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16.3: El Principio de Sustentabilidad

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    Como hemos visto, si se emplea el desarrollo humano sostenible como objetivo rector de los enfoques revolucionarios de la seguridad humana, no va lo suficientemente lejos, y ampliar las fuentes de inseguridad humana carece de sentido a menos que cuestionemos genuinamente la base misma de nuestras percepciones y comportamientos en el mundo. Para aquellas personas del mundo en desarrollo para las que la pobreza es una amenaza generalizada para la seguridad, la búsqueda de la justicia social y la mejora económica no sólo son metas válidas, sino esenciales. No obstante, “si percibimos las necesidades humanas sin tener en cuenta la realidad ecológica corremos el riesgo de perder el terreno bajo nuestros pies” (Bosselmann, 2016, p. 31). Si la seguridad humana está verdaderamente preocupada por la seguridad de las generaciones futuras, entonces el medio ambiente debe ser la consideración subyacente en cualquiera de sus paradigmas. Sin darse cuenta de que la integridad ecológica es primordial, los intereses sociales y económicos no tienen adónde ir y la justicia y la seguridad seguirán siendo esquivas (Bosselmann, 2016, p. 21). Sólo con el principio de sustentabilidad podemos establecer un medio de 'hacer' seguridad que pueda conducir a un bienestar humano y ecológico genuino y duradero.

    El principio de sustentabilidad refleja así la idea de un desarrollo sustentable “fuerte”, desarrollo que no socave la integridad ecológica (Bosselmann, 2016, p. 52). En lugar de tres pilares, la sustentabilidad 'fuerte' sigue un paradigma de 'templo de vida' donde la integridad ecológica es la base, el bienestar social y económico los dos pilares, y la identidad cultural el techo (Bosselmann, 2008). Fundamental para ello es entender que el crecimiento económico entra en conflicto con la sustentabilidad ecológica. La 'racionalidad' económica asume una relación patriarcal y dominante sobre la naturaleza. El principio de sustentabilidad engloba la idea de Johann Gottfried Herder, de la Tierra como “Wohnplatz” o un espacio habitable o casa (Bosselmann, 2016, p. 19). El papel de los humanos como ama de llaves y guardián de las generaciones futuras es una idea reflejada en diversas sociedades de orientación ecológica (Manno 2010). En la cultura maorí el pueblo es kaitiaki —mayordomos— de recursos naturales. Para ellos la relación no es de dominio patriarcal sino de preservación de la integridad ecológica de la naturaleza, y se resguarda a través de medios como un “rahui” —prohibición— que puede colocarse sobre un recurso para evitar su uso más allá de su capacidad regenerativa. Esta idea de vivir del rendimiento más que de la sustancia se ilustra acertadamente (Bosselmann, 2016, p. 20). La economía es una subdisciplina de la limpieza doméstica; un huevo anidado más que un pilar paralelo (Bosselmann, 2016, p. 19; Bosselmann, 2013, p. 104), y permitir que los intereses de quienes se ocupan del valor extraído de la naturaleza dominen sobre el bienestar de la naturaleza misma es irracional. De ahí que la sustentabilidad no sea un rechazo sospechoso al progreso sino que “en su forma más elemental [] refleja pura necesidad” (Bosselmann, 2016, p. 8).

    Como se mencionó, la inseguridad ecológica es el resultado de una relación disfuncional entre los humanos y la naturaleza. Como medio para lograr la seguridad ecológica y humana, la sustentabilidad requiere esencialmente un discurso ético sobre valores y principios (Bosselmann, 2016, p. 8). El principio de sustentabilidad es una guía adecuada para la seguridad presente y futura porque se enfoca en los elementos esenciales comunes de toda la vida (Bosselmann, 2016, p. 29). El reto para crear una seguridad duradera es garantizar que el principio de sustentabilidad esté firmemente arraigo en la buena gobernanza global.

    La oportunidad de asegurar este principio a nivel internacional se perdió en la conferencia de la CNUMAD de 1992 en Río, donde no se logró ninguna definición ni tratado vinculante para el desarrollo sustentable (Bosselmann, 2016, p. 32), y con estados demostrando ineficaces como impulsores para reintegrar el principio de sustentabilidad en el pensamiento del desarrollo sustentable, se necesita otra fuerza impulsora: la sociedad civil. En la Cumbre de la Tierra de 1992 las ONG y grupos de la sociedad civil conformaron el “Foro Global” al lado de la conferencia e identificaron las conexiones necesarias que se omitieron en los documentos estatales politizados: “la sustentabilidad ecológica se refería como central para todo: erradicación de la pobreza, desarrollo socioeconómico, derechos humanos y paz” (Bosselmann, 2016, p. 32). Se inició el trabajo en la creación de una Carta de la Tierra para dilucidar el respeto y el cuidado de la comunidad de vida e integridad ecológica. La Carta de la Tierra, lanzada en 2000 en el Palacio de la Paz de La Haya y creada únicamente por grupos de la sociedad civil, “representa un consenso más amplio sobre el principio de sustentabilidad que nunca antes” (Bosselmann, 2016, p. 34). La Carta de la Tierra fue avalada por más de 1000 ONG en el Foro de ONG del Milenio, y a pesar de la ausencia de cualquier referencia específica en la Declaración de Johannesburgo de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible (CMSD) 2002 (2002), el lenguaje utilizado en ella es casi idéntico al de la Carta de la Tierra, en particular refiriéndose a la “comunidad de vida”. Si bien los textos de Johannesburgo son vagos, existe un mayor sentido de responsabilidad ecológica, lo que indica un paso más allá de los meros focos sociales y económicos hacia una comprensión ética más alineada con el principio de sustentabilidad (Bosselmann, 2016, p. 34). Este cambio en la conciencia ética se fortaleció aún más en la Conferencia Mundial de la Naturaleza de la UICN 2004, donde 67 de los 77 estados asistentes y 800 ONG aprobaron una resolución que refrendaba la Carta de la Tierra como guía ética y expresión de visión.


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