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LibreTexts Español

2.3: Cuál es el uso apropiado de la curiosidad

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    Selecciones de Confesiones y Comentario sobre la Metafísica de Aristóteles

    Agustín y Tomás de Aquino

    En esta sección, encontrarás dos pasajes. El primero es de Confesiones de Agustín. Enmarca su versión de lo que significa ser curioso. En el segundo pasaje, encontrarás un pasaje del Comentario de Aquino sobre la Metafísica de Aristóteles. En ese pasaje, expone su visión competidora de lo que significa ser curioso.

    Augstine

    San Agustín, Confesiones, X, 35 (54-55)

    54. En este punto menciono otra forma de tentación, más diversa y peligrosa. Porque más allá de esa lujuria de la carne que yace en el deleite de todos nuestros sentidos y placeres —los esclavos que se desperdician hasta la destrucción a medida que van de ti— también puede haber en la mente misma, a través de esos mismos sentidos corporales, cierto deseo y curiosidad vanos, no de deleitarse con el cuerpo, sino de haciendo experimentos con la ayuda del cuerpo, y envueltos bajo el nombre de aprendizaje y conocimiento. Debido a que esto está en el apetito de saber, y los ojos son el principal de los sentidos que usamos para alcanzar el conocimiento, se llama en las Escrituras la lujuria de los ojos. Porque “ver” pertenece como una propiedad a los ojos; sin embargo, aplicamos la palabra también a los otros sentidos, cuando los usamos para adquirir conocimiento. Así no decimos: “Escucha cómo parpadea”, o “Huele lo brillante que es”, o “Prueba cómo brilla”, o “Toca cómo brilla”: porque se dice que todas estas cosas se ven. Sin embargo, no decimos sólo “Mira cómo brilla”, algo que solo el ojo puede percibir; sino también “Mira cómo suena”, “Mira cómo huele”, “Mira cómo sabe”, “Ve qué tan caliente está”. Así la experiencia de los sentidos en su conjunto, como se ha dicho, se llama la lujuria de los ojos, sin embargo la aplicamos a los otros sentidos por analogía cuando están en búsqueda de la verdad sobre cualquier cosa.

    55. En esto es fácil distinguir entre la forma en que los sentidos sirven al placer y la manera en que sirven a la curiosidad. El placer va tras objetos que son hermosos para ver, escuchar, oler, saborear, tocar, pero la curiosidad por el bien del experimento puede ir tras cosas bastante contrarias, no para experimentar su desagrado, sino a través del mero picor de experimentar y averiguarlo. ¿Qué placer puede haber al ver un cadáver destrozado, que sólo es horrible? sin embargo, si sucede que hay uno en alguna parte, la gente acude a él para entristecer y enfermarse: de hecho, están aterrorizados de que puedan soñar con ello. Para que pensaras que cuando estén despiertos no irían a verlo a menos que o fueran arrastrados ahí por la fuerza, o algún reporte falso de que la vista era hermosa los hubiera dibujado. Es lo mismo con los otros sentidos que tardaría en dar seguimiento. Debido a esta enfermedad de la curiosidad tienes los diversos fenómenos que se muestran en los teatros. Así los hombres proceden a investigar los fenómenos de la naturaleza —la parte de la naturaleza externa a nosotros— aunque el conocimiento no tiene ningún valor para ellos: porque desean saber simplemente por el bien de conocer. Tenemos algo similar cuando por el bien del mismo aprendizaje pervertido la indagación se hace a modo de magia. Y lo mismo sucede incluso en la religión: Dios es tentado cuando se exigen señales y prodigios, no para ningún propósito de salvación, sino únicamente por la experiencia de verlas.

    Pregunta de Reflexión

    Pocos hoy enmarcarían el “experimento” bajo una luz tan negativa, pero Agustín plantea una pregunta interesante. ¿Cuál es el límite al tipo de cosas que puedes justificar aprender solo porque querías conocerlas? ¿Puedo averiguar su número de seguro social sólo porque quiero saber?

    Aquino

    Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Metafísica de Aristóteles, Lección 1

    1. [Aristóteles] dice, primero, que el deseo de conocer pertenece por naturaleza a todos los hombres.

    2. Para ello se pueden dar tres razones. La primera es que cada cosa naturalmente desea su propia perfección. De ahí que también se dice que la materia desea la forma como cualquier cosa imperfecta desea su perfección. Por lo tanto, dado que el intelecto, por el cual el hombre es lo que es, considerado en sí mismo es todas las cosas potencialmente, y se convierte en ellas en realidad solo a través del conocimiento, porque el intelecto no es ninguna de las cosas que existen antes de que las entienda, como se afirma en el Libro III de El Alma; así cada hombre naturalmente desea conocimiento del mismo modo que la materia desea forma.

    3. La segunda razón es que cada cosa tiene una inclinación natural para realizar su correcto funcionamiento, ya que algo caliente está naturalmente inclinado al calor, y algo pesado para ser movido hacia abajo. Ahora bien, el correcto funcionamiento del hombre como hombre es entender, pues por razón de esto se diferencia de todas las demás cosas. De ahí que el deseo del hombre se inclina naturalmente a comprender, y por lo tanto a poseer conocimiento científico.

    4. La tercera razón es que es deseable que cada cosa esté unida a su fuente, ya que es en esto donde consiste la perfección de cada cosa. Esta es también la razón por la que el movimiento circular es el movimiento más perfecto, como se demuestra en el Libro VIII de la Física, porque su término está unido a su punto de partida. Ahora es sólo por medio de su intelecto que el hombre se une a las sustancias separadas, que son la fuente del intelecto humano y aquello con lo que se relaciona el intelecto humano como algo imperfecto con algo perfecto. Es por esta razón, también, que la felicidad máxima del hombre consiste en esta unión. Por lo tanto, el hombre naturalmente desea saber.

    Pregunta de Reflexión

    ¿Cuáles ves como los principales puntos de contraste entre Agustín y Aquino?

    Atribuciones

    • El libro completo de Confesiones de Agustín Traducido por el Rev. Dr. E.B. Pusey se puede encontrar en línea con los libros de Google. La totalidad del Comentario de Aquino traducido por John P. Rowan se puede encontrar en los archivos del Priorato. Un agradecimiento especial a Michael Arts por su ayuda en la compilación de este compendio.

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