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26.5: Las Hijas del difunto Coronel: III

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    Pero, después de todo, ya no hacía mucho tiempo, y entonces ella se iría para siempre. Y no se pudo superar el hecho de que ella había sido muy amable con padre. Ella lo había criado día y noche al final. En efecto, tanto Constantia como Josephine sintieron en privado que ella había exagerado bastante al no dejarlo por fin. Para cuando habían entrado a despedirse la enfermera Andrews se había sentado junto a su cama todo el tiempo, sujetándole la muñeca y fingiendo mirar su reloj. No pudo haber sido necesario. Fue tan sin tacto, también. Supongamos que padre hubiera querido decirles algo, algo privado para ellos. No es que él tuviera. ¡Oh, lejos de eso! Allí yacía, púrpura, un púrpura oscuro, furioso en la cara, y ni siquiera los miró cuando entraban. Entonces, mientras estaban ahí parados, preguntándose qué hacer, de repente había abierto un ojo. ¡Oh, qué diferencia hubiera hecho, qué diferencia en su memoria de él, cuánto más fácil contarle a la gente al respecto, si solo hubiera abierto ambos! Pero no—un solo ojo. Los fulminó un momento y luego... salió.

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