrera.

    Los dacotas, por lo tanto, tuvieron que sacar a sus hijos y dárselos a los gigantes. Cuando fueron contados había desaparecido un niño. Los gigantes rugieron de ira e hicieron que toda la tribu lo buscara, pero no se le pudo encontrar. Entonces los gigantes mataron al padre en su lugar y se comieron su carne, gruñendo y murmurando venganza con cada bocado.

    Este era el niño cuyo hogar estaba en el bosque. Cuando aún era un compañero muy pequeño su abuelo le hizo un pequeño arco y unas flechas suaves y ligeras, y le enseñó a usarlas.

    La primera vez que se aventuró de la logia trajo a casa un conejo, la segunda vez una ardilla, y disparó a un ciervo fino y grande mucho antes de que fuera lo suficientemente fuerte como para arrastrarlo a casa.

    Un día, cuando tenía unos catorce años, escuchó una voz que le llamaba mientras pasaba por el espeso bosque:

    Ven acá, portador de la pluma blanca. Aún no lo usas, pero eres digno de ello”.

    Miró a su alrededor, pero al principio no vio a nadie. Al fin vio la cabeza de un viejecito entre los árboles. Al subir a ella descubrió que el cuerpo desde el corazón hacia abajo era de madera y rápido en la tierra. Pensó que algún cazador debió haber saltado sobre un tocón podrido y, cediendo, lo había atrapado y retenido rápido; pero pronto reconoció las raíces de un viejo roble que bien conocía. Su cima había sido destrozada por un rayo, y las ramas inferiores estaban tan oscuras que ninguna ave construyó sus nidos sobre ellos, y pocos incluso se iluminaron sobre ellos.

    El chico no sabía nada del mundo excepto lo que su abuelo le había enseñado. Había encontrado alguna vez unos postes de logia al borde del bosque y un montón de cenizas como las de su propio wigwam, por lo que supuso que había otras personas viviendo. Nunca le habían dicho por qué vivía con un anciano tan alejado de los demás, o de su padre, pero había llegado el momento de que supiera estas cosas.

    El jefe que lo había llamado, decía mientras se acercaba: “Vete a casa, Pluma Blanca, y acuéstate a dormir. Soñarás, y al despertar encontrarás una pipa, una bolsa de mezcla humeante y una larga pluma blanca a tu lado. Pon la pluma en tu cabeza, y mientras fumas verás la nube que se levanta de tu pipa pasar por la puerta como una bandada de palomas”. Entonces la voz le dijo quién era, y también que los gigantes nunca habían dejado de buscarlo. Estaba para esperarlos ya no, sino para ir con valentía a su logia y ofrecerse a correr con ellos. “Aquí -dijo la voz-, es una vid encantada que vas a arrojar sobre la cabeza de cada uno que corre contigo”.

    Pluma Blanca, como se le llamaba en adelante, recogió la vid, se fue rápidamente a casa e hizo lo que le habían dicho. Escuchó la voz, se despertó y encontró la bolsa de tabaco, la pipa y la pluma blanca. Colocando la pluma sobre su cabeza, llenó la pipa y se sentó a fumar.

    Su abuelo, que estaba trabajando no lejos del wigwam, se sorprendió al ver rebaños de palomas volando sobre su cabeza, y aún más sorprendido al descubrir que venían de su propia puerta. Cuando entró y vio al chico que vestía la pluma blanca, sabía lo que significaba todo y se puso muy triste, pues amaba tanto al chico que no podía soportar la idea de perderlo.

    A la mañana siguiente Pluma Blanca fue en busca de los gigantes. Pasó por el bosque, fuera sobre la pradera y por otros bosques cruzando otra pradera, hasta que por fin vio un alto poste de lodge en medio del bosque. Subió audazmente a ello, pensando en sorprender a los gigantes, pero su llegada no fue inesperada, pues los pequeños espíritus que llevan la noticia habían escuchado la voz que le hablaba y se habían apresurado a decirle a quienes más le preocupaba.

    Los gigantes eran seis hermanos que vivían en una logia que estaba mal cuidada y sucia. Cuando vieron venir al niño se burlaron de él entre ellos; pero al entrar a la logia fingieron que estaban contentos de verlo y lo halagaron, diciéndole que su fama de valiente ya les había llegado.

    Pluma Blanca sabía bien lo que querían. Él propuso la carrera; y aunque esto era justo lo que ellos habían pretendido hacer, se rieron de su oferta. Al fin dijeron que si lo tendría así, debería intentar primero con los más pequeños y débiles de su número.

    Tenían que correr hacia el oriente hasta llegar a cierto árbol que había sido despojado de su corteza, y luego de regreso al punto de partida, donde un palo de guerra hecho de hierro fue empujado al suelo. Quien llegó primero a esto fue para darle una paliza a los sesos del otro con él.

    Pluma Blanca y el gigante más joven corrieron ágilmente, y los gigantes, que estaban mirando, se regocijaron al ver a su hermano ganar lenta pero seguramente, y por fin disparar por delante de Pluma Blanca. Cuando su enemigo estaba casi a la portería, el niño, que estaba a solo unos metros de detrás, tiró la enredadera encantada sobre la cabeza del gigante, lo que provocó que retrocediera indefenso. Nadie sospechaba nada más que un accidente, pues la vid no podía ser vista salvo por él que la portaba.

    Después de que Pluma Blanca le había cortado la cabeza al gigante, los hermanos pensaron en sacarle lo mejor, y le rogaron que dejara la cabeza con ellos, pues pensaban que por arte de magia podrían devolverla a la vida, pero le reclamó su derecho a llevársela a casa a su abuelo.

    A la mañana siguiente volvió a correr con el segundo gigante, a quien derrotó de la misma manera; a la tercera mañana la tercera, y así sucesivamente hasta que todos menos uno fueron asesinados.

    Al dirigirse hacia la logia del gigante a la sexta mañana escuchó la voz del anciano del encino que se le había aparecido por primera vez. Llegó a advertirle. Le decía que el sexto gigante tenía miedo de correr con él, y por lo tanto intentaría engañarlo y trabajarle encantamiento. A medida que pasaba por el bosque se encontraría con una mujer hermosa, la más bella del mundo. Para evitar el peligro debe desearse un alce y se convertiría en ese animal. Incluso entonces él debe mantenerse fuera de su camino, porque ella pretendía hacerle daño.

    Pluma Blanca no se había ido muy lejos del árbol cuando la conoció. Nunca antes había visto a una mujer, y esta era tan hermosa que se deseó a sí mismo un alce de inmediato porque estaba seguro de que ella lo hechizaría. No podía arrancarse del lugar, sin embargo, pero seguía hojeando cerca de ella, levantando los ojos de vez en cuando para mirarla.

    Ella fue hacia él, le puso la mano sobre el cuello y le acarició los costados. Mirando desde él suspiró, y mientras él volvía la cabeza hacia ella, le reprochó que se cambiara de hombre alto y guapo a una criatura tan fea. “Porque -dijo-, oí hablar de ti en una tierra lejana y, aunque muchos me buscaron, vine aquí para ser tu esposa”.

    Mientras Pluma Blanca la miraba vio lágrimas brillando en sus ojos, y casi antes de darse cuenta se deseó de nuevo un hombre. En un momento fue restaurado a su forma natural, y la mujer arrojó sus brazos sobre su cuello y lo besó.

    Por y por ella lo obligó a que se recostara en el suelo y pusiera su cabeza en su regazo. Ahora, esta hermosa mujer era realmente la gigante disfrazada; y mientras Pluma Blanca yacía con la cabeza sobre su rodilla, le acarició el pelo y la frente, y por su magia lo puso a dormir. Entonces ella tomó un hacha y le rompió la espalda. Esto hecho, ella se transformó en la gigante, convirtió a Pluma Blanca en un perro, y le ordenó que siguiera a la logia.

    El gigante tomó la pluma blanca y la colocó sobre su propia cabeza, pues sabía que había magia en ella; y deseaba que las tribus lo honraran como el gran guerrero que desde hacía tiempo esperaban.

    En un pequeño pueblo pero el viaje de una mujer desde la casa de los gigantes vivía un jefe llamado Red Wing. Tenía dos hijas, White Weasel y Crystal Stone, cada una destaca por su belleza y arrogancia, aunque Crystal Stone fue amable con todos menos con sus amantes, que venían de lejos y de cerca, y eran una fuente constante de celos para White Weasel, la mayor. El mayor de los gigantes era pretendiente de Comadreja Blanca, pero ella le tenía miedo, por lo que ambas hermanas permanecieron solteras.

    Cuando llegó al pueblo la noticia de la carrera de Pluma Blanca con los gigantes, cada una de las doncellas determinó que ganaría a la joven valiente por marido. La Comadreja Blanca quería a alguien que fuera un gran jefe y le hiciera temer a todas las tribus. Crystal Stone lo amaba de antemano, pues ella sabía que debía ser bueno así como valiente, de lo contrario no se le habrían dado la pluma blanca. Cada uno guardó el deseo para sí mismo y se fue al bosque a ayunar, para que se hiciera realidad.

    Al enterarse de que Pluma Blanca se dirigía por el bosque, Comadreja Blanca puso en orden su casa de campo y se vistió con ligereza, esperando con ello atraer su atención. Su hermana no hizo tal preparación, pues pensaba que un jefe tan valiente y sabio tendría demasiado sentido para darse cuenta de las galas de una mujer.

    Cuando el gigante pasó por el bosque, la Comadreja Blanca salió y lo invitó a su casa de campo. Entró y ella no adivinó que era el gigante del que había estado en tanto miedo.

    Crystal Stone invitó al perro a su alojamiento —su hermana lo había excluido— y fue amable con ello, ya que siempre había sido con criaturas tontas. Ahora bien, aunque el perro estaba encantado y no podía cambiar su condición, todavía tenía más que sentido humano y conocía todos los pensamientos de su amante. Creció a amarla cada vez más cada día y buscó alguna manera de demostrarlo.

    Un día cuando el gigante cazaba en la pradera, el perro salió a cazar también; pero corrió hasta la orilla del río. Se metió con cautela en el agua y sacó una gran piedra, que se convirtió en castor en cuanto tocó el suelo. Se lo llevó a su casa a su amante, quien se lo mostró a su hermana y se ofreció a compartirlo con ella. White Weasel lo rechazó, pero le dijo a su marido que era mejor que siguiera al perro y descubriera dónde se podían tener castores tan finos.

    El gigante se fue, y escondido detrás de un árbol, vio al perro sacar una piedra, que se convirtió en un castor. Después de que el animal se había ido a su casa bajó al agua y sacó una piedra, que igualmente se convirtió en castor. Se lo ató al cinturón y se lo llevó a casa, tirándolo a la puerta de la logia.

    Cuando llevaba un rato en su casa, le dijo a su esposa que fuera a traer su cinturón. Ella lo hizo, pero no había ningún castor atado a ella, sólo una piedra grande, lisa como la que había sacado del agua.

    El perro, sabiendo que lo habían vigilado, no iría por más castores; pero al día siguiente pasaba por el bosque hasta llegar a un árbol carbonizado. Rompió una pequeña rama, que se convirtió en oso en cuanto se apoderó de ella para llevarla a casa. El gigante, que lo había estado observando, también rompió una rama, y él también aseguró un oso; pero cuando se lo llevó a casa y le dijo a su esposa que la trajera, ella sólo encontró un palo negro.

    Entonces White Weasel se enojó mucho y se burló de su marido, preguntándole si así había hecho las cosas maravillosas que habían hecho su fama. “¡Uf!” ella dijo: “eres un cobarde, aunque eres tan grande y genial”.

    Al día siguiente, después de que la gigante había salido, fue al pueblo a decirle a su padre, Red Wing, lo mal que la trató su marido al no traerle comida a casa. Ella también le dijo que su hermana, que había llevado al perro a su wigwam, siempre tenía mucho para comer, y que Crystal Stone se compadecía de la esposa del portador de la pluma blanca, que a menudo tenía que pasar hambre.

    Red Wing escuchó su historia y supo de inmediato que debía haber magia en alguna parte. Envió una compañía de hombres y mujeres jóvenes a la logia de Crystal Stone para ver si la historia de White Weasel era cierta, y de ser así para llevar a su hija menor y al perro a su wigwam.

    En tanto el perro le había pedido a su amante que le diera un baño como lo toman los indios. Bajaron al río, donde señaló un paraje en el que ella estaba para construirle una logia. Ella lo hizo de pasto y palos, y después de calentar algunas piedras grandes las colocó en el suelo, dejando solo espacio suficiente para que el perro se arrastrara y se acostara. Después echó agua sobre las piedras, lo que provocó un vapor espeso que casi lo ahogó. Permaneció mucho tiempo en él, tras lo cual, levantándose, salió corriendo y saltó a un charco de agua formado por el río. Salió un hombre alto, guapo, pero sin el poder del habla.

    Los mensajeros de Red Wing quedaron muy atónitos al encontrar a un hombre en lugar del perro que esperaban ver, pero no tuvieron problemas para persuadirlo a él y a Crystal Stone para que fueran con ellos.

    Ala Roja estaba tan asombrada como lo habían sido sus mensajeros, y llamó a todos los sabios de la tribu para que presenciaran lo que sucedería, y para que dieran consejo sobre sus hijas.

    Pronto se reunieron toda la tribu y muchos extraños. El gigante vino también y trajo consigo la pipa mágica que se le había dado a Pluma Blanca en su sueño. Se lo fumó y se lo pasó a los indios para que fumaran, pero no salió nada de ello. Entonces Pluma Blanca les indicó que deseaba tomarlo. También pidió la pluma blanca, que le puso en la cabeza; cuando, al

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    “Lo! Nubes de palomas azules y blancas se precipitaron del humo”.

    el primer olfato de la pipa, ¡lo! nubes de palomas azules y blancas se precipitaron del humo.

    Los hombres se pusieron de pie, asombrados al ver tanta magia. Regresó el discurso de White Feather, y en respuesta a las preguntas que se le hicieron, contó su historia al jefe.

    Red Wing y el cabildo escucharon y fumaban por un tiempo en silencio. Entonces el valiente más viejo y sabio ordenó al gigante aparecer ante Pluma Blanca, quien debería transformarlo en un perro. Pluma Blanca logró esto golpeándole las cenizas de la pipa mágica. A continuación se decretó que los muchachos de la tribu se llevaran los palos de guerra de sus padres y, empujando al animal al bosque, lo golpearan hasta matarlo.

    Pluma Blanca deseaba recompensar a sus amigos, por lo que los invitó a una cacería de búfalos, para que se llevara a cabo dentro de cuatro días, y les pidió que prepararan muchas flechas. Para prepararlos, cortó en tiras una túnica de búfalo, que sembró en la pradera.

    En el día señalado los guerreros encontraron que estos jirones de piel se habían convertido en una gran manada de búfalos. Mataron a tantos como quisieran, pues Pluma Blanca inclinó cada flecha con magia, para que ninguna faltara a su puntería.

    Siguió una gran fiesta en honor al triunfo de Pluma Blanca sobre los gigantes y de su matrimonio con Crystal Stone.


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