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2.3: Lección 2- Escribir yoguis abrazan el conocimiento situado

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    Entonces, ¿qué define entonces el conocimiento parcial, modesto del testigo feminista o imaginador encarnado? Conocimiento situado, se define una “objetividad encarnada” paradójica (1991c, p. 188) como lo que permitirá una reorganización feminista del proceso de creación de conocimiento sin descontar la realidad de lo real o la materialidad del autor-actor. Este término pretende subrayar cuán central es nuestra experiencia encarnada; cómo el conocimiento, al igual que el cuerpo, es siempre localizable y siempre parcial. En efecto, el conocimiento situado descansa sobre la carnosidad del sujeto, en su encarnación inherente como parte del mundo orgánico. La realización en esta formulación adquiere el significado de incrustado dinámicamente no unido estáticamente. Haraway define los saberes situados como “saberes marcados” (1991b, p. 111), lo que significa que son proyectos de conocer desde el “lugar” del sujeto encarnado en oposición a la “nada” del empirismo tradicional o el “por todas partes” del posmodernismo (1991c, pp. 188-191). Haciendo hincapié en el prerrequisito somático de conocer los estados Haraway,

    Necesitamos aprender en nuestros cuerpos, dotados de color de primate y visión estereoscópica, cómo adjuntar el objetivo a nuestros escáneres teóricos y políticos para nombrar dónde estamos y dónde no estamos, en dimensiones del espacio mental y físico que apenas sabemos nombrar. Entonces, no perversamente, la objetividad resulta ser sobre una encarnación particular y específica, y definitivamente no sobre la falsa visión que promete trascendencia de todos los límites y responsabilidad... Esta es una visión objetiva que inicia, más que cierra. (1991c, p. 190)

    Aprender dentro y con nuestros cuerpos significa que primero debemos aceptar que son parte integral de la forma en que producimos y entendemos el significado. El talón de Aquiles de tantas otras teorías de producción de conocimiento es precisamente su suposición de que podemos elevarnos por encima de nuestro ser material. Nombrar “donde no estamos” implica exactamente lo contrario.

    El llamado de Haraway a aprender en nuestros cuerpos se realiza mediante pedagogías contemplativas que hacen avanzar la atención plena aprendida a través de la práctica del yoga. “El yoga es algo que haces” nos dice Iyengar, “una comprensión conceptual de lo que estamos tratando de hacer es vital, siempre y cuando no imaginemos que es un sustituto de la práctica” (2005, p. 108). El yoga nos enseña a reconocer y habitar reflexivamente nuestra encarnación “para nombrar dónde estamos [y estamos] no”, así como Haraway nos invita a hacer. Al igual que Haraway, Iyengar nos anima a imaginar nuestras metas y los resultados futuros de nuestra práctica, pero nos advierte que no tomemos tales imaginaciones como realidad hasta que también se encarnen. Nos encarnamos a través de la práctica así como creamos conocimiento a través de la experiencia. El conocimiento situado es exactamente lo que los yoguis crean en sus colchonetas cuando practican asana y pranayama, aprendiendo su “encarnación particular y específica” y entendiendo así cómo sus cuerpos influyen en el conocimiento que hacen. Debido a que lo reconocen, los yoguis suelen hablar de los problemas creados al comparar o juzgar la versión de una pose particular con la de otra. Cada cuerpo es diferente, ubicado en el tiempo y el espacio de manera única, lo que manifiesta una interioridad y exterioridad integral que no se puede reducir a la de otro. virkasana, o pose de árbol, se verá diferente a la de otro yogui; esperar igualdad es negar nuestras realizaciones particulares y podría conducir a lesiones. Por lo tanto, aprender yoga se convierte en una forma para que los escritores comiencen a valorar el conocimiento situado, y no trascendente: “de esta manera, la práctica de la asana, realizada con la implicación de todos los elementos de nuestro ser, despierta y agudiza la inteligencia hasta que se integra con nuestros sentidos... Todos nuestros huesos, carne, articulaciones, fibras, ligamentos, sentidos, mente e inteligencia están aprovechados” (Iyengar, 2005, p. 14). Involucrar nuestra carne conduce a un aprendizaje más profundo e impactante y al respeto por la ubicación.

    La objetividad (redefinida como local y revisable) sigue siendo un factor aquí; hay verdad, por situada que sea, que se diga. Nuestros procesos de nomenclatura —incluyendo la delimitación entre lo subjetivo y lo objetivo, lo personal y lo impersonal— nos han metido en problemas y nos han animado a ignorar la fuente ante el tema de la visión. El sentido descansa en rasgos específicos, encarnados de nuestro ser, como la forma literal que vemos por nuestra composición corpórea (dos ojos frente a nuestros rostros, la ingesta e interpretación de la luz por nuestros bastones y conos) y el significado que invertimos en los patrones de luz difractada que nuestros ojos pueden registrar, como el cita larga arriba de los guiones bajos de Haraway. Pero cuando reconocemos nuestra encarnación como esencial para hacer sentido, comenzamos a darnos cuenta de que la visión de la nada o de todas partes, son igualmente imposibles. Dentro de las formulaciones de Haraway, la objetividad sigue siendo posible siempre que la entendamos como un proceso responsable de creación de conocimiento local que siempre se origina en un cuerpo ubicado en un mundo material, no como aquel que da como resultado el divorcio de la materia del intelecto o los aplazamientos infinitos del vacío señales. Al igual que en el yoga, “[t] él mismo es tanto perceptor como hacedor. Cuando uso la palabra “yo” con un pequeño s, me refiero a la totalidad de nuestra conciencia de quiénes y qué estamos en un estado natural de conciencia” (Iyengar, 2005, p. 14).

    A diferencia de otros procesos de conocimiento, que producen hechos independientes o “verdaderos en sí mismos”, el conocimiento situado “inicia” de acuerdo con el mismo pasaje anterior de Haraway. Entiendo que esto significa que el conocimiento situado es polívoco para que fomente conversaciones y revisiones conjuntas, convirtiéndolo en un proceso relacional. Comienza una conversación en lugar de terminarla. Reconocer nuestra encarnación específica y, a su vez, nuestra parcialidad nos alienta a unirnos con los demás para poner a prueba nuestra visión frente a la de los demás y crear conocimiento relacional y contextual. Así, esta conversación se extiende más allá del dialogismo ya que invita en múltiples voces. Todos estos factores se suman a lo que hace contemplativo al conocimiento situado Haraway-ian: porque se origina en nuestro cuerpo, no es simplemente otra forma de expresar el conocimiento “contingente” infundado de otras teorías. Más bien, el conocimiento situado complica la contingencia al abrazar la historia y aceptar críticamente la ideología mientras mantiene resueltamente una conexión material con cuerpos carnosos en un mundo real de la materia. Estos cuerpos producen verdades encarnadas de manera similar que conectan a los individuos en redes haciéndolos responsables entre sí en la carne.


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