Saltar al contenido principal
LibreTexts Español

2.4: El argumento teleológico (William Paley)

  • Page ID
    100841
  • \( \newcommand{\vecs}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vecd}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash {#1}}} \)

    \( \newcommand{\id}{\mathrm{id}}\) \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    ( \newcommand{\kernel}{\mathrm{null}\,}\) \( \newcommand{\range}{\mathrm{range}\,}\)

    \( \newcommand{\RealPart}{\mathrm{Re}}\) \( \newcommand{\ImaginaryPart}{\mathrm{Im}}\)

    \( \newcommand{\Argument}{\mathrm{Arg}}\) \( \newcommand{\norm}[1]{\| #1 \|}\)

    \( \newcommand{\inner}[2]{\langle #1, #2 \rangle}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    \( \newcommand{\id}{\mathrm{id}}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\)

    \( \newcommand{\kernel}{\mathrm{null}\,}\)

    \( \newcommand{\range}{\mathrm{range}\,}\)

    \( \newcommand{\RealPart}{\mathrm{Re}}\)

    \( \newcommand{\ImaginaryPart}{\mathrm{Im}}\)

    \( \newcommand{\Argument}{\mathrm{Arg}}\)

    \( \newcommand{\norm}[1]{\| #1 \|}\)

    \( \newcommand{\inner}[2]{\langle #1, #2 \rangle}\)

    \( \newcommand{\Span}{\mathrm{span}}\) \( \newcommand{\AA}{\unicode[.8,0]{x212B}}\)

    \( \newcommand{\vectorA}[1]{\vec{#1}}      % arrow\)

    \( \newcommand{\vectorAt}[1]{\vec{\text{#1}}}      % arrow\)

    \( \newcommand{\vectorB}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vectorC}[1]{\textbf{#1}} \)

    \( \newcommand{\vectorD}[1]{\overrightarrow{#1}} \)

    \( \newcommand{\vectorDt}[1]{\overrightarrow{\text{#1}}} \)

    \( \newcommand{\vectE}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash{\mathbf {#1}}}} \)

    \( \newcommand{\vecs}[1]{\overset { \scriptstyle \rightharpoonup} {\mathbf{#1}} } \)

    \( \newcommand{\vecd}[1]{\overset{-\!-\!\rightharpoonup}{\vphantom{a}\smash {#1}}} \)

    11 El argumento teleológico
    William Paley 20

    CAPÍTULO I.

    ESTADO DEL ARGUMENTO.

    AL cruzar una salud, supongamos que puse mi pie contra una piedra, y me preguntaron cómo llegó a estar ahí la piedra; posiblemente podría responder, que, por cualquier cosa que supiera al contrario, había permanecido ahí para siempre: ni quizás sería muy fácil mostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que había encontrado un reloj en el suelo, y debería preguntarse cómo sucedió que el reloj estaba en ese lugar; difícilmente debería pensar en la respuesta que antes había dado, que, por cualquier cosa que yo sabía, el reloj pudo haber estado siempre ahí. Sin embargo, ¿por qué esta respuesta no debería servir tanto para el reloj como para la piedra? ¿por qué no es tan admisible en el segundo caso, como en el primero? Por esta razón, y para ninguna otra, a saber, que, cuando venimos a inspeccionar el reloj, percibimos (lo que no pudimos descubrir en la piedra) que sus varias partes están enmarcadas y juntas para un propósito, por ejemplo, que están tan formadas y ajustadas como para producir movimiento, y ese movimiento tan regulado como para señalar el hora del día; que, si las diferentes partes hubieran sido conformadas de manera diferente a lo que son, de un tamaño diferente a lo que son, o colocadas después de cualquier otra manera, o en cualquier otro orden, que aquel en el que se colocan, o no se habría llevado ningún movimiento en la máquina, o ninguno que han contestado el uso que ahora le sirve. Para contar algunas de las más sencillas de estas partes, y de sus oficinas, todas tendiendo a un resultado: — Vemos una caja cilíndrica que contiene un resorte elástico en espiral, que, por su afán de relajarse, gira alrededor de la caja. A continuación observamos una cadena flexible (forjada artificialmente en aras de la flexión), comunicando la acción del resorte desde la caja hasta el fusee. Luego encontramos una serie de ruedas, cuyos dientes se agarran y se aplican entre sí, conduciendo el movimiento desde el fusee hasta la balanza, y desde la balanza hasta el puntero; y al mismo tiempo, por el tamaño y la forma de esas ruedas, regulando así ese movimiento, como para terminar en provocar un índice, por un progresión equiparable y medida, para pasar por encima de un espacio dado en un tiempo dado. Tomamos nota que las ruedas son de latón para evitar que se oxiden; los resortes de acero, ningún otro metal siendo tan elástico; que sobre la cara del reloj se coloca un vidrio, material empleado en ninguna otra parte de la obra, sino en la habitación de la cual, si hubiera habido otro que no fuera un sustancia transparente, la hora no se podía ver sin abrir el caso. Este mecanismo siendo observado (requiere efectivamente un examen del instrumento, y tal vez algún conocimiento previo del tema, para percibirlo y entenderlo; pero siendo una vez, como hemos dicho, observado y entendido), la inferencia, pensamos, es inevitable, que el reloj debió haber tenido un hacedor: que ahí debe haber existido, en algún momento, y en algún lugar u otro, un artificio o artificios que la formaron para el propósito que realmente encontramos para responder; que comprendió su construcción, y diseñó su uso.

    I. Tampoco, aprehendo, debilitaría la conclusión, que nunca habíamos visto un reloj hecho; que nunca habíamos conocido a un artista capaz de hacer uno; que éramos totalmente incapaces de ejecutar esa pieza de mano de obra nosotros mismos, o de entender de qué manera se realizaba; siendo todo esto no más que lo que es cierto de algunos restos exquisitos del arte antiguo, de algunas artes perdidas, y, a la generalidad de la humanidad, de las producciones más curiosas de la fabricación moderna. ¿Un hombre de cada millón sabe cómo se convierten los marcos ovalados? La ignorancia de este tipo exalta nuestra opinión sobre la habilidad del artista invisible y desconocido, si es invisible y desconocido, pero no plantea ninguna duda en nuestra mente de la existencia y agencia de tal artista, en algún tiempo anterior, y en algún lugar u otro. Tampoco puedo percibir que varía en absoluto la inferencia, ya sea que surja la cuestión relativa a un agente humano, o a un agente de una especie diferente, o a un agente que posea, en algunos aspectos, una naturaleza diferente.

    II. Tampoco, en segundo lugar, invalidaría nuestra conclusión, que el reloj a veces salió mal, o que rara vez salió exactamente bien. El propósito de la maquinaria, el diseño, y el diseñador, podría ser evidente, y en el caso supuesto sería evidente, de cualquier manera explicamos la irregularidad del movimiento, o si podríamos dar cuenta de ello o no. No es necesario que una máquina sea perfecta, para mostrar con qué diseño se hizo: aún menos necesaria, donde la única pregunta es, si se hizo con algún diseño en absoluto.

    III. Tampoco, en tercer lugar, traería incertidumbre alguna al argumento, si hubiera algunas partes del reloj, respecto de las cuales no podíamos descubrir, o aún no hubiéramos descubierto, de qué manera condujeron al efecto general; o incluso algunas partes, respecto de las cuales no pudimos determinar, si condujeron a eso efecto de cualquier manera lo que sea. Porque, en cuanto a la primera rama del caso; si por la pérdida, o desorden, o decaimiento de las partes en cuestión, el movimiento del reloj se encontrara de hecho detenido, o perturbado, o retrasado, sin duda quedaría en nuestra mente en cuanto a la utilidad o intención de estas partes, aunque deberíamos ser incapaces de investigar la manera según la cual, o la conexión por la cual, el efecto último dependía de su acción o asistencia; y cuanto más compleja sea la máquina, más probable es que surja esta oscuridad. Entonces, en cuanto a lo segundo supuesto, es decir, que había partes que podrían salvarse, sin perjuicio del movimiento del reloj, y que lo habíamos probado por experimento, —estas partes superfluas, aunque estuviéramos completamente seguros de que eran tales, no dejarían sin vaciar el razonamiento que teníamos instituidos concernientes a otras partes. El indicio de artilugio quedó, respecto a ellos, casi como lo era antes.

    IV. Tampoco, cuarto, ningún hombre en sus sentidos pensaría la existencia del reloj, con sus diversas maquinarias, contabilizada, al ser dicho que se trataba de una de posibles combinaciones de formas materiales; que todo lo que hubiera encontrado en el lugar donde encontró el reloj, debió haber contenido alguna configuración interna o otro; y que esta configuración podría ser la estructura ahora expuesta, a saber, de las obras de un reloj, así como una estructura diferente.

    V. Tampoco, en quinto lugar, le daría más satisfacción a su indagación ser respondida, que existiera en las cosas un principio de orden, que había dispuesto las partes del reloj en su forma y situación actuales. Nunca conoció un reloj hecho por el principio del orden; ni siquiera puede formarse para sí mismo una idea de lo que se entiende por un principio de orden, distinto de la inteligencia del relojero.

    VI. Sexto, se sorprendería al escuchar que el mecanismo del reloj no era prueba de artilugio, solo un motivo para inducir a la mente a pensar así:

    VII. Y no menos sorprendido al estar informado, que el reloj en su mano no era más que el resultado de las leyes de la naturaleza metálica. Es una perversión del lenguaje asignar cualquier ley, como causa eficiente, operativa de cualquier cosa. Una ley presupone un agente; pues es sólo la modalidad, según la cual procede un agente: implica un poder; porque es el orden, según el cual actúa ese poder. Sin este agente, sin este poder, que ambos son distintos de sí mismo, la ley no hace nada; no es nada. La expresión, “la ley de la naturaleza metálica”, puede sonar extraña y dura para un oído filosófico; pero parece tan justificable como algunas otras que le son más familiares, como “la ley de la naturaleza vegetal”, “la ley de la naturaleza animal”, o de hecho como “la ley de la naturaleza” en general, cuando se le asigna como causa de phænomena, en exclusión de agencia y poder; o cuando se sustituya en el lugar de éstos.

    VIII. Tampoco, por último, nuestro observador sería sacado de su conclusión, o de su confianza en su verdad, al ser dicho que no sabía nada del asunto. Sabe lo suficiente para su argumento: conoce la utilidad del fin: conoce la sumisión y adaptación de los medios hasta el final. Al conocerse estos puntos, su desconocimiento de otros puntos, sus dudas respecto a otros puntos, no afectan la certeza de su razonamiento. La conciencia de saber poco, no necesita engendrar una desconfianza de lo que sí conoce.

    CAPÍTULO II.
    ESTADO DEL ARGUMENTO CONTINUA

    SUPONGA, en el siguiente lugar, que la persona que encontró el reloj, debería, después de algún tiempo, descubrir que, además de todas las propiedades que hasta ahora había observado en él, poseía la inesperada propiedad de producir, en el curso de su movimiento, otro reloj como él (la cosa es concebible); que contenía dentro de él un mecanismo, un sistema de partes, un molde por ejemplo, o un ajuste complejo de tornos, limas y otras herramientas, evidentemente y por separado calculadas para tal fin; indagemos, qué efecto debería tener tal descubrimiento sobre su conclusión anterior.

    I. El primer efecto sería aumentar su admiración por la artimaña, y su convicción de la habilidad consumada del contriver. Si consideraba el objeto de la artimaña, el aparato distinto, el intrincado, pero en muchas partes el mecanismo inteligible, por el que se llevaba a cabo, percibiría, en esta nueva observación, nada más que una razón adicional para hacer lo que ya había hecho, —por referir la construcción del mirar al diseño, y al arte supremo. Si esa construcción sin esta propiedad, o que es lo mismo, antes de que este inmueble hubiera sido advertido, demostró intención y arte para haber sido empleado al respecto; aún más fuerte aparecería la prueba, cuando llegó al conocimiento de esta propiedad adicional, la corona y perfección de todos el resto.

    II. Reflexionaría, que aunque el reloj que tenía ante sí era, en cierto sentido, el fabricante del reloj, que se fabricó en el transcurso de sus movimientos, sin embargo fue en un sentido muy diferente de aquel, en el que un carpintero, por ejemplo, es el fabricante de una silla; el autor de su artilugio, la causa de la relación de sus partes con su uso. Con respecto a estos, el primer reloj no fue motivo alguno para el segundo: en ningún sentido, ya que éste fue el autor de la constitución y el orden, ni de las partes que contenía el nuevo reloj, ni de las partes por la ayuda e instrumentalidad de las que se produjo. Posiblemente podríamos decir, pero con gran latitud de expresión, que una corriente de maíz molido de agua: pero ninguna latitud de expresión nos permitiría decir, ningún tramo de conjetura podría llevarnos a pensar, que la corriente de agua construyó el molino, aunque era demasiado antiguo para que sepamos quién era el constructor. Lo que hace la corriente de agua en el asunto, no es ni más ni menos que esto; por la aplicación de un impulso poco inteligente a un mecanismo previamente dispuesto, dispuesto independientemente de él, y dispuesto por la inteligencia, se produce un efecto, es decir, el maíz se muele. Pero el efecto resulta del arreglo. No se puede decir que la fuerza del arroyo sea la causa o autora del efecto, aún menos del arreglo. La comprensión y el plan en la formación del molino no fueron los menos necesarios, para cualquier parte que el agua tenga en la molienda del maíz: sin embargo, es esta participación la misma, como la que el reloj habría contribuido a la producción de la nueva guardia, bajo la suposición asumida en la última sección. Por lo tanto,

    III. Aunque ahora ya no sea probable, que el reloj individual, que nuestro observador había encontrado, fue hecho inmediatamente de la mano de un artificio, pero esta alteración no afecta en modo alguno la inferencia, que un artificio había sido originalmente empleado y preocupado en la producción. El argumento desde el diseño permanece como estaba. Las marcas de diseño y artificio ya no se contabilizan más ahora, de lo que estaban antes. En lo mismo, podemos preguntar por la causa de diferentes propiedades. Podemos pedir la causa del color de un cuerpo, de su dureza, de su cabeza; y estas causas pueden ser todas diferentes. Ahora estamos pidiendo la causa de esa sumisión a un uso, esa relación con un fin, que hemos remarcado en la guardia que tenemos ante nosotros. No se da respuesta a esta pregunta, al decirnos que un reloj anterior la produjo. No puede haber diseño sin diseñador; artilugio sin artilugio; orden sin elección; arreglo, sin cosa alguna capaz de arreglar; servidumbre y relación con un propósito, sin aquello que pudiera pretender un propósito; medios adecuados a un fin, y ejecutar su oficio, en el logro de ese fin, sin que jamás se haya contemplado el fin, ni los medios que se le acomoden. Arreglo, disposición de partes, sumisión de medios a un fin, relación de instrumentos a un uso, implican la presencia de inteligencia y mente. Nadie, por lo tanto, puede creer racionalmente, que el reloj insensible e inanimado, del que emitió el reloj que nos precedió, fue la causa propia del mecanismo que tanto admiramos en ella; —podría decirse verdaderamente que construyó el instrumento, desechó sus partes, asignó su cargo, determinó su orden, acción, y dependencia mutua, combinaron sus diversos movimientos en un solo resultado, y que también un resultado relacionado con las utilidades de otros seres. Todas estas propiedades, por lo tanto, están tan descontabilizadas, como antes.

    IV. Tampoco se gana nada corriendo la dificultad más atrás, es decir, suponiendo que el reloj que tenemos ante nosotros haya sido producido a partir de otro reloj, el de un ex, y así sucesivamente indefinidamente. Nuestro regreso hasta ahora, no nos acerca al menor grado de satisfacción sobre el tema. La artimaña sigue sin contabilizarse. Todavía queremos un contriver. Una mente diseñadora no es suministrada por esta suposición, ni se le dispensa. Si la dificultad disminuyera cuanto más volviéramos atrás, al volver indefinidamente podríamos agotarla. Y este es el único caso al que se aplica este tipo de razonamientos. Donde hay una tendencia, o, a medida que aumentamos el número de términos, un acercamiento continuo hacia un límite, ahí, suponiendo que el número de términos sea lo que se llama infinito, podemos concebir el límite a alcanzar: pero donde no hay tal tendencia, o enfoque, nada se ve afectado por alargando la serie. No hay diferencia en cuanto al punto en cuestión (lo que sea que haya en cuanto a muchos puntos), entre una serie y otra; entre una serie que es finita, y una serie que es infinita. Una cadena, compuesta por un número infinito de eslabones, ya no puede sostenerse, que una cadena compuesta por un número finito de eslabones. Y de esto estamos seguros (aunque nunca pudimos haber probado el experimento), porque, al aumentar el número de enlaces, de diez por ejemplo a cien, de cien a mil, &c. hacemos no el acercamiento más pequeño, observamos no la menor tendencia, hacia la autosuficiencia. No hay diferencia a este respecto (aunque puede haber una gran diferencia en varios aspectos) entre una cadena de mayor o menor longitud, entre una cadena y otra, entre una que es finita y otra que es infinita. Esto se parece mucho al caso que tenemos ante nosotros. La máquina que estamos inspeccionando, demuestra, por su construcción, artilugio y diseño. El artificio debe haber tenido un artilugio; un diseño, un diseñador; si la máquina procedió inmediatamente de otra máquina o no. Esa circunstancia no altera el caso. Esa otra máquina puede, de igual manera, haber procedido de una máquina anterior: ni eso altera el caso; la artimaña debió haber tenido un contriver. Ese ex de uno que lo precede: ninguna alteración aún; todavía es necesario un contriver. No se percibe ninguna tendencia, ningún acercamiento hacia una disminución de esta necesidad. Es lo mismo con todas y cada una de las sucesiones de estas máquinas; una sucesión de diez, de cien, de mil; con una serie, como con otra; una serie que es finita, como con una serie que es infinita. En cualesquiera otros aspectos puedan diferir, en esto no lo hacen. En todos por igual, la artilugio y el diseño están descontabilizados.

    La pregunta no es simplemente, ¿Cómo llegó a existir el primer reloj? cuestión que, puede fingirse, se elimina suponiendo que la serie de relojes así producidos unos de otros hubiera sido infinita, y consecuentemente no haber tenido tal primero, para lo cual era necesario aportar una causa. Esto, quizás, hubiera sido casi el estado de la cuestión, si no hubiera habido nada ante nosotros sino una sustancia desorganizada, no mecanizada, sin marca ni indicación de artilugio. Podría ser difícil demostrar que tal sustancia no podría haber existido desde la eternidad, ya sea en sucesión (si fuera posible, lo que creo que no lo es, que cuerpos desorganizados broten unos de otros), o por perpetuidad individual. Pero esa no es la cuestión ahora. Supongamos que así es, es suponer que no hizo diferencia si habíamos encontrado un reloj o una piedra. Tal y como es, la metafísica de esa cuestión no tiene cabida; pues, en el reloj que estamos examinando, se ven artificios, diseño; un fin, un propósito; medios para el fin, adaptación al propósito. Y la pregunta que presiona irresistiblemente sobre nuestros pensamientos, es, ¿de dónde está este artilugio y diseño? Lo que se requiere es la mente intencionada, la mano adaptadora, la inteligencia por la que se dirigía esa mano. Esta pregunta, esta demanda, no se sacude, al aumentar un número o sucesión de sustancias, indigentes de estas propiedades; ni cuanto más, al aumentar ese número hasta el infinito. Si se dice, que, sobre la suposición de que un reloj se produce a partir de otro en el curso de los movimientos de ese otro, y por medio del mecanismo dentro de él, tenemos una causa para el reloj en mi mano, a saber, el reloj del que procedió. Yo niego, que para el diseño, la artimaña, la idoneidad de los medios a un fin, la adaptación de los instrumentos a un uso (todo lo que descubrimos en el reloj), tenemos cualquier causa que sea. Es en vano, por lo tanto, asignar una serie de tales causas, o alegar que una serie puede ser llevada de regreso al infinito; pues no admito que todavía tenemos ninguna causa en absoluto de la fænomena, aún menos cualquier serie de causas ya sea finitas o infinitas. Aquí hay artilugio, pero no contriver; pruebas de diseño, pero no diseñador.

    V. Nuestro observador también reflexionaría aún más, que el creador del reloj que tenía ante él, era, en verdad y en realidad, el creador de cada reloj producido a partir de él; no habiendo diferencia (salvo que este último manifiesta una habilidad más exquisita) entre la realización de otro reloj con sus propias manos, por mediación de limas, tornos, cinceles, &c. y la disposición, fijación e inserción de estos instrumentos, o de otros equivalentes a ellos, en el cuerpo del reloj ya realizado de tal manera, como para formar un nuevo reloj en el transcurso de los movimientos que le había dado al viejo. Sólo está trabajando con un conjunto de herramientas, en lugar de otro.

    La conclusión de la cual el primer examen del reloj, de sus obras, construcción y movimiento, sugirió, fue, que debió haber tenido, para la causa y autor de esa construcción, un artificio, que entendió su mecanismo, y diseñó su uso. Esta conclusión es invencible. Un segundo examen nos presenta un nuevo descubrimiento. El reloj se encuentra, en el transcurso de su movimiento, para producir otro reloj, similar a sí mismo; y no sólo así, sino que percibimos en él un sistema u organización, calculado por separado para ese propósito. ¿Qué efecto tendría o debería tener este descubrimiento sobre nuestra inferencia anterior? ¿Qué, como ya se ha dicho, sino aumentar, más allá de toda medida, nuestra admiración por la habilidad, que se había empleado en la formación de tal máquina? ¿O, en lugar de esto, de una vez nos dará la vuelta a una conclusión opuesta, a saber, que ningún arte o habilidad alguna se haya preocupado en el negocio, aunque todas las demás evidencias de arte y habilidad permanecen como estaban, y esta última y suprema obra de arte se sumará ahora al resto? ¿Se puede mantener esto sin absurdo? Sin embargo, esto es ateísmo.

    Para revisión y discusión

    1. ¿Dónde crees que Paley finalmente lleva este argumento? ¿Cómo crees que llega ahí de lo que ha reclamado en esta selección?

    2. ¿Cómo intenta probar el argumento de Paley que Dios existe? ¿Crees que presenta un buen argumento?

    3. El argumento de Paley se basa en una importante analogía entre un reloj y el mundo natural. ¿Funciona esta analogía? ¿Por qué o por qué no?


    This page titled 2.4: El argumento teleológico (William Paley) is shared under a CC BY license and was authored, remixed, and/or curated by Noah Levin (NGE Far Press) .