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2.5: Bioquímica del Amor

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    Por Sue Carter y Stephen Porges

    Universidad de Carolina del Norte, Northeastern University - Boston

    El amor es profundamente biológico. Influye en todos los aspectos de nuestras vidas y ha inspirado innumerables obras de arte. El amor también tiene un profundo efecto en nuestro estado mental y físico. Un “corazón roto” o una relación fallida pueden tener efectos desastrosos; el duelo perturba la fisiología humana e incluso puede precipitar la muerte. Sin relaciones amorosas, los humanos no logran florecer, aunque se satisfagan todas sus otras necesidades básicas. Como tal, el amor claramente no es “solo” una emoción; es un proceso biológico que es a la vez dinámico y bidireccional en varias dimensiones. Las interacciones sociales entre individuos, por ejemplo, desencadenan procesos cognitivos y fisiológicos que influyen en los estados emocionales y mentales. A su vez, estos cambios influyen en futuras interacciones sociales. De igual manera, el mantenimiento de las relaciones amorosas requiere una retroalimentación constante a través de los sistemas sensoriales y cognitivos; el cuerpo busca el amor y responde constantemente a las interacciones con los seres queridos o a la ausencia de tales interacciones. Aquí se describen los principios evolutivos y los antiguos sistemas hormonales y neuronales que apoyan los efectos beneficiosos y curativos de las relaciones amorosas.

    objetivos de aprendizaje

    • Comprender el papel de la oxitocina en las conductas sociales.
    • Articular las diferencias funcionales entre Vasopresina y Oxitocina.
    • Enumere las diferencias de sexo en la reacción al estrés.

    Introducción

    Aunque existe evidencia del poder curativo del amor, solo recientemente la ciencia ha centrado su atención en brindar una explicación fisiológica para el amor. El estudio del amor en este contexto ofrece una visión de muchos temas importantes, incluyendo la base biológica de las relaciones interpersonales y por qué y cómo las interrupciones en los lazos sociales tienen consecuencias tan generalizadas para el comportamiento y la fisiología. Algunas de las respuestas se encontrarán en nuestro creciente conocimiento de los mecanismos neurobiológicos y endocrinológicos de la conducta social y el compromiso interpersonal.

    La evolución del comportamiento social

    Nada en biología tiene sentido excepto a la luz de la evolución. El famoso dictum de Teodosio Dobzhansky también es válido para explicar la evolución del amor. La vida en la tierra es fundamentalmente social: La capacidad de interactuar dinámicamente con otros organismos vivos para apoyar la homeostasis mutua, el crecimiento y la reproducción evolucionaron muy temprano. Las interacciones sociales están presentes en invertebrados primitivos e incluso entre procariotas: Las bacterias reconocen y se acercan a miembros de su propia especie. Las bacterias también se reproducen con mayor éxito en presencia de su propia especie y son capaces de formar comunidades con características físicas y químicas que van mucho más allá de las capacidades de la célula individual (Ingham & Ben-Jacob, 2008).

    La vida en la tierra es esencialmente social y muchas especies además de los humanos participan en complejas interacciones sociales y han desarrollado sistemas sociales complejos que dan forma a su comportamiento. [Imagen: www.metaphoricalplatypus.com, https://goo.gl/9n0Dli, CC BY 2.0, goo.gl/v4y0zv]

    Como otro ejemplo, diversas especies de insectos han evolucionado sistemas sociales particularmente complejos, conocidos como eusocialidad. Caracterizada por una división del trabajo, la eusocialidad parece haber evolucionado independientemente al menos 11 veces en insectos. Las investigaciones sobre las abejas melíferas indican que un conjunto complejo de genes y sus interacciones regulan la eusocialidad, y que estos resultaron de una “forma acelerada de evolución” (Woodard et al., 2011). En otras palabras, los mecanismos moleculares que favorecen altos niveles de socialidad parecen estar en una vía evolutiva rápida.

    Las vías evolutivas que llevaron de reptiles a mamíferos permitieron la aparición de sistemas anatómicos únicos y mecanismos bioquímicos que permiten el compromiso social y la socialidad selectivamente recíproca. Los reptiles muestran una inversión parental mínima en la descendencia y forman relaciones no selectivas entre individuos. Los dueños de mascotas pueden apegarse emocionalmente a su tortuga o serpiente, pero esta relación no es recíproca. En contraste, la mayoría de los mamíferos muestran una intensa inversión parental en la descendencia y forman vínculos duraderos con sus hijos. Muchas especies de mamíferos, incluidos humanos, lobos y voladizos de las praderas, también desarrollan relaciones duraderas, recíprocas y selectivas entre adultos, con varias características de lo que los humanos experimentan como “amor”. A su vez, estas interacciones recíprocas desencadenan mecanismos de retroalimentación dinámica que fomentan el crecimiento y la salud.

    ¿Qué es el amor? Una perspectiva evolutiva y fisiológica

    El amor humano es más complejo que los simples mecanismos de retroalimentación. El amor puede crear su propia realidad. La biología del amor se origina en las partes primitivas del cerebro, el núcleo emocional del sistema nervioso humano, que evolucionaron mucho antes de la corteza cerebral. El cerebro “enamorado” está inundado de sensaciones vagas, a menudo transmitidas por el nervio vago, y creando gran parte de lo que experimentamos como emoción. La corteza moderna lucha por interpretar los mensajes primarios del amor y teje una narrativa en torno a las experiencias viscerales entrantes, reaccionando potencialmente a esa narrativa más que a la realidad. También es útil darse cuenta de que el comportamiento social de los mamíferos está respaldado por componentes biológicos que fueron reutilizados o cooptados a lo largo de la evolución de los mamíferos, permitiendo eventualmente relaciones duraderas entre adultos.

    ¿Hay alguna hormona del amor y otras relaciones?

    Un elemento que aparece repetidamente en la bioquímica del amor es el neuropéptido oxitocina. En los mamíferos grandes, la oxitocina adopta un papel central en la reproducción al ayudar a expulsar al bebé de cerebro grande del útero, expulsando leche y sellando un vínculo selectivo y duradero entre la madre y la descendencia (Keverne, 2006). Las crías de los mamíferos dependen crucialmente de la leche materna durante algún tiempo después del nacimiento. Las madres humanas también forman un vínculo fuerte y duradero con sus recién nacidos inmediatamente después del nacimiento, en un periodo de tiempo que es esencial para la alimentación y supervivencia del bebé. No obstante, las mujeres que dan a luz por cesárea sin pasar por trabajo de parto, o que optan por no amamantar, siguen siendo capaces de formar un fuerte vínculo emocional con sus hijos. Además, los padres, abuelos y padres adoptivos también forman vínculos de por vida con los hijos. La evidencia preliminar sugiere que la simple presencia de un lactante también puede liberar oxitocina en adultos (Feldman, 2012; Kenkel et al., 2012). El bebé prácticamente nos obliga a amarlo.

    Las manos de una madre y un padre ahuecando los diminutos pies de un bebé muy pequeño.
    ¿Cómo se sentiría aprender que el amor no es más que procesos biológicos en el cerebro? ¿Haría una diferencia para ti? ¿O el hecho de que sientas amor es lo único que importa? [Imagen: CC0 Dominio público, goo.gl/m25gce]

    El caso de un papel importante para la oxitocina en el amor es fuerte, pero hasta hace poco se basaba en gran medida en la extrapolación de investigaciones sobre el comportamiento parental (Feldman, 2012) o comportamientos sociales en animales (Carter, 1998; Kenkel et al., 2012). Sin embargo, experimentos humanos recientes han demostrado que la administración intranasal de oxitocina puede facilitar comportamientos sociales, incluyendo el contacto visual y la cognición social (Meyer-Lindenberg, Domes, Kirsch, & Heinrichs, 2011), comportamientos que están en el corazón del amor.

    Por supuesto, la oxitocina no es el equivalente molecular del amor. Más bien, es solo un componente importante de un complejo sistema neuroquímico que permite al cuerpo adaptarse a situaciones altamente emocionales. Los sistemas necesarios para las interacciones sociales recíprocas involucran extensas redes neuronales a través del cerebro y el sistema nervioso autónomo que son dinámicas y cambian constantemente a lo largo de la vida de un individuo. También ahora sabemos que las propiedades de la oxitocina no están predeterminadas ni fijas. Los receptores celulares de la oxitocina están regulados por otras hormonas y factores epigenéticos. Estos receptores cambian y se adaptan en base a experiencias de vida. Tanto la oxitocina como la experiencia del amor pueden cambiar con el tiempo. A pesar de las limitaciones, el nuevo conocimiento de las propiedades de la oxitocina ha demostrado ser útil para explicar varios rasgos enigmáticos del amor.

    Estrés y amor

    Los vínculos emocionales se pueden formar durante periodos de extrema coacción, especialmente cuando la supervivencia de un individuo depende de la presencia y el apoyo de otro. También hay evidencia de que la oxitocina se libera en respuesta a experiencias agudamente estresantes, quizás sirviendo como “seguro” hormonal contra el estrés abrumador. La oxitocina puede ayudar a asegurar que los padres y otras personas se relacionen con los bebés y los cuiden; desarrollen relaciones estables y amorosas; y busquen y reciban apoyo de otros en momentos de necesidad.

    Los modelos animales y la biología de los vínculos sociales

    Para diseccionar la anatomía y la química del amor, los científicos necesitaban un equivalente biológico de la Piedra Rosetta. Así como la piedra real ayudó a los lingüistas a descifrar un lenguaje arcaico en comparación con uno conocido, los modelos animales están ayudando a los biólogos a establecer paralelismos entre la fisiología antigua y los comportamientos contemporáneos. Los estudios de mamíferos socialmente monógamos que forman vínculos sociales duraderos, como los topillos de pradera, han sido especialmente útiles para comprender la biología del comportamiento social humano.

    Hay más que amar que la oxitocina

    Una ilustración de cientos de pequeños corazones formando la forma de un cerebro.
    Tan compleja como puede ser nuestra experiencia subjetiva del amor, así también lo es la complejidad de los procesos cerebrales involucrados con ella. [Imagen: CC0 Dominio público, goo.gl/m25gce]

    La investigación en topillos de las praderas mostró que, al igual que en los humanos, la oxitocina juega un papel importante en las interacciones sociales y el comportamiento de los padres (Carter, 1998; Carter, Boone, Pournajafi-Narloo, & Bales, 2009; Kenkel et al., 2012). Por supuesto, la oxitocina no actúa sola. Su liberación y acciones dependen de muchos otros neuroquímicos, incluidos los opioides endógenos y la dopamina (Aragona & Wang, 2009). Particularmente importantes para el vínculo social son las interacciones de la oxitocina con un neuropéptido relacionado conocido como vasopresina. Los sistemas regulados por oxitocina y vasopresina son a veces redundantes. Ambos péptidos están implicados en comportamientos que requieren compromiso social por parte de hombres o mujeres, como acurrucarse sobre un lactante (Kenkel et al., 2012). Por ejemplo, fue necesario en topillos bloquear tanto los receptores de oxitocina como de vasopresina para inducir una reducción significativa en el compromiso social, ya sea entre adultos o entre adultos e infantes. Bloquear solo uno de estos dos receptores no eliminaba el enfoque social ni el contacto. Sin embargo, los antagonistas para el receptor de oxitocina o vasopresina inhibieron la socialidad selectiva, que es esencial para la expresión de un vínculo social (Bales, Kim, Lewis-Reese, & Carter, 2004; Cho, DeVries, Williams, & Carter, 1999). Si aceptamos los vínculos sociales selectivos, la crianza de los hijos y la protección de la pareja como sustitutos del amor en los humanos, la investigación en animales respalda la hipótesis de que la oxitocina y la vasopresina interactúan para permitir los estados de comportamiento dinámicos y comportamientos necesarios para el amor.

    La oxitocina y la vasopresina tienen funciones compartidas, pero no son idénticas en sus acciones. Los roles específicos de comportamiento de la oxitocina y la vasopresina son especialmente difíciles de desenredar porque son componentes de una red neuronal integrada con muchos puntos de intersección. Además, los genes que regulan la producción de oxitocina y vasopresina se localizan en el mismo cromosoma, permitiendo posiblemente la síntesis coordinada o liberación de estos péptidos. Ambos péptidos pueden unirse y tener efectos antagonistas o agonistas sobre los receptores de cada uno. Además, las vías necesarias para el comportamiento social recíproco se están adaptando constantemente: Estos péptidos y los sistemas que regulan están siempre en cambio. A pesar de estas dificultades, se han identificado algunas de las diferentes funciones de la oxitocina y la vasopresina.

    Diferencias funcionales entre vasopresina y oxitocina

    La vasopresina se asocia con la movilización física y emocional, y puede ayudar a apoyar la vigilancia y los comportamientos necesarios para proteger a una pareja o territorio (Carter, 1998), así como otras formas de autodefensa adaptativa (Ferris, 2008). La vasopresina también puede proteger contra el “cierre” fisiológicamente ante el peligro. En muchas especies de mamíferos, las madres exhiben comportamientos agonistas en defensa de sus crías, posiblemente a través de las acciones interactivas de vasopresina y oxitocina (Bosch & Neumann, 2012). Antes del apareamiento, los topillos de pradera son generalmente sociales, incluso hacia extraños. Sin embargo, dentro de un día más o menos de aparearse, comienzan a mostrar altos niveles de agresión hacia intrusos (Carter, DeVries, & Getz, 1995), posiblemente sirviendo para proteger o proteger a una pareja, familia o territorio. Esta agresión inducida por apareamientos es especialmente obvia en los machos.

    La oxitocina, en contraste, se asocia con inmovilidad sin miedo. Esto incluye estados fisiológicos relajados y posturas que permiten el nacimiento, la lactancia y el comportamiento sexual consensuado. Aunque no es esencial para la crianza de los hijos, el aumento de la oxitocina asociada con el nacimiento y la lactancia puede hacer que sea más fácil para una mujer estar menos ansiosa alrededor de su recién nacido y experimentar y expresar sentimientos amorosos por su hijo (Carter & Altemus, 1997). En especies altamente sociales como los topillos de pradera (Kenkel et al., 2013), y presumiblemente en humanos, las intrincadas danzas moleculares de la oxitocina y la vasopresina afinan la coexistencia del cuidado y la agresión protectora.

    La paternidad también tiene una base biológica

    La biología de la paternidad está menos estudiada que la maternidad. Sin embargo, el cuidado masculino de la descendencia también parece depender tanto de la oxitocina como de la vasopresina (Kenkel et al., 2012), probablemente actuando en parte a través de los efectos sobre el sistema nervioso autónomo (Kenkel et al., 2013). Incluso los topillos machos de las praderas sexualmente ingenuos muestran un comportamiento parental espontáneo en presencia de un lactante (Carter et al., 1995). Sin embargo, los estímulos de los lactantes o la naturaleza de las interacciones sociales que liberan oxitocina y vasopresina pueden diferir entre los sexos (Feldman, 2012).

    En el corazón de los beneficios del amor hay una sensación de seguridad

    Un padre y su pequeña hija caminan por el camino tomados de la mano.
    El amor es un sentimiento universal de seguridad y conexión con otro. Las investigaciones han demostrado que al final de la vida de las personas, su principal pesar es no pasar más tiempo con las personas que aman. [Imagen: CC0 Dominio público, goo.gl/m25gce]

    El cuidado y apoyo de los padres en un ambiente seguro son particularmente importantes para la salud mental en mamíferos sociales, incluidos los humanos y los topillos de las praderas. Estudios de roedores y mujeres lactantes sugieren que la oxitocina tiene la importante capacidad de modular el malestar conductual y autonómico que típicamente sigue a la separación de una madre, hijo o pareja, reduciendo los comportamientos defensivos y apoyando así el crecimiento y la salud (Carter, 1998).

    La ausencia de amor en los primeros años de vida puede ser perjudicial para la salud mental y física

    Durante la vida temprana en particular, el trauma o el abandono pueden producir comportamientos y estados emocionales en los seres humanos que son socialmente patológicos. Debido a que los procesos involucrados en la creación de comportamientos sociales y emociones sociales están delicadamente equilibrados, estos pueden desencadenarse en contextos inapropiados, lo que lleva a la agresión hacia amigos o familiares. Alternativamente, se pueden formar vínculos con posibles socios que no brinden apoyo o protección social.

    Existen diferencias de sexo en las consecuencias de las experiencias tempranas de la vida

    Los machos parecen ser especialmente vulnerables a los efectos negativos de las experiencias tempranas, posiblemente ayudando a explicar el aumento de la sensibilidad de los varones a diversos trastornos del desarrollo. Las implicaciones de las diferencias de sexo en el sistema nervioso y en la respuesta a experiencias estresantes para el comportamiento social solo se están haciendo evidentes lentamente (Carter et al., 2009). Tanto machos como hembras producen vasopresina y oxitocina y son capaces de responder a ambas hormonas. Sin embargo, en regiones cerebrales que están involucradas en la agresión defensiva, como la amígdala extendida y el tabique lateral, la producción de vasopresina es dependiente de andrógenos. Así, ante una amenaza, los machos pueden estar experimentando mayores niveles centrales de vasopresina.

    Las vías de oxitocina y vasopresina, incluidos los péptidos y sus receptores, están reguladas por factores genéticos, hormonales y epigenéticos coordinados que influyen en las funciones adaptativas y conductuales de estos péptidos a lo largo de la vida del animal. Como resultado, las consecuencias endocrinas y conductuales de un estrés o desafío pueden ser diferentes para hombres y mujeres (DeVries, DeVries, Taymans, & Carter, 1996). Por ejemplo, cuando los topillos desapareados de las praderas se expusieron a un estresante intenso pero breve, como unos minutos de natación, o inyección de la hormona suprarrenal corticosterona, los machos (pero no las hembras) rápidamente formaron nuevos enlaces de par. Estos y otros experimentos sugieren que los hombres y las mujeres tienen diferentes estrategias de afrontamiento, y posiblemente pueden experimentar tanto experiencias estresantes, e incluso amor, de formas específicas de género.

    En el contexto de la naturaleza y la evolución, las diferencias de sexo en el sistema nervioso son importantes. Sin embargo, las diferencias de sexo en el cerebro y el comportamiento también pueden ayudar a explicar las diferencias de género en la vulnerabilidad a los trastornos mentales y físicos (Taylor, et al., 2000). Una mejor comprensión de estas diferencias proporcionará pistas sobre la fisiología de la salud mental humana en ambos sexos.

    Las relaciones amorosas en la vida temprana pueden tener consecuencias epigenéticas

    El amor es “epigenético”. Es decir, las experiencias positivas en la vida temprana pueden actuar y alterar la expresión de genes específicos. Estos cambios en la expresión génica pueden tener consecuencias conductuales a través de cambios bioquímicos simples, como agregar un grupo metilo a un sitio particular dentro del genoma (Zhang & Meaney, 2010). Es posible que estos cambios en el genoma puedan incluso pasar a la siguiente generación.

    Una madre levanta juguetonamente a su bebé sobre su cabeza para deleite de la bahía.
    Aunque todos nacemos con un conjunto finito de genes, las experiencias en la infancia harán que algunos genes se expresen (por ejemplo, fomenten ciertos rasgos de personalidad), mientras que otros genes permanecerán latentes. [Imagen: CC0 Dominio público, goo.gl/m25gce]

    Los comportamientos sociales, el apego emocional a los demás y las relaciones recíprocas duraderas también son tanto plásticos como adaptativos, y también lo es la biología en la que se basan. Por ejemplo, los lactantes de padres traumatizados o altamente estresados podrían estar expuestos crónicamente a la vasopresina, ya sea a través de su propia producción incrementada del péptido, o a través de niveles más altos de vasopresina en la leche materna. Tal aumento de la exposición podría sensibilizar al bebé a comportamientos defensivos o crear una tendencia de por vida a reaccionar exageradamente a la amenaza. Con base en investigaciones en ratas, parece que en respuesta a experiencias tempranas adversas de aislamiento crónico, los genes para los receptores de vasopresina pueden llegar a ser regulados al alza (Zhang et al., 2012), lo que lleva a un aumento de la sensibilidad a los estresores agudos o ansiedad que pueden persistir a lo largo de la vida.

    La programación epigenética desencadenada por experiencias tempranas de la vida es adaptativa al permitir que los sistemas neuroendocrinos proyecten y planifiquen futuras demandas conductuales. Pero los cambios epigenéticos que son duraderos también pueden crear comportamientos sociales o emocionales atípicos (Zhang y Meaney, 2010) que pueden ser especialmente propensos a surgir en la vida posterior, y ante desafíos sociales o emocionales.

    La exposición a hormonas exógenas en los primeros años de la vida también puede ser epigenética. Por ejemplo, los topillos de pradera tratados posnatalmente con vasopresina (especialmente los machos) fueron posteriormente más agresivos, mientras que los expuestos a un antagonista de vasopresina mostraron menos agresión en la edad adulta. Por el contrario, en los topillos la exposición de los lactantes a niveles ligeramente elevados de oxitocina durante el desarrollo incrementó la tendencia a mostrar un vínculo de pareja. Sin embargo, estos estudios también mostraron que una sola exposición a un mayor nivel de oxitocina en la vida temprana podría alterar la capacidad posterior de emparejar enlaces (Carter et al., 2009).

    No hay duda de que las experiencias sociales tempranas o los efectos de la exposición del desarrollo a estos neuropéptidos tienen el potencial de tener efectos duraderos en el comportamiento. Tanto el cuidado parental como la exposición a la oxitocina en la edad temprana pueden modificar permanentemente los sistemas hormonales, alterando la capacidad de formar relaciones e influir en la expresión del amor a lo largo de la vida. Nuestros hallazgos preliminares en topillos sugieren además que las experiencias tempranas de la vida afectan la metilación del gen del receptor de oxitocina y su expresión (Connelly, Kenkel, Erickson, & Carter, 2011). Así, podemos argumentar plausiblemente que el amor es epigenético.

    La ausencia de comportamiento social o aislamiento también tiene consecuencias para el sistema de oxitocina

    Dado el poder de las experiencias sociales positivas, no es sorprendente que la falta de relaciones sociales también pueda conducir a alteraciones en el comportamiento así como cambios en las vías de oxitocina y vasopresina. Hemos encontrado que el aislamiento social redujo la expresión del gen para el receptor de oxitocina, y al mismo tiempo aumentó la expresión de genes para el péptido vasopresina. En los topillos femeninos de las praderas, el aislamiento también estuvo acompañado por un aumento en los niveles sanguíneos de oxitocina, posiblemente como mecanismo de afrontamiento. Sin embargo, con el tiempo, los topillos aislados de las praderas de ambos sexos mostraron aumentos en las medidas de depresión, ansiedad y excitación fisiológica, y estos cambios se observaron incluso cuando la oxitocina endógena estaba elevada. Así, ni siquiera el seguro hormonal proporcionado por la oxitocina endógena ante el estrés crónico del aislamiento no fue suficiente para amortiguar las consecuencias de vivir solo. Previsiblemente, cuando a los topillos aislados se les administró oxitocina exógena adicional, este tratamiento restauró muchas de estas funciones a la normalidad (Grippo, Trahanas, Zimmerman, Porges, & Carter, 2009).

    En las sociedades modernas, los humanos pueden sobrevivir, al menos después de la infancia, con poco o ningún contacto humano. La tecnología de la comunicación, las redes sociales, la paternidad electrónica y muchos otros avances tecnológicos recientes pueden reducir los comportamientos sociales, poniendo tanto a niños como a adultos en riesgo de aislamiento social y trastornos del sistema nervioso autónomo, incluyendo déficits en su capacidad de compromiso social y amor ( Porges, 2011).

    El compromiso social en realidad nos ayuda a sobrellevar el estrés. Las mismas hormonas y áreas del cerebro que aumentan la capacidad del cuerpo para sobrevivir al estrés también nos permiten adaptarnos mejor a un entorno social y físico en constante cambio. Los individuos con fuerte apoyo emocional y relaciones son más resilientes ante los estresores que aquellos que se sienten aislados o solos. Las lesiones en diversos tejidos corporales, incluido el cerebro, sanan más rápidamente en animales que viven socialmente versus en aislamiento (Karelina y DeVries, 2011). Los efectos protectores de la socialidad positiva parecen depender del mismo cóctel de hormonas que lleva un mensaje biológico de “amor” en todo el cuerpo.

    ¿Puede el amor, o tal vez la oxitocina, ser una medicina?

    Aunque la investigación solo ha comenzado a examinar los efectos fisiológicos de estos péptidos más allá del comportamiento social, hay una gran cantidad de nuevas evidencias que muestran que la oxitocina puede influir en las respuestas fisiológicas al estrés y las lesiones. Como solo un ejemplo, las moléculas asociadas al amor tienen propiedades restauradoras, incluida la capacidad de sanar literalmente un “corazón roto”. Los receptores de oxitocina se expresan en el corazón, y los precursores de la oxitocina parecen ser críticos para el desarrollo del corazón fetal (Danalache, Gutkowska, Slusarz, Berezowska, & Jankowski, 2010). La oxitocina ejerce efectos protectores y restauradores en parte a través de su capacidad para convertir células madre indiferenciadas en cardiomiocitos. La oxitocina puede facilitar la neurogénesis adulta y la reparación de tejidos, especialmente después de una experiencia estresante. Ahora sabemos que la oxitocina tiene propiedades antiinflamatorias y antioxidantes directas en modelos in vitro de aterosclerosis (Szeto et al., 2008). El corazón parece depender de la oxitocina como parte de un proceso normal de protección y autocuración.

    Un médico visita a un paciente joven en una cama de hospital. Ella juguetonamente saca la lengua para mostrarle al médico.
    Los investigadores están interesados en el potencial médico/terapéutico de la oxitocina. [Imagen: CC0 Dominio público, goo.gl/m25gce]

    Así, la exposición a la oxitocina temprana en la vida no sólo regula nuestra capacidad de amar y formar lazos sociales, también afecta nuestra salud y bienestar. La oxitocina modula el eje hipotálamo-hipofisario suprarrenal (HPA), especialmente en respuesta a alteraciones en la homeostasis (Carter, 1998), y coordina las demandas sobre el sistema inmunológico y el equilibrio energético. Las relaciones seguras a largo plazo brindan apoyo emocional y regulan negativamente la reactividad del eje HPA, mientras que los estresores intensos, incluido el nacimiento, desencadenan la activación del eje HPA y el sistema nervioso simpático. La capacidad de la oxitocina para regular estos sistemas probablemente explica la capacidad excepcional de la mayoría de las mujeres para hacer frente a los desafíos del parto y la crianza de los hijos.

    Docenas de ensayos clínicos en curso están intentando examinar actualmente el potencial terapéutico de la oxitocina en trastornos que van desde el autismo hasta las enfermedades cardíacas. Por supuesto, como en los estudios hormonales en topillos, es probable que los efectos dependan de la historia del individuo y del contexto, y sean dependientes de la dosis. A medida que esta investigación está surgiendo, se están reportando una variedad de diferencias individuales y aparentes discrepancias en los efectos de la oxitocina exógena. La mayoría de estos estudios no incluyen ninguna información sobre las hormonas endógenas, ni sobre los receptores de oxitocina o vasopresina, que probablemente afecten el resultado de dichos tratamientos.

    Conclusión

    La investigación en este campo es nueva y queda mucho por entender. No obstante, ya está claro que tanto el amor como la oxitocina son poderosos. Por supuesto, con el poder viene la responsabilidad. Aunque la investigación sobre los mecanismos a través de los cuales el amor, o las hormonas como la oxitocina, pueden protegernos contra el estrés y la enfermedad está en su infancia, este conocimiento finalmente aumentará nuestra comprensión de la forma en que nuestras emociones impactan en la salud y la enfermedad. Las mismas moléculas que nos permiten dar y recibir amor también vinculan nuestra necesidad de otros con la salud y el bienestar.

    Agradecimientos

    C. Sue Carter y Stephen W. Porges son ambos Profesores de Psiquiatría en la Universidad de Carolina del Norte, Chapel Hill, y también son Profesores Investigadores de Psicología en Northeastern University, Boston.

    Las discusiones sobre “amor y perdón” con miembros del Comité Asesor de Ciencias Naturales del Instituto Fetzer condujeron a este ensayo y aquí se les reconoce con gratitud. Agradecemos especialmente el aporte editorial reflexivo del Dr. James Harris. Los estudios de los laboratorios de los autores fueron patrocinados por los Institutos Nacionales de Salud. También expresamos nuestro agradecimiento por este apoyo y a nuestros colegas, cuyos aportes y arduo trabajo dieron origen a las ideas expresadas en este artículo. Una versión de este trabajo fue publicada previamente en EMBO Reports en la serie sobre “Sexo y sociedad”; este trabajo se reproduce con el permiso de los editores de dicha revista.

    Recursos Externos

    Libro: C. S. Carter, L. Ahnert et al. (Eds.), (2006). Fijación y unión: Una nueva síntesis. Cambridge, MA: Prensa MIT.
    Libro: Porges, S.W. (2011). La teoría polivagal: Fundamentos neurofisiológicos de las emociones, el apego, la comunicación y la autorregulación. Nueva York, NY: Norton.
    Web: Base de datos de estudios clínicos con apoyo público y privado de participantes humanos realizados en todo el mundo.
    http://www.clinicaltrials.gov
    Web: PubMed comprende más de 22 millones de citas para literatura biomédica de MEDLINE, revistas de ciencias de la vida y libros en línea. Las citas y resúmenes de PubMed incluyen los campos de la biomedicina y la salud, que cubren partes de las ciencias de la vida, las ciencias del comportamiento, las ciencias químicas y la bioingeniería. PubMed también proporciona acceso a sitios web relevantes adicionales y enlaces a otros recursos de biología molecular del NCBI.
    http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed
    Web: Sitio web del autor Stephen Porges
    http://www.stephenporges.com/

    Preguntas de Discusión

    1. Si el amor es tan importante en el comportamiento humano, ¿por qué es tan difícil de describir y entender?
    2. Discutir el papel de la evolución en la comprensión de lo que los humanos llaman “amor” u otras formas de prosocialidad.
    3. ¿Cuáles son los elementos biológicos y neuroendocrinos comunes que aparecen en el amor materno y las relaciones adulto-adulto?
    4. La oxitocina y la vasopresina son bioquímicamente similares. ¿Cuáles son algunas de las diferencias entre las acciones de la oxitocina y la vasopresina?
    5. ¿Cómo pueden las propiedades de la oxitocina y la vasopresina ayudarnos a entender las bases biológicas del amor?
    6. ¿Cuáles son las características comunes de la bioquímica del “amor” y la “seguridad”, y por qué son importantes para la salud humana?

    El vocabulario

    Epigenética
    Cambios heredables en la actividad génica que no son causados por cambios en la secuencia de ADN. es.wikipedia.org/wiki/Epigenética
    Oxitocina
    Un neuropéptido de nueve aminoácidos en mamíferos. La oxitocina se sintetiza principalmente en el cerebro, pero también en otros tejidos como el útero, el corazón y el timo, con efectos locales. La oxitocina es mejor conocida como una hormona de la reproducción femenina debido a su capacidad para provocar contracciones uterinas y expulsar leche. La oxitocina tiene efectos sobre el tejido cerebral, pero también actúa en todo el cuerpo en algunos casos como antioxidante o antiinflamatorio.
    Nervio vago
    El décimo nervio craneal. El vago mamífero tiene una rama más antigua no mielinizada que se origina en el complejo motor dorsal y una rama mielinizada de evolución más reciente, con orígenes en el complejo vagal ventral incluyendo el núcleo ambiguo. El vago es la principal fuente de regulación autonómico-parasimpática para diversos órganos internos, incluyendo el corazón, los pulmones y otras partes de las vísceras. El nervio vago es principalmente sensorial (aferente), transmitiendo abundante entrada visceral al sistema nervioso central.
    Vasopresina
    Un neuropéptido de nueve aminoácidos en mamíferos. La vasopresina se sintetiza principalmente en el cerebro, pero también se puede hacer en otros tejidos. La vasopresina es mejor conocida por sus efectos sobre el sistema cardiovascular (aumento de la presión arterial) y también los riñones (causando retención de agua). La vasopresina tiene efectos sobre el tejido cerebral, pero también actúa en todo el cuerpo.

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