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LibreTexts Español

1.3:0.3 Uniendo a la Feminista y a la Contemplativa

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    Mi práctica de yoga ha sido un espacio para mí para promulgar mi feminismo. A través del yoga, sigo aprendiendo a aceptar mi cuerpo sin reducirme a él. Cuando leo los Yoga Sutras y tropiezo con pasajes sobre avanzar hacia la autocomprensión y la iluminación a través de la unión del cuerpo, el corazón y la mente, me llama la atención la congruencia entre estos objetivos y el enfoque de los feminismos en el igualitarismo y la experiencia como medio por el cual el cambio y la comprensión ocurre (lo personal es siempre político). Y así mi pensamiento sobre la pedagogía contemplativa se filtra a través de mi feminismo y, de hecho, fortalecido por él. A su vez, utilizo este libro para explorar no sólo la teoría y la práctica de abrazar la pedagogía contemplativa en el aula de escritura sino también para explorar lo que sucede cuando abordamos conscientemente esta pedagogía como feminista. El yoga puede verse como el placer culpable de una feminista, una época en la que se somete a las regulaciones obsesivas de nuestra sociedad sobre los cuerpos de las mujeres para que sean apretadas y tonificadas, y alimenta el sistema capitalista-patriarcal comprando pantalones de yoga Lululemon (lululemon athletica®) de cien dólares porque hacen que su trasero quede bien. Lo que apunta esta caracterización son las problemáticas formas en que el yoga ha sido comercializado y tratado de género en la sociedad estadounidense y no necesariamente una intolerancia al feminismo en el núcleo del yoga.

    La comercialización del yoga a veces ha reducido esta práctica contemplativa a una forma de ejercicio, y a una hipersexualizada en ese momento. Esto no ha pasado desapercibido para los yoguis más comprometidos. Una revista popular para practicantes, Yoga Journal, publicó recientemente una carta escrita por el cofundador de la publicación que condenaba los anuncios de la revista por su uso de modelos casi o completamente desnudos para vender productos que van desde ropa de yoga hasta colchonetas de yoga. Si las encarnaciones modernas del yoga revelan la misoginia capitalista, y los textos clásicos de yoga como los Yoga Sutras están inmersos en el patriarcado oriental, entonces ¿qué hace que el yoga —o la filosofía contemplativa y la práctica en conjunto— sean útiles para la indagación feminista?

    Si bien reconozco las importantes complicaciones históricas y culturales que plantea esta línea de cuestionamiento, mi uso del yoga y la filosofía del yoga Iyengar como pilar de la implicación de mi pedagogía en lo contemplativo toma una visión esperanzadora de su utilidad para las pedagogías de la escritura feminista. Si bien reconozco que los antiguos textos yóguicos están impregnados de las tradiciones del patriarcado y que algunas aplicaciones occidentales modernas aún reflejan estas tradiciones así como las nuestras, creo que hay tantas congruencias entre el yoga y el feminismo maduras para su consideración, como un compromiso de cambio a través de la transformación así como un espíritu de ecuanimidad que evita los binarios. Si bien vale la pena la tarea de delinear las formas en que la filosofía del yoga refleja las patriarquías en las que se practica, ese no es mi objetivo aquí. Más bien, estoy comprometido a entender cómo el yoga puede sostener el tipo de indagación feminista, encarnada contemplativa que busco.

    Los estudios feministas se sitúan de manera única en la universidad como interdisciplinar. Esta negativa a quedarse quieto y jugar bien cuando se trata de cuestiones de institucionalismo académico es una característica que comparte con la pedagogía contemplativa, que ha surgido en departamentos tan diversos como la biología y la religión. Yo uso esta interdisciplinariedad a mi favor. Una figura clave para mí es la científico-teórica Donna Haraway, quien proporciona un medio para reclamar nuestros cuerpos de escritura como presencias carnosas y vividas, del tipo en torno al cual Tompkins crea viñetas personales, evitando al mismo tiempo las críticas esencialistas que tienden a seguir afirmaciones sobre el cuerpo orgánico. Porque Haraway habla desde el punto de vista como científica, le interesan modelos de subjetividad que reflejen mejor nuestras realidades vividas como seres biológicos que viven como parte de y entre un mundo material; y porque ella también escribe desde su perspectiva como teórica feminista, quiere modelos que no evitar los avances teóricos que hemos logrado en nombre del posmodernismo, lo que nos ha ayudado a comprender la construcción social de muchos de nuestros “donados”. En lugar de buscar cualquier tipo de respuestas definitivas trazando nuevas líneas entre la naturaleza y la cultura, Haraway encuentra promesa en la indeterminación de la materialidad y la manera en que el respeto a nuestra carne requiere una postura de apertura frente al falso cierre de otras variaciones posmodernas del sujeto, que tienden a propugnar un determinismo lingüístico poco velado. La epistemología alternativa de Haraway, en consecuencia, ofrece una alternativa a la eteralización del cuerpo al que Howson se dirige al dejar el cuerpo orgánico como fuente de tensión necesaria para mantener nuestra teorización bajo control, una tensión que se pierde con demasiada frecuencia. Como resultado, ella media el enfoque de las pedagogías contemplativas en el centro y el decentrismo postestructuralista insistiendo en la paradoja generativa de abrazar ambos simultáneamente. Simplemente, me ayuda a teorizar a la escritora dentro de un campo de “materialidad de sentido común” (Sánchez, 2012, p. 235) sin dejar de ser sensible a los actos retóricos que sitúan a este escritor también dentro de un campo de discurso. Si bien las feministas que escriben hoy a veces la han saltado sobre ella en un intento de abrazar a teóricos más nuevos, Haraway, creo, lidera el camino en nuestro viaje para repensar el cuerpo materialmente y en un espíritu fiel a la práctica contemplativa.

    Haraway no solo aborda nuestra peligrosa tendencia a desgastar la materialidad; ella pone esperanza en el cuerpo para renovar nuestros sistemas de significación y epistemologías con el fin de lograr un cambio real en el mundo, convergiendo su proyecto con los focos centrales de los estudios de escritura y contemplativa práctica. Es más, corrige a quienes reclaman el cuerpo sin hacer valer su agencia insistiendo en que necesitamos preocuparnos no sólo por la materialidad de la formación del sujeto sino también por el estatus agentivo de los propios cuerpos, cuerpos que dan forma al lenguaje tanto como el lenguaje les da forma. No es solo que el cuerpo esté involucrado en nuestros procesos de creación de significados, sino que condiciona nuestros sistemas de conocimiento desde el principio. Esto es consistente con la dependencia de las pedagogías contemplativas en el cuerpo físico como estructura primaria para la autorrealización. Con Haraway, teorizaré un “yogui de escritura” de mentalidad feminista para pedagogías contemplativas, un modo de autoría que agentiza la escritura estudiantil y valida las experiencias de encarnación de los estudiantes. Mi noción de escribir yoguis insiste en un nivel de conciencia de nuestros cuerpos de escritura; ciertamente siempre escribimos como cuerpos, pero pocos de nosotros estamos listos para reclamarlos, especialmente en entornos académicos obligados a la desencarnación. Además, un enfoque en escribir yoguis dentro de este libro indica una preocupación por cómo los escritores experimentan su encarnación y la practican más que en una semiótica de colocación material, incluso si la situatividad será un término clave para definir esta experiencia. El yogui de escritura es un concepto del que juego en el título de mi proyecto, y uno que desarrollaré aún más en los siguientes capítulos.

    Escribir yoguis es un marcador apropiado porque la pedagogía contemplativa vuelve a teorizar el tema de la escritura como escritura cuerpo-corazón-mente y actualiza esta teoría involucrando a los escritores en actos contemplativos que mueven a todo su ser. Estas pedagogías son importantes para los estudios de escritura porque fomentan la atención plena de la escritura y los procesos de aprendizaje de manera que promueven el trabajo académico realizado en nuestras clases y al mismo tiempo permanecen comprometidos con un mayor alcance del bienestar físico y emocional de un escritor. Lo que marca aún más estas pedagogías es su enfoque combinado en el autoexamen y la conciencia de nuestra conexión con los demás como entendimientos complementarios que pueden ser profundizados por el proceso de aprendizaje. En un artículo ampliamente citado sobre educación contemplativa, Tobin Hart afirma que el conocimiento contemplativo se basa en abrir la “mente contemplativa” que se “activa a través de una amplia gama de enfoques, desde la poesía hasta la meditación, que están diseñados para silenciar y cambiar la charla habitual de la mente para cultivar la capacidad de conciencia, concentración y perspicacia profundizadas” (2004, p. 29). Una vez que la mente se abre de tal manera para crear conciencia interior, se produce una “apertura correspondiente hacia el mundo que nos rodea” (2004, p. 29). Si bien no puedo tomar su término como propio ya que avanza el nombre inapropiado de que la contemplación es únicamente una práctica de la mente, los entendimientos de Hart rearticulan lo que significa enfocarse en una pedagogía de “toda la vida” y mostrar cómo un sentido desarrollado de interioridad encarnada requiere una conexión igual con la exterioridad y a los demás. El conocimiento consciente es, por defecto, un saber conectado ya que rechaza la fragmentación sin sentido de nuestras vidas dispersas. En el camino, este modelo contemplativo puede ayudar a los estudiantes escritores a encontrar el equilibrio y la compasión dentro y fuera de la página; enseñar la diferencia tal como se materializa puede conducir a entendimientos más fuertes y pragmáticos de la justicia social y la transformación personal a través de la formación de una ética feminista-contemplativa encarnada .


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